El virus excluye m¨¢s todav¨ªa al asentamiento ilegal de La Ca?ada Real: tener 50 a?os dentro son 70 fuera
La Comunidad de Madrid y el Gobierno de Espa?a chocan por si debe entrar o no la UME a esta zona marginal con 7.500 personas donde el confinamiento en uno de los sectores pr¨¢cticamente no existe
Ra¨²l y Eduardo tienen un punto de astronauta al pie de la sencilla cruz blanca que se recorta sobre el cielo nublado. Mono con capucha, guantes, patucos, gafas, mascarilla y el artilugio para desinfectar. Complementan la escena, entre desperdicios, figuras con un toque fantasmag¨®rico. Entre ellos Juan, inm¨®vil con el cuerpo contorsionado en una posici¨®n imposible sobre la rampa met¨¢lica que lleva al centro de atenci¨®n a drogodependientes. ¡°?Venga arriba!¡±, le dice una trabajadora social que se sabe el nombre de cada uno mientras lo espabila e incorpora. Ra¨²l y Eduardo acceden a nebulizar el interior. Juan, de edad dif¨ªcil de calcular, desaparece encorvado y dando tumbos. La pandemia y el estado de alarma no alteran el ritmo del narcodescampado que rodea la humilde parroquia de Santo Domingo de la Calzada.
Pero la Ca?ada Real Galiana es mucho m¨¢s que esos yonkis y los que les surten de veneno, que con frecuencia roban el protagonismo a los 7.500 habitantes del mayor asentamiento ilegal de Europa en una urbe. El poblado existe y su realidad es muy distinta m¨¢s all¨¢ de la iglesia, s¨ªmbolo de la ayuda a los ¨²ltimos de la sociedad; m¨¢s all¨¢ de esa explanada con algunas tiendas de campa?a que emplean drogadictos; y m¨¢s all¨¢ de las casuchas aleda?as derruidas por ser despachos de droga.
Daniel Ahlquist, psic¨®logo de Cruz Roja, lleva dos d¨¦cadas trabajando en poblados marginales de Madrid y los ¨²ltimos diez a?os en la Ca?ada. Son 14,4 kil¨®metros que serpentean entre Coslada, Rivas Vaciamadrid y la capital. El sector seis, el m¨¢s marginal, cuenta con unos 4.000 vecinos y se halla en un extremo del distrito de Villa de Vallecas. En esta zona, la poblaci¨®n es mayoritariamente gitana. M¨¢s all¨¢ de los que viven de la droga y el trapicheo, aqu¨ª una parte muy importante de los ingresos llegan de la chatarra, del cart¨®n, de los mercadillos, del empleo en negro, de las ayudas y subsidios¡ Pero el estado de alarma con sus restricciones ha disparado la ya habitual exclusi¨®n de estos vecinos, marginados social y f¨ªsicamente, se?ala Ahlquist. ¡°Tener 50 a?os en la Ca?ada equivale a tener 70 fuera¡±.
Por eso sorprende ver el vigor de Isidro Fern¨¢ndez. ¡°Nac¨ª en 1935, as¨ª que eche usted la cuenta. 85 justitos¡±, se?ala este hombre vestido de negro de pies a cabeza y patriarca de los Isidros. Una finquita a la altura del n¨²mero 104 de la carretera que vertebra el poblado de 6,6 kil¨®metros acoge las doce chabolas del clan. Cada matrimonio la suya. Un regimiento de churumbeles y chavales. Varios de ellos se arraciman en torno a una baraja espa?ola sobre una mesa al aire libre. El que no es primo primero es primo segundo. Carina, de 33 a?os y nieta de Isidro, trata de explicar la estructura familiar, medio portuguesa, medio espa?ola. Ella es ya abuela y su nieto Dylan hizo tatarabuelo al patriarca hace tres a?os. Se interesan por el pago de la renta m¨ªnima y, como muchas otras familias, se lamentan de que la furgoneta de la Cruz Roja que este jueves reparte alimentos pase de largo por su casa. ¡°Todos vivimos en la misma pobreza¡±, se queja una de las mujeres de Los Isidro.
