Entre piraguas, Pardo Baz¨¢n y Almod¨®var
?Tan dif¨ªcil es comprender que los madrile?os quieren aire limpio y que no desean la contaminaci¨®n corriendo dentro de sus propios cuerpos?
Los surcos del agua se van expandiendo al ritmo de las paladas de los pirag¨¹istas, que se deslizan entre los patos. De vez en cuando hablan entre ellos, se lanzan frases de remo a remo. En el embarcadero, un grupo de estudiantes espera su turno. Al borde, un despistado lector se sumerge a su manera entre palabras, al solecito de mayo. En las terrazas se despliegan los manteles blancos. Y al fondo, como si fuera una ilusi¨®n marina, aparecen el Palacio Real, la Almudena y la Torre de Madrid. Se puede parar el mundo ahora, que me pilla en el lago de la Casa de Campo.
Respirar, respirar, respirar. Llenarse los pulmones de vida, de eso que hemos aprendido tanto en apenas un a?o. Hay que releer varias veces los titulares para dar cr¨¦dito, el Tribunal Supremo confirma la anulaci¨®n de Madrid Central, ese recurso que se le ha vuelto en contra al propio alcalde. ?Tan dif¨ªcil es comprender que los madrile?os quieren aire limpio y que no desean la contaminaci¨®n corriendo dentro de sus propios cuerpos? ?Por qu¨¦ tiene que ir al contrario de las grandes urbes europeas? Respirar, respirar, respirar.
?Tan dif¨ªcil es comprender que los madrile?os quieren aire limpio y que no desean la contaminaci¨®n corriendo dentro de sus propios cuerpos? ?Por qu¨¦ tiene que ir al contrario de las grandes urbes europeas?
De vuelta de la Casa de Campo, hay otro peque?o oasis en plena calle de la Princesa. Lleva por nombre el Jard¨ªn de las Feministas, tan reconfortante como su propio significado. Miro de frente a Emilia Pardo Baz¨¢n, que estos d¨ªas est¨¢ de conmemoraci¨®n por el centenario de su muerte. Le han puesto flores a los pies, que son para ella y para todas las mujeres por las que luch¨®. A sus espaldas, vigiladas por el Palacio de Liria, un grabado en la piedra que pasa desapercibido: ¡°Monumento erigido por suscripci¨®n entre las mujeres espa?olas y argentinas, patrocinado por la duquesa de Alba¡±.
Pasado y presente, realidad y ficci¨®n. Ah¨ª est¨¢ cerca la madrile?a Paloma Polo, en la galer¨ªa Sabrina Amrani, que en estos recuperados d¨ªas nos ense?a el mundo a trav¨¦s de eclipses solares y siguiendo los pasos, en vidrio y fotograf¨ªa, de sir Arthur Stanley Eddington en la isla de Pr¨ªncipe hace tambi¨¦n un siglo. Pero ella mira m¨¢s all¨¢, detr¨¢s, recordando la vida de los esclavos a los que nadie puso nombre. Las historias m¨¢s duras son las que no queremos contar.
Doblando un par de esquinas detr¨¢s de Pardo Baz¨¢n¡ pasa algo. Grandes focos, figurantes vestidos de punkis y de monjas, walkie-talkies, maquilladores, cables, burros llenos de ropa, c¨¢maras, mesitas con bocadillos. Se escucha. ¡°?Acci¨®n!¡±. Es Pedro Almod¨®var en una esquina de la plaza de las Comendadoras con la calle Qui?ones, en plena creaci¨®n. Y le da indicaciones a Pen¨¦lope Cruz, sentada en una mesa del Caf¨¦ Moderno. Gracias, ciudad, por estos momentos inesperados con madres paralelas. Algunos vecinos esp¨ªan desde sus ventanas y hacen fotos furtivas al caer la noche. Pura ley del deseo, un laberinto de pasiones, abrazos rotos, dolor y gloria. Ya lo dec¨ªa do?a Emilia: ¡°Madrid es audaz, jaranero y curioso¡±.
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