Viaje a la pesadilla de las dietas ultrasaludables
La periodista Sabina Urraca pas¨® una semana en r¨¦gimen de comida "limpia" presuntamente sana. Descubri¨® que caer en los excesos del 'detox' puede crearte un cisma vital, social y hasta existencial.
Hab¨ªa una se?ora en el pueblo de mi abuela que iba casi levitando por la plaza: p¨¢lida, casi et¨¦rea, hablando medio alelada. ¡°Se hace purgas con agua de Caraba?a¡± me dijo mi abuela por lo bajini. Se dec¨ªa de esta se?ora que s¨®lo com¨ªa verduras hervidas. Esta pretensi¨®n ang¨¦lica es lo que me viene al cerebro, as¨ª de primeras, cuando veo asomar por alg¨²n lado esta nueva ola del clean eating, del detox, de la supersalud y los superalimentos.
En revistas, blogs y cuentas de Instagram, los creadores de recetas de comida vistosa-sabrosa-ultravitaminada-llena de propiedades nos intentan convencer de que eliminemos las grasas, los hidratos y los az¨²cares para pasar a una nueva dimensi¨®n, la de los superhumanos. Esta tendencia llevada a sus ¨²ltimas consecuencias recibe el nombre de ortorexia, un trastorno alimentario que se basa en la obsesi¨®n patol¨®gica por consumir solo comida considerada saludable. Seg¨²n la psic¨®loga Violeta Alcocer, "la ortorexia se puede encuadrar en la categor¨ªa diagn¨®stica del trastorno de evitaci¨®n/restricci¨®n de la ingesta de alimentos, con sus caracter¨ªsticas propias que lo diferencian de la anorexia o la bulimia nerviosas". Obviamente, no es lo mismo hacer una dieta puntual e in¨²til para no reventar el vestido de faralaes de la pasada Feria de Abril, llevar una dieta saludable baja en grasas o apuntarse al carro del 'clean eating', que lanzarse de cabeza al mundo de los trastornos alimentarios. Pero todas estas opciones son, por as¨ª decirlo, caminitos que pueden converger si te abandonas atado de pies y manos al demonio de lo detox. Cuando me planteo por primera vez probar una semana de dieta ultrasaludable, soy consciente de los peligros del asunto: puedo terminar obsesionada haciendo ayunos en el T¨ªbet, o bien enloquecer a la mitad y atiborrarme de torreznos escondida entre los arbustos de un parque, en una especie de sabroso cruising de la grasa prohibida. Soy una persona de extremos: puedo tener la voluntad asc¨¦tica de una monja, comer arroz integral con hummus de remolacha y beber t¨¦ de canela y jengibre durante el d¨ªa. Mientras por la noche, intentando llegar a tiempo a la entrega de un texto, caigo por la barranquilla del m¨¢s puro descontrol, comiendo Cheetos Pandilla y bebiendo caf¨¦ hasta las tres de la ma?ana.
Aguacate indigno de Instagram
Cuando decido entregarme al reto 'una semana comiendo requetesano', no tengo en absoluto ning¨²n af¨¢n de superaci¨®n. Es pura curiosidad, inter¨¦s antropol¨®gico por esos seres fascinantes de piel como pasada por una aplicaci¨®n de filtro de belleza, que elevan sus ensaladas y sus batidos de verduras crudas y semillas tostadas a la categor¨ªa de arte. Atenci¨®n, que no querr¨ªa yo re¨ªrme de esto en absoluto: creo que la belleza debe estar presente hasta en la cosa m¨¢s peque?a. Pero, al mismo tiempo, soy incapaz de seguir este principio, y siempre termino descarrilando por la cuneta del fe¨ªsmo. Por ejemplo, a pesar de que me gusta cocinar, mi mayor acercamiento a lo foodie ha sido esta foto de un aguacate lleno de basura:
Nada m¨¢s empezar mi reto, lo primero que descubro es la dificultad de acertar qu¨¦ es sano. Es decir, vivimos en una civilizaci¨®n desorientada, que va dando bandazos con el tema de lo que es bueno o no para la salud. Hasta hace dos d¨ªas, los profesores de educaci¨®n f¨ªsica nos dec¨ªan que tom¨¢ramos az¨²car para que nos diese energ¨ªa y nos met¨ªamos al cuerpo yogures como desesperados, so?ando con unos huesos de estibador y una altura de metro ochenta. Cuando por primera vez, con el cerebro reblandecido, escuch¨¦ el cl¨¢sico alegato de 'los l¨¢cteos son veneno', se me cort¨® la digesti¨®n al pensar en los dorados veranos de la infancia, en los que bien pod¨ªa comerme cuatro petisu¨ªs bien densos, baj¨¢ndolos con tragos de yogur para beber. ?Para qu¨¦ tomar agua, si la leche iba a volverme una jugadora de la NBA?
