?Quieres luchar contra el patriarcado? Impl¨ªcate en las comidas de Navidad
Tu abuela, tu madre y tus t¨ªas llevan a?os cocinando todo y levant¨¢ndose cada cinco minutos de la mesa. ?No crees que ha llegado el momento de abandonar tu actitud pasiva y participar en la preparaci¨®n de los banquetes?
Mi Navidad, amigos m¨ªos, siempre hab¨ªa sido un eterno permanecer sentada mientras ricos manjares pasaban ante mis ojos. Asist¨ªa a la Nochebuena, orquestada durante mi infancia por mi abuela y mi t¨ªa, como se asiste a una superproducci¨®n del Circo del Sol: luces y brillantes agasajos, olorosas viandas, saltos mortales y volteretas triples para que todo quedase perfecto, para que la comida estuviese caliente, deliciosa, a tiempo.
Sin embargo, no fue hasta el a?o pasado cuando me di cuenta de la complej¨ªsima coreograf¨ªa que supon¨ªa mantener cada a?o el est¨¢ndar de excelencia de la cena de Nochebuena y la comida de Navidad. Claro que era consciente de que detr¨¢s de esa cena maravillosa hab¨ªa una cantidad de trabajo brutal, pero el verdadero golpe iluminador en la cabeza no lleg¨® hasta que me enfrent¨¦ cara a cara con la Tarea Suprema: cocinar la cena de Nochebuena para mis padres. Ilusa de m¨ª, nadando en las aguas dulces de la inocencia, se me ocurri¨® decidir el men¨², hacer la compra y cocinar en el mismo d¨ªa.
No me exceder¨¦ en detalles. Solo confesar¨¦ que, a las nueve de la noche, cuando por fin tuve todo listo, solo quer¨ªa meterme en la cama, llorar un rato con el llanto agudo de un beb¨¦ abandonado en la trasera de un restaurante, y despu¨¦s dormir cuatro d¨ªas seguidos. A pesar de que era un men¨² relativamente sencillo, que prepar¨¦ siguiendo a pies juntillas las f¨®rmulas m¨¢gicas indicadas en este mismo blog (caldo, tartar de salm¨®n y aguacate, bacalao con patata, chiriv¨ªa y gremolata de pistacho, y membrillos cocidos en zumo de granada), pas¨¦ por todas las etapas del ser ingenuo que se enfrenta a la preparaci¨®n de una comilona:
1. Sobradismo
Te crees Dios. Te sobra tiempo. Te sobran habilidades. Tu men¨² ser¨¢ lo mejor que tus padres se hayan echado jam¨¢s a la boca. Crees que manejas las leyes de la seguridad alimentaria y la f¨ªsica hasta el punto de que te parece posible congelar un salm¨®n y descongelarlo para evitar el anisakis contando solo con dos horas por delante.
2. Leve temblor
Empiezas a ver que no eres Dios. Si, acaso, un ap¨®stol humilde de los que com¨ªa en una esquina de mesa de La ?ltima Cena. Dada tu velocidad para llevar a cabo con gracia toda la cena, empiezas a sospechar que tienes alg¨²n problema motriz, alg¨²n da?o neurol¨®gico irreversible. Tambi¨¦n el despliegue de manchas y peladuras que invade tu cocina parece irreversible. Empiezas a bajar el list¨®n y a pronunciar disculpas tipo: "Esto no s¨¦ yo qu¨¦ tal va a salir... pero lo importante es intentarlo". El salm¨®n a¨²n no est¨¢ ni medio congelado, y empiezas a contemplar la posibilidad de decirles a tus padres que esos gusanitos blancos que se ven entre veta y veta rosa son gulas del Norte.
3. P¨¢nico
Solo tienes que decir que se te ha olvidado algo, que vuelves a la tienda de la esquina, y salir corriendo lo m¨¢s lejos que puedas, dejando abiertas las pesta?as de las recetas en tu ordenador para que tu familia pueda llevarlas a buen t¨¦rmino mientras t¨² tiemblas y te comes una bolsa de Risketos sentado en unos escombros en alg¨²n solar de Carabanchel.
4. Confrontaci¨®n
Es aqu¨ª donde sucede la magia, donde debes demostrar tu fuerza, donde los planos de lo ideal y lo duramente real se tocan. Tu cena ideal y tu cena real se dan las manos con terror, como cuando Bart Simpson se encontraba con Hugo, su hermano gemelo maligno oculto en el desv¨¢n. Obviamente, como en el caso de Bart, es posible que finalmente sea Hugo el que sea el mejor, a pesar de presupon¨¦rsele la malignidad. Es decir, es posible que toda la preocupaci¨®n, el cari?o y el esfuerzo desmedidos puestos en la preparaci¨®n de la cena, todo ello sazonado con amargas l¨¢grimas de desesperaci¨®n, hagan que los platos tomen un valor especial. Si has conseguido llegar hasta aqu¨ª, s¨®lo te queda lanzarte de cabeza al siguiente punto.