Ese pilar habitual que es la ayuda se ha complicado estas semanas en las que ha crecido m¨¢s todav¨ªa el n¨²mero de familias vulnerables. Hay un entramado de entidades sociales, culturales, vecinales, sanitarias e institucionales que valoran las necesidades, explica el p¨¢rroco de la Ca?ada, Agust¨ªn Rodr¨ªguez, con tres d¨¦cadas de experiencia con drogodependientes y poblaci¨®n excluida. El virus es otra preocupaci¨®n a?adida que eval¨²an. En el sector seis solo ha fallecido por la pandemia un vecino y han detectado diez contagios. La cifra parece discreta, pero Daniel Ahlquist tiene la duda de si es porque la poblaci¨®n no suele acudir al m¨¦dico hasta que no se encuentra muy enferma.
Cruz Roja entrega estos d¨ªas comida y material de higiene a 150 familias en la Ca?ada con siete unidades m¨®viles. La instituci¨®n recibe una lista seg¨²n el protocolo de Servicios Sociales que dice en qu¨¦ vivienda debe dejar alimentos. En algunos casos tambi¨¦n medicinas. Muchos vecinos salen al paso del veh¨ªculo con todo tipo de reclamaciones. Ahlquist trata de capear el temporal. ¡°Habla con Mar¨ªa¡±, les dice pacientemente. Se refiere a la trabajadora social de Villa de Vallecas que eval¨²a cada situaci¨®n particular. Y cada uno de ellos se va, obediente, con la lecci¨®n aprendida. Ahlquist infunde, sobre todo, respeto. Se lo ha ganado.
El confinamiento en la Ca?ada nada tiene que ver con el de otras zonas de la capital. La Comunidad de Madrid ha pedido en los ¨²ltimos d¨ªas que acuda la Unidad Militar de Emergencias (UME). Dos veces por carta y cuatro por videoconferencia, aseguran fuentes de la administraci¨®n. ¡°Yo ped¨ª a los superiores apoyo del Ej¨¦rcito y de la UME porque si no hacemos m¨¢s control es por falta de medios¡±, explica Jos¨¦ Tortosa, Comisionado de la Ca?ada Real Galiana. ¡°En el sector seis hay que hacer m¨¢s hincapi¨¦ en el confinamiento, porque si se empiezan a contagiar, est¨¢n perdidos¡±, argumenta. Pero no es f¨¢cil, reconoce. ¡°Estar todo el rato encerrado en esas casas por las condiciones de las viviendas es complicado¡±, concede Tortosa. Las casas, efectivamente, son con frecuencia peque?os habit¨¢culos de ladrillo, madera o metal. En su mayor¨ªa con humedades, oscuras y peque?as o muy peque?as. La gente, por tanto, se acaba echando a la calle. Algunos van con mascarillas fabricadas con lo primero que han encontrado, un trapo, un sujetador o un pa?uelo. La mayor¨ªa, sin nada.
El Jefe de Estado Mayor de la Defensa (Jemad), el general Miguel ?ngel Villarroya, dijo el martes que al Ej¨¦rcito no le consta la petici¨®n de la Comunidad. La Ca?ada no es un lugar adecuado para que sea desplegada la UME, reconocen fuentes del Gobierno de Pedro S¨¢nchez. Entienden que por su perfil y conflictividad debe seguir siendo patrullado por quienes lo hacen normalmente y conocen el terreno, que son los agentes de la Polic¨ªa Nacional.
Este cuerpo sigue patrullando estos d¨ªas pero, aparentemente, hace la vista gorda. Multar al que est¨¢ en la calle sin motivo no parece una prioridad. En todo caso, ¡°ha bajado mucho la presencia policial¡±, asegura Hamid Hamidouch, de 29 a?os, un dicharachero rife?o nacionalizado espa?ol que trabaja de maquinista en el cercano vertedero de Sal Medina. Mata el tiempo en una esquina de la calle principal con un grupo de amigos. Es la zona marroqu¨ª, donde residen algo m¨¢s de 200 personas. La vida transcurre con normalidad. Nadie lleva mascarilla y ni?os y adultos van para arriba y para abajo. El espigado Mohamed, de 21 a?os y llegado a Espa?a con tres meses, reconoce el peso del estigma, por eso prefiere no salir en las fotograf¨ªas. ¡°Solo suelo decir a los amigos que vivo en la Ca?ada, a los dem¨¢s les digo en Rivas, en Vallecas¡ ya he mentido tanto que no s¨¦ a qui¨¦n le he dicho la verdad¡±.
