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I. EL MIEDO INNOMBRABLE DE PET?N
El viejo expolic¨ªa interrumpe la conversaci¨®n. Tras hablar durante 15 minutos con la compulsi¨®n de un reo durante la visita familiar, para en seco y nos pide a m¨ª y a los dos fot¨®grafos: ¡°?Me pueden mostrar sus identificaciones?¡±. Las ponemos sobre la mesa de esta palapa cervecera del municipio de San Benito. Mira una foto, levanta la vista y nos mira a nosotros. Y as¨ª tres veces. ¡°?Ya ven! Uno queda paranoico¡±, justifica. S¨ª, aqu¨ª en Pet¨¦n hay mucha gente paranoica. Razones no les faltan.
El veterano expolic¨ªa trabaj¨® m¨¢s de cinco a?os en la unidad antipandillas de Guatemala. Se jacta de conocer a los l¨ªderes. Dice Lobito cuando habla de Aldo Dupi¨¦, Lobo, el l¨ªder del Barrio 18 m¨¢s conocido en todo el pa¨ªs, a pesar de llevar encarcelado desde hace casi 20 a?os por delitos como extorsi¨®n y homicidio, y condenado a casi dos siglos en prisi¨®n. Pero no fue entonces cuando el polic¨ªa tir¨® la toalla.
Tras perseguir pandilleros, el entonces polic¨ªa trabaj¨® en operaciones de videovigilancia. ¡°No me pod¨ªan ver en la calle. Me mataban¡±, explica su traslado a una base policial. Pero sigui¨®.
Fue enviado, en 2012, a trabajar en Chiquimula, fronterizo con Honduras y El Salvador, y uno de los departamentos m¨¢s conflictivos en aquel momento, cuando el cartel mexicano de Los Zetas pele¨® con muchas de las familias chapinas de la droga por el control de territorios. Entonces, Chiquimula casi triplicaba la tasa de homicidios nacional que era de 34 por cada 100.000 habitantes. ¡°Me dejaban muertos en todos lados¡±, recuerda. Y a¨²n as¨ª continu¨®.
Lo trasladaron a Inteligencia y luego a Investigaci¨®n Criminal. ¡°Ah¨ª ya medio mundo me andaba en la mira¡±, dice, traga cerveza y empapa de sudor su guayabera blanca. La prenda gotea como si fuera una esponja empapada y cada movimiento del cuerpo parece una mano que la estruja. Sospechaba que entonces su muerte era deseada tanto por criminales como por compa?eros de la polic¨ªa y por ello pidi¨® el traslado en 2016. ¡°Y me mandan a Pet¨¦n¡±, dice, y fuerza una risa amarga. ¡°Me miraban como a un ogro. Imaginate, yo ven¨ªa de Inteligencia¡±.
No fueron las pandillas ni las investigaciones contra bandas de menudeo de droga en la capital ni las escuchas que involucraban a polic¨ªas en actividades criminales ni Los Zetas en Chiquimula. La raz¨®n por la que el polic¨ªa se convenci¨® de que su corporaci¨®n intentaba matarlo es que lo enviaron aqu¨ª, a Pet¨¦n. Entonces renunci¨®.
El expolic¨ªa termina de recitar sus desgracias en la corporaci¨®n de la que sali¨® hace un par de meses y ahora responde a mis preguntas sobre Pet¨¦n, con otra cerveza sobre la mesa. Entramos en el callej¨®n sin salida. En este selv¨¢tico departamento fronterizo con los Estados mexicanos de Tabasco, Chiapas y Campeche, el m¨¢s grande de Guatemala, pregunt¨¦s a quien pregunt¨¦s, la respuesta es similar: ¡°All¨¢ no puede ir¡±.
¡°Estamos pensando en internarnos al r¨ªo La Pasi¨®n¡±, digo en referencia al afluente que conecta Guatemala con M¨¦xico y que ha sido usado durante d¨¦cadas para transportar droga y migrantes.
¡°Ni aconsejable. Te matan¡±, responde, y saca la mand¨ªbula y abre los ojos en un esfuerzo dram¨¢tico.
¡°Queremos tambi¨¦n ir a las comunidades de las reservas protegidas, Lacand¨®n y Laguna del Tigre¡±.
¡°Si no sos de ah¨ª, te van a agarrar y va a haber negociaci¨®n para liberarte. A m¨ª me retuvieron como media noche una vez que hice unos arrestos all¨¢ por los humedales de la comunidad El Coco¡±.
¡°No podemos irnos sin ir a Bethel¡±, agoto posibilidades mencionando un pueblo de cruce de migrantes cercano a Frontera Corozal, del lado mexicano.
¡°Mira, aqu¨ª escudri?ar mucho es peligroso. Desde que uno va en las rutas todos se est¨¢n llamando. Aqu¨ª es la vida del fuerte. Si eres fuerte, sobrevives. Si no, te comen¡±, sentencia harto de contestar acerca de cada lugar.
En Pet¨¦n, que parece una especie de cabeza cubista de Guatemala, todos te dicen ¡°qu¨¦date en el centro, no te acerques a los m¨¢rgenes, al¨¦jate de la selva¡±. Pero la selva es el 60% de Pet¨¦n, 2,2 millones de hect¨¢reas, 22 veces el tama?o de la capital de este pa¨ªs. Te dicen que no vayas y te recitan con detalle nombres de caser¨ªos, aldeas y parajes vedados: Las Cruces, Bethel, La T¨¦cnica, El Naranjo, la selva. Sin embargo, cuando preguntas a qu¨¦ le temen tanto, el detalle desaparece y todo se vuelve tan espeso como las profundidades de Lacand¨®n. Da la impresi¨®n de que temen a todos los que habitan la selva, pero la selva la habita gente muy distinta.
¡°Son expol¨ªticos, narcoagricultores, finqueros, militares metidos hasta la caca, mexicanos que bajan¡±, responde el expolic¨ªa incapaz de pronunciar un solo apellido en esta palapa cervecera.
Nos despedimos. El expolic¨ªa, en contradicci¨®n con el recelo expresado, dice que puedo escribir su nombre y se va.
Llamar¨¢ al d¨ªa siguiente y entonces pedir¨¢: ¡°Al calor de las cervecitas, me anim¨¦, pero por favor no pong¨¢s mi nombre, no me dej¨¦s de culo¡±.
En Pet¨¦n, una inc¨®gnita a¨²n m¨¢s grande que la de c¨®mo entrar a la selva es qui¨¦nes mandan all¨¢.
La avioneta de los sacos rotos
En las afueras de Sayaxch¨¦ cay¨® una avioneta. No logr¨® llegar a la selva y aterrizar en una de sus pistas. Se desplom¨® en los m¨¢rgenes de este municipio en las median¨ªas de Pet¨¦n y termin¨® el 13 de abril con la trompa enterrada en una zanja en las afueras de la aldea Sepens.
No es inusual. Es la segunda avioneta ca¨ªda ese mes en Pet¨¦n. La anterior, con matr¨ªcula venezolana, s¨ª logr¨® precipitarse en la selva el d¨ªa 7 de abril, en las profundidades de Lacand¨®n. La que cay¨® en Sayaxch¨¦, ten¨ªa la matr¨ªcula borrada.