5. Desmayo
Chisporroteas un poco y fundes a negro. Si el anisakis ha entrado en el cuerpo de tus familiares debido a tus negligencias, no estar¨¢s ah¨ª para verlo. Cuando despiertes, no entender¨¢s d¨®nde se ha ido todo el mundo. Llama a los hospitales de la ciudad. En alguno los encontrar¨¢s.
Esta toma de consciencia, estos cuatro pasos, son fundamentales para entender realmente lo que sigue, para darse de latigazos y comprender que, hasta el d¨ªa que decidiste preparar un men¨² navide?o t¨² solo, tu vida en estas fiestas tan familiares y entra?ables era la de uno de esos polluelos de cuco gordacos y ego¨ªstas que abren el pico con despotismo y reciben un buen bolo de comida ricamente regurgitada. ?Regurgitada por qui¨¦n? Por la figura que hoy nos ocupa: las matriarcas.
Obviamente, hay una parte de negaci¨®n, una distancia ir¨®nica con respecto a la figura de la abuela, t¨ªa o madre que lleva las riendas de los festejos. Me conozco esa postura. La conozco porque yo misma me he aposentado en ella durante a?os. S¨¦ qui¨¦n eres, porque, antes de ser este polluelo humilde, tambi¨¦n yo fui un polluelo ego¨ªsta. ?Qu¨¦ me dices? ?Que miras la Navidad con distancia ir¨®nica y vas a la cena familiar por compromiso, pero en realidad la odias? Muy bien, pero el hecho comprobado es que cada a?o VAS, TE SIENTAS, COMES. Si tanta pereza te da ir, si tan igual te da comer esto o lo otro, s¨¦ consecuente con tu postura y qu¨¦date en casa. O si no, mueve el culo. Si tan poco te gusta esta cena, simplemente no vayas.
Lo que no es posible es que a?o tras a?o sigas aposentando tu culo en una c¨®moda silla y veas como ricos manjares pasan ante tu rostro, tragando con un vacaburrismo distra¨ªdo, como si la cosa no fuera contigo. Recuerda: no tienes cuatro a?os. Porque es esta postura, la de "en realidad a m¨ª la Navidad me la sopla, lo hago por mi familia, y dejo que se note que no me apetece un huevo estar ah¨ª", una de esas ocasiones en las que nos colocamos por unos d¨ªas en la posici¨®n de hienas adoradoras del patriarcado, machitos malcriados, beb¨¦s ego¨ªstas. Colocados en la posici¨®n de ni?os y ni?as de mam¨¢, nos infantilizamos y abrazamos el heteropatriarcado con una facilidad pasmosa. Puedes ser una se?ora de bien, que se indigna ante la diferencia salarial, acude a las manifestaciones, levanta el pu?o y grita NI UNA MENOS y suelta espumarajos de rabia cuando se habla de la diferencia de reparto de tareas en el hogar, pero cuando se trata de ser ni?os, de volver al nidito en el que dimos nuestros primeros torpes pasos de cachorro, todo est¨¢ permitido.
En nuestras mentes apoltronadas en la rancia y pobre costumbre de ser servidos, mam¨¢, la t¨ªa o la abuela no son una de esas mujeres que merecen un reparto equitativo de tareas. Porque, en nuestro cerebro adormecido por los agasajos y el trato de adolescentes que seguimos recibiendo, ellas son sencillamente mam¨¢, mami, mama¨ªta, la yaya, la tita, instituciones sociales que funcionan como comedor de indigentes, hospital, lavander¨ªa, pa?o de l¨¢grimas, muro de carga contra el que lanzar tus frustraciones del a?o. La Navidad, tradici¨®n de tradiciones, perpet¨²a ese mal como un alud de nieve que deja a se?oras devastadas a su paso. Se?oras que intentar¨¦ describir a continuaci¨®n, de modo que el lector sepa identificar si cuenta con una o varias de ellas en su grupo familiar.
