'Julia', la serie de HBO sobre la mujer que encendi¨® la cocina en televisi¨®n
Julia Child fue la cocinera m¨¢s medi¨¢tica de los sesenta en EEUU. Sus recetas y su sentido del humor rompieron moldes y contribuyeron a la felicidad de millones de americanos. Hablamos de la serie que cuenta su historia.
Ten¨ªa 50 a?os, era demasiado alta, demasiado rotunda, con una voz demasiado estridente y no era fotog¨¦nica. Es decir, carec¨ªa de lo que desde el principio ha necesitado la televisi¨®n, no solo la americana, sobre todo si eres mujer. Pero son los a?os sesenta, donde casi todo est¨¢ por hacer en este medio -la mitad de los hogares estadounidenses ten¨ªa televisi¨®n, la otra mitad, no- y ella es Julia Child, la mujer entusiasta y peculiar que hab¨ªa publicado el libro El arte de la cocina francesa, una obra que estaba siendo recibida con entusiasmo en las casas americanas de la clase media. Cuando se public¨® su libro los Kennedy estaban en la Casa Blanca.
HBO Max estren¨® el jueves los tres primeros cap¨ªtulos de la serie Julia, una ¡°serie caramelo¡± que cuenta esta historia de amor entre la televisi¨®n, la cocina, y una mujer incre¨ªble y pionera, con un amado marido, y un car¨¢cter bondadoso y afable. Solo he podido ver los tres primeros cap¨ªtulos, pero desde aqu¨ª os digo que parece hecha para mi: cuenta entresijos televisivos y entresijos culinarios enredados con entresijos literarios. Es bonita de ver, cl¨¢sica en su concepci¨®n, con iron¨ªa fina¡ Todo eso aderezado -que bien tra¨ªda la palabra, la verdad- con esa m¨²sica tan t¨ªpica de las series americanas que cuentan esos a?os cincuenta y sesenta como nadie, con ese vestuario ad hoc, con ese mobiliario -ah¨ª veo Mad men- y con una puesta en escena que te hace desear estar en el plat¨® donde se graba el m¨ªtico programa y en las casas de los protagonistas.
Porque tras vencer las adversidades relacionadas con su f¨ªsico, y otras varias, Julia Child -que hab¨ªa nacido en Pasadena, California en 1912-, se convirti¨® en una estrella televisiva simplemente cocinando. Cocinando cocina francesa para que todos los hogares pudieran recibirla, no solo la Casa Blanca. Era el 11 de febrero de 1963, en el canal p¨²blico americano (WGBH, hoy la famosa PBS) y su programa de cocina fue uno de esos ¨¦xitos inmediatos en un mundo sin redes ni medici¨®n de audiencia: bast¨® con saber que las esposas de los ejecutivos se hab¨ªan puesto a cocinar sus platos y a comentar el espacio con sus amigas.
Hab¨ªa nacido The French Chef, el programa m¨¢s pintoresco de todos los que tenia la adusta cadena p¨²blica, y el que volvi¨® locas de amor a las amas de casa americanas de la ¨¦poca, en plena segunda ola feminista, que pod¨ªan leer a Betty Friedman y su reci¨¦n publicado libro La m¨ªstica de la feminidad, por la ma?ana y despu¨¦s ponerse a preparar para la cena el pollo al vino que la Child acababa de cocinar en la tele. La serie es, dec¨ªa, bonita de veras, interesante, divertida, con las dosis precisas de humor e iron¨ªa, con personajes c¨¢lidos e histri¨®nicos, con mucha comida buena y mucho borgo?a, porque tanto Julia como Paul, su marido, diplom¨¢tico de profesi¨®n, fueron dos grandes gourmets.
Al frente est¨¢ Daniel Goldfarb, responsable tambi¨¦n de La maravillosa Sra. Maisel, otra comedia brillante que habla otras mujeres rompedoras, esta vez una c¨®mica de ficci¨®n, inspirada en c¨®micas reales, que se meti¨® de lleno en el masculin¨ªsimo mundo del stand up americano. Y el elenco de actores, con su protagonista Sarah Lancashire -si no la visteis en Happy Valley no s¨¦ a qu¨¦ est¨¢is esperando- funciona como una orquesta perfecta. Ah¨ª est¨¢ su editora-amiga, que decide dejar tirado a uno de esos escritores americanos narcisistas y encantados de conocerse, John Updike, para asistir a la ca¨®tica grabaci¨®n del programa piloto, ayudarla a trocear el pollo si es necesario, y sobre todo, arroparla con la calidez que Julia se merece. Ah¨ª est¨¢ por supuesto su marido, Paul, que fue quien la llev¨® por medio mundo -sobre todo a Par¨ªs-, y con quien Julia construy¨® la persona que es. Disfrutaron de lo lindo de la vida en com¨²n, bebieron, y s¨ª, se podr¨ªa decir que comieron perdices, pero no cocinadas cualquier manera, por supuesto.
