Lo (im)posible: en el coraz¨®n de la dana
Nos metimos de lleno en lo peor de la riada. Me puse a nadar con todas mis fuerzas, pero era imposible avanzar. Fue tan complicado que pens¨¦: ¡°Tiene narices que vaya a morir en una riada al lado de Navalcarnero¡±
Mi cabeza es un caos. Me falla la memoria y no consigo recordar con claridad lo que viv¨ª la noche del domingo 3 de septiembre ni qu¨¦ hora era cuando Zeus, dios de las nubes y de la lluvia, descarg¨® su furia sobre nosotros. En mi recuerdo eran las ocho y media de la tarde, pero no. La primera llamada de auxilio que Pedro, mi pareja, hizo desde su m¨®vil est¨¢ registrada a las diez y veinte. Est¨¢bamos en el sal¨®n de una casa de una planta situada en la urbanizaci¨®n Los Olivos, en medio del campo, a tres kil¨®metros de Villamanta, zona cero de la dana que ha asolado el suroeste de Madrid.
El plan para esa velada era el de acurrucarnos en el sof¨¢ para ver en Filmin el documental que recomendaba Boyero en este peri¨®dico sobre la Biblioteca de Umberto Eco. Horas antes hab¨ªamos recibido la cuestionada alerta de Protecci¨®n Civil. Nos llam¨® la atenci¨®n, sin m¨¢s. Nada nos pod¨ªa pasar qued¨¢ndonos en casa. Pasadas las diez de la noche en el grupo de Whatsapp comunitario una vecina advert¨ªa de que el sumidero de su parcela no pod¨ªa con tanta agua. Salimos para comprobar si nuestros desag¨¹es ten¨ªan problemas. Justo acababa de comentar que funcionaban bien cuando una lengua de agua y barro apareci¨® de repente por la parte trasera de la vivienda, que linda con un olivar.
Nos quedamos at¨®nitos durante unos segundos. La piscina se desbord¨® y el agua empez¨® a subir de nivel a una velocidad de v¨¦rtigo. No ten¨ªamos ni idea de d¨®nde ven¨ªa tanto caudal. A ese ritmo de crecida no tardar¨ªa en cubrir nuestra casa, que tiene rejas en todas las ventanas. Decidimos abandonarla y refugiarnos en la de la parcela de al lado, que tiene mayor altura. Pedro se qued¨® en el exterior para avisar a los vecinos y yo entr¨¦ a por nuestro perro, Sim¨®n (le aterroriza el agua), y cog¨ª mi m¨®vil y el port¨¢til. Cuando intent¨¦ salir no hab¨ªa forma de abrir la puerta por la presi¨®n del agua y menos mal que Pedro desde fuera logr¨® entreabrirla. Le pas¨¦ a Sim¨®n y despu¨¦s tuvo que tirar de m¨ª con fuerza porque la puerta me hab¨ªa aprisionado un pie.
El agua nos cubr¨ªa ya hasta la cintura y el coche, aparcado junto a la casa, golpeaba la verja de entrada con tanta fuerza que la venci¨® y fue arrastrado por la corriente. A grito pelado yo ped¨ªa socorro a los vecinos. Padre e hijo salieron sin pens¨¢rselo a buscarnos. Su veh¨ªculo flotaba junto a la valla que nos separa y yo tem¨ªa que nos aplastara. ¡°No te preocupes, que estamos sujetando el coche, no te va a pasar nada¡±, me dec¨ªan. Todo estaba oscuro. Pedro, con Sim¨®n en brazos, se adelant¨® para protegerme (es mucho m¨¢s alto y fuerte) y cruzamos al otro lado. Nos metimos de lleno en lo peor de la riada. Solt¨¦ el m¨®vil y el ordenador y me puse a nadar con todas mis fuerzas, pero imposible avanzar a contracorriente, el agua golpeaba inmisericorde mi pecho y me arrastraba. Fue un momento tan complicado que pens¨¦: ¡°Tiene narices que vaya a morir en una riada al lado de Navalcarnero¡±. Ni por asomo se me hubiera ocurrido nunca que eso pod¨ªa pasarme en un pueblo de Madrid pegado a la carretera de Extremadura.
Pedro mir¨® hacia atr¨¢s y al verme nadar acert¨® a agarrarme del brazo. Ana, mi aguerrida vecina, sali¨® hasta las escaleras, anegadas, y me pesc¨®. Ya dentro o¨ªamos los gritos desperados de Cristina, madre de cinco peques, una de ellas beb¨¦ y otro de dos a?os y medio. Se hab¨ªan encaramado al tejado, posibilidad que nosotros tambi¨¦n llegamos a contemplar. Su marido permanec¨ªa en la casa con el padre de ella, un anciano que necesita ox¨ªgeno para respirar, sumergidos hasta el cuello. Desde las ventanas se ve¨ªan las luces parpadeantes de los coches de Bomberos, Protecci¨®n Civil, Summa 112 y Guardia Civil, que no pod¨ªan acceder a la urbanizaci¨®n. Subidos a los muros que quedaban en pie, agentes de bomberos y Protecci¨®n Civil lograron por fin rescatar a Cristina, a toda su familia y a otro matrimonio con tres ni?os que se hab¨ªa cobijado junto a la caseta del jardinero. Verlos entrar a todos por la puerta fue la ¨²nica alegr¨ªa de la noche.
Poco antes de las doce, la tormenta perdi¨® fuelle y el agua empez¨® a descender. A las tres de la madrugada volvimos a nuestro hogar. El agua y el barro s¨®lo hab¨ªan cubierto diez cent¨ªmetros en el interior. Tuvimos suerte. En otras viviendas el agua cubri¨® por encima del metro y medio y lo han perdido todo. En el exterior el panorama es desolador, todo est¨¢ arrasado e impregnado de lodo, escombros y el sinf¨ªn de enseres que el agua se llev¨® por delante. Los lugare?os no recuerdan nada similar hasta donde les alcanza la memoria.
Alejandra Acosta es periodista.
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