La Madre Suprema es la Gran Matriarca, Mam¨¢ Oca, la Venus de los Fogones. La cocina, el hogar, es su reino. Y no se lo andes tocando. All¨ª s¨®lo manda ella. Permitidme que deje de un lado cualquier asomo de iron¨ªa y sarcasmo para decir una gran verdad: el mundo, desde que es mundo, funciona gracias a mujeres as¨ª. Ellas son las guardianas de los objetos, las responsables de que la maquinaria funcione a buen ritmo. Recuerdo escuchar a un chico de mi facultad decir que se iba el fin de semana a casa de sus padres, y que llevar¨ªa la ropa sucia all¨ª, porque "ya sabes, en casa de mis padres hay cesto m¨¢gico". Este comentario, que en realidad puede parecer propio de un adolescente d¨¦spota y machista, en realidad no lo es tanto. De hecho, pone de manifiesto una palabra clave en todo este asunto: la magia. Porque este trabajo invisible que muchas mujeres llevan realizando sin chistar durante siglos de historia familiar es precisamente eso: magia. ?C¨®mo explicar si no ese apresto que toma cualquier prenda de ropa al ser simplemente doblada por una mater familias suprema, el confort de sus bandejas de canelones, la irresistible tersura de las s¨¢banas cuando la cama ha sido hecha por sus c¨¢lidas manos?
"El movimiento se demuestra andando", "L¨¢zaro, lev¨¢ntate y anda", "m¨¢s vale morir de pie que vivir de rodillas": este hatajo de frases archipronunciadas son, en realidad, un homenaje a esa figura de Madre Suprema. Porque, y esto espero que lo tengamos todos claro, no hay nadie que se haya levantado tantas veces en la vida. De la mesa, en concreto. Y m¨¢s espec¨ªficamente en Navidad. Hace un a?o, el colectivo feminista Locas del Co?o difundi¨® este v¨ªdeo sobre el Sentador de Madres, haciendo una fin¨ªsima y audaz cr¨ªtica a este modelo navide?o de la matriarca que se levanta una y otra vez. Parece una broma, pero en realidad revela una cruda realidad. Si no est¨¢s del todo convencido, toma una libretita y pon un palito cada vez que veas levantarse a la Mater Omnia Vincit de tu clan. Al final de estas fiestas, tu cuadernito parecer¨¢ el diario de un n¨¢ufrago al borde de la locura.
El problema de esta figura, si es que puede generalizarse tanto, es que su condici¨®n m¨¢gica hace que se abuse de ella sin l¨ªmites. Estamos malacostumbrados, malcriados hasta puntos insospechados, y creemos que la tita tiene gasolina para lo que le echemos y m¨¢s. Escudados en ello, perpetuamos la idea de que, m¨¢s que persona, es una m¨¢quina. Sin embargo, observa con cuidado: ?no te estar¨¢s parapetando en la idea de que la cocina es suya y solo suya para tener la excusa de no mover un solo dedo? Al preguntar acerca de este tipo de mater primigenia, de Venus de Fertilidad que, en lugar de ofrecer la leche de sus enormes pechos, te da ensaladilla, caldo de pollo, croquetas, puchero, polvorones, mantecados del pueblo, cinco t¨¢pers de merluza en salsa verde y diez abrazos llenos de amor a raudales, he recibido respuestas tajantes: "Yo querr¨ªa ayudarla, pero es que no se deja", "su cocina es suya; no andes entrando", "no nos deja meter baza; ella es feliz as¨ª".
Ante estas frases de disculpa, permitidme que alce con osad¨ªa mi dedo coraz¨®n. Es aqu¨ª, m¨¢s que en las ?No est¨¢s tan harto del heteropatriarcado, no achacas todos los males de nuestra sociedad a ese estrecho r¨¦gimen vital? Muy bien. Pues rompe una lanza en favor de un camino distinto, rompe las cadenas, transgrede las Leyes Divinas de la Navidad, alza el pu?o y comienza tu revoluci¨®n: prop¨®n hacer t¨² el postre. Oc¨²pate de asar manzanas, batir mousses, espolvorear az¨²car glas. Parte turrones y ponlos en la bandejita con el mismo primor con el que han sido dispuestos cada a?o para que t¨² digas con desprecio: "Puf, turrones, qu¨¦ va, ya no me entra nada m¨¢s" (para despu¨¦s comerte media bandeja de forma distra¨ªda).
En ocasiones, luchar contra el patriarcado, ese concepto con el que tanto se nos calienta la boca, pasa por poner la mano en el hombro de la matriarca de turno, sea ella abuela, t¨ªa o madre, y decirle firmemente: "T¨² si¨¦ntate, que ya lo hago yo". O, en algunas ocasiones, ser capaces de apreciar lo que se nos da y abrir la boca llena de manjares para decir: "Gracias, t¨ªa Mariasun".
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