Tras vencer el desamor con la leche, tuve mi momento de romance con la soja. Esa haba aburrida y fea se convirti¨® en una diosa de la alimentaci¨®n, que provoc¨® a nivel nacional un arrebatamiento tal que incluso las cosas que no necesitaban llevar soja la llevaban. Champuses, camisetas, papel de fumar... todo era de soja. Hasta que esta nueva amante se revel¨® como una aut¨¦ntica diablesa. B¨¢sicamente, la civilizaci¨®n occidental es una especie de obsesiva-compulsiva de los novios: mientras est¨¢ saliendo con ellos, todos son maravillosos. Cuando la relaci¨®n termina, sus antiguos amantes se convierten en unas piltrafas, unos in¨²tiles. Se espanta cuando intenta recordar c¨®mo sinti¨® amor por ellos.
En su brazo, los nombres de todos ellos: leche, az¨²car, soja y bayas de Goji. Antes amados, ahora tachados y odiados. Y yo, por supuesto, soy una hija sana y rozagante de mi civilizaci¨®n: inconstante y deseosa de comiditas-mes¨ªas que me ofrecieran la sensaci¨®n de estar haciendo las cosas bien, he abrazado prietamente los alimentos que tocaban en cada momento, creyendo que me salvar¨ªan de no s¨¦ qu¨¦, y despu¨¦s me he espantado y los he rechazado para lanzarme a la nueva oleada de comida de moda.
En estos ¨²ltimos tiempos de supersalud y superalimentos, los amorosos tatuajes que luce nuestra civilizaci¨®n en el brazo son spirulina, kale, quinua, ch¨ªa o jengibre. Todos ellos, c¨®mo no, alimentos saludables y, si se cocinan con buena mano, incluso riqu¨ªsimos, siempre que no nos entreguemos a ellos como a la Gran Revelaci¨®n que nos mostrar¨¢ el camino de la Verdad Absoluta (como bien explic¨¢bamos en este Consultorio). Ahora mismo pensamos que es imposible renegar de ellos y los abrazamos con fuerza, pero estoy segura de que -mundo occidental, corazoncito alocado- no tardaremos en sustituirlos por otros alimentos a¨²n m¨¢s s¨²per y a¨²n m¨¢s sanos, que tripliquen nuestra inteligencia y nuestra salud hasta convertirnos en cyborgs alimentarios.
Religi¨®n y perversi¨®n
En la semana que paso comiendo de forma ultracorrecta, haciendo verduras al vapor y elaborando mi propia horchata casera filtrando las chufas con un trapito y despu¨¦s endulzando con estevia, se me plantean varias cuestiones. Al principio, me pregunto si no habr¨¦ encontrado El Camino, como cuando alguien abraza una religi¨®n, un hobby, y siente que es lo que ha estado esperando toda su vida. Me siento pura, limpia, capaz de todo. Descubro una nueva perversi¨®n, un nuevo porno que consiste en comer mientras miro en internet las propiedades de los alimentos que como. As¨ª mastico felizmente mi ensalada de kale al vapor, pipas de calabaza, tomates ecol¨®gicos deshidratados, tofu ahumado a la plancha y aceite de primera prensada en fr¨ªo. Es, de alguna manera, reconfortante saber que estoy ingiriendo pr¨¢cticamente un c¨®ctel de la salud perpetua. El tercer d¨ªa, a la hora de la merienda, frente a un batido de leche de nueces, cacao puro ecol¨®gico y semillas de ch¨ªa, esa sensaci¨®n de limpieza interior empieza a tomar brillos de sacrificado ascetismo.
Sorbo mi batidito como un monje se flagela en su celda. ?l evita pensar en cuerpos sensuales: yo, en una sabrosa bolsa de kikos. No s¨¦ si el fraile lograr¨¢ contener sus ganas de posar las manos en la carne fresca. En mi caso, hago una de las cosas m¨¢s extra?as que he hecho en mi vida con la comida: derrotada por la gula, voy al chino de la esquina, compro una bolsa de kikos. Me rindo, s¨ª. Cuando estoy a punto de abrirla, una Nueva Fuerza Ultrapoderosa me noquea de una patada. ?Acaso no soy capaz de prescindir de este delicioso ma¨ªz frito y salado? ?No puedo decir que no a ese crujido celestial y a ese sabor a arepas barbacoa que quedar¨¢ hasta el d¨ªa siguiente en mis dedos?
Vigilando que nadie me vea, tiro la bolsa de kikos a un contenedor de la calle. Y de pronto, al hacer este gesto, me vuelvo diez veces m¨¢s fuerte, e inunda mi pecho algo parecido a lo que deben sentir los costaleros cuando portan a la Virgen que m¨¢s aman: me siento segura de mi causa, y, adem¨¢s, unida, hermanad¨ªsima, con millones de superhealthy foodies y clean eaters del planeta que seguramente acaban de hacer la misma gilipollez que yo. Y vuelvo -cabeza alta, est¨®mago rugiente- a la seguridad de mi hogar espartano, a mi amaranto y a mis naranjas ecol¨®gicas ¨¢cidas.
