Anatom¨ªa de una cola del hambre: ¡°Soy mendigo a mucha honra¡±
El repartidor de Glovo y Uber Eats, la madre coraje, el vendedor de entradas del Palacio Real en paro, el perito judicial o el antiguo traficante de coca¨ªna coinciden esperando para recibir alimentos
¡°Aqu¨ª ya se sacaban pucheros a la calle cuando hace m¨¢s de un siglo la calle General Mart¨ªnez Campos era un arrabal puro y duro de Madrid¡±. Sor Josefa, conquense de 62 a?os, supervisa el reparto. ¡°Si se acaban las bolsas, preparamos m¨¢s. Nunca nos falta comida¡±, a?ade la directora de las Hijas de la Caridad. Desde 1916 gestionan este comedor social en Chamber¨ª, una zona hoy acomodada de la capital. La pandemia les ha pillado con m¨¢s de un siglo de experiencia en la asistencia social. A las 90 familias a las que suelen dar sustento, hoy se unen centenares de madrile?os que acuden golpeados por la crisis de la covid-19.
A mediod¨ªa, la cola se alarga m¨¢s de un centenar de metros. M¨¢s de 100.000 personas comen de repartos como este estos d¨ªas en Madrid. La Federaci¨®n Espa?ola de Bancos de Alimentos (Fesbal) alcanz¨® en 2014 su techo de beneficiarios con 1.700.000 en toda Espa?a. Desde entonces esa cifra ha ido bajando hasta los 1.050.000 de 2019, pero con la pandemia han aumentado un 30%.
¡°El ¡®Resistir¨¦¡¯ no es solo una musiquilla. Es lo que nos toca, combatir esta nueva necesidad¡±Sor Josefa, directora de las Hijas de la Caridad
¡°Vemos personas que no hab¨ªan venido nunca. Tambi¨¦n nos est¨¢ volviendo gente de hace cuatro o cinco a?os¡±, se?ala con un leve lamento sor Josefa. ¡°El Resistir¨¦ no es solo una musiquilla. Es lo que nos toca, combatir esta nueva necesidad¡±. A lo largo de la ma?ana pasan tambi¨¦n vecinos a preguntar qu¨¦ traen. ¡°Pa?ales de la 3, 4 y 5, por favor¡±, responde a una de ellas la religiosa. La hilera de personas que acude a por comida es variopinta. Los hay que llegan en perfecto estado de revista. Recogen su bolsa con alimentos, dan las gracias, agachan la cabeza y se van. A otros se les ve menos avergonzados ante la cita caritativa. ?Pero qui¨¦n hay detr¨¢s de esta cola del hambre?
El mendigo repartidor de Glovo y Uber Eats
¡°Soy mendigo a mucha honra¡±. David, de 27 a?os, cerr¨® en marzo su periplo europeo de trotamundos despu¨¦s de contagiarse de la covid-19 en Londres. ¡°Dorm¨ªa muy cerquita del Big Ben¡±. A los 16 a?os entr¨® de aprendiz en la f¨¢brica de Seat de Martorell (Barcelona) y se fue a los 23. ¡°El ¨²nico motivo por el que iba era el dinero ?Para qu¨¦ quiero yo esos billetitos de colores?¡±. Ahora duerme en los alrededores de la estaci¨®n madrile?a de Chamart¨ªn y desde hace dos semanas se ha dado de alta como rider (repartidor) de Glovo y Uber Eats. Mientras conversa con el reportero, el joven est¨¢ pendiente de los encargos a trav¨¦s de una tablet. De escritorio en su improvisada oficina callejera hace la mochila cuadrada de vivos colores en la que lleva la comida. La silla es la mochila de sus pertenencias. Este mediod¨ªa no ha podido abrir la bolsa que ha recogido en las Hijas de la Caridad porque le han salido tres env¨ªos. Est¨¢ contento, reconoce este joven que prefiere que no se publique su verdadero nombre. De lunes a domingo calcula que ha hecho unos 80 euros incluyendo las propinas. Tiene que pagar el uso de la bicicleta municipal de alquiler por minutos de Bicimad, que es su medio de transporte. Varios sin techo mayores que ¨¦l escuchan atentos a sus peripecias y lo miran extra?ados cuando cuenta que en Alemania rechaz¨® las ayudas econ¨®micas para los que no tienen un hogar. ¡°Por mi forma de ser en la calle es donde mejor estoy¡±.
