Las colas del hambre y la pobreza inician su escalada en Madrid: ¡°Cada d¨ªa viene m¨¢s gente nueva¡±
Parroquias, C¨¢ritas, comedores sociales y el Banco de Alimentos de Madrid alertan de una nueva crisis en la capital: se disparan en m¨¢s de un 30% las peticiones de ayuda para comer
El 11 de marzo Yoselin Sarmiento dej¨® de ir a las clases de segundo de bachillerato en el Instituto de Vallecas I por el coronavirus. Este mi¨¦rcoles se coloc¨® en silencio en una cola para recibir una bolsa de comida para su familia. ¡°Lo llevo como puedo, no es algo que sea f¨¢cil de asimilar¡±. Tiene 18 a?os. Es la primera vez que acude. Su madre no trabaja, a su padre le han reducido la jornada a la mitad y su hermana tiene siete a?os. Los cuatro viven de alquiler en un piso de tres habitaciones por 800 euros al mes. ¡°Hemos llamado al casero porque no podemos pagar mayo. Nos ha dicho que al menos paguemos la mitad¡±. Sue?a con estudiar Telecomunicaciones en septiembre.
Si antes de la pandemia repart¨ªan comida para 600 personas en la parroquia de San Ram¨®n Nonato del barrio, ahora la cifra llega a 1.300. M¨¢s del doble. El voluntario Alberto Vera, de 71, organiza en un despacho el reparto. En una libreta tiene los datos: un 70% son latinos y un 30% espa?oles. ¡°Cada d¨ªa vienen m¨¢s y m¨¢s¡±. Y cada d¨ªa reparten cientos de kilos del banco de alimentos, junto a bocatas, t¨¢peres y raciones que la sonriente cocinera hondure?a Magali Huanca, de 44, decide a las 8.15 de la ma?ana. ¡°Hoy he hecho picante de verduras. Me sale muy bien¡±. A las 13.30 ya ten¨ªa preparados 15 kilos de arroz y 40 de pisto para despachar.
El Banco de Alimentos de Madrid tambi¨¦n lo ha detectado. Si en marzo atend¨ªan a 150.000 personas en la regi¨®n, hoy son 190.000. ¡°Y subiendo¡±, dice una portavoz. Las solicitudes se han incrementado en un 30% por la pandemia. El stock que ten¨ªan era para tres meses. ¡°Pero a este ritmo nos quedamos sin ¨¦l¡±. El Ayuntamiento dice que ha recibido en marzo el mismo n¨²mero de peticiones de ayuda alimentaria que en todo 2019: m¨¢s de 34.000. Los comedores sociales han cuadriplicado el n¨²mero de usuarios que atienden a diario. C¨¢ritas tambi¨¦n alerta: ¡°Las peticiones de ayuda se han triplicado y el 40% de estas solicitudes provienen de personas que lo hacen por primera vez¡±. Madrid afronta ya otra curva pand¨¦mica: la social.
La pobreza inicia su escalada en el distrito de Puente de Vallecas, otra vez. Aqu¨ª viven 230.000 vecinos repartidos en seis barrios con una renta per c¨¢pita media de 24.687 euros al a?o, la m¨¢s baja de la capital. De ellos, alrededor de 20.000 estaban en el paro antes de la covid-19. A falta de los datos abril, las colas para pedir comida anuncian que se ha multiplicado. Muchos de ellos han visto c¨®mo sus pocas horas de trabajo al d¨ªa, aquellas que pasaban limpiando hogares, acompa?ando a abuelos, o compaginando chapuzas de alba?iler¨ªa, han sido fulminadas de cuajo hace cuatro semanas. No hay paga diaria. Vivir al d¨ªa se ha traducido en acudir a la parroquia a recoger alimentos. Algunos no han pisado un supermercado desde marzo. Otros se han cansado de llamar a las instituciones para pedir. Las cifras oficiales no recogen las solicitudes que no llegan a presentarse.