La comunidad est¨¢ a unos 20 minutos del centro de este municipio ba?ado por el r¨ªo La Pasi¨®n. Sayaxch¨¦ es emblema del olvido de Pet¨¦n. En medio de la selva y de las enormes plantaciones de palma africana hay 13 municipios. La mayor¨ªa son pueblos con infraestructura y estampas acordes a esa denominaci¨®n: calles de tierra y, si las hay, unas pocas pavimentadas, mercados callejeros, un hombre con un micr¨®fono que vocea noticias y tuc tucs entre la gente. Los municipios que despuntan en modernidad, como San Benito o La Libertad, est¨¢n cerca de la capital, Flores, destino tur¨ªstico donde se hospedan extranjeros en busca de ruinas mayas. Estos lugares tienen alg¨²n centro comercial y restaurantes de comida r¨¢pida y ah¨ª terminan sus rasgos de ciudad. Sayaxch¨¦, no, nada de eso. Es pueblo pueblo.
Sayaxch¨¦, como Pet¨¦n, es tan poco ciudad guatemalteca que aqu¨ª nadie habla de las pandillas Barrio 18 ni Mara Salvatrucha 13. No son el problema por estos lados. Hay animales m¨¢s grandes en la selva. Existen investigaciones que hablan de grupos vinculados al narcotr¨¢fico que exterminaron a pandilleros que intentaban crear clicas (subgrupos de las pandillas) en al menos tres municipios: Popt¨²n, San Luis y, por supuesto, Sayaxch¨¦.
El mejor rasgo para contar que Sayaxch¨¦ vive en otros tiempos es que para entrar y salir es necesario subir a una palangana para cruzar el r¨ªo La Pasi¨®n. Llamarle ¡°ferri¡± ser¨ªa exagerar: se trata de una plataforma flotante de madera y hierro, levantada por barriles y empujada por dos motores de lancha, de 75 caballos, adaptados a un lado bajo unas ramadas que protegen del sol a quienes los accionan. Sobre esta balsa, que parece salida de una ficci¨®n postapocal¨ªptica, caben unos 10 carros. Ida y vuelta, cien metros de un lado a otro, las 24 horas.
Diferentes Gobiernos llevan a?os prometiendo un puente. Pero todo apunta a que prefieren mantener Pet¨¦n as¨ª: marginal, rural y olvidado.
A unos 10 kil¨®metros del bullicioso centro de Sayaxch¨¦ cay¨® la avioneta. Pero ya no queda nada. Dos semanas despu¨¦s, los militares ya hab¨ªan retirado el fuselaje.
El reporte del hecho es simple: cay¨® una avioneta a las dos de la madrugada. Dos cuerpos quedaron desparramados. Los militares llegaron a eso de las ocho de la ma?ana y tomaron control de la escena.
Demasiado simple para Pet¨¦n.
El petenero Rony Bac fue uno de los periodistas que lleg¨® a Sepens aquel d¨ªa. Tal como sus fotograf¨ªas corroboran, la avioneta ten¨ªa la matr¨ªcula rasgada. Entre el fuselaje hab¨ªa tres sacos rotos, desgarrados, vac¨ªos. Tambi¨¦n cinco barriles con olor a gasolina, seg¨²n cuenta Bac. Los cad¨¢veres ten¨ªan todos los bolsillos de sus pantalones rasgados por la parte de abajo, como si alguien los hubiera cortado con una navaja. Ni un documento ni una moneda. ¡°Todas las bolsitas pl¨¢sticas de comida y envases de refrescos eran de marcas mexicanas¡±, dice. Bac lleg¨® a las 9.30, una hora y media despu¨¦s de los militares, siete horas y media despu¨¦s del accidente.
El relato sigue siendo demasiado simple para Pet¨¦n.
Otro periodista de la zona me recibe en un comedor de Sayaxch¨¦. Antes de empezar a hablar, advierte: ¡°Espere. Mire atr¨¢s m¨ªo, ya le explico¡±. Dos hombres gordos han terminado su desayuno y se levantan de la mesa. ¡°Son de la familia Segura¡±, explica el periodista. ¡°Ellos son la familia que m¨¢s poder tuvo aqu¨ª¡±. Los Segura, conocidos por muchos polic¨ªas y periodistas en Pet¨¦n como el cartel de Sayaxch¨¦, tienen una historia digna de drama televisivo de narcos. El patriarca y entonces alcalde de Sayaxch¨¦, Guillermo Segura, fue asesinado el 1 de abril de 2003, en el aparcamiento de la alcald¨ªa, por varios hombres con cuernos de chivo. Las r¨¢fagas tambi¨¦n mataron a un jardinero de la municipalidad. Siete d¨ªas despu¨¦s, el fiscal asignado al caso y su guardaespaldas fueron acribillados en el sur del pa¨ªs. Sobrevivieron. Un a?o despu¨¦s, los hijos del exalcalde, Jonny Javier y Ricardo de Jes¨²s, tambi¨¦n fueron asesinados. Sus cuerpos aparecieron con signos de tortura en el caser¨ªo Caribe R¨ªo Salinas. ¡°Todo fue por el tumbe [robo] de la droga que ven¨ªa en una avioneta. Se la tumbaron al cartel del Golfo¡±, cuenta el periodista una vez que los parientes de todos estos muertos se han ido del comedor. D¨ªas despu¨¦s, otro periodista me contar¨¢ la misma versi¨®n. Ninguno de los dos public¨® nunca una palabra al respecto. Otros Segura han sido asesinados y otros han seguido siendo candidatos a alcaldes de Sayaxch¨¦.
Volviendo a la ¨²ltima avioneta estrellada, pido al periodista que me gu¨ªe para ver la zona donde cay¨®. Sonr¨ªe con la risa de quien se divierte con la ocurrencia de un ni?o.
¡°No se puede. Todo est¨¢ tenso all¨¢. Han matado a varios que vendieron lo que se quedaron¡±.
Vuelve a la mesa la pregunta imposible en Pet¨¦n: ¡°?Qui¨¦n los ha matado?¡±. Las respuestas a esa pregunta, en este selv¨¢tico departamento, suelen empezar con la palabra ¡°dicen¡±.
¡°Dicen que la droga de la avioneta era de un cartel mexicano, pero no s¨¦ de cu¨¢l¡±, responde.
En Pet¨¦n se sabe ¡ªy no muy bien¡ª lo que pas¨® a?os atr¨¢s. Se nombra a quien fue asesinado otrora. Lo de hoy no se sabe ni se nombra: dicen. Y eso influye en el relato nacional de este enorme departamento. En la capital del pa¨ªs, dos exfiscales, un exfuncionario de Gobernaci¨®n y tres jefes policiales me dijeron que internarse desde Sayaxch¨¦ en el r¨ªo La Pasi¨®n era muerte garantizada. ¡°De entrar, entra, salir vivo es el problema¡±, me dijo Mauricio Bonilla, entonces ministro de Gobernaci¨®n, en junio de 2014. Incluso desde la capital se renuncia a gobernar en esta regi¨®n. Varios de los grandes capos tuvieron fincas alrededor e, incluso, improvisados astilleros, pero eso fue hace a?os, como Juancho Le¨®n, reconocido capo asesinado por Los Zetas tras una balacera en marzo de 2008. Las avionetas y el tr¨¢fico por la selva sustituyeron la ruta de La Pasi¨®n y ahora uno puede navegar hasta el puesto militar de Pipiles, el ¨²ltimo antes de entrar a M¨¦xico, sin mayores inconvenientes.
