Paneg¨ªrico del voto
Impugnar las razones de los votantes poniendo por encima las propias es c¨®modo, pero poco pr¨¢ctico para entender por qu¨¦ un partido no ha persuadido a m¨¢s ciudadanos
Votar es un rito poderoso en cualquier democracia. Despu¨¦s de todo, el voto es la ¨²nica forma de participaci¨®n pol¨ªtica que tiene tres propiedades a la vez: es barato, an¨®nimo y radicalmente igualitario. Una vez cada cuatro a?os nadie sabe por qui¨¦n te significas y, metida en la urna, la papeleta del listo, del tonto, del poderoso o del humilde pesan exactamente lo mismo.
Como votamos en cajas opacas, es tentador querer buscarle un significado a cada elecci¨®n. Algunos dicen que hay quien vota bien o mal, pero es una dicotom¨ªa tramposa. Uno suele pensar que los dem¨¢s votan correctamente cuando lo hacen como ¨¦l, as¨ª que, por esa regla de tres, ?para qu¨¦ dejar a la gente pronunciarse? Si de verdad hay un bien objetivable en pol¨ªtica, ?por qu¨¦ no tener un dictador benevolente?
Nuestro sistema democr¨¢tico, en realidad, tiene una aspiraci¨®n m¨¢s modesta, pero tambi¨¦n m¨¢s pr¨¢ctica. Habr¨¢ quien tenga raz¨®n y quien no, pero como jam¨¢s podr¨ªamos ponernos de acuerdo sobre esto, nos vamos al segundo mejor escenario: hemos optado por discriminar las razones al peso. As¨ª, los muchos podr¨¢n estar equivocados, pero al menos sabemos que son m¨¢s (y ojo, que la estad¨ªstica tambi¨¦n dice que suelen acertar).
El voto parte de una premisa radicalmente liberal: nadie conoce mejor su inter¨¦s que uno mismo. Es verdad que se podr¨ªa objetar este principio en la pr¨¢ctica. Nadie tiene ni el tiempo ni la informaci¨®n ni las ganas para estar todo el rato pendiente de la pol¨ªtica. Aun as¨ª, la gente recurre a atajos para hacerse una composici¨®n del lugar; si el candidato parece solvente o el partido en cuesti¨®n representa sus ideales, tira millas. Eppur se muove y, si no, en cuatro a?os ya ajustar¨¢n cuentas.
Pese a esto, tras cada elecci¨®n nos topamos con aquellos que acusan a los ciudadanos de votar en contra de sus propios intereses. Es la cl¨¢sica ¡°falsa conciencia¡± al rescate. Manipulados por poderes externos, con papel destacado para los medios de comunicaci¨®n, la gente es idiota (en el sentido griego) y ellos, conocedores de la verdad, deben denunciarlo. Sin embargo, tras esperar en vano la ca¨ªda del caballo de los dem¨¢s, tienden a hundirse en la melancol¨ªa del fracaso, olvidando as¨ª la cl¨¢sica frase de Adenauer que dice que lo importante en pol¨ªtica no es tener raz¨®n, sino que te la den.
Es com¨²n asumir la premisa de que todos los pol¨ªticos quieren el poder; para su propio beneficio, para transformar la sociedad, o incluso ambas. Sea para bien o para mal, todos lo precisan, y el poder lo dan las elecciones. Por eso mismo impugnar las razones de los votantes poniendo por encima las propias es c¨®modo, pero poco pr¨¢ctico para entender por qu¨¦ no has persuadido a m¨¢s gente. Una pulsi¨®n muy humana que hace esta columna atemporal y demuestra, de paso, c¨®mo se puede hablar de Andaluc¨ªa sin citarla una sola vez.
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