Ella y Sam
Han decidido que vecindad es m¨¢s que compartir muro en un colmena de ladrillo, que ¡°vecina¡± es una palabra muy grande, con sentimiento y con sentido

Dos gallos, picos de pan integral, mayonesa de la marca "x", yogures de lim¨®n¡ y as¨ª hasta rellenar media p¨¢gina con una caligraf¨ªa elegante, legible y ligeramente inclinada, un poco como las de antes. A estas alturas no es f¨¢cil ver textos escritos a boli, porque vivimos no ya en la era de internet sino, directamente, dentro del ordenador o del m¨®vil. Fue justo v¨ªa Whatsapp que le lleg¨® la foto a Sandra con la lista de la compra de Santiago (nombres ficticios), un se?or de su barrio. Tras dejarle todo lo que le hab¨ªa pedido en el ascensor y dirigirse hacia su hogar, ¨¦l le llam¨® por tel¨¦fono, ya que quer¨ªa darle las gracias. Se pasaron charlando un buen rato. Del peque?o Alcorc¨®n al que lleg¨® Santiago hace medio siglo, de la faena que supone no poder salir de casa y de que seguro que, en alg¨²n momento, se hab¨ªan cruzado, cuando todav¨ªa era posible pasear pl¨¢cidamente. Ella tiene treinta y pico, ¨¦l, con cerca de ochenta, est¨¢ en el grupo de riesgo y era la primera vez que hablaban. Les puso en contacto la hija de Santiago, Nuria, que reside a casi cuarenta kil¨®metros de la localidad y que, aunque lo est¨¢ deseando, no puede acercarse debido al confinamiento.
Si Nuria lleg¨® a Sandra fue gracias a un grupo de mensajer¨ªa instant¨¢nea del cual forman parte, adem¨¢s de ellas, alrededor de dos centenares de personas vinculadas a la ciudad que han decidido que vecindad es m¨¢s que compartir muro en un colmena de ladrillo, que ¡°vecina¡± es una palabra muy grande, con sentimiento y con sentido y que cuando vienen mal dadas no est¨¢ de m¨¢s, si nuestra situaci¨®n nos lo permite, devolvernos la camarader¨ªa que las grandes urbes y su ritmo nos quita. Todo lo anterior se est¨¢ traduciendo en que completos desconocidos se hagan la compra, paseen mascotas, se acompa?en virtualmente o que, en el caso de los j¨®venes, se ayuden con los deberes.
Seg¨²n explican Sam Robson y Ella MacDonald, padre e hija, ingleses tan de Alcorc¨®n como los pucheros del escudo, y los impulsores de un grupo cuya naturaleza, no obstante, es colectiva ¡°ya hay tres centros de salud que mandan todos los d¨ªas recados para pacientes que no pueden abandonar su hogar¡±. Y quiz¨¢ eso es lo importante, que est¨¢n haciendo las veces de puente entre humanos que han pensado que, en este ahora aciago, ya es tiempo de que prime la humanidad.
Con el fin de que los m¨®viles y la tecnolog¨ªa no abran brechas intergeneracionales, puesto que no olvidemos que no todo el mundo se apa?a bien con ¡°la modernidad¡±, se han impreso p¨®ster que han colgado en farmacias y en portales y se han apoyado en organizaciones vecinales preexistentes y en el ateneo, as¨ª el mensaje llega m¨¢s lejos.
El grupo cada d¨ªa genera un mont¨®n de an¨¦cdotas rese?ables. Sam y Ella escogen una reciente: los trabajadores de metro donaron tres tablets a un centro de mayores para que sus residentes puedan videollamar a sus seres queridos. De nuevo, se demuestra que el barrio lo construyen las personas y unidas hacen el camino mejor.
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