Los vecinos de Lavapi¨¦s impiden el desahucio de Marina L¨®pez, de 94 a?os: ¡°Es la filosof¨ªa del barrio, ayudarnos mutuamente¡±
La nonagenaria, que debe m¨¢s de 10.000 euros a la propiedad, alega que su ¨²nico ingreso es una pensi¨®n no contributiva de 517 euros
?Cu¨¢ntos vecinos hacen falta para frenar un desahucio? Este viernes, en el barrio madrile?o de Lavapi¨¦s, han sido suficientes 40. Han comenzado a llegar al n¨²mero 35 de la calle del Doctor Fourquet, donde estaba previsto el lanzamiento de la sentencia contra Milagros Marina L¨®pez, una mujer de 94 a?os, con una dependencia de segundo grado. La anciana corre el riesgo de perder la vivienda en la que ha vivido los ¨²ltimos 35 a?os a causa de un impago que ronda los 10.200 euros. La p¨¦rdida progresiva de sus habilidades como pintora y arquitecta, como consecuencia de la edad, ha limitado sus ingresos a la pensi¨®n no contributiva que cobra cada mes, de 517 euros, cuando solo el alquiler ronda los 700.
Tal grado de indefensi¨®n ha despertado la solidaridad de los vecinos, que se han atrincherado a la entrada del bloque a la espera de la polic¨ªa, la comisi¨®n judicial y los propietarios del inmueble. Tras una tensa negociaci¨®n entre los vecinos y la propiedad, los primeros han logrado un aplazamiento de la ejecuci¨®n de la orden judicial. Se desconoce cu¨¢nto tiempo tiene ahora Marina para buscar una soluci¨®n, porque la comisi¨®n ha decidido no informar a los vecinos sobre el plazo, al considerar que ¡°no son parte en la causa¡±. Solo se sabe que volver¨¢ a ocurrir y, entonces, ser¨¢ una decisi¨®n casi imposible de parar.
El desahucio fue ordenado por el Juzgado de Primera Instancia n¨²mero 53 para este 7 de junio de 2024, a las 10.30, 27 d¨ªas despu¨¦s de que Marina abandonara la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Fundaci¨®n Jim¨¦nez D¨ªaz por un colapso general. Los m¨¦dicos le han recomendado reposo, como si no tuviese un desahucio que sortear.
Los vecinos se han citado dos horas antes del desahucio porque saben que la polic¨ªa puede adelantar la ejecuci¨®n o cerrar la calle para evitar la entrada de terceros. En una acera en la que apenas caben tres personas a lo ancho, se han agolpado unas 40. Algunos viven all¨ª mismo, otros han llegado desde distritos m¨¢s alejados, como Vallecas. Los presentes, vinculados a asociaciones como La Plaza o el Sindicato de Inquilinas, conocen de primera mano el drama que encarna un desahucio, un problema de primer orden en Lavapi¨¦s, muy afectado por la gentrificaci¨®n y en la que anidan los denominados fondos buitre.
Una planta arriba de la calle est¨¢ Marina en su dormitorio. Lee tranquila, ajena a todo el traj¨ªn que protagonizan sus vecinos en el portal del edificio. Casi siempre est¨¢ en su cama. Prefiere estar sentada, m¨¢s que acostada, para no ahogarse. Habla y tose. Cuatro d¨ªas a la semana la visita una trabajadora social debido a su dependencia severa de segundo grado, una categorizaci¨®n para quienes necesitan de ayuda dos o tres veces al d¨ªa para realizar actividades rutinarias. Los problemas de movilidad la obligan a andar con caminador o desplazarse en silla de ruedas. Ha sido arquitecta y pintora hasta que la edad se lo permiti¨®. Carola Yag¨¹e, amiga de Marina hace m¨¢s de 20 a?os, narra que la anciana ¡°a veces vend¨ªa cuadros, pero ya no puede hacer esas cosas¡±.
