Lara Moreno y la ciudad en disputa
La escritora reflexiona en ¡®Deshabitar¡¯ acerca del problema de la vivienda mediante un recorrido por los 12 lugares de Madrid en los que ha vivido
Ya ha ca¨ªdo el sol, pero el asfalto guarda el calor acumulado de toda la jornada. Lara Moreno (Sevilla, 42 a?os) se sienta en la terraza del mismo bar que sirvi¨® como prolongaci¨®n de su min¨²sculo sal¨®n cuando viv¨ªa en la Plaza de la Paja. Aquel fue el ¨²ltimo piso de los 12 que ha alquilado en la capital, adonde lleg¨® all¨¢ por 2003 subida en un Volkswagen destartalado con matr¨ªcula del sur. La poeta y escritora revisita en Deshabitar (Destino) los lugares en los que deshizo las maletas y empez¨® de nuevo, estruj¨® sus ingresos de correctora por cuenta propia, se entreg¨® al amor y crio a su hija. Un relato sosegado que espolvorea con citas de prensa y datos macroecon¨®micos.
¡°Pagas una mensualidad porque la propiedad en la que vives no te pertenece, pero yo siempre me he sentido due?a de mis casas. Quiz¨¢ porque uno se tiene que sentir due?o de algo, al menos de forma temporal¡±, cuenta la autora, mientras apura los cigarrillos de liar casi en cadena. El origen de su primer ensayo se encuentra en una tribuna que firm¨® para este diario, despu¨¦s de que el due?o de su piso rasgara el contrato de alquiler porque necesitaba alojar a un familiar. Moreno entr¨® en p¨¢nico. En apenas cuatro a?os los precios de La Latina se hab¨ªan puesto imposibles para una madre separada. Asumi¨®, entonces, mudarse al otro lado del r¨ªo, esa frontera natural que hasta ahora la gentrificaci¨®n no se ha atrevido a cruzar.
Superada la ansiedad inicial, ech¨® n¨²meros y advirti¨® que, por primera vez, sal¨ªa m¨¢s barato comprar una vivienda que alquilarla. ¡°Soy consciente de mi privilegio. Me lo plantee porque mi familia quiso ayudarme con la entrada del piso¡±, confiesa. Moreno se trag¨® sus palabras contra la cultura de la propiedad y el capitalismo del ladrillo y acept¨® el ofrecimiento. Porque pod¨ªa, dice. En la decisi¨®n pesaron la incertidumbre y la sensaci¨®n de inseguridad. ¡°Nadie me garantizaba que no fuera a pasarnos lo mismo en uno o dos a?os. El movimiento febril que hay en esta ciudad con respecto a la vivienda dificulta echar ra¨ªces en un sitio, impide la estabilidad¡±, sostiene la autora de un texto meticuloso y fotogr¨¢fico.
En sus p¨¢ginas describe los pasillos estrechos y l¨²gubres recorridos hasta encontrar la casa que compr¨® en Marqu¨¦s de Vadillo, donde el barrio de Carabanchel desciende hasta el agua dulce. Un cuarto sin ascensor, pero con calefacci¨®n e iluminado por la luz del sol. ¡°Noto que ya no vivo en el centro de la capital por la limpieza deficiente de las calles y el descontrol de coches, apelotonados por todas partes. En mi barrio habita mucha gente que no suele importarle a nadie, por eso est¨¢ m¨¢s sucio y es m¨¢s feo. Pero es un barrio, como otros, lleno de vida y muy humano en su dolor. La torre de Babel que un d¨ªa fue el colegio de mi hija en La Latina, antes de que todo cambiara¡±, asegura.
