El chalecito de Ver¨®nica Forqu¨¦
Pepa y Pepe se mudaron de provincias a Madrid porque encontraron un chalecito en una colonia formada por coquetos adosados de estilo neomud¨¦jar, con ladrillos de colores, azulejos con dibujos y miradores de madera que existe de verdad
Dice Gloria Steinem en La verdad te har¨¢ libre pero antes te cabrear¨¢, un librito golosina lleno de frases dignas de cincel, que la verdadera funci¨®n que cumple la familia es la de obligarnos a relacionarnos con personas que en ninguna otra circunstancia vital habr¨ªamos elegido libremente como compa?¨ªa e imponernos el complicado ejercicio de aceptar, incluso querer, a los que piensan de forma radicalmente diferente a la nuestra. Estos pueden ser los mismos que, por el hecho de habernos dado la vida, nos hagan tragar con opiniones atroces.
Los que han tenido especial mala suerte con la loter¨ªa consangu¨ªnea y han tenido que soportar crueldades mucho mayores que una disparidad de criterios, se agarran con especial fe a la idea de la ¡°familia escogida¡± que solo es una forma un poco pomposa de llamar a los amigos. Seguramente pecan de ingenuos los que conf¨ªan en que eligiendo con quir¨²rgicos criterios propios de agencia de recursos humanos a los miembros de su c¨ªrculo de confianza van a ser necesariamente m¨¢s afortunados.
Uno tiende a pensar siempre que las familias de los dem¨¢s son m¨¢s normales que la propia, sobre todo durante la adolescencia, que es ese momento en el que nos volvemos gatos poliamorosos y buscamos refugio en casas ajenas. En mi caso, la familia a la que iba a refugiarme cuando las cosas en la m¨ªa no sal¨ªan exactamente como yo quer¨ªa, no era perfecta, como la de los empalagosos Hollister a los que me entregu¨¦ durante mi ni?ez, ni absolutamente disfuncional, como los Roy de Succession, a cuyas intrigas perversas sucumbo algunas noche de 2021.
A m¨ª la familia que me encantaba ¡ªporque en realidad era una versi¨®n hiperb¨®lica y pop de la m¨ªa¡ª era la que hab¨ªan fundado Pepa y Pepe. Ella, una madre anormalmente exc¨¦ntrica para los est¨¢ndares de aquel tiempo, ¨¦l un padre animalista y m¨¢s bien vagoneta. Ambos toleraban un simp¨¢tico caos al que contribu¨ªan con sus pataletas Mar¨ªa Ad¨¢nez, aspirante a pija, diosa de Levi¡¯s 501, mujercita siempre pendiente del tel¨¦fono fijo; Silvia Abascal, candidata a grunge, musa de botas Doctor Martens, chavalina cuyo Aleph ten¨ªa forma de walkman y Carlos Vilches, t¨ªpico ni?o coleccionador de cromos protoheteruzo. Habitaban todos ellos la que era la verdadera protagonista de la historia: la casa. Pepa y Pepe se mudaron de provincias a Madrid porque encontraron un chollo en una colonia formada por coquetos adosados de estilo neomud¨¦jar, con ladrillos de colores, azulejos con dibujos y miradores de madera soportados por finas columnas de forjado en los que el adorno natural era un loro. Las familias funcionales no, pero la casita de Pepa y Pepe existe en la vida real: se construy¨® a finales del siglo XIX en La Guindalera, el barrio donde sol¨ªan vivir los obreros que daban servicio al barrio de Salamanca, y es un conjunto de viviendas que bajo el nombre de Madrid Moderno, dio refugio a unas cuantas generaciones afortunadas. En ese chalecito destartalado con el que so?¨¦ de adolescente est¨¢ ahora mismo durmiendo la siesta Ver¨®nica Forqu¨¦.
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