Perderse lo importante
Madrid ha recobrado su idiosincrasia: el tr¨¢fico ahoga plazas, o¨ªdos y aire
Las tres mayores redes sociales se desvanecieron y uno no sab¨ªa si echarse a temblar o sentir un enorme alivio. Fue ganando peso lo segundo. En esas horas de desconexi¨®n era dif¨ªcil no acordarse de aquel chiste de Forges tan forgiano, el del tipo que se presenta en comisar¨ªa y anuncia: ¡°Soy el que invent¨® los grupos de WhatsApp, vengo a entregarme¡±.
El verbo ¡°desconectar¡± ha adquirido en este tiempo una nueva variedad sem¨¢ntica. Cuando nos vamos de vacaciones, ya apenas decimos que queremos descansar o relajarnos: nuestro objetivo es ¡°desconectar¡±. ¡°?Has desconectado?¡±, nos preguntan al regreso para saber si nos ha ido bien. Es por eso que aquellas horas sin redes, con todos los chats enmudecidos, resultaron indudablemente un descanso.
Al d¨ªa siguiente, en el Congreso de los Diputados algunos periodistas buscaban una chispa de dramatismo preguntando a todo portavoz pol¨ªtico que se pon¨ªa por delante c¨®mo hab¨ªa vivido el apag¨®n. Nadie fue capaz de decir que se hubiese perdido nada importante. En esas est¨¢bamos la mayor¨ªa, cayendo en la cuenta de que no nos perd¨ªamos nada importante, comprobando que la realidad segu¨ªa a su ritmo, bastante menos vertiginoso que el de las redes sociales, hasta que la conexi¨®n se recuper¨® y nos pusimos a chatear como locos. El incidente solo sirvi¨® para imaginar un mundo sin redes y no parece que haya consenso en que resultar¨ªa un lugar peor.
Hay veces en que el mundo da la impresi¨®n de que se va a detener -detener no se detiene nunca- y nos arroja en brazos de la imaginaci¨®n sobre lo que pudo haber sido y no fue. Ya nos ocurri¨® con la pandemia, lo m¨¢s parecido a una parada total del mundo. Las primeras im¨¢genes de las ciudades desiertas nos golpearon con terror. Pero cuando pudimos empezar a salir, a pasear sin tener que abrirnos paso entre muchedumbres, a escuchar el genuino rumor de las calles -ya olvidado tras a?os bajo el rugido incansable del tr¨¢fico- , a reconquistar los territorios que nos hab¨ªan arrebatado los coches, pudimos imaginar una ciudad as¨ª. Y tampoco parece que fuese un lugar peor.
Los peque?os apocalipsis van pasando, las enso?aciones se las lleva el viento y al final siempre volvemos a esa vieja normalidad que en un rasgo de humor se quiso llamar nueva. En Madrid ya casi no queda rastro visible de la pandemia. Las calles vibran, en el centro bulle el eterno hormiguero, la gente se apretuja hasta lo inveros¨ªmil en los vagones del metro, los estadios se llenan y los atascos de tr¨¢fico ahogan las plazas, los o¨ªdos y el aire. Parafraseando a nuestra presidenta, Madrid ha recuperado su idiosincrasia. Y nosotros tan felices, como en ese instante en que las redes sociales volvieron a la vida y nos abalanzamos a nuestras pantallas para comprobar que no nos hab¨ªamos perdido nada importante.
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