El universo interior de Andrei
La historia de un ni?o de ocho a?os y su madre boliviana ilustra la tormenta que se cierne sobre el sur de la capital con la crisis del coronavirus
Andrei quiere ser youtuber. Fantasea con jugar en l¨ªnea ante un p¨²blico fiel que le enriquezca. Como hace su adorado Plech, un invencible adolescente mexicano que prospera en la econom¨ªa de creadores gracias a cinco millones de seguidores en la Red. La diferencia entre uno y otro es que Andrei carece de lo m¨¢s b¨¢sico para triunfar en la profesi¨®n: conexi¨®n a internet y un ordenador. Su familia no puede pagarlo. ¡°Si me hiciera famoso le dar¨ªa dinero a mam¨¢¡±, suspira este chaval de Villaverde de ocho a?os al salir del colegio. En su mochila caben m¨¢s pesares que libros de texto.
El mundo que conoce Andrei se tambalea. Sus padres planean separarse. ?l es un pe¨®n de obra rumano al que solo a veces le surgen chapuzas menores. Entra y sale de casa como un fantasma. Ella, nacida en Bolivia, se llama Karen y acaba de perder su empleo de cocinera a causa de la crisis sanitaria. Una carta dinamit¨® del todo la relaci¨®n matrimonial: el contrato del piso alquilado donde viven finaliz¨® el mes pasado y su propietaria rechaza renovarlo. Quiere venderlo en previsi¨®n de un futuro que augura desolador. El abogado de oficio que ha conseguido Karen defiende que no puede echarlos de un mes para otro despu¨¦s de casi nueve a?os como inquilinos. Siempre pagaron la renta de 400 euros y les ampara adem¨¢s la moratoria gubernamental en materia de desahucios. Una circunstancia que no disuade a la madre de empaquetarlo todo. Por si acaso.
¡°Es muy dif¨ªcil mantener una relaci¨®n cuando suceden tantos problemas a tu alrededor¡±, cuenta Karen, de 45 a?os. ¡°Andrei se entera de todo. Es muy listo, aunque algo distra¨ªdo e introvertido¡±, prosigue. Como respuesta a todos esos cambios, el ni?o parece cobijado en las musara?as. Ha inventado su propio universo interior: una mezcla de c¨¢lculo matem¨¢tico para Primaria, estrellas de YouTube y dibujos animados. Su profesora relata que el colegio es para ¨¦l como un oasis de calma en mitad de la tempestad emocional. Cuando en marzo ese refugio cerr¨® a causa del estado de alarma, Andrei tuvo que apa?¨¢rselas en casa. Una vecina lo cuidaba por tres euros la hora hasta que su madre volv¨ªa del restaurante a las ocho de la noche.
Entonces Karen venc¨ªa al cansancio con un ¨²ltimo esfuerzo y lo ayudaba a terminar los deberes, que fotografiaban y enviaban por WhatsApp a la profesora. Para la asignatura de educaci¨®n f¨ªsica grababan juntos ejercicios y coreograf¨ªas. Madre e hijo utilizaban una tarjeta prepago de internet. Cada semana la recargaban con cinco euros en el mismo locutorio al que se dirigen muchos d¨ªas despu¨¦s del colegio. Se encuentra a dos manzanas de su casa, en Villaverde, el tercer distrito de la ciudad m¨¢s afectado por el desempleo. Con la crisis sanitaria el paro ha registrado aqu¨ª un aumento del 25%. Quiz¨¢ por eso el due?o del establecimiento ha congelado los precios. Usar el ordenador durante un cuarto de hora cuesta 20 c¨¦ntimos.
Mientras Karen consulta el portal del Servicio P¨²blico de Empleo Estatal (SEPE) en el locutorio, Andrei se entrega a los v¨ªdeos en la pantalla contigua. Su youtuber de cabecera rese?a fen¨®menos virales ¡ªdesde memes hasta chistes o recetas de cocina¡ª y ¨¦l llega a pasar horas enlazando una recomendaci¨®n con otra. El l¨ªmite a semejante pasi¨®n lo establecen las monedas que su madre lleve ese d¨ªa en el bolsillo. Reflejadas en los ojos de Andrei, las historias que pueblan la Red parecen de otro mundo. En ellas proliferan j¨®venes personalidades, presumiblemente libres de preocupaciones, que graban sus mon¨®logos desde dormitorios reci¨¦n pintados, luminosos y equipados con muebles de estilo n¨®rdico. Nada que ver con el desvencijado bajo interior en el que viven Karen y Andrei.
¡°Alg¨²n d¨ªa conseguir¨¦ una casa genial. Pero todav¨ªa no, todav¨ªa no quiero irme del piso donde vivo¡±, deja caer el chico, sentado frente al ordenador. A veces coge aire con dificultad. Andrei fue un beb¨¦ sietemesino que naci¨® en Madrid con insuficiencia respiratoria. Su primera visi¨®n de la vida fue a trav¨¦s del cristal de la incubadora. Pas¨® un a?o entero en el hospital a causa de la enfermedad. Al milagro de su supervivencia precedieron nueve abortos. Karen colg¨® de la cuna un rosario de cuentas blancas que todav¨ªa conserva. Su fe, dice ella, permanece intacta. Por eso quiere que el chaval se prepare para recibir la primera comuni¨®n. Juntos suelen acudir a misa los domingos. All¨ª contactaron con Mensajeros de la Paz, la asociaci¨®n del padre ?ngel.
Karen enfila cada d¨ªa el camino hacia el comedor social que la entidad tiene en Villaverde. All¨ª recoge fruta y verdura, t¨¢pers con platos preparados y leche. Necesitar¨¢ de esa ayuda, al menos, hasta que ingrese por primera vez la prestaci¨®n por desempleo y el finiquito. Ella sospecha que su jefe solo la dio de alta en la Seguridad Social por media jornada, pese a que trabajaba ocho horas en el restaurante. De ser as¨ª, percibir¨¢ un paro mucho menor de lo esperado. El asunto est¨¢ en manos de otro abogado, distinto al que se ocupa del desahucio. En cuesti¨®n de d¨ªas su vida se ha convertido en materia de estudio para trabajadores sociales y togados. Rellena impresos, se asoma a ventanillas, guarda colas y hace largas llamadas.
No es la ¨²nica. Los primeros s¨ªntomas de la crisis que viene se hacen notar en el barrio. El trabajo escasea. Cuando Karen y Andrei regresan a casa, se oye una pelea en los billares que hay junto a su portal. Dos tipos salen del local entre empujones y a pu?etazo limpio. ¡°?Ves? El ambiente se siente m¨¢s tenso¡±, constata ella. A pocos metros una vecina le pide algo de pollo que echar al caldo de la cena. Karen contesta que no est¨¢ para ayudar a nadie; m¨¢s bien para que la ayuden a ella. Detenidas en la acera, ambas se r¨ªen y charlan sobre la familia del otro lado del charco. Andrei suelta la mano de su madre y se sienta en un banco cercano, donde consulta unas esmeradas anotaciones en la agenda escolar. Al cerrarla, muestra una frase impresa en la portada: No bad days. ¡°V¨¢monos a casa, estoy cansado¡±, le pide a su madre.
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