¡°He vendido mi alma al diablo y ahora soy propietaria. Bueno, en realidad solo cambia qui¨¦n me puede echar de casa: antes era el casero y ahora el banco¡±, ironiza la escritora. Las razones del problema de la vivienda en nuestro pa¨ªs son m¨²ltiples, y su origen, dif¨ªcil de desentra?ar. En Deshabitar, Moreno echa mano de economistas y soci¨®logos que lo vinculan a la reestructuraci¨®n del sistema financiero. Los fondos de inversi¨®n internacionales adquirieron importantes parques inmobiliarios a bajo precio tras la crisis econ¨®mica, generando un ciclo alcista que en la capital ha incrementado el precio del alquiler un 35% en el ¨²ltimo lustro, seg¨²n los datos de Idealista, el mismo portal por el que Moreno naveg¨® una y mil veces.
La autora deslizaba su dedo ¨ªndice por la pantalla del m¨®vil descifrando eufemismos. Interior resolutivo. Bajo luminoso. Acogedor loft. ¡°Me instal¨¦ la aplicaci¨®n en el tel¨¦fono. Idealista era mi red social¡±, recuerda. El sistema se asemejaba al de una subasta. ¡°Tienes que pensar muy r¨¢pido, confiar en tu intuici¨®n y despu¨¦s borrar la app para evitar comprobar que has cometido un tremendo error¡±, recomienda. Las visitas a pisos eran rel¨¢mpago, siempre bajo la amenaza de que otros pretendientes tomaran la delantera y apalabraran un acuerdo con el comercial, incluida la entrega de una se?al. ¡°En cinco minutos calculas si te caben los muebles, inspeccionas las habitaciones y decides. Debe ser as¨ª, porque en las escaleras te cruzaste con otro visitante y cuando las bajes de nuevo habr¨¢ m¨¢s¡±, evoca.
Estos meses, Moreno ha recordado las verg¨¹enzas de aquellos apartamentos. Poco espacio, humedades, falta de ventilaci¨®n y de luz natural. Se imagin¨® viviendo entre esas cuatro paredes mientras rigi¨® el encierro masivo. ¡±Las casas de Madrid no est¨¢n hechas para confinarse. Est¨¢n hechas para descansar un rato despu¨¦s de trabajar. De pronto, el piso que nos esmeramos en decorar devino en una c¨¢rcel¡±, sostiene. La escritora desconf¨ªa de que la crisis sanitaria traiga una transformaci¨®n del modelo global de ciudad, ese que auspicia la infravivienda, los precios desorbitados o las dos cosas a la vez. ¡°Creo que la humanidad aprende a golpe de derrumbe. Es muy dif¨ªcil construir sin derribar antes. Lo que s¨ª se puede es legislar ciertos aspectos¡±, concede.
En el sur de la capital, donde reside, el virus se ha cebado con inquina. ¡°Los vecinos est¨¢n expuestos a m¨¢s riesgos, porque en general tienen que coger cada d¨ªa el transporte p¨²blico para ir al trabajo. En Carabanchel se hace complicado mantener la distancia de seguridad. Las aceras son estrechas, y la densidad de poblaci¨®n, elevada. Los pobres son siempre los peor parados¡±, defiende. En su primera novela, Por si se va la luz (Lumen), Moreno ide¨® una era asfixiante, dominada por la paranoia y con ciertos rasgos similares al presente pand¨¦mico. La historia arranca con la imagen de Mart¨ªn y Nadia llenando sus maletas de lo imprescindible para abandonar la ciudad y marcharse a una aldea abandonada.
Los dos eligen objetos y recuerdos casi al azar. Una amenaza sin nombre ni forma concreta se cierne sobre la civilizaci¨®n y aquel pueblucho ofrece la posibilidad de escapar al apocalipsis. El relato tiene algo de premonitorio, reconoce la autora. Tambi¨¦n ahora, explica, hay quien mira al campo. ¡°El coronavirus ha dejado al descubierto las contradicciones de la ciudad. Hemos vaciado los pueblos de Espa?a y estos meses amagamos con llenarlos de nuevo, porque Madrid se antoja a¨²n m¨¢s inhumana¡±, anota. Al igual que sus personajes, ella tambi¨¦n hizo el equipaje y busc¨® refugio en una casa propia. Un techo que proteja de la lluvia, sin ocultar del todo las estrellas.
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