Hay un momento precioso en el primer cap¨ªtulo -esto no es un spoiler, no nos volvamos locos- en el que ella le prepara con esmero una simple tortilla francesa para desayunar: hay en ese proceso y en esa escena todo el amor y toda la ternura del mundo mundial. Y est¨¢ tan bien rodada que parece que est¨¢s saboreando esa omelette jugosa t¨² tambi¨¦n. As¨ª se llam¨® por cierto su primer programa en la televisi¨®n americana, y as¨ª se llama el primer cap¨ªtulo de esta serie hermosa y ¡°cl¨¢sica¡±, que creo que va a ser un calificativo que usen para desmerecerla un poco y yo quiero destacar para bien.
Mesas perfectas con viandas estupendas, platos perfectos y apetitosos, mucho borgo?a, ostras, postres de chocolate, mantequilla a toneladas, la m¨²sica de jazz, todo te invita a quedarte a mirar y luego a levantarte y ponerte a cocinar. Personajes de la cadena de televisi¨®n (real), divertidos y reconocibles, pero no arquet¨ªpicos (lo agradezco tanto); amigas sofisticadas o mundanas de Julia, francesas, noruegas, americanas, (no en vano viaj¨® por medio mundo siguiendo al diplom¨¢tico); un padre peculiar; una ayudante de producci¨®n, Alice, (real tambi¨¦n) que contribuy¨® al ¨¦xito televisivo y un sinf¨ªn de secundarias amas de casa que la convierten en un icono de la pantalla y de los fogones.
?Pero c¨®mo arranca la aventura televisiva de esta reputada autora culinaria? Un d¨ªa Julia acepta una invitaci¨®n de la cadena p¨²blica: la quieren entrevistar en uno de los programas de libros, presentado por un profesor adusto y como Updike, encantado de conocerse tambi¨¦n. Ha sido una idea de Alice, nadie de los hombres ejecutivos est¨¢ muy por la labor, pero all¨¢ que llega Julia con su candidez y su tes¨®n a la entrevista. La recibe la recepcionista, que sabe qui¨¦n es porque, por supuesto tiene su libro:
-"He hecho m¨¢s de 10 recetas de su libro, mi marido dice que ya no hace falta que vayamos a Francia", le dice la chica.
-"D¨ªgale que la lleve sin falta a Par¨ªs", le responde Julia.
En el plat¨®, junto a ese ¨¢spero presentador que podr¨ªa ser como aquel S¨¢nchez Drag¨® nuestro, pero m¨¢s estirado, m¨¢s gordo y sin pinta de darle al sexo t¨¢ntrico, que la mira con desd¨¦n (en realidad no la mira; hay cosas que nunca cambian, por cierto), Julia rompe los esquemas televisivos desde el minuto uno: en lugar de hablar de su libro,-cosa que al profesor no le interesa nada, como deja patente, ¨¦l quiere entrevistar a Navokov-, Julia decide preparar una tortilla, la misma tortilla que le ha hecho a Paul para desayunar. Se ha llevado de casa los utensilios, le ha pedido a Alice un hornillo, y all¨ª en directo, con naturalidad y con desparpajo arranca lo que fue un hito culinario-televisivo, en la serie y en la vida real.
A sus amigas y otras espectadoras les parece estupendo ese momento inici¨¢tico de la Julia televisiva, a Alice tambi¨¦n. Una joven la para por la calle para felicitarla. Julia no le da importancia, hasta que la chica dice:
-Le he preparado a mi marido su tortilla esta ma?ana.
Pero resulta que Paul no la ha visto en pantalla, porque, como buenos intelectuales, conforman uno de esos hogares que no tiene televisi¨®n.
-"Quiz¨¢ tendr¨ªamos que comprarnos una", dice Julia.
-"No somos los t¨ªpicos que caen rendidos ante una moda pasajera", le contesta Paul.
Un visionario, vamos. M¨¢s tarde la compraron, faltar¨ªa m¨¢s, como el resto de los americanos.
