Desaparezca aqu¨ª
A¨²n me niego a creer que el lugar en el que crec¨ª es el pueblo con peor suerte de Espa?a
En el pueblo con peor suerte de Espa?a el principal atractivo es una laguna de agua inm¨®vil, como muerta. Permanece en silencio lamiendo la arena gris con la cadencia de unas mareas inofensivas. De vez en cuando, una gaviota rasga su superficie con el nervio de un animal hambriento. De vez en cuando, las garzas blancas se quedan quietas en la costa, solo mirando el fondo marino o el reflejo del sol en el agua.
En el pueblo con peor suerte de Espa?a abundan los carteles de ¡°Se alquila¡± y ¡°Se vende¡± y ¡®¡±Se traspasa¡±. Proliferan los negocios naufragados, los locales desangelados, restos de las tiendas que alg¨²n d¨ªa fueron y de las que ahora, con suerte, solo quedan un par de maniqu¨ªes sin brazos, piernas ni cabeza, tirados tras el cristal del escaparate.
En el pueblo con peor suerte de Espa?a quedan pocos bares. Quedan pocos restaurantes abiertos. Pocos hoteles que acojan a los veraneantes, turistas o viajeros extraviados. Las calles est¨¢n casi siempre desiertas.
En el pueblo con peor suerte de Espa?a las casas, garajes, bajos y cocheras se cierran con puertas y barreras de metal herm¨¦ticas anti inundaciones. Las placas se fabrican a medida y se levantan como un fuerte contra la lluvia que puede arrastrar toda tu vida, llenarla de barro, dejarla inutilizable.
Ahora que soy yo la que vuelve a casa desde Madrid, cuando llego al pueblo y veo la luz dorada y la laguna en calma, me doy cuenta de que estoy en mitad de un lugar que ha empezado a desintegrarse.
Pero el pueblo con peor suerte de Espa?a no siempre tuvo ese apelativo. Hace apenas cinco a?os, Los Alc¨¢zares era una joya fulgurante, la perla central de la corona murciana que siempre ha sido el Mar Menor. Yo recuerdo esos d¨ªas. Recuerdo el ruido. Las noches de verano c¨¢lidas y h¨²medas, el pelo empapado de brisa. El olor del mar en las fosas nasales. Los veraneantes brit¨¢nicos, holandeses, alemanes y los menos ex¨®ticos, para nosotros los ni?os locales, eran los murcianos de capital o los madrile?os.
Luego vinieron las gotas fr¨ªas que ahora son DANAS. Tres riadas seguidas y el precio de las casas cay¨® en picado. El pueblo dej¨® de llenarse de gente. La estocada final vino por obra y gracia del virus: desde hace meses, Los Alc¨¢zares es el ¨²nico pueblo confinado de la Regi¨®n de Murcia. Los hosteleros acababan de limpiar el barro de las ¨²ltimas inundaciones cuando les prohibieron volver a abrir por miedo a los contagios.
Ya no vienen ni los brit¨¢nicos, ni los holandeses, ni los alemanes, ni los murcianos, ni los madrile?os. Y ahora que soy yo la que vuelve a casa desde Madrid, cuando llego al pueblo y veo la luz dorada y la laguna en calma y oigo solo el rumor de las hojas de palmera mecidas por el viento, me doy cuenta de que estoy en mitad de un lugar que ha empezado a desintegrarse. Que acabar¨¢ cayendo en el olvido, desapareciendo para siempre. Me doy cuenta de que yo tambi¨¦n podr¨ªa desaparecer aqu¨ª. Pero me niego a hacerlo. A¨²n me niego a creer que el lugar en el que crec¨ª es el pueblo con peor suerte de Espa?a. A¨²n conf¨ªo en que alguien pueda arreglarlo.
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