Yag¨¹e ha sido una de las personas m¨¢s activas a la hora de movilizar conciencias para frenar el desalojo. Eso s¨ª, aunque ha montado todo el operativo vecinal, es cuidadosa para que Marina no es entere, por el temor a los perjuicios que esto pueda acarrear para su salud. ¡°No es justo por ninguno de nosotros. Cada vez somos m¨¢s los que vivimos en soledad y nos vamos a convertir en personas m¨¢s vulnerables en un futuro¡±, evidencia Yag¨¹e.
Cuando el reloj marc¨® la hora oficial del desahucio, la incertidumbre ha ca¨ªdo como plomo sobre los reunidos en el portal. La presencia de tres patrullas policiales y un cerrajero ha provocado muecas de preocupaci¨®n entre los vecinos. Algunos caminan de un lado al otro con las manos en los bolsillos a la espera del pr¨®ximo movimiento.
Un hombre de traje impoluto de colores tierra con zapatos encharolados y ce?o fruncido ha dirigido la conversaci¨®n, como portavoz de la propiedad, con tres vecinos que se apersonan de la defensa de la anciana. ¡°Huele a propietario que te cagas¡±, se ha escuchado decir a alguien que integraba la masa agolpada en el portal.
Mar M., de 58 a?os, es una de las tres personas que han conformado la comisi¨®n vecinal. ¡°Intentamos que nos dieran un plazo hasta septiembre, pero se pusieron firmes y dijeron que no¡±, ha explicado a EL PA?S. Mar no conoce directamente a Marina, lo que no ha impedido en absoluto que se haya apersonado de la causa. ¡°Es la filosof¨ªa del barrio, de ayudarnos mutuamente¡±. Siente que en estos escenarios no solamente se juega el derecho a la vivienda, sino ¡°el derecho al arraigo¡±, es decir, a tener un barrio digno para echar ra¨ªces.
El piso de Marina tiene cerca de 60 metros y cuatro dependencias: dos habitaciones, un sal¨®n y la cocina. La ducha est¨¢ expuesta al lado de la puerta principal. La cocina est¨¢ reformada, gracias a una peque?a herencia que recibi¨® por la muerte de su hermano en Venezuela, que le alcanz¨® para nivelar el suelo y pagar algunos meses de alquiler. El techo est¨¢ agrietado y la pintura se descascara. Las paredes est¨¢n adornadas con cuadros pintados por Marina. ?leos, acuarelas y grabados de aguafuerte en papel japon¨¦s conviven con retratos familiares y libros de pintura. Estas paredes encierran casi un siglo de vida, que ahora deber¨¢ buscar una nueva sede. Lo m¨¢s seguro es que acabe en una residencia, sin energ¨ªa, casi sin poder moverse y sin las vecinas de toda la vida que la visitan con frecuencia.
Despu¨¦s de que los vecinos expusieran ante la propiedad su preocupaci¨®n por el bienestar de Marina y los trabajadores del Samur Social avalaran la vulnerabilidad de la anciana, los due?os del inmueble se han retirado a meditar una soluci¨®n en privado durante m¨¢s de media hora. Los funcionarios del Samur hac¨ªan llamadas, mientras los caseros ¨Ddue?os de todo el bloque¨D discut¨ªan con los agentes municipales y la comisi¨®n judicial.
Los vecinos, plantados en la puerta todo el rato, cantan premonitoriamente: ¡°Este desahucio lo vamos a parar¡±. La espera se hace infinita. Finalmente, la escueta conclusi¨®n de que, al menos hoy, no se va a producir el desahucio ha provocado un estallido de j¨²bilo entre los vecinos. Las palmas chocan y las caras sonrientes gritan consignas como ¡°ni un desahucio m¨¢s¡± o ¡°ni casa sin gente, ni gente sin casa¡±... o al menos hasta que la pr¨®xima orden de lanzamiento llegue al buz¨®n de Marina.
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