De pipas, chuches y otras historias
En la infancia disfrut¨¢bamos del az¨²car y ahora hemos pasado a la comida eco, bio y org¨¢nica

La acci¨®n de comer pipas en un parque es algo que se forja con el tiempo y una buena orientaci¨®n barrial. No surge de la nada o por imitaci¨®n. Hay un entrenamiento de docenas de meses para llegar hasta ese punto de comuni¨®n con el mobiliario urbano.
El aprendizaje, en mi infancia, requer¨ªa visitas habituales a los frutos secos. Yo fui cada semana durante un mont¨®n de tiempo, justo despu¨¦s de misa. Cuando iba a misa. Me daban cinco duros para echar en el cepillo y el resto, un m¨¢ximo de cien pesetas, era para m¨ª.
Sal¨ªa de la iglesia con hambre de consumo, portando mis mejores galas, que ser¨ªan las peores a d¨ªa de hoy, con vestidos de esos que ten¨ªan nido de abeja o babero y los calcetines calados blancos estirados. Para culminar, zapatos de domingo. Ropa de boutique de barrio, ya me entienden.
Y as¨ª, arregladas, mis amigas y yo recorr¨ªamos la distancia que hab¨ªa entre el templo y la tienda de frutos secos. No ¨¦ramos las ¨²nicas, ej¨¦rcitos de ni?as y ni?os de la localidad caminaban en la misma direcci¨®n. En la actualidad resulta raro por esta zona ver a gente de esa edad, unos siete a?os, pasear sin vigilancia materna o paterna.
En cualquier caso, ser¨ªa dif¨ªcil encontrar una escena parecida dado que, aunque todav¨ªa hay, quedan pocos frutos secos como los de antes. Dispon¨ªan de un mont¨®n de urnas transparentes en las que como el propio nombre del establecimiento indica pod¨ªan encontrarse cacahuetes, avellanas y almendras (a los anacardos o las nueces de macadamia les quedaban lustros para colarse en nuestras vidas). Por supuesto, y las recuerdo, babeando, no pod¨ªan faltar las t¨ªpicas patatas de churrer¨ªa, cortezas sobrias y gusanitos, a los que llamaban ganchitos fueran o no de esa marca, f¨¢cilmente identificables por ese color naranja que no existe en la naturaleza, por su capacidad para colorear las superficies m¨¢s resistentes a cualquier tinte y adherirse a los dedos durante siglos. Luego estaban las chucher¨ªas: besitos, tel¨¦fonos, se?ales, dentaduras, lenguas de gato, regalices, caramelos al kilo o nubes que quem¨¢bamos con mecheros que ni idea de d¨®nde los sac¨¢bamos. Yo he sido siempre una devota de los chicles. Salieron unos que dejaron atr¨¢s el menta y fresa cl¨¢sicos y apostaron por la clorofila, la fresa y la manzana ¨¢cidas. No contentos con eso, dise?aron uno kilom¨¦trico que ten¨ªa forma de manguera y que pod¨ªas ir consumiendo poco a poco o llenarte la boca. Depend¨ªa de la gula que tuvieras.
Eso s¨ª que eran sensaciones fuertes: az¨²car y caucho sint¨¦ntico para nuestros dientes de leche o reci¨¦n estrenados. No s¨¦ por qu¨¦ se inventaron lo de la droga en los cromos si ya est¨¢bamos enganchados. Luego vinieron las consecuencias, claro. A esas alturas de la historia, simplemente disfrut¨¢bamos desoyendo a los mayores que nos dec¨ªan ¡°no te hinches a golosinas, que despu¨¦s no vas a querer comer¡±. Nos comentaban lo mismo cuando nos mandaban a hacer recados, sin embargo, nos animaban a quedarnos con las vueltas. Ante mensajes contradictorios, opt¨¢bamos por inflarnos a chuches y bolsas de pipas saladas que devor¨¢bamos en alg¨²n banco.
Normal que ahora nos d¨¦ por la comida eco, bio y org¨¢nica. Hay muchos frutos secos que entran en esas categor¨ªas. Los bancos, m¨¢s aun los reciclados que est¨¢n fabricando ¨²ltimamente, por descontado.
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