El color del Madrid de Maruja Mallo
La pintora de la generaci¨®n del 27 se mud¨® a la capital con solo 20 a?os, donde se convirti¨® en una referencia del Surrealismo
Salvador Dal¨ª la defini¨® como ¡°mitad ¨¢ngel, mitad cangrejo¡±; Rafael Alberti destac¨® su ¡°cara de p¨¢jaro¡±; G¨®mez de la Serna la llam¨® ¡°brujita joven¡±. Lo cierto es que la pintora Maruja Mallo ¡ªseud¨®nimo de Ana Mar¨ªa G¨®mez Gonz¨¢lez¡ª era demasiado peculiar para pasar desapercibida. De baja estatura, mirada aguda, original hasta el l¨ªmite de la extravagancia; consigui¨® abrirse paso en el mundillo art¨ªstico de un Madrid en el que las mujeres a¨²n deb¨ªan conformarse con un lugar secundario en la sociedad.
Nacida en Vivero (Lugo) en 1902, hace hoy 120 a?os, se mud¨® con su familia a Madrid en 1922. Se instalaron en un edificio de la calle Fuencarral, esquina con Divino Pastor, conocido por ser el escenario de un medi¨¢tico crimen que acaeci¨® en 1888, en el segundo izquierda del n¨²mero 109 de dicha calle ¡ªen la numeraci¨®n actual, el 95¡ª. La viuda de Varela, una mujer c¨¦lebre por sus obras de caridad y, curiosamente, nacida tambi¨¦n en Vigo, fue hallada muerta en una habitaci¨®n cerrada, cubierta de trapos rociados de petr¨®leo y ardiendo.
La familia de Maruja Mallo no dur¨® demasiado tiempo en el inmueble; se trasladaron a la calle del Reloj y, poco despu¨¦s, a Ventura Rodr¨ªguez 3. Maruja enseguida ingres¨® en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ubicada desde 1773 en el Palacio de Goyeneche, en Alcal¨¢ 13. Tambi¨¦n se matricul¨® all¨ª uno de sus hermanos que, con el tiempo, se convertir¨ªa en el reconocido escultor Cristino Mallo, autor del monumento dedicado a Eugenio D¡¯Ors ¡ªfrente al Museo del Prado¡ª y de la Fuente de los Delfines de la Plaza de la Rep¨²blica Argentina. Cristino, encuadrado en la llamada Escuela de Madrid, ser¨ªa uno de los renovadores de la est¨¦tica de posguerra.
En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando conoci¨® Maruja al pintor Salvador Dal¨ª y, a trav¨¦s de ¨¦l, a su pandilla de la Residencia de Estudiantes, entre quienes se encontraban Federico Garc¨ªa Lorca y Luis Bu?uel. Su fecunda amistad origin¨® an¨¦cdotas tan memorables como la protagonizada por ella misma, Bu?uel, Lorca y la tambi¨¦n pintora Margarita Manso, que Maruja recuerda as¨ª: ¡°Un d¨ªa se nos ocurri¨® [¡] quitarnos el sombrero porque dec¨ªamos que parec¨ªa que est¨¢bamos congestionando las ideas y, atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llam¨¢ndonos de todo¡±. Y es que el sombrero en aquella ¨¦poca, sobre todo para las mujeres, era un complemento imprescindible y quit¨¢rselo simbolizaba un acto transgresor, casi vand¨¢lico. Aquella an¨¦cdota dar¨ªa lugar, muchos a?os despu¨¦s, al nombre con el que se conoce hoy al grupo de mujeres artistas vinculadas a la generaci¨®n del 27: las Sinsombrero.
Musa del Surrealismo
Precisamente a trav¨¦s de Lorca conoci¨® Maruja al poeta con el que vivi¨® una intensa e intermitente relaci¨®n sentimental: Rafael Alberti. A finales de mayo de 1925, ambos asistieron a un recital que Lorca celebr¨® en el Palacio de Cristal del Retiro con motivo de la inauguraci¨®n de la Exposici¨®n de Artistas Ib¨¦ricos. Alberti, gaditano residente en Madrid, acababa de ganar el Premio Nacional de Poes¨ªa por Marinero en tierra. Los uni¨® una pasi¨®n desmedida por el arte y sus primeras citas tuvieron lugar en el Museo del Prado. Comenz¨® as¨ª una relaci¨®n fruct¨ªfera para ambos desde el punto de vista art¨ªstico. Maruja dise?¨® la escenograf¨ªa de algunas obras teatrales de Rafael. Adem¨¢s sol¨ªa ilustrar sus poemas y ¨¦l se inspiraba frecuentemente en los cuadros de ella para escribir. Compart¨ªan ideas y proyectos, temas y planteamientos. Compitieron en un ¡°concurso de blasfemias¡± celebrado en el Caf¨¦ de San Mill¨¢n, en la Plaza de la Cebada, y gan¨® Maruja.
Se internaron en el Surrealismo, reflejado en la serie de Verbenas de Mallo: cuatro cuadros de 1927 que ofrecen una visi¨®n sat¨ªrica y vitalista de algo tan tradicionalmente espa?ol como la verbena ¡ªse cree que puso inspirarse en la de San Isidro o San Antonio de la Florida¡ª. Tambi¨¦n en el famoso cuadro de 1929 El espantap¨¢jaros, con el que se introdujo en un mundo sombr¨ªo de cloacas, muerte y seres en descomposici¨®n.
Tambi¨¦n en 1929 Alberti escribi¨® sus dos poemarios m¨¢s surrealistas: Sobre los ¨¢ngeles y Sermones y moradas, cuyas im¨¢genes podr¨ªan ser transcripciones de las obras de Mallo. El tono atormentado es testimonio de la relaci¨®n que llegaba a su fin. En el poema La primera ascensi¨®n de Maruja Mallo al subsuelo, Rafael hace un peculiar retrato de la pintora: ¡°T¨², / t¨² que bajas a las cloacas donde las flores m¨¢s flores son ya unos tristes salivazos sin sue?os / y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas / para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, / dime por qu¨¦ las lluvias pudren las horas y las maderas. / Acl¨¢rame esta duda que tengo sobre los paisajes. / Despi¨¦rtame¡±.
Mientras, Maruja conquistaba Madrid. En 1928, Ortega y Gasset le ofreci¨® los salones de la Revista de Occidente para organizar una exposici¨®n a la que acudi¨® la flor y nata del panorama art¨ªstico madrile?o. Para entonces, su estilo pod¨ªa encuadrarse en la Escuela de Vallecas, el grupo surrealista liderado por el pintor Benjam¨ªn Palencia y el escultor Alberto S¨¢nchez que se inspir¨® en los paisajes descarnados del extrarradio madrile?o y defend¨ªa una vanguardia con raigambre espa?ola. Mantuvo un ef¨ªmero romance con otro conocido poeta ocho a?os menor que ella: Miguel Hern¨¢ndez, a quien rompi¨® el coraz¨®n.
Su fama se fue extendiendo por toda Europa. El inicio de la Guerra Civil la empuj¨® a un exilio que dur¨® veinticinco a?os y, en 1962, regres¨® a Madrid como una pintora consagrada internacionalmente. Tras la muerte de Franco, comenz¨® a ser reivindicada con fuerza. Para la Movida madrile?a, fue un referente, gracias a su aspecto exc¨¦ntrico y su esp¨ªritu rompedor. Y as¨ª fue hasta su muerte en 1995. Luis Antonio de Villena la describi¨® as¨ª: ¡°No muy alta, el rostro convertido en una m¨¢scara de maquillaje, y naturalmente te?ida, la anciana ilustre se paseaba, algo retadora, y con sempiterno y desvencijado abrigo de pieles¡±. Maruja jam¨¢s quiso pasar desapercibida: a su paso, te?¨ªa la ciudad de colores nuevos y transgresores. Descifrarlos es perderse en sus obras.
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