La serie cuenta c¨®mo fueron aquellos inicios, qui¨¦n era Julia dentro y fuera de la tele, c¨®mo se com¨ªa, y c¨®mo la cocina, cocinar, pod¨ªa incluso salvar a las americanas medias de ese ¡°malestar que no tiene nombre¡±, del que hablaba Betty Friedan (aprovecho siempre para recomendar este libro, y hoy no iba a ser menos). El programa estuvo diez a?os en antena con un ¨¦xito morrocotudo, gan¨® un Emmy educativo, pero sobre todo contribuy¨® a la felicidad de millones de americanos, bien porque disfrutaban cocinando sus platos, (ellas), bien porque luego se los com¨ªan (ellos). A pesar de que ella no fue la primera chef en la televisi¨®n, si fue la m¨¢s vista. Atrajo a una audiencia inmensa y variopinta con su despreocupada y desprejuiciada manera de ense?ar a cocinar. Suya es esta frase que me encanta: ¡°Si sabemos leer sabemos cocinar¡±.
Pero antes de ese ¨¦xito, todo fue un caos en la tele. Fue ella la que lo pele¨® desde el principio. La serie cuenta un inicio un poco diferente al que ella misma narra en la revisi¨®n de su reputado libro, pero como la historia de ficci¨®n, que es la que nos ocupa, es m¨¢s divertida, m¨¢s ?americanada?, m¨¢s apasionante, vamos a quedarnos con esa. La verdad no siempre nos har¨¢ libres, queridos. As¨ª que all¨¢ va.
Tras ese momento de la tortilla, el gusanillo de la tele toca a Julia, as¨ª que un d¨ªa escribe una carta a la cadena, que recibe la eficaz y perspicaz Alice, que siempre vio claro el ¨¦xito que pod¨ªa tener, donde propone lo siguiente: ¡°Un programa que ser¨ªa informal y f¨¢cil, familiar y actual. Un programa de cocina educativa presentado por mi. Los franceses han tratado la cocina como una profesi¨®n seria y como un arte, son mucho m¨¢s precisos en sus m¨¦todos. Tal y como yo lo veo, las cuestiones se reducen a una serie de temas y variaciones sobre las que uno aprende y luego var¨ªa la t¨¦cnica¡±. Eso es una sinopsis de programa y lo dem¨¢s tonter¨ªas. Por cierto, Julia le cuenta lo que les ha propuesto a su amiga Avis, que es delgada y estilosa, aguda y un tanto c¨ªnica, y ella le responde, demostrando lo ins¨®lito que era aquello: "?Qu¨¦ es un programa de cocina?".
La carta llega, Alice lo propone, los ejecutivos se r¨ªen: necesitamos alguien m¨¢s baja, con otra voz, m¨¢s fotog¨¦nica¡ les cuenta que han recibido 27 cartas tras su famosa tortilla francesa -la tele p¨²blica americana era, es, residual en audiencia e importante en todo lo dem¨¢s, en prestigio sobre todo- pero dan carpetazo al asunto. A¨²n as¨ª Alice la cita a una reuni¨®n: se lo quiere contar en persona. Julia cree que es una cita porque han aceptado su propuesta y se presenta en la cadena con un postre de chocolate, la reina de Sava, que ha cocinado -tras varias intentonas infructuosas) siguiendo una receta de su amiga francesa Simca, coautora con ella de su libro. Merece la pena pararse en la conversaci¨®n/discusi¨®n que tienen ambas por tel¨¦fono sobre esa receta:
-Lo he hecho siguiendo tus medidas y el resultado es¡ mediocre.
-"S¨ª, pero se te habr¨¢ olvidado el je ne sais quoi", le dice Simca (que por cierto, es Isabella Rosellini).
-"No puedo indicarles a nuestros lectores je ne sais quoi", le responde, contrariada Julia.
Ese ¡°no s¨¦ qu¨¦¡±, del que habla la francesa es justo lo que enrabieta a Julia
-Es la exactitud lo que hace que la cocina francesa sea siempre elevada, ?eso fue lo que les gust¨® a las lectoras, la dependencia total de las recetas!
Cuelgan enfadadas. La asistenta de la amiga francesa, que ha escuchado la conversaci¨®n, le dice intentando consolarla.
-Se?ora, es americana, pobre..
-?Es imposible escribir un libro de cocina con alguien que no tiene ni una pizca de intuici¨®n, es como hacer el amor con un alem¨¢n!.