La realidad petenera se cuenta con demora. La ciudad se entera tarde de lo que ocurre en la selva.
Tras la ca¨ªda de la ¨²ltima avioneta, los polic¨ªas de Pet¨¦n acusaron a los militares, que llegaron primero a la escena, de ser sospechosos de haber vaciado los sacos y los bolsillos de los cad¨¢veres. Los militares lo negaron. Los pobladores de la comunidad Sepens dijeron haber visto a los militares irse de all¨ª con cosas. La prensa nacional replic¨® lo que dijeron los pobladores: ¡°Soldados a bordo de picops ingresaron y se llevaron varias cajas y costales de color blanco¡±. Los militares lo siguen negando. Muchos en Pet¨¦n, en susurros, se preguntan qui¨¦n rob¨® lo que hab¨ªa en los costales. Nadie se pregunta de qui¨¦n eran los costales.
La renuncia a ciertas preguntas es un rasgo petenero.
Esta no es frontera de menudistas de droga, esta es frontera de carteles. Aqu¨ª el tr¨¢fico no ocurre a pie, surca los cielos o abre caminos en la selva. Pet¨¦n ocupa m¨¢s de 500 kil¨®metros de los 965 de frontera que comparten M¨¦xico y Guatemala. Por si fuera poco, Pet¨¦n ocupa casi toda la frontera guatemalteca con Belice: 212 kil¨®metros de los casi 250.
Esta no es tierra ajena al gran narcotr¨¢fico. En febrero de 2013, los Gobiernos de Guatemala y M¨¦xico abrieron una investigaci¨®n para saber si uno de los dos cad¨¢veres que quedaron tras una balacera en el municipio petenero de San Francisco, vecino de Sayaxch¨¦, era el de Joaqu¨ªn, El Chapo, Guzm¨¢n. ¡°Podr¨ªa ser ¨¦l¡±, dijo el entonces ministro de Gobernaci¨®n de Guatemala, Mauricio L¨®pez Bonilla. Luego aclar¨® que era alguien ¡°muy parecido al Chapo¡± el que muri¨® en el enfrentamiento con las autoridades. La idea de que el m¨¢s buscado de los narcotraficantes estuviera en Pet¨¦n no era peregrina: en los d¨ªas previos, WikiLeaks hab¨ªa revelado un correo enviado por un analista de la firma estadounidense Stratfor, consultora en temas de inteligencia y seguridad. ¡°Creemos que El Chapo est¨¢ escondido actualmente en El Pet¨¦n, cerca de la frontera con M¨¦xico¡±, se le¨ªa en el correo. ¡°Desde 2006, Los Zetas y [el cartel de] Sinaloa desarticularon los carteles existentes en el norte de Guatemala y tomaron su lugar¡±, dec¨ªa tambi¨¦n el mensaje.
Esta es la frontera por donde Los Zetas entraron a Guatemala. Aqu¨ª es donde cometieron la peor masacre de la que dejaron recuerdo en el pa¨ªs. En mayo de 2011, llegaron a la zona fronteriza de El Naranjo 12 carros y en ellos unos 50 hombres con armas largas bajo el mando de alguien a quien llamaban Kaibil, que es el nombre de los soldados de ¨¦lite del Ej¨¦rcito de Guatemala, acusados de diversas barbaries. Cuando se fueron, dejaron 27 jornaleros despedazados en la finca Los Cocos, en La Libertad. 25 hombres, dos mujeres. Uno de los cuerpos conservaba la cabeza. 26 fueron decapitados. 23 cabezas dejaron Los Zetas en la finca, tres no aparecieron. Los jornaleros hab¨ªan llegado a la casa patronal a cobrar su semana. Sus restos fueron descubiertos por unos pobladores que quer¨ªan comprar queso y crema en la finca. Los Zetas pintaron mensajes amenazando a quien en realidad buscaban, el finquero Otto Salguero, acusado de tumbar un cargamento al cartel mexicano. Seg¨²n el Ministerio P¨²blico, escribieron con sangre esos mensajes en las paredes. Usaron como l¨¢piz una pierna. Firmaron con el nombre del comando asesino: Z200.
¡°Aqu¨ª, en Pet¨¦n es complicado decir qui¨¦n s¨ª o qui¨¦n no. Es mejor no saber. Es riesgoso preguntar. Y mientras m¨¢s se aleja de los pueblos y se acerca a la selva, es a¨²n peor¡±, dice otro periodista, esta vez en un comedor distinto a aquel donde desayunaban los Segura. Al enterarse de que nos hab¨ªamos citado con su colega en el anterior comedor, pidi¨® vernos en uno alejado de ah¨ª. Ese miedo contagioso se ha arraigado aqu¨ª con recuerdos como la masacre de Los Cocos. Esa paranoia de la que hablaba el expolic¨ªa en aquella cantina de palma.
¡°Queremos ir a Sepens a ver la avioneta ca¨ªda¡±, digo al periodista.
¡°Una nota [informaci¨®n] no vale la vida¡±, responde.
Llamo al coronel ?scar P¨¦rez, enlace del Ej¨¦rcito guatemalteco con la prensa. Le pido el contacto con el jefe de Pet¨¦n y permiso para hacer un recorrido junto a ellos. Pienso decirles que vayamos a Sepens. ¡°Nadie m¨¢s que el ministro de Defensa y yo puede dar declaraciones y no puedo autorizar ning¨²n recorrido en Pet¨¦n. Eso desde ya le digo que es imposible¡±, responde.
Lo m¨¢s cerca de Sepens que estar¨¦ es una llamada telef¨®nica con un hombre que tiene dos hermanos en la comunidad. Asegura que all¨ª todos ¡°est¨¢n en terror¡±, que la avioneta que cay¨® el pasado 13 de abril ven¨ªa cargada con sacos de coca¨ªna. De hecho, en las fotos del fuselaje puede verse que todos los asientos de la avioneta, con capacidad para 12 pasajeros, fueron movidos y revueltos, a excepci¨®n de los dos para el piloto y el copiloto. All¨¢ dentro cab¨ªan m¨¢s sacos y barriles de los encontrados.
¡°La gente de la comunidad se llev¨® paquetes. Muchos tontos se loquearon y vendieron rapidito a gente de Sayaxch¨¦ el kilo por 10.000 quetzales (unos 1.300 d¨®lares /1.165 euros). A los dos d¨ªas del accidente, llegaron hombres armados con listas de la gente que hab¨ªa agarrado paquetes. Ya sab¨ªan. Iban con armas largas. Unas 15 familias ya se fueron de Sepens. Otros tienen paquetes enterrados y no saben si irse o devolverlos. La aldea est¨¢ en p¨¢nico, porque esos hombres siguen rondando en busca de lo suyo¡±, dice el hombre.
¡°?Qui¨¦nes son esos hombres armados?¡±, pregunto.
¡°Nadie sabe¡±, responde por tel¨¦fono.
¡°?Usted me puede ayudar a entrar a Sepens?¡±
¡°No, no puedo¡±.
Una Hummer camino a Bethel
Llega un punto en Pet¨¦n en el que es necesario deso¨ªr para entender.
Si uno se ci?e a los consejos de autoridades, organizaciones y periodistas, se queda atrapado en el centro urbanizado de este departamento ¡ªque no el coraz¨®n, porque ese est¨¢ en la selva¡ª y se olvida de las reservas, las aldeas y la frontera. Se olvida de entender.
