Da?os colaterales: el clima moral que impuso Zaplana
Con Eduardo Zaplana se cre¨® una atm¨®sfera de tolerancia hacia la corrupci¨®n que, en poco tiempo, se extender¨ªa por todo el territorio valenciano
La condena impuesta por la Audiencia de Valencia a Eduardo Zaplana ha originado una cantidad considerable de comentarios en la prensa del pa¨ªs. Era lo que cab¨ªa esperar. Durante sus a?os en la pol¨ªtica, Zaplana fue un hombre que no dej¨® a nadie indiferente y que despert¨® grandes admiraciones, por unos u otros motivos. Los comentaristas lo han retratado de las m¨¢s diversas maneras, pero todos han destacado su talento para la maniobra pol¨ªtica, su formidable ambici¨®n y un fervor desbordante por el dinero. Los escritos han insistido en que la sentencia judicial pon¨ªa el colof¨®n a una ¨¦poca singular de la Comunidad Valenciana. La percepci¨®n es cierta, pero quiz¨¢ resulte algo incompleta. Reducir las consecuencias del Gobierno de Eduardo Zaplana al caso Erial dar¨ªa una visi¨®n inexacta de lo que fueron aquellos a?os y del resultado que tuvieron para los valencianos. Si limitamos la cuesti¨®n a que Zaplana se enriqueciera con unas mordidas m¨¢s o menos importantes, tendr¨ªamos una idea equivocada y muy parcial del asunto.
Tendremos que esperar a que los economistas eval¨²en con detalle el periodo para poder calibrar el desastre que supuso el gobierno de este hombre. Hasta que llegue ese momento, hemos de conformarnos con las estimaciones y las grandes cifras que ha publicado la prensa. Quiz¨¢ no sean del todo exactas, pero dibujan con bastante justeza la realidad de aquel tiempo en el que la hacienda valenciana enterr¨® centenares de millones de euros en proyectos, m¨¢s o menos quim¨¦ricos, que no ten¨ªan otro fin que publicitar la figura de Eduardo Zaplana. Considerados bajo ese punto de vista, no hay duda de que fueron un ¨¦xito y catapultaron al protagonista hasta el Gobierno central. Para los valencianos, en cambio, supusieron una ruina que continuamos pagando a d¨ªa de hoy. Nuestra sanidad, nuestra educaci¨®n, en suma, nuestros servicios p¨²blicos, sufrieron las consecuencias. El ¨²nico beneficiario del Gobierno de Eduardo Zaplana fue Eduardo Zaplana y unos cuantos amigos y colaboradores. Esa es la realidad.
El clima moral que la conducta de Zaplana transmiti¨® a la Comunidad Valenciana es un asunto que merece una reflexi¨®n. Con Eduardo Zaplana se cre¨® una atm¨®sfera de tolerancia hacia la corrupci¨®n que, en poco tiempo, se extender¨ªa por todo el territorio valenciano arrastrando a las m¨¢s diversas personas. Su manera de actuar desinhibida, sin prejuicios ni ataduras, su simpat¨ªa, esa tendencia a que la moneda que lanzaba al aire saliera siempre de cara, atrajo a un sinn¨²mero de personas. La admiraci¨®n nos ciega y empuja a ser condescendientes con el admirado: el hombre y la obra se confunden y se borran las barreras morales. Al triunfador todo le est¨¢ permitido y se convierte en un modelo a imitar: los tribunales de justicia nos han dejado una larga lista de adhesiones.
Al conocerse la sentencia, la oposici¨®n se ha apresurado a vincular al presidente Maz¨®n con Eduardo Zaplana. ¡°Maz¨®n -se ha dicho- es hijo pol¨ªtico de Zaplana¡±. ?De verdad cree la oposici¨®n que Maz¨®n copiar¨¢ las formas de hacer pol¨ªtica de Eduardo Zaplana? Parece improbable. Ni el talante del actual presidente ni las circunstancias de la Comunidad Valenciana son hoy las mismas. Por eso resulta sorprendente que unas de las primeras decisiones de Carlos Maz¨®n haya sido desmontar la Agencia Valenciana Antifraude, que ha tenido un papel tan relevante en el juicio contra Eduardo Zaplana. ?A qui¨¦n molestaba su existencia?.
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