La cola de comida es tan larga que los voluntarios de la zona de Entrev¨ªas ¡ªdonde la renta media es de 17.500 euros al a?o, casi cuatro veces menos que el barrio de Salamanca, con 61.572¡ª se han visto obligados a trazar dos carriles. Uno para los que ya ven¨ªan de antes de la crisis, o de otra, como el madrile?o Juan, de 61, que con una mascarilla sucia y vieja cuenta que todav¨ªa no se ha recuperado. ¡°Ca¨ª en el paro en 2009 y no he vuelto a levantar cabeza¡±. Y otro camino para los nuevos, los m¨¢s silenciosos, los t¨ªmidos, los avergonzados.
¡°A veces no cenamos¡±. El venezolano Manuel Castillo, de 48, espera sentado a la sombra de un arbusto. ¡°La ni?a lo lleva regular. Mi mujer y yo como podemos¡±. Trabajaba como relaciones p¨²blicas de una discoteca por comisi¨®n. Hab¨ªa meses que sacaba 800 euros, otros 900, pero nunca como marzo: cero.
¡°Todo apunta a que esta crisis va a ser peor que la de 2008. Al problema del empleo se sumar¨¢n los hijos descolgados en las aulas y los problemas intrafamiliares del confinamiento¡±, cuenta el soci¨®logo de la Universidad Aut¨®noma Josep Lobera. ¡°Los trabajos precarios no guardan colch¨®n econ¨®mico¡±, dice Matilde Mas¨®, soci¨®loga y economista de la Universidad de A Coru?a, que ha realizado numerosos trabajos sobre la anterior crisis inmobiliaria. El doctor en Econom¨ªa por la Complutense Gonzalo L¨®pez avisa: ¡°A diferencia de pandemias anteriores, esta puede tener efectos sociales y econ¨®micos distintos a los que hist¨®ricamente hemos observado en estas situaciones. Para empezar, el impacto de las medidas de confinamiento est¨¢ siendo desigual por el nivel de ingresos¡±.
A diez kil¨®metros de la plaza donde cientos de familias hac¨ªan cola para pedir comida, el padre Gonzalo Ruip¨¦rez, que tiene dos m¨®viles, tiene guardados en la parroquia m¨¢s de 70.000 kilos de alimentos para repartir; 30.000 m¨¢s que en marzo. O dicho de otra manera: si antes repart¨ªa para 1.600 familias, ahora lo hace para 2.400. La iglesia de San Juan de Dios de la UVA de Vallecas se ha convertido en un gigantesco almac¨¦n de supermercado para los m¨¢s necesitados.
¡°La falta de alimentos es lo primero que sale en estas situaciones. Me he encontrado con casos de padres que me dicen: no me den a m¨ª, pero s¨ª a mis hijos¡±. Dice que despu¨¦s del hambre vendr¨¢n los alquileres que no se pagan, casos de violencia de g¨¦nero, alumnos que dejar¨¢n de estudiar. ¡°Aqu¨ª se nace ya en crisis y, ahora, m¨¢s¡±. Le vuelve a sonar el m¨®vil:
¨D ?Padre Gonzalo?
¨D S¨ª, soy yo.
¨D Necesito comida para mis dos ni?as peque?as, por favor.
¨D Tranquila, ?d¨®nde vives?
¨D Al lado del metro de Oporto.
¨D ?Puedes venir en coche o en metro?
¨D En metro.
¨D Vente ma?ana con alguien, te dar¨¦ 50 kilos.
Y as¨ª, 300 llamadas al d¨ªa. Vienen vecinos de Orcasitas, La Fortuna, Carabanchel, San Blas, Usera. El padre Gonzalo tiene una cabeza privilegiada que recuerda a la de El Profesor de la serie La casa de papel. Todo lo tiene controlado. Sabe perfectamente a qu¨¦ familia entrega cada bolsa y qu¨¦ se lleva. ¡°Tengo un Excel que ya quisieran algunos organismos oficiales¡±. Ahora, por la pandemia, le ayuda un ej¨¦rcito de nueve voluntarios: Adri¨¢n, Marleny, Mar¨ªa Jos¨¦, Paco¡ Los 10 forman un equipo que, desde primera hora y hasta bien entrada la tarde, organizan bolsas de comida para los distintos tipos de hogares.
Los alimentos que est¨¢n guardados en bolsas de Mercadona significan que ir¨¢n a parar a familias de cuatro miembros o menos. Las de Carrefour, para m¨¢s de cinco, y las de Ahorra M¨¢s, para musulmanes. Todo cambia si hay beb¨¦s, que este mes se han visto incrementadas las demandas. Si antes hab¨ªa 85 familias con reci¨¦n nacidos, ahora son 102. Estas familias tendr¨¢n otra bolsa adicional con pa?ales, potitos o leche en polvo. Tambi¨¦n var¨ªa si hay hogares que, como en la Ca?ada, no tienen luz. Ellos recibir¨¢n m¨¢s latas en conserva y nada de congelados. Eso s¨ª, todas incluyen mascarillas y un botecito de alcohol desinfectante.
¨D ?Alguna vez han entrado a robar al almac¨¦n?
¨D Nunca. Una vez se acerc¨® un se?or y me dijo: ¡®Padre, no se preocupe. Todas las familias que robamos estamos aqu¨ª¡¯.
El padre Gonzalo dice que pide a todo el mundo. ¡°No me da verg¨¹enza porque no es para m¨ª¡±. Los alimentos provienen del banco de alimentos, de donaciones de supermercados, de empresas privadas o de compras que el mismo p¨¢rroco, que gana 800 euros al mes, realiza. O de voluntarios. El otro d¨ªa se acerc¨® un se?or y le dio 6.000 litros de leche. Este mi¨¦rcoles vino una se?ora con 600 cebollas. ¡°Amigos que tengo¡±.
A las 15.30 de la tarde del mi¨¦rcoles una fila de familias hace cola en la puerta de la parroquia. El padre, que ni se acuerda de que ¨¦l tambi¨¦n tiene que comer, coloca dos pupitres en una entrada del templo con la distancia de seguridad de dos metros. Un improvisado despacho. En ¨¦l se van sentando los nuevos. Los que hasta marzo pod¨ªan comprar y ahora no. Les entrevista. Les pide el padr¨®n y, por si acaso, dos n¨²meros de tel¨¦fono. ¡°Es muy f¨¢cil enga?ar, pero s¨¦ cuando lo hacen¡±. Argentina Heredia, de 24 a?os, viene con un antifaz azul que le hace de mascarilla. En un mes ser¨¢ madre por cuarta vez.
¨D Buenas, padre. Vengo de Aranjuez.
¨D Hola, hija. ?Cu¨¢ntos sois en casa?
¨D Tres ni?os y el que viene.
¨D Toma. Y esto para que cen¨¦is esta noche.
Su marido era vendedor ambulante y ella ama de casa. Ya no hay ingresos. ¡°El mes que viene os lo acercamos nosotros¡±, le dice. S¨ª, porque tambi¨¦n vienen voluntarios que hacen el reparto a domicilio. Son las 17.00. El padre se levanta y muestra otros dos locales donde guarda m¨¢s comida. De camino, y en voz baja, cuenta que todos los d¨ªas recibe 10 pizzas de un restaurante italiano buen¨ªsimo de la capital. ¡°Aqu¨ª la pizza significa Navidad¡±. ?l las va distribuyendo todas las noches por distintos hogares. Los ni?os abren la puerta y lo celebran como un juguete nuevo.
¡°Buenas tardes, padre¡±, ¡°?qu¨¦ tal, padre?¡±, ¡°?todo bien, padre?¡±, le saludan los vecinos mientras cruza un paso de peatones. De repente, una se?ora se acerca y le dice: ¡°Padre, he visto un pato de estos de los parques por la plaza¡±. ?l, incr¨¦dulo, asoma el cuello como una jirafa para vislumbrarlo:
¨D Pues como no se vaya, alguno come hoy pato a la naranja.
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