La selva acoge un misterio y muchos parecen dispuestos a preservarlo.
Vamos con los fot¨®grafos rumbo a Bethel.
Si aquel mal llamado ferri de Sayaxch¨¦ habla de abandono, la calle de terracer¨ªa de Las Cruces habla de olvido. Este es el m¨¢s nuevo municipio de Pet¨¦n, ubicado justo en su cintura. Naci¨® en 2011, cuando se escindi¨® de La Libertad. El municipio es, b¨¢sicamente, lo que est¨¢ cerca de esta brecha polvosa cuando no llueve, lodosa cuando s¨ª. La brecha serpea desde la carretera que une a Sayaxch¨¦ con La Libertad hasta las faldas del Parque Nacional Sierra de Lacand¨®n, la selva, en la frontera con M¨¦xico.
Al final de la brecha, a 100 kil¨®metros, est¨¢ Bethel, el r¨ªo Usumacinta y M¨¦xico.
Camino a Bethel se encuentran otros pueblitos, como Palestina. Hay sobre algunas de sus casas antenas de televisi¨®n por cable y una farmacia y una tienda agr¨ªcola y casitas que operan como sedes de varios partidos pol¨ªticos. Los microbuses viajan abarrotados de migrantes que buscan cruzar la frontera. Bethel es punto de cruce desde al menos 1987.
Nos sobrepasa a toda marcha una hummer negra modelo H3, polarizada, de esas que cuestan unos 12.000 d¨®lares (unos 10.800 euros) en el mercado de subastas estadounidense.
Camino a Bethel se pasa Las Cruces, lo que viene siendo el centro de este municipio sin asfalto. En el cat¨¢logo petenero de ¡°prohibido ir¡± destaca Las Cruces. El expolic¨ªa, una candidata a alcaldesa de la zona, un promotor de salud, la due?a de un prost¨ªbulo y un exfiscal guatemalteco nos recomendaron lo que ya viene siendo un consejo trillado en Pet¨¦n: no ir.
Aqu¨ª en Las Cruces, por ejemplo, fue capturado en noviembre de 2014 Efra¨ªn Cifuentes, El Negro. Era perseguido desde 2009 por autoridades locales, mexicanas y estadounidenses por coordinar el paso de cargamentos de coca¨ªna desde Honduras hasta M¨¦xico por esta ruta. Las autoridades no se pon¨ªan de acuerdo en para qui¨¦n trabajaba: unos dec¨ªan que para Los Zetas, otros mencionaban a Los Caballeros Templarios y al celeb¨¦rrimo cartel de Sinaloa. Quiz¨¢ para todos, argument¨® la Fiscal¨ªa en el juicio, acostumbrada a que los capos chapines operen como agentes libres. El Ministerio de Gobernaci¨®n guatemalteco dijo que El Negro sol¨ªa pasar dos cargamentos semanales de 100 kilos de coca¨ªna. Lo hac¨ªa en lanchas y camiones y la entregaba en la comunidad mexicana de Benem¨¦rito de las Am¨¦ricas, al otro lado de esta frontera de monte y r¨ªo, preludio de la selva. El operativo para capturar a El Negro dur¨® 48 horas. Hubo enfrentamiento con sus seis guardaespaldas en Las Cruces, pero ellos huyeron al ver el despliegue policial y militar. Los guardaespaldas escaparon hacia la selva. El Negro estaba demasiado gordo para huir y fue capturado, fusil en mano, en el patio de su casa.
La hummer negra se ha detenido en la brecha. El conductor, un hombre de sombrero y botas vaqueras, orina frente a un ¨¢rbol. Al vernos aparecer en la curva, corre hacia su camioneta y acelera.
Bethel es un pueblito de 196 familias que se desparraman en la ribera del Usumacinta.
¡°Vivimos de mojados [indocumentados] y de la agricultura¡±, dice sin matices el l¨ªder comunal, William M¨¦rida, de 67 a?os, 52 de ellos en este conf¨ªn.
¡°A ver, ?qu¨¦ le ense?a a los periodistas cuando vienen aqu¨ª?¡±, digo.
¡°?Periodistas aqu¨ª? Nunca¡±, responde y r¨ªe.
En Bethel, el paso de migrantes transcurre con la naturalidad del amanecer. Esto no es la frontera con Estados Unidos. No hay muro ni patrulla fronteriza. Lo complicado no es cruzar a M¨¦xico, sino avanzar en ¨¦l sin ser violado, secuestrado, asaltado o extorsionado por narcos, polic¨ªas, agentes de Migraci¨®n, asaltantes y violadores comunes.
¡°Ese se?or que vive ah¨ª es coyote [gu¨ªa que conduce a los indocumentados en su camino a cambio de una remuneraci¨®n]¡±, afirma el se?or M¨¦rida, y se?ala una casa que anuncia la venta de antojitos.
En el r¨ªo, un grupo de ocho migrantes, dos ni?os entre ellos, se ba?an y, con un anzuelo improvisado, intentan sacar del agua alguna curvina, mojarra o jolote.
¡°Esperan turno. De ellos vivimos, de venderles comidita o lo que se pueda¡±, dice el se?or M¨¦rida.
Esta es zona de cruce con coyote. Los coyotes usualmente esperan que su l¨ªnea est¨¦ activa en M¨¦xico antes de cruzar. L¨ªnea le llaman a la red de contactos con criminales y agentes de Migraci¨®n que les permitir¨¢ pasar sin problema, una vez que se repartan ganancias. Es usual que un coyote espere algunos d¨ªas hasta que su contacto en Migraci¨®n est¨¦ a cargo de la garita por la que pasar¨¢n cuando salgan del monte a la carretera y el camino deje de ser a pie.
¡°?Tienen problemas aqu¨ª con el narco?¡±.
¡°Al que se mete de tonto le va mal¡±, responde el se?or M¨¦rida.
¡°?C¨®mo?¡±
¡°Aqu¨ª se echan de ver, pero eso hay que hacer: ver¡±, dice el se?or M¨¦rida y se lleva el dedo ¨ªndice a los labios.
Muchos migrantes cruzan por Bethel. Otros, grupos m¨¢s grandes, cruzan m¨¢s cerca de la selva, por La T¨¦cnica, un pueblo alrededor de un peque?o muelle frente a Frontera Corozal (M¨¦xico). El se?or M¨¦rida nos ofrece ir all¨¢. Lo acompa?a otro l¨ªder de la comunidad, Guillermo, un migrante nicarag¨¹ense que, tras haber sido abandonado por su coyote, se qued¨® en Bethel desde 2002, y ahora es su promotor de salud.
Avanzamos por una calle que se estrecha y se vuelve sinuosa. Vamos sobre la ribera del Usumacinta, siguiendo la frontera. Las peque?as aldeas del camino se paralizan ante el paso de nuestra camioneta. Las miradas nos siguen hasta que el cuello no puede girar m¨¢s.
Llegamos a una angostura. La hummer negra nos bloquea el paso. Su conductor, sin bajar del veh¨ªculo, ha parado a conversar con tres hombres que est¨¢n estacionados en el camino y toman cervezas Corona. Dos de ellos llevan pistolas al cinto y la camisa desabrochada. Los dos carros a la par bloquean por completo el paso. Tras unos minutos, la hummer negra contin¨²a hacia La T¨¦cnica.
