Copla, gambas y catarsis en El Pimpi Florida, el bar m¨¢s loco de M¨¢laga
Camino de su 70? aniversario y con una legi¨®n de fieles, esta min¨²scula y estrecha marisquer¨ªa ubicada en el barrio de El Palo vive una fiesta cada noche, tambi¨¦n en verano
Alcachofa en mano, Pepi, vendedora ambulante de rosas, se lanza por Roc¨ªo Jurado. Canta que el amor lleg¨® a su vida como una ola y a su alrededor se monta la fiesta. Superada la medianoche, m¨¢s de 40 personas se vienen arriba, bailan y cantan, con ella, ¡°como una ola de fuego y de caricias¡±, desga?it¨¢ndose en un karaoke colectivo. El p¨²blico de Pepi es la clientela de El Pimpi Florida, uno de los bares m¨¢s singulares de M¨¢laga y, posiblemente, de Espa?a.
El surrealista momento musical se repite a diario mientras se consumen gambas, almejas y conchas finas en un escenario que parece sacado de un videoclip de C. Tangana. En este lugar te llevan en volandas al son de El Novio de la Muerte legionario para ir al ba?o y algunas cervezas las sirven en la cocina. A veces no existe otra opci¨®n: hay noches en las que 60 almas se apretujan en apenas 20 metros cuadrados. ¡°No hay nada igual. Es un sitio totalmente cat¨¢rtico¡±, sostiene Auxi Barea, cuya foto cuelga de las paredes como la de otros muchos fieles del establecimiento, que brinda con su amiga Carmen Bermejo por reencontrarse con uno de sus lugares favoritos tras lo peor de la pandemia.
La estrechez ha sido una de las caracter¨ªsticas hist¨®ricas del local, que parece una burbuja temporal que se qued¨® en el a?o 1952, cuando abri¨® como una min¨²scula taberna de vino y domin¨®. Su clientela era humilde y marinera como su barriada, El Palo, situada al este de la ciudad andaluza. Abr¨ªa desde la ma?ana hasta la noche y empez¨® a ganar fama gracias a sus gambas al pilpil. ¡°Eran las mejores de M¨¢laga¡±, cuenta Pablo L¨®pez, que habla de o¨ªdas porque fue su abuelo, Gregorio L¨®pez, quien impuls¨® el negocio ¡ªsin relaci¨®n con El Pimpi de Antonio Banderas¡ª en plena posguerra y su abuela, Antonia Santos, la que cocinaba. Ambos amaban la copla, banda sonora del negocio gracias a un viejo pic¨² donde pinchaban a las m¨¢s grandes de la m¨²sica patria. M¨¢s tarde fue su padre, Jes¨²s L¨®pez, el que continu¨® el negocio y se abri¨® a otro p¨²blico m¨¢s joven ¡ªcon bocatas y litros de cerveza a siete pesetas¡ª en los a?os ochenta. Desde su fallecimiento, en 2014, Pablo es la cara visible tras la barra, donde se reparte el trabajo con su amigo Jos¨¦ Ferreira, Portu. M¨¢s all¨¢, su t¨ªa, Rosa Mar¨ªa L¨®pez, se encarga de mantener la misma receta de gambas. ¡°Nadie se va sin probarlas¡±, cuenta la mujer, cuya clave, dice, es la buena materia prima: ¡°Si no, el caldo se hace agua y no sirve pa n¨¢¡±.
Raro es el d¨ªa que no hay una larga cola de clientes esperando en la puerta una hora antes de la apertura del bar, a las ocho y media de la tarde. ¡°Cualquier d¨ªa estamos a tope¡±, aseguran a coro en el establecimiento. Quien consigue entrar es recibido con un plato de aceitunas y unos cacahuetes. Ca?as de cerveza y vino blanco servido en copa de champ¨¢n ¡ªque obliga a brindar una y otra vez¡ª son las bebidas principales. Un folio plastificado y colocado sobre la nevera ejerce de carta. Hay conchas finas, enormes gambones, navajas, rosada a la plancha, calamar, patas de cangrejo, montaditos de lomo o huevas ali?¨¢s, como recita el propio Pablo de carrerilla, levantando la voz para que se le escuche entre el jaleo. ¡°Los precios son sencillos: esto es un bar humilde, no el hotel Ritz¡±, subraya entre risas su t¨ªa. La estrella son los carabineros, de impactante color rojo y que hacen vuelta y vuelta con una mijita de sal. Los platos van y vienen por una barra junto a la que se agolpa la clientela. Esa incomodidad, el sudor, ese contacto pegajoso es justo lo que funciona a modo de gasolina para que el ambiente sea una fiesta diaria.
La copla y la m¨²sica popular, 70 a?os despu¨¦s, siguen encendiendo la mecha para que despierte la jarana con baile, palmas y lo que haga falta cada noche de mi¨¦rcoles a domingo hasta las dos de la madrugada. A esa hora, la del cierre, los vasos se llenan por arte de magia. Nadie se va de aqu¨ª sin una ronda a la que invita la casa. Durante la catarsis colectiva Pablo pincha canci¨®n a canci¨®n ¡ªhoy con un ordenador, antes de la pandemia, disco a disco¡ª mientras sirve las comandas. Es casi la misma m¨²sica que pinchaban sus abuelos, que ahora se puede encontrar en una lista de Spotify. ?l, sin embargo, cambia la playlist a diario. ¡°Voy eligiendo canciones en funci¨®n de c¨®mo est¨¦ el p¨²blico¡±, afirma. ?Cu¨¢l sirve para levantar la fiesta? ¡°Hay muchas. Y sin embargo te quiero, de Juanita Reina, o Hay que venir al sur, de Raffaella Carr¨¤, son apuestas seguras¡±, afirma. Lo demuestra con hechos. Cuando suena a todo volumen, la italiana le da la raz¨®n y no hay quien no se ponga a saltar en plena estrechez.
La felicidad es un hecho dentro de estas cuatro paredes. M¨¢s a¨²n despu¨¦s de que el bar se mantuviera 20 meses cerrado por la pandemia: sus min¨²sculas dimensiones hac¨ªan imposible su apertura en ¨¦poca de restricciones. Cuando estas acabaron, abri¨® en una noche en la que todo El Palo se volvi¨® loco. Igual que cuando suena el Probe Miguel de Triana Pura, el Bamboleo de los Gipsy Kings o Tengo el coraz¨®n contento de Marisol. Con Mar¨ªa de la O y Soy Minero, la clientela se deja llevar. Las amigas Carmen y Auxi bailan luego sevillanas, como media marisquer¨ªa. Los m¨®viles entonces no paran de grabar stories que resumir¨¢n una noche que rara vez se recuerda a la ma?ana siguiente. Da igual. Lo que se vive en El Pimpi Florida, se queda en El Pimpi Florida.
Fotos de la clientela en las paredes
La copla y las artistas folclóricas son la base de la decoración de El Pimpi Florida. Cuelgan imágenes de visitas especiales como Marifé de Triana o Mari Trini y un gran collage de Raphael regalado por los parroquianos más habituales. También hay grupos de amigos que cuelgan sus fotos en la pared. Todos los marcos están repletos de fotos de carné. “Alguien pidió permiso para poner una porque quería sentirse parte del bar y luego todo el mundo quiso hacer lo mismo: hay cientos”, explica el tabernero Pablo López. También hay gorras de cuerpos policiales, viejas botellas, vinilos y una camiseta firmada Carlos Suárez, exjugador del Unicaja, igual que Jorge Garbajosa —hoy presidente de la Federación Española de Baloncesto— ha sido un habitual del local.
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