La fuerza de 42 pueblos contra el virus: c¨®mo elaborar 5.000 mascarillas, batas o patucos en tiempo r¨¦cord
Eva Gallego, la alcaldesa del municipio con menos habitantes de la Comunidad de Madrid, organiza con otros regidores una red de 350 voluntarios para fabricar material de protecci¨®n para sanitarios y cuerpos de seguridad
Todo empez¨® con una conversaci¨®n que se convirti¨® en dos, en tres y, al final, en un grupo de WhatsApp. Eva Gallego, alcaldesa de Madarcos, el pueblo con menos habitantes de la Comunidad de Madrid (51), pens¨® a lo grande. Y lo grande se hizo enorme. Primero le transmiti¨® a Daniel Caparr¨®s, el coordinador del Grupo de Acci¨®n Local Sierra Norte de Madrid (Galsinma), una inquietud. Hay que ayudar. Sea como sea. Y despu¨¦s cre¨® un grupo con los otros 41 alcaldes de la Sierra Norte, una zona entre monta?as apartada y tranquila que ocupa el extremo septentrional de la regi¨®n madrile?a en el que habitan 30.017 vecinos. Eva hab¨ªa escuchado c¨®mo en Albacete la sociedad civil se estaba organizando para fabricar mascarillas, batas, patucos, todo lo necesario para proteger al personal sanitario, y ellos no pod¨ªan quedarse atr¨¢s. Ten¨ªan que poner en marcha algo similar. Y todos los alcaldes, sin distinci¨®n de colores pol¨ªticos, fueron a una. Eva ten¨ªa raz¨®n: ten¨ªan que hacer algo. Y vaya si lo hicieron.
El grupo de WhatsApp se abri¨® a trabajadores de los ayuntamientos y a todo vecino que quisiera participar. Nueve d¨ªas despu¨¦s, unas 350 personas se coordinan como un reloj suizo. ¡°Hemos formado una especie de empresa funcionando a tope salt¨¢ndonos la burocracia, con gente joven y mayor, se?ores y se?oras de 60, 70, 80 a?os. Est¨¢ siendo incre¨ªble¡±.
Eva se emociona mientras cuenta una historia con tintes incre¨ªbles de comuni¨®n social en un lugar de la sierra cuya ubicaci¨®n exacta prefiere guardar en secreto. Hay que mantener la discreci¨®n para seguir funcionando como hasta ahora. En ese momento, a ¨²ltima hora del jueves pasado, la Eva alcaldesa era algo m¨¢s que una alcaldesa. Con la mascarilla y los guantes puestos, se organizaba en un cuarto escondido de unos 20 metros cuadrados con M¨®nica, primera teniente del Ayuntamiento de La Serna del Monte, y Marisa, trabajadora de una residencia de ancianos. All¨ª todos se llaman por el nombre de pila. Y sin formalismos, las tres dirig¨ªan diligentemente un cargamento de mascarillas, pantallas para la cara y batas que Alejandro, un joven de protecci¨®n civil de Villa de Rascafr¨ªa, de 24 a?os, colocaba en una camioneta para trasladar a su lugar de destino. El ¨²ltimo paso del d¨ªa de ese entramado de solidaridad estaba a punto de arrancar. Y todos los implicados, con cierto nerviosismo, sonre¨ªan de oreja a oreja.
El grupo, que ha crecido de forma viral, se sostiene ya sobre una estructura perfecta. Un peque?o parlamento, tambi¨¦n improvisado, toma cada d¨ªa las decisiones por videoconferencia. Se asoman a las pantallas una decena de personas: alcaldes, t¨¦cnicos, asociaciones serranas, la Mancomunidad, Galsinma o el Comisionado para la Revitalizaci¨®n de Municipios Rurales.
¡°Hab¨ªa que avanzar como fuera. Lo complicado va a ser ahora lograr mantener esta infraestructura¡±, reconoce Daniel Caparr¨®s, tambi¨¦n coordinador de Galsinma y exalcalde de Venturada. En efecto, el grupo ha alcanzado unas dimensiones enormes para lo que sus miembros pensaban hace apenas una semana. Tras unos primeros intentos por legalizar la estructura, desistieron. Apostaron por el pragmatismo. As¨ª es como han logrado en un pu?ado de d¨ªas preparar y distribuir unos 5.000 productos para protecci¨®n individual. Esa diligencia sin freno les ha permitido llegar a hospitales, centros de salud, residencias, personal de asistencia domiciliaria, polic¨ªas, guardias civiles¡ Hasta un hospital de Segovia recibi¨® hace unos d¨ªas un cargamento a demanda.