Pregunto al se?or M¨¦rida y a Guillermo si conocen al due?o de la hummer negra. Dicen que no. El se?or M¨¦rida enmudece. Guillermo voltea a ver hacia todos lados. Ha dejado de contar su historia y ahora es ¨¦l quien pregunta: ¡°?De verdad ustedes son periodistas? ?Pero en qu¨¦ concretamente andan trabajando? ?Por qu¨¦ quieren ir a La T¨¦cnica?¡±.
Desistimos de continuar. Damos vuelta hacia Bethel. Los hombres armados siguen en la angostura.
Apenas llegamos a las faldas de la selva y el miedo nos contagi¨® a todos dentro del carro.
As¨ª se impone Pet¨¦n.
II. SELVA ADENTRO
Llueve en la selva de Lacand¨®n. Vereda adentro por la reserva protegida, el lodo es espeso. Quiz¨¢ por eso no le llaman lodo. Le llaman barro. La camioneta todoterreno en la que viaj¨¢bamos qued¨® atascada atr¨¢s. Caminamos hacia la comunidad La Revancha. ¡°Invasores¡±, les dice el Estado. ¡°Narcotraficantes¡±, les dicen muchas voces peteneras. M¨¢s que caminar, el acto de desplazarse bajo la lluvia en estas profundidades es una mezcla entre patinar y escalar. Estamos a cuatro kil¨®metros de la comunidad. Atr¨¢s no solo dejamos el veh¨ªculo, sino cualquier posibilidad de comunicarnos con alguien fuera de la selva. El carro fue tragado por el barro justo en las faldas del cerro La Se?al. Le llaman as¨ª porque su cumbre es el ¨²ltimo punto donde hay se?al telef¨®nica.
Pero si avanzar hacia La Revancha es complicado, conseguir los contactos para entrar fue una odisea.
Cuando el muro del miedo parec¨ªa infranqueable en Pet¨¦n, escuch¨¦ otras voces que poco a poco fueron desvelando el hueco para acceder a la selva.
Byron Castellanos, ¡°100% petenero¡±, es el director ejecutivo de la asociaci¨®n Balam, que lleva alrededor de una d¨¦cada trabajando en este departamento. Balam es oficialmente una organizaci¨®n ambientalista que lucha por preservar las ¨¢reas protegidas donde habitan, seg¨²n los c¨¢lculos m¨¢s altos, hasta 60.000 personas que por ley no deber¨ªan habitar ah¨ª. No hay en toda Centroam¨¦rica un estadio donde quepa tanta gente.
Pero poco tardaron en darse cuenta de que en un entramado como el petenero, los recursos naturales son parte de una mara?a que mezcla tambi¨¦n pobreza, abandono estatal y crimen organizado. Castellanos lo aclara tan pronto como empieza a conversar: ¡°No somos una asociaci¨®n de pajaritos y arbolitos, de conservaci¨®n light. Vimos los pajaritos y dijimos: ¡®?Por qu¨¦ se acaba el bosque?¡¯ Y empez¨® lo complejo¡±.
Lo complejo, en un brutal resumen de algo que tard¨® a?os de esfuerzo a Balam, fue entender que el objetivo no era desalojar pobres, sino ense?arles a convivir con la selva. Lo complejo fue entender que selva adentro no solo hay pobres, tambi¨¦n hay finqueros. Que el Estado lleva a?os apretando a los que usurpan por desesperaci¨®n un poco de tierra e ignorando a los ¡°grandes¡± que ocupan decenas de caballer¨ªas. ¡°El mayor pecado chap¨ªn es ser mujer, ind¨ªgena y pobre¡±, dice Castellanos. Lo complejo fue entender que el Estado no es usualmente un aliado.
Castellanos lo sabe: ¡°En Lacand¨®n hay 50 comunidades abandonadas desde hace unos 50 a?os en esta frontera¡±. De ello se ha dicho mucho. Pero tambi¨¦n sabe la otra parte: ¡°?Alrededor de los campamentos [militares] aterrizan avionetas! Hay siete pistas en Laguna del Tigre; cinco, en Lacand¨®n. No descartamos que haya gente del Ministerio de Defensa involucrada¡±. Tras tres d¨ªas de ir y venir en Pet¨¦n, las frases de Castellanos retumban valientes y claras. Habla con propiedad: Castellanos fue durante seis a?os, de 1998 a 2004, director t¨¦cnico general del gubernamental Consejo Nacional de ?reas Protegidas (Conap).
¡°Pet¨¦n es un territorio f¨¦rtil para una alianza perversa entre crimen organizado y pobreza¡±, dice. Eso ha creado ¨¢reas donde el Estado no puede entrar. ¡°Han retenido jueces, militares, polic¨ªas all¨¢ adentro¡±.
En septiembre de 2011, durante un discurso en Argentina, Francisco Dall¡¯Anese, entonces al mando de la Comisi¨®n Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) instalada por Naciones Unidas en 2006, dijo que en Pet¨¦n ¡°hay grupos de ind¨ªgenas tirados a la calle de sus terrenos¡±, mientras que contra los verdaderos narcos nadie hac¨ªa nada, y cont¨® la an¨¦cdota de c¨®mo cuando un alto comisionado de Naciones Unidas iba hacia el rancho Los Cocos a presenciar la escena del descuartizamiento de los 27 campesinos, lo pararon narcos armados hasta los dientes para interrogarlo. Tras una negociaci¨®n liberaron al funcionario internacional.
Seg¨²n Castellanos, selva adentro la l¨®gica es parecida en varios casos: ¡°Primero aparecen los pobres. Luego llega el finquero y los pobres o son trabajadores de su finca o se van a seguir usurpando a otro lado¡±.
Hago a Castellanos la pregunta que nadie me ha sabido contestar en Pet¨¦n. Su respuesta es lo m¨¢s certero que he escuchado en este viaje.
¡ª?Qui¨¦nes son esos finqueros?
¡ªEstamos en transformaci¨®n. Se distribuyeron el pastel. Tenemos peque?os narcos producto del colapso de los que eran m¨¢s grandes.
Se sabe que hay, pero a¨²n no se sabe qui¨¦nes. La selva alcanza para cobijar ese secreto y el discurso oficial, desde hace a?os, remata acusando a las comunidades campesinas de ser los narcotraficantes.
En 2011, tras la barbarie en Los Cocos, diferentes organismos internacionales mostraron inter¨¦s por esta frontera. Suele ocurrir as¨ª en los rincones olvidados de Am¨¦rica. Muchos deben morir en un solo d¨ªa para que el mundo eche un vistazo.
Aquel a?o se public¨® un informe financiado por Soros Foundation. Los autores, investigadores acad¨¦micos de diferentes pa¨ªses, no firmaron el documento por temor a las consecuencias y cuando me dieron una entrevista fue por Skype y utilizando herramientas de seguridad digital que hac¨ªan imposible ubicarlos. Pet¨¦n les contagi¨® el miedo. El informe analizaba las relaciones de poder en el departamento, pero tambi¨¦n entregaba datos incontrovertibles de posesi¨®n de tierra por parte de familias del narcotr¨¢fico, como los Le¨®n, los Lorenzana, los Mendoza, todas ellas con miembros extraditados a Estados Unidos. En total, seg¨²n el informe, esas familias ten¨ªan 1.179 caballer¨ªas (m¨¢s de 53.000 hect¨¢reas) en Pet¨¦n. El descaro era total: algunas de esas tierras estaban dentro del parque nacional Laguna del Tigre y una de las fincas a nombre del patriarca Waldemar Lorenzana, extraditado ese a?o a Estados Unidos, estaba inscrita en el registro p¨²blico guatemalteco. Aparec¨ªan en los mapas tambi¨¦n mansiones, una de ellas con piscina y pista de aterrizaje en Lacand¨®n, parte de una serie de caballer¨ªas cercadas que se extend¨ªan hasta la frontera con M¨¦xico, el r¨ªo Usumacinta.