Al d¨ªa siguiente tarde empiezo a notar que, si leo demasiado sobre cierto tipo de alimento, acabo encontrando informaci¨®n que me revela que eso tan saludable que estoy masticando es pr¨¢cticamente veneno, y que lo mejor que podr¨ªa hacer es escupirlo en una servilleta y hacerme r¨¢pidamente unos huevos fritos con chorizo. Todo superalimento, para llegar a serlo, debe guardar detr¨¢s una historia de conspiranoia y horror. V¨¦ase, por ejemplo, la estevia, milagro del sano dulzor para algunos, cancer¨ªgena y causante de esterilidad para otros. Empiezo a leer sobre cosas como la alcalinidad del cuerpo, los alimentos acidificantes y alcalinizantes, la dieta adaptada al grupo sangu¨ªneo, y, sumida en la confusi¨®n, me doy cuenta de que casi todo lo que he comido es fatal para el tipo de sangre que tengo, porque por lo visto provengo de un linaje de cazadores y me estaba alimentando como una agricultora-recolectora.
Despu¨¦s de esta peque?a crisis m¨ªstica, empiezo a percibir las dificultades sociales que entra?a ser una seguidora de lo supersaludable y salir a cenar con amigos. Si tu c¨ªrculo social no te acompa?a, vas apa?ado. Seg¨²n la nutricionista Andrea Sorinas, ¡°los ortor¨¦xicos transportan la obsesi¨®n por la comida que consideran saludable a aspectos que influyen en su vida cotidiana, hasta el punto de no comer nunca fuera de casa por miedo a no controlar su ingesta. Adem¨¢s, al igual que en otros trastornos del comportamiento alimentario, se sienten culpables si realizan alg¨²n tipo de alteraci¨®n en su pauta alimenticia¡±. Yo no me siento culpable al pensar en salir a cenar con amigos. Simplemente, ante la visi¨®n de una carta en la que no puedo comer nada, me pongo de un humor de perros, que no tiene pinta de ser nada saludable. Me pido una trist¨ªsima infusi¨®n sin az¨²car y los miro con envidia mientras comen una tapa de cecina. Los ahorcar¨ªa a todos con el hilito de mi menta poleo.
Terror a las grasas
En cuanto llevo cuatro d¨ªas arrastr¨¢ndome por este plan de la supersalud y la limpieza alimentaria, me surge la siguiente duda: ?es insano comer demasiado sano? Virginia G¨®mez, tambi¨¦n conocida como Dietista Enfurecida, alerta sobre todo de la obsesi¨®n por eliminar las grasas: "Ahora la moda es exterminar los az¨²cares, pero a¨²n perdura el terror por las grasas. He visto casos en los que a algunas mujeres, al eliminar las grasas de ra¨ªz, llegaba a retir¨¢rseles la menstruaci¨®n". El terror que me provocan sus palabras -y el hambre que me atenaza- hacen que devore una bolsa de avellanas. Adem¨¢s, me doy cuenta de que, si empezamos a preocuparnos de comer s¨®lo cosas que sean sanas, nos veremos inmersos en una espiral de alimentos saludables que poco a poco dejar¨¢n de parec¨¦rnoslo.
Al final de la espiral, ?qu¨¦ nos queda? ?Un vaso de agua? Si una se mete en el internet y merodea por foros conspiranoicos, ver¨¢ tambi¨¦n toda clase de horrores acerca del agua. ?Qu¨¦ hacer, pues? Llevo s¨®lo unos cuantos d¨ªas intentando ce?irme a los c¨¢nones de las dietas supersaludables y ya siento que el ¨²nico camino es sentarme en una silla recia de madera vestida con una bata de lino intentando no respirar demasiado. Ya no s¨¦ qu¨¦ es sano y qu¨¦ no. Es m¨¢s: 'sano' me parece una palabra hueca, vac¨ªa de significado. Cierro los ojos, y la idea de salud va tomando forma en mi mente: salud es estar medio piripi en un callej¨®n en fiestas con un bocadillo de tortilla y pimientos que suelte una grasilla roja que me baje codo abajo. Esa imagen, ahora mismo, me resulta un s¨ªmbolo de armon¨ªa y belleza, el canon a seguir.
Lo mejor, llegados a este punto, es relajar el rostro, tirar el zumo de aloe por el retrete, y resignarnos a que la vida, para que sea Vida con may¨²scula, no debe ser saludable en el sentido ortor¨¦xico de la palabra. Cada paso que avanzamos, cada bocanada de aire que respiramos, nos acerca un poco m¨¢s a la muerte. Si, entre una y otra, en lugar encomendarnos con ojos de ni?a de F¨¢tima al dios de la ch¨ªa combinamos la anterior con una dieta variada, flexible y alejada de fundamentalismos restrictivos, caminaremos hacia ese seguro fin bailando una conga de felicidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.