F¨¢tima, tangerina de 42 a?os, lleva media vida en Madrid y m¨¢s de una d¨¦cada en la Ca?ada, adonde lleg¨® desde otro mundo, la calle Arturo Soria. All¨ª viv¨ªan cuando su marido era conserje de un edificio. La mujer regenta ahora un colmado en el que despacha un poco de todo. En un dietario con las hojas bien sobadas anota lo que los clientes se llevan a cuenta. ¡°Los hay que pagan y los hay que no¡±, reconoce resignada. Un pu?ado de casas m¨¢s abajo est¨¢ la mezquita Ibn Nosair. Al im¨¢n Mohamed Benaabud, un divorciado de 46 a?os, apenas le ha dado tiempo a aterrizar. Lleg¨® hace un par de meses y el estado de alarma le ha obligado a suspender las oraciones antes de que los musulmanes del barrio se familiarizaran con ¨¦l. ¡°Al-Hamdulillah¡± (gracias a Dios), es su respuesta a todo.
Un par de kil¨®metros m¨¢s arriba se encuentra otro clan, el de Los Manzano. ¡°Yo era el gitano que mejor se portaba en el colegio¡±, asegura Isidro Manzano, de 18 a?os. Bigotillo pelusero, repeinado y un pendiente con cruz plateada en cada oreja. As¨ª recuerda su paso por el Ciudad de Valencia antes de que su familia lo prometiera con 13 a?os y lo casara con Carmen a los 14. Hoy son padres de Naiara, de tres. Ahora, el ¨²nico sue?o de Isidro es sacarse el carn¨¦ de conducir para trabajar. ¡°De lo que sea¡±.
La comida que les ha dejado Cruz Roja se amontona en la caseta de sus padres, de tablones pintados de rosa y techumbre de lona de pl¨¢stico. Jorge, de 41 a?os, y Mar¨ªa, de 44, se afanan en abrir las cajas. Las bocas se multiplican a la hora de plantear el reparto en el grupo de cuatro infraviviendas de los Manzano. La necesidad habita detr¨¢s de cada puerta de estas chabolas con fachadas de alegres colores. Los hermanos peque?os de Isidro, ?ngel de 12 a?os y Mireia de 7, llevan m¨¢s de un mes, como todos los ni?os de Madrid, sin pisar el colegio. Pero aqu¨ª no hay ordenador ni clases a distancia. Aunque ?ngel no levanta la vista de la consola, que preside un sal¨®n pelado de muebles. La madre lo mira entre afligida y resignada: ¡°T¨® lo que aprendieron se les est¨¢ yendo¡±.
Un mando ¨²nico para ayudar a los m¨¢s excluidos
La Ca?ada Real Galiana se qued¨® con ese nombre porque proced¨ªa de una v¨ªa pecuaria que serv¨ªa para el paso de animales. El asentamiento ilegal mide 14,4 kil¨®metros de largo y est¨¢ dividido en seis sectores. Un lugar peculiar no solo por su extensi¨®n, sino por las personas que viven all¨ª: unas 7.500 repartidas en 2.500 familias, una mezcla de 17 o 18 nacionalidades. ¡°Esa diversidad hace que sea un asentamiento muy distinto a otros, es muy singular¡±, reconoce Jos¨¦ Tortosa, el comisionado de Ca?ada Real. ¡°Es famoso por la drogadicci¨®n, pero tampoco es lo ¨²nico que hay ah¨ª. Eso es importante para no estigmatizarles¡±, recalca.
Ahora, con el coronavirus, las ayudas a la poblaci¨®n est¨¢n coordinadas por un mando ¨²nico formado por las dos administraciones, la regional y la del Ayuntamiento de Madrid, y por un equipo de an¨¢lisis, donde hacen un trabajo esencial C¨¢ritas, Cruz Roja y la parroquia del padre Agust¨ªn.
Ese es el presente. Pero el futuro pilota en torno al pacto hist¨®rico de 2017: cuando todos los grupos pol¨ªticos de la Asamblea y los Ayuntamientos de Coslada, Madrid y Rivas se pusieron de acuerdo. ¡°Fue un consenso un¨¢nime, y ahora hay que ejecutarlo¡±, asume Tortosa. Todo va lento. Realojar a los habitantes, a d¨ªa de hoy, parece una quimera.
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