Actualmente, dice Castellanos, su organizaci¨®n no trabaja en las zonas fronterizas dentro de las ¨¢reas protegidas. ¡°Si meto a mi gente, la matan. Primero que entre el Estado, pero de verdad¡±.
En Pet¨¦n, para no estancarse, hay una regla b¨¢sica: salir de cada entrevista con otro contacto. Castellanos me da uno que me da otro y ese a su vez me da otro que finalmente me lleva a Elbia Garc¨ªa, candidata a alcaldesa de La Libertad por el partido Vamos. Esta profesora de escuela jubilada es la ¨²nica candidata entre 13 hombres que buscan el cargo.
Nos reunimos en El Naranjo, justo en el margen de Laguna del Tigre. El Naranjo, entre la migraci¨®n centroamericana, es conocida como La Tijuana de Guatemala. Es un pueblito, le envidia todo a Tijuana, menos la agresividad. En menos de 10 minutos de recorrido, vemos a cinco hombres armados, con pistola al cinto y a plena vista. Algunos no parecen ir listos para defenderse de un asalto, sino para participar en una balacera: uno de ellos camina por la calle con su pistola nueve mil¨ªmetros y dos cargadores extra colgando de su pantal¨®n. O sea, unas 50 balas a disposici¨®n. Este es el ¨²ltimo pueblo para abastecerse antes de cruzar la frontera por zona protegida. M¨¢s all¨¢, los puntos ciegos de la selva.
Garc¨ªa es la ¨²nica candidata que ha visitado comunidades como La Revancha. Pide garant¨ªas para ellos: ¡°Tierra, seguridad de que no los van a mover. Un campesino no ocupa m¨¢s de tres o cuatro manzanas. Y el Estado ataca al campesino. Pero son los finqueros, los empresarios¡±. Y calla.
¡ª ?Qui¨¦nes son esos empresarios?
¡ª Personas poderosas. Al hablar de esos empresarios es mejor ese t¨ªtulo: empresarios. Es gente armada. Pero de eso mejor no hablemos.
Pet¨¦n de nuevo.
La candidata Garc¨ªa conoce a otro Garc¨ªa, Rub¨¦n, que es el alcalde auxiliar de El Para¨ªso, la ¨²ltima aldea reconocida antes de entrar a la selva y al barro rumbo a La Revancha. Rub¨¦n es la llave para entrar all¨¢. Conoce a sus pobladores, porque como alcalde de esta comunidad se siente representante de quienes se internaron en la selva.
Rub¨¦n, de 39 a?os, robusto, amable y de hablar pausado, nos espera en su aldea para viajar a La Revancha. En el viaje va tambi¨¦n la candidata Garc¨ªa.
Al fin, hacia donde todos advierten de no ir. Al fin, hacia all¨¢ adonde aseguran viven los males del Pet¨¦n.
Mientras la camioneta se tambalea y patina en el barro, Rub¨¦n habla: ¡°La Revancha va para 12 a?os de existir. Cuando la guerra [1960-1996], en esas monta?as solo hab¨ªa guerrilla. Luego entraron chicleros [dedicados a la industria del chicle, un tipo de resina] y madereros. Pagaban impuesto a la guerrilla. La gente que buscaba tierra empez¨® a llegar de todo el pa¨ªs. La guerrilla no los dejaba quedarse, pero los campesinos volv¨ªan. Cuando por tercera vez llegaron, ya terminada la guerra, dijeron: ¡®Vamos por la revancha¡±. La vida en esta selva es anterior a la ley. Literalmente: hay comunidades que habitan en Lacand¨®n o Laguna del Tigre desde los setenta. Muchas m¨¢s llegaron en los ochenta. La Ley de ?reas Protegidas fue aprobada en 1989.
Durante un par de kil¨®metros, todo es verde. La monta?a es verde y la selva espesa. A¨²llan los monos. Pero tras una curva, en medio del cerro, unas dos manzanas de bosque est¨¢n chamuscadas. Tierra quemada. La selva, de repente, se ha vuelto negra. Los habitantes de La Revancha se alejan de la aldea para trabajar parcelas que escogen entre el verde. Arrancan todo para sembrar. Tras el cultivo de ma¨ªz, frijol o pepitoria, queman la tierra para exterminar cualquier brote y volver a empezar. Quien niegue que un campesino pobre deforesta en Lacand¨®n miente. Pero para esto es para lo que alcanzan los brazos de un campesino pobre, sin m¨¢quinas, empu?ando machete. Estas dos manzanas de bosque quemado son el costo de que un hombre mantenga viva a su familia.
Durante una entrevista, el director del Conap (Consejo Nacional de ?reas Protegidas) en Pet¨¦n, Marvin Mart¨ªnez, habl¨® de los otros, de esos ¡°empresarios¡± sin pronunciar su nombre: ¡°A veces, en el bosque, una persona causa m¨¢s impacto que una comunidad entera¡±. Reconoci¨® que hab¨ªan encontrado fincas de incluso 1.000 hect¨¢reas.
¡°A la gente de La Revancha la acusan de narcotr¨¢fico, de narcoganaderos, de invasores, pero la gente no puede vivir de otra manera. Usted puede encontrar m¨¢s adentro fincas de 50, 80 caballer¨ªas inscritas en el registro. Para el rico no hay ley, solo para el campesino¡±, dice Rub¨¦n. ¡°?rea protegida para el campesino, pero suelta para el millonario¡±, remata la candidata Garc¨ªa aferrada a una manija de la camioneta que se tambalea como si fuera una barca en el oleaje.
Un vistazo a una imagen tomada por sat¨¦lite de la zona da verosimilitud a lo dicho por ambos. En un radio de 10 kil¨®metros alrededor de La Revancha pueden verse grandes manchas de color caf¨¦, al menos tres, rectangulares, perfectamente delimitadas, de unas 10 veces el tama?o de la comunidad. No hay una casa en esas ¨¢reas, solo terreno devastado, potrero.
¡°Este es el cerro La Se?al¡±, dice Rub¨¦n. ¡°Es el punto de salvaci¨®n de la gente. Aqu¨ª llaman cuando traen a alguien enfermo, para que los vengamos a sacar desde la aldea. Hasta aqu¨ª, cargan al enfermo con mecapal [faja con dos cuerdas que sirve para lleva carga a cuestas]¡±. La camioneta apenas rueda. Esto no es calle, es monta?a.
Abajo del cerro, de nuevo la selva se vuelve negra, otras dos manzanas chamuscadas. En medio de eso, la camioneta se rinde. El barro la traga.
Nos faltan dos kil¨®metros para La Revancha. El calor en Pet¨¦n es algo m¨¢s que una sensaci¨®n f¨ªsica, provoca un estado mental de rabia, ganas de gritar groser¨ªas.
