Enero, el m¨¢s cruel
Mirar a la gente y no al m¨®vil me llev¨® a dos conclusiones: una, la Gran Dimisi¨®n no existe; dos, madrugando no fundas empresas en Silicon Valley


Vag¨®n de metro. Ocho de la ma?ana. Interior. Toda la soledad y angustia del mundo cabe en este reducido espacio. Los cuerpos pesados y las miradas todav¨ªa enturbiadas por el sue?o que se arrastran por la pantalla del m¨®vil a la misma velocidad que el tren nos arrastra hasta el trabajo. El d¨ªa que me di cuenta de todo eso, el tren me arrastraba a hacerme unos an¨¢lisis de sangre que habitualmente me provocan desmayos como a la protagonista siempre enferma de alguna novela decimon¨®nica. Mirar a la gente y no el m¨®vil me llev¨® a dos conclusiones: una, la Gran Dimisi¨®n no existe; dos, madrugando no fundas empresas en Silicon Valley pero mantienes a las empresas de Silicon Valley.
Parque del Retiro. Seis de la tarde. Exterior. El sol est¨¢ a punto de caer tras el horizonte y dentro del parque hace m¨¢s fr¨ªo que en la calle. El Retiro siempre ha tenido esa especialidad de generar un microclima: en invierno es el sitio m¨¢s fr¨ªo de la ciudad y en verano se convierte en una selva tropical que no refresca, sino que te empapa como una fiebre. Oto?o le queda bien. Est¨¢ bonito aunque huele a hojas putrefactas. Paseo con el hombre al que quiero, los dos con la nariz roja y fr¨ªa y las manos enguantadas en lana. Delante tambi¨¦n pasea una pareja de jubilados. Ella le dice a ¨¦l: ¡°Lo que no entiendo es qu¨¦ pretende hacer Rusia. ?Invadir un pa¨ªs as¨ª por las buenas¡±. ?l mueve la cabeza de un lado a otro, mientras sigue andando con las manos enlazadas tras la espalda y mirando al suelo. Ella, ante el silencio, prosigue: ¡°?Y lo de Estados Unidos est¨¢ bien o mal? ?Que se metan as¨ª?¡±. ?l se para y la mira y dice: ¡°Yo nunca me he fiado de los rusos. T¨² lo sabes. Nunca¡±.
Un bar cuyo nombre no recuerdo. Ocho de la tarde. Interior. Interior imitando un estilo r¨²stico y fabril con suelos de madera, mesas de madera, patas de forja negra y bombillas al descubierto estilo Edison, de esas que reproducen con sus filamentos brillantes ¨¦pocas pasadas m¨¢s oscuras. Estoy sentada ante una amiga comentando el discurrir impetuoso de los ¨²ltimos tiempos. De pronto, en la mesa de enfrente, una mujer vestida de forma elegante tira un vaso de vino al suelo. La copa se rompe con estruendo y ya no puedo pensar en nada m¨¢s que en seguir la escena. El camarero corriendo con la bayeta. Ella ri¨¦ndose nerviosamente, mientras sacude el m¨®vil empapado de su cita. Su cita llegando del ba?o y viendo que ma?ana tiene que comprarse un aparato nuevo.
No puedo pensar en otra cosa m¨¢s que en todo eso que ocurri¨® en un solo d¨ªa. Como si en cada uno de esos acontecimientos radicara la verdad absoluta de toda nuestra vida. Como si pudieran expresar por qu¨¦ enero es el mes m¨¢s largo del a?o y tambi¨¦n el m¨¢s triste, y tambi¨¦n el m¨¢s cruel, aunque T. S. Eliot no est¨¦ de acuerdo.
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