La f¨¢bula de los canaperos
Parece mentira que hace cien a?os, es decir, all¨¢ por marzo, compr¨¢semos provisiones porque se acercaba el apocalipsis alimentario
Antes de la aparici¨®n del coronavirus merodeaba por las galer¨ªas de arte una especie animal que raramente compraba obra pero que iba a las inauguraciones en busca de la principal vianda que les manten¨ªa vivos: el canap¨¦. El coronavirus se ha llevado por delante los eventos y con ellos un eslab¨®n de la cadena tr¨®fica capitalina esencial para los profesionales del sector creativo. Yo recuerdo que en la resaca de la crisis de 2009 ten¨ªan muy buena reputaci¨®n los saraos de un escultor que pon¨ªa en la apertura de sus exposiciones un jam¨®n buen¨ªsimo, porque encargaba el catering al Land¨®, donde todav¨ªa cortan las lascas de ib¨¦rico con mimo de ebanista.
He de reconocer que algunos de los momentos culinarios m¨¢s sublimes de mi vida se los debo a mi profesi¨®n. Los periodistas y profesionales de la comunicaci¨®n hemos dominado muy bien desde siempre el arte del buen vivir sin tener excesivo parn¨¦. Piensen si no en el celebrad¨ªsimo Julio Camba, quien residi¨® toda su vida en el Palace, aunque muy pocas veces se cuente que la habitaci¨®n que ocupaba era el cuarto de la plancha. ?Qu¨¦ m¨¢s dar¨ªa? A ¨¦l le serv¨ªa para entrar por el portal¨®n, donde estaban los botones con chistera, y decir que estaba alojado all¨ª, que al final es lo que le ha importado a cierta fauna de las grandes urbes durante mucho tiempo: decir, m¨¢s que hacer; aparentar, m¨¢s que tener; comer y sobre todo beber.
Parece mentira que hace cien a?os, es decir, all¨¢ por marzo, compr¨¢semos provisiones porque se acercaba el apocalipsis cibal (en uno de tantos arrebatos temerosos yo un d¨ªa baj¨¦ al mercado a por 10 kilos de lentejas) y ahora que se termina esta centuria llamada 2020 las alegres cu?as radiof¨®nicas de las grandes cadenas de supermercados hagan ofertas de capones y percebes como si aquel p¨¢nico por el abastecimiento alimentario hubiese sido solo un mal sue?o o una performance art¨ªstica.
Las colas de los comedores sociales, que siguen ah¨ª, se han convertido en tal cosa, de hecho. El artista Santiago Sierra grab¨® en mayo y junio las filas de miles de personas que acud¨ªan a por v¨ªveres ante la crisis del covid-19 y el mes pasado expuso el metraje en la galer¨ªa Helga de Alvear. Cada copia se vend¨ªa por 30.000 euros. Hace 65 a?os, all¨¢ por abril, mientras cientos de enfermos se estancaban en las UCIS luchando con la muerte nosotros nos encerr¨¢bamos en nuestras cocinas a celebrar la vida. Amasar pan, hacer guisos, probar salsas, catar vinos, era nuestra forma de conjurar el virus. Ahora que las noches son m¨¢s largas que el d¨ªa, no nos quedamos en casa y los restaurantes de Madrid se llenan de glotones de esos que antes frecuentaban saraos. No es casualidad que a la gula se le llame pecado capital. La pregunta es cu¨¢nto tiempo podremos seguir pagando. La mala salud y el hambre, como el amor o el olor a podrido, no se pueden disimular.
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