Antes de llegar pasa un hombre a caballo. Es una estampa de otros tiempos. El se?or es ind¨ªgena, apenas habla castellano. Su ropa son remiendos de varias ropas. A su espalda una escopeta del calibre 20, hecha a mano con madera y fierros viejos. En su matate (bolsa de cuerda de pita para transportar alimentos), en dos bolsas pl¨¢sticas, un tepezcuintle (roedor) y los pedazos de un peque?o venado. Sale de la selva a ver si alguien se los compra. Por ambos no pide m¨¢s de 150 quetzales (unos 20 d¨®lares / unos 17,6 euros). Tardar¨¢ todo el d¨ªa en ir y venir.
La Revancha son 60 familias, unas 20 chozas de palma de guano y vigas de naranjillo regadas en un llano a media selva.
La gente a la que muchos dijeron que hay que temer, m¨¢s bien le teme a uno. Nos miran con desconfianza, sin agresividad. M¨¢s bien con miedo: cabezas hacia abajo, mirada de reojo hacia arriba con las cejas arqueadas, cuerpos congelados.
Las escenas de miseria abundan.
Yolanda L¨®pez, treinta?era y con 14 a?os en el lugar, tras entender que no soy guardabosques del Conap ni militar ni polic¨ªa ni narcotraficante, me pide que la siga. Mientras camina, repite: ¡°Venga a ver de d¨®nde tomamos agua, venga, venga¡±. Llegamos hasta un agujero en la tierra en una ladera del monte. El agujero es de piedra y en ¨¦l nace agua, poca agua. La poca agua se acumula en el fondo de la cavidad rocosa. Es caf¨¦. No caf¨¦ clarito, es caf¨¦ espeso. Es m¨¢s lodo que agua. Para sacarla, Yolanda raspa la piedra con un recipiente de pl¨¢stico. Al fondo del recipiente, un pocito de l¨ªquido turbio. ¡°Esto tomamos, esto toman los ni?os¡±, dice Yolanda desde el fondo del agujero.
El a?o pasado murieron tres ni?os de ocho, cuatro y dos a?os. Murieron, dice Yolanda, que adem¨¢s es la curandera y partera de La Revancha, ¡°de calentura y asientos [diarrea]¡±. No funcionaron los remedios, dice. Por m¨¢s que les hicieron un menjurje de verbena y bombilia (dos tipos de plantas), lo cocieron con canela, le pusieron media tableta de neomelubrina (medicamento analg¨¦sico y que combate la fiebre) y los sobaron, los ni?os igual murieron. Pregunto a Yolanda qu¨¦ comen, y ella y otras dos mujeres recitan el men¨²: frijoles con tortilla y cogollo de guano, frijoles con tortilla y pacaya (variedad de palmera), frijoles con tortilla y hierba mora, frijoles solos. ¡°Una vez al mes, matamos un pollo¡±, dice Yolanda.
Hay muchas escenas de miseria, pero una es total. Un ni?o descalzo de unos cinco a?os, pies hundidos en el barro, camina de choza en choza ofreciendo los bananos que carga en un huacal (palangana) en su cabeza. Un ni?o vende bananos en la selva.
Aqu¨ª no hay medicinas ni escuela ni agua potable ni luz el¨¦ctrica. Pero aqu¨ª, al menos en La Revancha, tampoco hay narcotraficantes. De ninguna manera alguien a quien le calce esa palabra vivir¨ªa en una de estas chozas.
Evaristo P¨¦rez Alvarado, Don Quincho, fue el primero en llegar a esta zona, antes incluso de que fuera una comunidad con nombre. Lleg¨® hace 27 a?os. Aquella promesa de mediados del siglo pasado, cuando el Estado guatemalteco ofreci¨® tierras a campesinos para poblar Pet¨¦n, a¨²n recorr¨ªa Guatemala cuando Don Quincho lleg¨®. Se encontr¨® con otra realidad y se intern¨® en la selva por una raz¨®n obvia, sin rimbombancias: ¡°Porque yo trabajo la tierra y vivo de la tierra. Eso hago. Y eso es lo que s¨¦ hacer. Entonces, necesito tierra¡±.
Don Quincho ha reunido a 60 personas en una galera, considerada casa comunal de La Revancha. Mujeres ind¨ªgenas, ni?os descalzos, campesinos con botas de hule.
¡°Levanten la mano quienes saben leer¡±, pido.
Siete la levantan.
¡°Levanten la mano quienes sepan un oficio diferente a la agricultura¡±.
Nadie levanta la mano.
¡°A ustedes los acusan de narcotraficantes¡±, digo. Muchos, hartos, bajan la cabeza.
¡°Si yo fuera narcotraficante no andar¨ªa aqu¨ª batiendo barro con los pies. Estamos aqu¨ª porque es m¨¢s mejor o menos peor que los otros lados donde podr¨ªamos estar¡±, responde, sucinto, Don Quincho.
¡ª Levanten la mano quienes saben leer, pido.
Siete la levantan.
¡ª Levanten la mano quienes sepan un oficio diferente a la agricultura.
Nadie la levanta.
¡ª A ustedes los acusan de narcotraficantes, digo. Muchos, hartos, bajan la cabeza.
¡ª Si yo fuera narcotraficante no andar¨ªa aqu¨ª batiendo barro con los pies. Estamos aqu¨ª porque es m¨¢s mejor o menos peor que los otros lados donde podr¨ªamos estar, responde, sucinto, Don Quincho.
Es dif¨ªcil pensar en un rinc¨®n de esta selva m¨¢s precario que La Revancha, pero lo hay.
De alguna manera, La Revancha es un ¨¦xito para sus pobladores. Seguir ah¨ª, carentes de todo, es su reivindicaci¨®n primera. Hay otras que no son menores (agua y educaci¨®n, las principales), pero continuar en la selva y no en alguna parcela muerta de los municipios es su lucha. Cultivar para comer, comer para vivir. La sencillez de la selva. ¡°Solo un chorro de soldados nos sacar¨ªan¡±, me dijo un hombre en La Revancha. ¡°Si nos sacan, vamos a volver¡±, me dijo Yolanda. En ese sentido ¡ªtan nefasto, tan latinoamericano¡ª es un triunfo cada d¨ªa que termina y ellos vuelven a dormir en sus chozas despu¨¦s de cenar frijoles. Hay otros en esta selva que no tienen esa miserable ventura.
Ir por Guatemala a la comunidad de Laguna Larga es tan complicado ¡ªdos d¨ªas de camino, dicen¡ª que es mejor ir por otro pa¨ªs. Es mejor entrar por M¨¦xico.
Laguna Larga es frontera. No es una met¨¢fora. Es justamente la frontera entre Guatemala y M¨¦xico. Esta l¨ªnea no es territorio, sino divisi¨®n. Laguna Larga son unas 100 champas (casucha que sirve de vivienda) al final de Laguna del Tigre. Es una comunidad de gente acusada de narcotr¨¢fico desde hace muchos a?os.
Laguna larga
En agosto de 2010, el entonces presidente ?lvaro Colom prometi¨® enviar tropas a Laguna del Tigre y expulsar a todos los narcotraficantes que hab¨ªan usurpado. ¡°Para este 15 de septiembre, he ordenado al Ej¨¦rcito que ingrese y tome Laguna del Tigre. Adi¨®s a los narcos y su ganado. Me han amenazado, pero no les tengo miedo. Me odian, pero no voy a dar marcha atr¨¢s. No quiero ver m¨¢s ni una sola cabeza de ganado, porque la voy a destazar [despiezar] y repartir a los pobres¡±, dijo.
