El enigma de La Mamona
En Madrid la definici¨®n de mal gusto ha cambiado mucho en los ¨²ltimos tiempos
Hay una cafeter¨ªa muy cerca de mi casa llamada Kontiki cuya fachada tiene unos bajorrelieves en los que pueden ver dioses de angulosa cara, muy similares a las estatuas de la isla de Pascua, mezcladas con siluetas de barcos de papiro con forma de gajo de naranja, de esos que recuerdan a las barcazas con las que se mov¨ªan los habitantes de Rapa Nui. Bueno, igual no es exactamente as¨ª: s¨¦ que hay bajorrelieves, que son ex¨®ticos y que el nombre de la cafeter¨ªa hace volar mi imaginaci¨®n hacia los mismos lugares con los que so?aba Thor Heyerdahl, ese explorador noruego que en los setenta se empe?¨® en ir con una goleta de paja de Europa a Am¨¦rica para demostrar que el Nuevo Mundo lo descubrieron los egipcios y no Col¨®n. Pobre Thor, se llev¨® unos cuantos buenos sustos.
Hubo una ¨¦poca que los bares de las zonas finas se montaban para intentar que los clientes se emocionasen con una visita provisional a lo que les gustar¨ªa ser. El Kontiki fue construido a finales de los a?os cincuenta en dos alturas circulares, a la manera en la que se hac¨ªa en aquella ¨¦poca, cuando a¨²n se pretend¨ªa conquistar a los clientes con soluciones arquitect¨®nicas alucin¨®genas. Supongo que algo de eso habr¨ªa en el antiguo Manila de Gran V¨ªa, donde Carmen Maura y Eusebio Poncela disfrutaban del aire acondicionado mientras la ni?a se tomaba un tortitas con nata en las noches m¨¢s inclementes del verano almodovariano. Las palmeras fluorescentes del r¨®tulo parec¨ªan seguir con su titilar urban¨ªsimo el ritmo de Hawaii-Bombay, esa canci¨®n en la que unos chavales bien de Somosaguas tambi¨¦n se quejaban del calor agoste?o en la ciudad, mientras giraba parsimonioso un ventilador de techo.
Me recuerda esto a su vez al genial Bora Bora de Ventura Rodr¨ªguez, donde un artista an¨®nimo se tom¨® la molestia de esmaltar con colores vivos unas bell¨ªsimas cer¨¢micas que emulan la entrada a un templo polinesio. Supongo que dentro a¨²n siguen sirviendo c¨®cteles de esos que echan humo en vasos con forma de cono volc¨¢nico. Hace solo unas semanas pedirse uno habr¨ªa sido de muy mal gusto. Aunque, ?qu¨¦ es el mal gusto en este Madrid en el que ni el alcalde respeta el nombre de los muertos?
Tan cerca de mi casa como el Kontiki acaban de abrir un restaurante con sillas de rat¨¢n, plantas de interior, y suelos de baldosa hidr¨¢ulica con aspecto colonial en el que a pesar de las ex¨®ticas apariencias sirven ¡°tapas castizas¡±, en cuya terraza, sembrada de pir¨¢mides calefactoras que escupen fuego, parece que se va a celebrar todas las noches un ritual digno de una pel¨ªcula de Indiana Jones mientras suena Nassau, aquella canci¨®n en la que David Summers se tomaba pi?a colada. Los bares hablan de los sue?os de los habitantes de los barrios donde se abren aunque tambi¨¦n de los de sus due?os. Este, en un inexplicable alarde de mal gusto machista se llama La Mamona (todos los bares del grupo hostelero propietario llevan por nombre un adjetivo despectivo hacia una mujer). Aunque qui¨¦n sabe, a lo mejor no hace referencia a una f¨¦mina humillada sino al reverso femenino de Mam¨®n [en arameo Mammon], el dios de la avaricia.
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