Para llegar a eso, la organizaci¨®n ha sido b¨¢sica. Hay tres grandes grupos de trabajo. Uno se encarga de desarrollar las pantallas protectoras para el rostro y los respiradores gracias a 13 impresoras 3D que han recaudado, entre donaciones y pr¨¦stamos. Estos tienen esencialmente como destino los hospitales Infanta Leonor e Infanta Sof¨ªa. Un segundo grupo es el de costura, que a su vez se divide en siete subgrupos diseminados por diferentes municipios. Aqu¨ª la maquinaria productiva ha alcanzado ya una velocidad de crucero de un millar de mascarillas de algod¨®n al d¨ªa. Hechas a la antigua usanza. Una intensa cadena colaborativa se encarga de que, una vez cosidas, se laven, planchen, esterilicen. Finalmente, se empaquetan de veinte en veinte con una especie de certificado adjunto de la Sierra Norte. Por ¨²ltimo, hay un grupo que se encarga de emplear pl¨¢stico para elaborar batas, patucos y gorros. Hay dos turnos de recogida diaria que llevan a cabo taxistas o conductores voluntarios. El jueves ten¨ªan m¨¢s de 60 puntos de recogida y de reparto.
Donaciones
La improvisada estructura cuenta, adem¨¢s, con otras peque?as patas que se encargan de la recepci¨®n de las donaciones. Los alimentos, por ejemplo, se derivan a instituciones como C¨¢ritas o Cruz Roja; los productos de desinfecci¨®n pasan a la Mancomunidad de Servicios Valle Norte del Lozoya y hasta derivan ofrecimientos de apoyo psicol¨®gico. Tambi¨¦n desinfectan veh¨ªculos de los servicios esenciales.
¡°?T¨² sabes a la de gente que estamos ayudando porque tienen la cabeza ocupada?¡±, se pregunta Eva en voz alta, una mujer de 46 a?os que opt¨® a la alcald¨ªa por vocaci¨®n. Sin sueldo de la administraci¨®n, se gana la vida como ganadera, cuida a sus tres hijas, de 16, 15 y 12 a?os, y saca tiempo para presidir tambi¨¦n Galsinma. Todo un reto para el que faltan horas a lo largo del d¨ªa. ¡°Para m¨ª lo importante es la gente¡±, explica, y entre esa gente, unos a los que cuida especialmente. ¡°La gente mayor es sabidur¨ªa. Para m¨ª es mi Wikipedia. Es nuestro bien m¨¢s preciado y se tienen que sentir ¨²tiles¡±.
As¨ª es como se siente Paqui Carreturo, una costurera de 66 a?os ya jubilada. Paqui recibi¨® la llamada de su hija, Arantxa Reguera, que adem¨¢s es la alcaldesa de Villavieja del Lozoya, y le cont¨® lo que se estaba fraguando en aquel chat de WhatsApp. Y ella, que vive en un peque?o municipio de poco m¨¢s de 200 habitantes, ni se lo pens¨®. ¡°Formo parte de un grupo de diez personas de Villavieja que nos dedicamos a hacer mascarillas¡±, explica la mujer, que en su casa posee uno de los aparatos m¨¢s preciados del momento: una m¨¢quina de coser. Con cari?o y esmero, cada una borda en las mascarillas el lema de Resistir¨¦ y un lazo rosa para mandar a los destinatarios un aliento de esperanza. O de cordura. ¡°A m¨ª esto desde luego me ha cambiado. Adem¨¢s, no tengo tiempo de ver la televisi¨®n y enterarme de todo lo malo que est¨¢ pasando¡±, razona. Cada una de las costureras confecciona unas 50 mascarillas al d¨ªa y su hija Arantxa las recoge despu¨¦s en cada domicilio. Comienza en ese momento un viaje sin retorno.
¡°Esto es una bendita locura¡±, remata Eva, que mira hacia el futuro con algo de optimismo. ¡°Esto se ha iniciado aqu¨ª, pero no va a terminar. Dejaremos de hacer mascarillas, pero esto de remar todos a una, de arrimar el hombro, va a continuar, estoy segura¡±. Por lo pronto, mira a su entorno m¨¢s cercano para pensar, de nuevo, en horizontes m¨¢s lejanos. ¡°Lo que ven mis hijas es lo mejor para m¨ª. Que vean que el estar en un sitio peque?o no significa que no podamos hacer cosas grandes¡±.
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