Casi una d¨¦cada despu¨¦s, en esta selva hay mucha gente pobre y mucho ganado que no es de esa gente pobre.
Laguna Larga ni siquiera es el nombre de este pedazo habitado de frontera, sino de otro en la selva del que fueron expulsados. El 2 de junio de 2017, 1.400 polic¨ªas y 400 soldados se internaron en Laguna del Tigre hasta llegar a un ojo de agua, conocido como Laguna Larga y rodeado por varias casitas de madera que campesinos hab¨ªan construido ah¨ª desde principios de los a?os ochenta. Los cerca de 500 habitantes de ese lugar hab¨ªan huido en los d¨ªas y horas anteriores, en peque?os grupos, al escuchar que los soldados iban hacia all¨¢. Muchos, sobre todo los ind¨ªgenas del grupo, a¨²n recordaban los tiempos en que los militares llegaban para arrasar a todo el que creyeran subversivo. Cerca de 500 personas huyeron por la selva hacia M¨¦xico y pasaron la noche bajo la lluvia, sobre la l¨ªnea fronteriza con el Estado de Campeche, y desde entonces han permanecido ah¨ª. Se siguen llamando como antes: Laguna Larga, solo que ya no tienen ninguna laguna cerca.
Llegar hasta all¨¢ desde Guatemala implica cruzar toda Laguna del Tigre. Eso, en Pet¨¦n, es tan poco aconsejable como en M¨¦xico deambular por el Tri¨¢ngulo Dorado (la regi¨®n comprendida entre los Estados de Chihuahua, Sinaloa y Durango en el noroeste mexicano). Lo mejor es cruzar a M¨¦xico, viajar varias horas en paralelo a la frontera por carretera, hasta llegar a una aldea en los confines de ese pa¨ªs. La aldea por la que se pasa antes de llegar a Laguna Larga, como si la realidad hiciera un gui?o sarc¨¢stico en este viaje por la frontera, se llama El Desenga?o. Aqu¨ª esperamos a Servelio, l¨ªder de Laguna Larga.
Tras dos kil¨®metros en una callejuela de tierra, se llega a la frontera, una l¨ªnea aplanada, perfectamente identificable. Es como si alguien hubiera pasado un enorme rastrillo en la selva. Sobre esa l¨ªnea, a lo largo de unos 500 metros, como si fuera un improvisado campo de refugiados, est¨¢n esas 500 personas, 200 ni?os entre ellas.
Si las viviendas en La Revancha pueden llamarse chozas, estas no pasan de champas. Pedazos de basura hacen de casa: pl¨¢stico, madera, l¨¢mina, un trozo de sombrilla.
Aqu¨ª, a diferencia de La Revancha, no hay tierra. De un lado, del guatemalteco, los soldados se quedaron en la laguna, a unos dos kil¨®metros de esta frontera, para evitar que esta gente vuelva. Del otro lado, del mexicano, las autoridades no los dejan establecerse dentro del territorio. Esta es gente sin pa¨ªs: no pueden volver por el suyo, porque es ¨¢rea natural protegida; no pueden avanzar en el otro, porque no es el suyo. Para sobrevivir, dan unos pasitos hacia M¨¦xico y alquilan tierras a los habitantes de El Desenga?o. A 1.000 pesos (unos 50 d¨®lares / 46,5 euros) la hect¨¢rea por cosecha. La cosecha buena da unos 500 kilos. Cada kilo se vende a cuatro pesos (0,20 d¨®lares / 0,18 euros). O sea, 2.000 pesos con suerte.
En La Revancha se cosecha para comer. En Laguna Larga se cosecha para ver si la cosecha sale buena y as¨ª poder comer.
¡°Usurpadores de tierra, taladores de monta?a, escarbadores de ruinas, narcotraficantes, traficantes de madera, grandes terroristas. Siendo nosotros unos campesinos¡±, recuerda Servelio con rabia todo lo que las autoridades han dicho de ellos. Cuando habla de aquella noche de 2017 en la que se acurrucaron bajo la lluvia con sus hijos en este infame lugar, cuando recuerda el d¨ªa siguiente cuando ve¨ªan humear sus casas a lo lejos despu¨¦s de que el Ej¨¦rcito las incendiara, Servelio llora.
Internarse en Lacand¨®n y en Laguna del Tigre no me permiti¨® encontrar narcotraficantes, pero s¨ª encontrar a quienes no lo son, a pesar de llevar a?os acusados de ello. Para hallar a los grandes terratenientes de la selva no es necesario hundirse en el barro. Hay fotos de sat¨¦lite de grandes extensiones cercadas, cientos de caballer¨ªas. Las denuncias de esto y las fotos de pistas clandestinas captadas en recorridos a¨¦reos son conocidas desde hace d¨¦cadas. En 2004, Prensa Libre, el principal diario impreso de Guatemala, titulaba en su portada: Tierra sin ley, presentaba Laguna del Tigre como un ¡°para¨ªso de narcos¡± y hablaba de 15 avionetas destruidas por los propios traficantes en diferentes puntos. En junio de 2017, Plaza P¨²blica lanz¨® su reportaje Temporada de desalojos en la Laguna del Tigre. Durante el sobrevuelo y un recorrido terrestre en el que particip¨®, el periodista pudo ver ¡°grandes fincas cercadas, camiones cargados de ganado, mansiones con p¨®rticos ostentosos¡±. Incluso, a 25 metros de un pozo petrolero de la empresa Perenco y a seis kil¨®metros de un destacamento militar de selva, encontr¨® una pista de aterrizaje clandestina.
Desde el cielo puede verse que en esta selva hay terratenientes y aterrizajes. Desde el suelo puede entenderse tambi¨¦n que hay gente tratando de sobrevivir.
Una mujer me detiene mientras camino por en medio de Laguna Larga. Me pide que entre a su champa, me cuenta su problema y luego me pide un favor. Cuenta que su marido se fue hace un mes de Laguna Larga hacia Estados Unidos, como indocumentado. Lo atraparon en Cal¨¦xico, California. Desde hace una semana, ella sale cada noche hacia El Desenga?o, donde hay se?al telef¨®nica, a esperar la llamada de ¨¦l. Hace dos d¨ªas la llamada lleg¨®. ?l ha o¨ªdo en el centro de detenci¨®n que hay gente a la que dan refugio si su vida estaba en riesgo en su pa¨ªs. Este es el favor que ella me pide: ¡°Usted es periodista. Tome una foto de aqu¨ª y m¨¢ndela all¨¢ para que suelten a mi marido, mande esa prueba de que somos bien pobres y no tenemos ni para comer¡±. Le explico que el asilo no se concede por pobreza. Piensa un rato y pregunta: ¡°?Ni por ser as¨ª de pobre?¡±.
[Consulte todos los cap¨ªtulos de Frontera sur]
Sobre este proyecto
La frontera desconocida de Am¨¦rica
Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente
Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.
Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.
Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.
Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.
Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.
EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.
Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.
Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.
Cap¨ªtulo 3 de Frontera Sur, pr¨®ximamente.
Cr¨¦ditos
- Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
- Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser y Patricia R. Blanco
- Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
- Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez
- Front-end: Nelly Natal¨ª
- Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
- V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Gonzalez
- Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
- Edici¨®n de Imagen: H¨¦ctor Guerrero
- Redes Sociales: Anna Lagos
- Edici¨®n de textos: Ana Lorite
- Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco, Eduardo Ort¨ªz
- Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel