Los jardines en febrero o c¨®mo apreciar las bondades del invierno
Durante estas semanas, los magnolios, los dientes de le¨®n, las violetas o los el¨¦boros empiezan a germinar y brotar a un ritmo acelerado, provocando cada d¨ªa una oleada de min¨²sculas novedades vegetales para disfrute del paseante
?Puede haber un mes m¨¢s interesante que otro para pasear por un jard¨ªn? Es una pregunta dif¨ªcil de contestar si se han abierto todas las puertas a los sentidos, si el jard¨ªn se vive como un todo que aporta belleza a cada instante. En un recorrido a finales de febrero se encuentran ritmos acelerados que germinan y brotan, y a cada nueva jornada le sigue una oleada de min¨²sculas novedades. El despertar de las plantas en estos d¨ªas fr¨ªos no es tan efervescente como en primavera, pero es continuo y progresivo.
Los magnolios (Magnolia spp) han abierto sus tremendas flores de gran tama?o y suaves coloridos. Un abejorro se zambulle en una de ellas para gulusmear algo de su polen. En plena incursi¨®n, rompe un par de estambres con su gran peso y la vibraci¨®n de sus alas. Lleva todo el invierno sobreviviendo gracias a peque?as flores de hierbas que no temen a las heladas. Desde la grieta que le sirve de refugio nocturno, entre dos ladrillos de uno de los antiguos muros del jard¨ªn, el abejorro se lanza todas las ma?anas a pecorear de flor en flor. Est¨¢ de enhorabuena, porque ahora goza de m¨¢s d¨ªas de bonanza y de m¨¢s especies que se lanzan a abrir sus corolas ricas en n¨¦ctar y en polen.
?ltimamente, se han unido a esta fiesta floral los dientes de le¨®n (Taraxacum officinale), una de las flores pratenses y ruderales m¨¢s generosas, porque est¨¢ repleta de n¨¦ctar. Sus inflorescencias doradas brillan bajo el sol, y se ven acompa?adas en aquella pradera casi salvaje de las espiguillas de la poa anual (Poa annua), gram¨ªnea que conquist¨® el mundo entero gracias a su capacidad para adaptarse a lo que le echen, tanto de lo bueno como de lo malo. A pesar de ser modesta y peque?a, hasta Rafael (1483 ¨C 1520) la pint¨® en algunas de sus obras religiosas, al mism¨ªsimo pie de la virgen Mar¨ªa o de san Juanito.
En este febrero m¨¢s c¨¢lido han abierto las peque?as flores de los olmos (Ulmus spp.) en muchos jardines, parques y descampados; est¨¢n tan poco ornadas que, si no se fija en ella la mirada, no se descubren. Son como peque?os pompones algo despeluchados. Si uno se acerca, se descubren colores rojo burdeos, rosados, ocres, blancos y marrones. Hasta lo diminuto y modesto en las plantas guarda una lecci¨®n de maestr¨ªa, en este caso de una composici¨®n tonal sobria. Quienes se han cubierto tambi¨¦n de sus estructuras reproductivas son los cipreses (Cupressus sempervirens). Basta tocar ligeramente una de sus ramillas llenas de conos masculinos, de color marron¨¢ceo, para que se libere una nube de polen.
Por debajo de ellos, en uno de los claros del jard¨ªn, eclosionan las flores de an¨¦monas (Anemone spp.), plantadas hace un par de a?os y que rebrotan cada oto?o, con las primeras lluvias. Estas an¨¦monas son blancas, viol¨¢ceas y rosadas, y han conseguido tapizar el terreno junto con las violetas (Viola odorata) y la celidonia menor (Ficaria verna), con sus p¨¦talos amarillos brillantes, como un reclamo para atraer a los insectos. Todas florecen a la par, y se pelean por colonizar m¨¢s superficie de tierra que las especies compa?eras.
Los brezos (Erica spp.) contin¨²an ti?endo el jard¨ªn, sin parar desde noviembre, con florecillas como de papel encerado, as¨ª ajenas a las lluvias y a las nieves, all¨¢ donde caigan. Alrededor de ellos hay una cama elegante de canastillo de plata (Cerastium tomentosum), que resalta junto con el verde oscuro del brezo y sus rosados y blancos. Hace honor a su nombre popular con las hojas recubiertas de un fino y denso tomento plateado. Cuando explote con sus flores, una cobertura blanca de delicados p¨¦talos lo llenar¨¢ todo. Muy cerca, las yemas de los rosales (Rosa cv.) comienzan a formar nuevas ramillas. Por el momento son muy tiernas y acuosas, y tambi¨¦n rojas por completo. De esto ¨²ltimo se encargan los pigmentos vegetales del grupo de las antocianinas, para proteger a estas c¨¦lulas primerizas de los rayos de sol que reciben en su vida reci¨¦n iniciada.
Los el¨¦boros (Helleborus spp.) saben los nombres de todos los insectos que les visitan desde hace unos meses por sus flores, como el de aquel abejorro torpe, al que salvaron de morir de inanici¨®n. Una euforbia (Euphorbia characias ssp. wulfenii) se despereza, sus inflorescencias llevan dentro el ansia por abrirse. La despertaron los narcisos (Narcissus cv.) de alrededor, que se aprestan a subir m¨¢s flores desde el subsuelo. Su algarab¨ªa blanca, amarilla y naranja se hace sentir por todo el jard¨ªn.
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