Viaje a los cuartos secretos del Monasterio del Escorial
Tras la pandemia, las visitas al Real Sitio se han reducido a menos del 10%. A pesar de la baja afluencia de p¨²blico hay espacios que no se abren a la visita y forman parte de un recorrido muy ¨ªntimo por las tripas de la historia
Este cuarto estrecho, forrado de m¨¢rmol jaspeado en tonos rosas que no se aprecian por la oscuridad, y en el que apenas cabe una persona, no se visita. El recorrido pautado del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial evita esta austera estancia donde se fragu¨® el final del llamado imperio espa?ol. Aqu¨ª pasaba las horas Felipe II, aqu¨ª se encontraba con dios. Era su oratorio privado, situado entre su alcoba y el presbiterio de la bas¨ªlica, desde donde, oculto, segu¨ªa los oficios de los Jer¨®nimos, mientras pensaba en la estrategia de la batalla que se convertir¨ªa en su gran derrota. ¡°Aqu¨ª se encerr¨® a meditar durante el verano que mand¨® a la Gran Armada¡±, comenta Almudena P¨¦rez de Tudela, la conservadora del Monasterio. [Fotogaler¨ªa: lo que los turistas no ven en el Monasterio de El Escorial]
Ni el silencio ni el retiro espiritual de esta estancia en la que se aislaba bastaron para calmar la premura y la ira de Felipe II contra la reina Isabel I de Inglaterra, que a?os antes hab¨ªa rechazado convertirse en su esposa. La tensi¨®n entre ambos fue calde¨¢ndose a lo largo de dos d¨¦cadas hasta que las expediciones corsarias de John Hawkings y de su primo Sir Francis Drake hicieron perder la paciencia a Felipe II. El monarca hab¨ªa perdido al almirante ?lvaro de Baz¨¢n, la armada se encontraba mal pertrechada y dise?ada y, a pesar de ello, en mayo de 1588 mand¨® hacerse a la mar a los 130 barcos de la ¡°Grande y Felic¨ªsima Armada¡±, rumbo a la derrota.
El oratorio tiene un altar privado en el que estuvo colocado el dram¨¢tico Cristo camino del Calvario, que Tiziano pint¨® en 1560. Desde 1845 cuelga en el Museo del Prado. Durante los a?os que estuvo en esta diminuta habitaci¨®n, Cristo, envuelto en una tenue luz crepuscular, que cae de rodillas, el ¡°devot¨ªsimo¡± Felipe II debi¨® quedar prendado de aquellos ojos, inyectados en sangre, y al borde de las l¨¢grimas. El padre Sig¨¹enza, monje jer¨®nimo, dej¨® escrito que ¡°en las noches pasaba all¨ª el p¨ªo rey don Felipe buenos ratos, contemplando lo mucho que deb¨ªa al Se?or que tan pesada carga llevaba sobre sus hombros por los pecados de los hombres y los suyos¡±. Es el lugar perfecto para ¡°una majestad oculta¡±, como define Almudena P¨¦rez de Tudela a Felipe II.
El arquitecto Juan de Herrera construy¨® este monasterio palaciego como un mundo paralelo, a la manera en la que act¨²a la literatura y sus creadores en sus obras. Al cruzar la puerta del oratorio el monarca ¡°oculto¡± se plantaba en el altar mayor, el rinc¨®n con m¨¢s Renacimiento por metro cuadrado de este pa¨ªs. Lo que se ve: el imponente retablo de 30 metros de altura, con pinturas de Pellegrino Tibaldi y Federico Zuccaro, la b¨®veda con fresco de Luca Cambiaso, los dos cenotafios con esculturas en bronce dorado del emperador Carlos I y de su hijo hechas por los Leoni, y en la capilla el Cristo crucificado de m¨¢rmol de Benvenuto Cellini.
Pero esta explosi¨®n de lujo esconde un secreto: el camar¨ªn detr¨¢s del altar y de la custodia de cuatro metros de altura, con las peque?as figuras de los cuatro evangelistas de los Leoni pero sin la sagrada forma, que fue robada por los franceses. Tampoco est¨¢ abierto a la vista del p¨²blico: ¡°Es un espacio tan peque?o que apenas cabe un sacerdote¡±, apunta la conservadora, que insiste en el arco¨ªris acompa?ado por ¨¢ngeles, pintado por Tibaldi, en el techo, y en las escenas de la Eucarist¨ªa, en las paredes. Es tan angosto que el arte pareciera quedarse con la respiraci¨®n.
Escribe Rebecca Solnit en El arte de perderse (Capit¨¢n Swing) sobre los beneficios de encontrarse a gusto rodeado de lo desconocido. El arte puede llegar a serlo. Pi¨¦rdete para encontrarte, dec¨ªa Thoreau que no se refer¨ªa a una visita guiada por un museo, sino a uno de sus bosques de Massachusetts (EEUU). Y sin embargo, este monasterio es un laberinto repleto de estancias y pasillos, escaleras y cuartos, por los que en 2019 pasaron 504.004 personas. Ahora, la crisis sanitaria ha convertido las 1.000 visitas diarias en 300, que tampoco llegan a cubrir en estas semanas. ¡°No llegamos al 10% de la ocupaci¨®n habitual¡±, aseguran desde Patrimonio Nacional. Perderse no es dif¨ªcil, a pesar de las catenarias y de que no habr¨ªa vigilantes suficientes para abrirlo al completo al p¨²blico.
Reservada para los sacerdotes y los especialistas con cita previa, la sacrist¨ªa es otro de los espacios donde la intimidad de la historia es conmovedora por su excelente estado de conservaci¨®n, casi cinco siglos despu¨¦s. Solo abre al p¨²blico el ¨²ltimo domingo de septiembre y ese d¨ªa acceden unas 300 personas. Es un espacio funcional que siempre se decor¨® con mucha atenci¨®n, bajo los signos de los Austrias, y bajo la atenta mirada de Juan de Herrera, que dise?¨® una cajonera inmensa, con cajones de dos metros para poder guardar los ornamentos lit¨²rgicos, por petici¨®n del rey, que quer¨ªa que las casullas se custodiaran bien extendidas, sin dobleces ni arrugas. Las que usan los sacerdotes actuales cuelgan de un burro, apartado junto a la pared.
El descendimiento, de Roger Van der Weyden, propiedad de Patrimonio Nacional que cuelga en el Prado, estuvo en esta sala. El calvario, tambi¨¦n del pintor flamenco, y joya de la corona de las Colecciones Reales (que puede contemplarse en el museo de pintura escurialense), presidi¨® este altar hasta que Vel¨¢zquez lo cambi¨® por La perla, de Rafael, obra favorita de Felipe IV. Antes de entrar, los monjes se desvisten y purifican en la antesacrist¨ªa, que conserva la monumental fuente de m¨¢rmol de Herrera, con los colgadores de las casullas y la siller¨ªa en la que se cambian. En una de las paredes, una de las dos Santa Margarita, que pint¨® Tiziano. Una vez vestidos para el oficio, los monjes caminan hacia el coro, suben dos plantas de escaleras y atraviesan la tribuna que corre por las alturas hasta llegar a la impresionante siller¨ªa de madera, en la que los 35 monjes que todav¨ªa mantienen los oficios no son ni la cuarta parte de los que se sentaron bajo la b¨®veda de Luca Cambiaso, que tuvo una ca¨ªda mortal del andamio mientras la pintaba
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