La madre coraje de tres hijos
¡°?Ten¨¦is m¨¢s mermelada?¡±. Isabel, de 48 a?os, es bien conocida por los que trabajan en las Hijas de la Caridad. ¡°Venga, Isabel, que llevas m¨¢s que los dem¨¢s¡±. Es de las que ya necesitaba ayuda antes del aterrizaje del coronavirus. La pandemia ha truncado el sue?o de ver despegar laboralmente a sus dos hijos mayores. Cuenta desilusionada c¨®mo su hija, de 19, entr¨® a trabajar de camarera de piso en un hotel. Y su hijo de 18 en un restaurante. Reconoce que con esas expectativas esfumadas, el estado de alarma est¨¢ suponiendo un pesado lastre emocional. Su piso del barrio de Ventilla, en el que vive tambi¨¦n su hijo de 16 a?os, arde estos d¨ªas en discusiones subidas de tono. Sor Josefa la anima mientras ella se va tirando de su carro rojo con lo necesario para que coman los cuatro hasta el jueves.
El vendedor de entradas del Palacio Real
Francisco, de 28 a?os, espera una oportunidad para regresar a Tenerife. Su guerrera oscura de botones dorados reluce entre los que esperan la cola. ¡°Esta comida es muy buena¡±, afirma mientras se sienta en la acera de Mart¨ªnez Campos a hincarle el diente al bocata de tortilla. Durante un a?o y tres meses ha sido vendedor de entradas del Palacio Real. Ahora, en paro, deber¨¢ dejar la habitaci¨®n donde vive alquilado por 300 euros mensuales en una vieja corrala de la calle Oviedo. ¡°Ah¨ª he sido inmensamente feliz¡±, reconoce con pena. Lo van a acoger unos evang¨¦licos en uno de sus pisos para desintoxicar a drogadictos. ¡°Yo soy m¨¢s bien cat¨®lico y mi ¨²nica droga es el tabaco, pero a ver si por lo menos me quitan¡±.
El antiguo perito judicial
Alberto, de 63 a?os, vive soltero, sin hijos, sin padres y con alguna t¨ªa y primo lejano. Este antiguo perito judicial, que luce corbatilla negra y sombrero, afirma que vive sin ingresos ni subsidio aunque tiene en Vallecas su piso pagado desde 2016. Adem¨¢s de acercarse a recoger la comida a las Hijas de la Caridad, acude a diario al centro de Madrid a pedir. ¡°En la zona de Callao o por Quevedo me suele ir bien¡±. En su mano izquierda luce un brazalete de pl¨¢stico del hospital Cl¨ªnico. ¡°Llevo entrando y saliendo desde enero por un problema de pulm¨®n, pero no relacionado con el coronavirus. Me han hecho todas las pruebas del mundo y no he dado positivo¡±.
El traficante de coca¨ªna retirado
El curr¨ªculum carcelario de Mario, de 34 a?os, es amplio. No se queja de la nave abandonada en la que duerme. Sobre todo al recordar sus 1.074 d¨ªas en penales venezolanos, en especial el de Tocor¨®n, antes de ser repatriado a c¨¢rceles de Madrid. El menor de cuatro hermanos de Aluche al que su madre no pudo mantener ya desde ni?o parece salido de una serie de Netflix. Durante un tiempo se dedic¨® a traer coca¨ªna desde diferentes pa¨ªses de Latinoam¨¦rica a Europa. En maletas o tragada. Lo trincaron en dos ocasiones, una en Guayana Francesa y otra en Venezuela. Y en alguna m¨¢s asegura que los traficantes jefes lo enga?aron. Desde 2017 no pisa la c¨¢rcel y quiere trabajar. Pero nunca ha tenido un contrato. Este hombre, que prefiere guardar oculto su verdadero nombre, sabe que lo tiene complicado. ¡°He tenido y tengo problemas con las drogas¡±, reconoce mientras balancea la bolsa blanca con la comida que le acaban de entregar. Los ojos se le iluminan al recordar la espera de un pu?ado de kilos de coca en Fortaleza (Brasil) aderezada con ¡°rayitas, copas, discotecas y putas¡ pa flipar¡±.
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