Es una escena soberbia, he de decir, en la que ambas cocinan ese postre de chocolate: desastre para Julia, la excelencia para Simca. Cosa que me lleva a momentos similares, cuando copio una receta del jefe de El Comidista y no me sale igual. Me enfurezco igual que Julia y se lo hago saber.
Volvamos a la serie. Todo es una celebraci¨®n de la comida, del amor por la cocina, todo es grato de ver, sin cursiler¨ªas, con las dosis perfectas de ¡°lo sentimental¡±. Se agradece tambi¨¦n esa inocencia televisiva de los inicios, que hizo posible que tras un piloto ca¨®tico, se le diera una segunda oportunidad a una mujer como Julia. Era un mundo masculino de veras y ella era una intrusa, naif, patosa y encantadora. La serie es un fest¨ªn que saboreas, contagiada por el entusiasmo, el mimo de Julia cuando toca los alimentos y los transforma en manjares, cuando paladea la salsa. Es un alarde de planos perfectos de perfectos platos de comida, de cocinas vividas, pobladas de utensilios culinarios. Cada escena alrededor de una cena, un c¨®ctel, un almuerzo, en distintos lugares, crea un relato ¨²nico y todos juntos componen una historia universal: cocinar es un acto de amor y puede ser revolucionario.
La serie nos lleva por ese mundo, con las dosis justas de az¨²car, de sal, de pimienta, de iron¨ªa y mantequilla. Acerca a una mujer a quien, efectivamente, la c¨¢mara quiso desde el primer d¨ªa. Ella aspiraba a que ¡°cualquier ama de casa pueda hacer lo que yo estoy cocinando¡± y lo logr¨®. Se empecin¨® tambi¨¦n en ¡°cocinar lo que est¨¢ disponible¡±, anticip¨¢ndose a la cocina de mercado, de temporada, al kil¨®metro cero¡ Era imposible que no cautivara su naturalidad ante la c¨¢mara -tal y como lo clava la actriz protagonista, menudo prodigio-, su torpeza, su frescura y el amor a raudales hacia sus platos que irradiaba.
Julia Child muri¨® en Montecito, California, el 13 de agosto de 2004, pero antes de eso cumpli¨® lo que le dijo al ejecutivo del programa de la cadena p¨²blica, cuando se resist¨ªa a contratarla:
-"Yo no hago entretenimiento", le dijo ¨¦l, "yo quiero cambiar la forma en a que la gente piensa, la forma en la que ven, la forma en la que viven".
-"Yo tambi¨¦n", le respondi¨® ella.
-"?Pero c¨®mo se puede hacer eso con la comida, con la cocina?", le pregunto ¨¦l.
Julia, en la serie, lo sienta a la mesa y le da a probar el pat¨¦ de oca que ella hab¨ªa preparado. ?l alucina con el sabor. Suena la m¨²sica, se abre el plano.
El resto es historia.
Cuando Julia Child se convirti¨® en Julia Child
La madre de Julia odiaba cocinar. En su casa siempre se comi¨® mal pese a tener un cocinero personal que les preparaba cordero con menta (OMG). Cuando libraba, sal¨ªan a comer o la madre cocinaba una especie de queso ingl¨¦s, as¨ª que ella no ten¨ªa ning¨²n bagaje. Pero lleg¨® Paul -cuya madre era una excelente cocinera- y sobre todo lleg¨® Par¨ªs, la escuela de cocina Cordon Bleu, sus estancias en distintos lugares del mundo, Probablemente sin Julia Child, sin Paul, con qui¨¦n viaj¨® a lugares m¨¢s sabrosos, sin su libro, sin su saber hacer, sin ese ¡°no s¨¦ que¡±, millones de mujeres americanas habr¨ªan seguido cocinando toda la vida perritos caliente, tortitas y las costillas de cerdo con aros de cebolla.
En la tele americana de aquellos a?os se emit¨ªan Perry Mason, en la CBS, Bonanza, en la NBC, Los intocables en la ABC, o El fugitivo, en ABC, as¨ª que ser¨ªa m¨¢s que probable que cualquiera de esos estadounidenses asistieran a esa series favoritas cenando el plato que Julia Child hab¨ªa preparado aquella semana, tal fue la grand¨ªsima incidencia que tuvo su programa. Resume bien lo paradigm¨¢tico que fue una escena de la serie. El jefe de la cadena est¨¢ reunido con su equipo. D¨ªas antes ha tenido lugar el piloto, que todos menos Alice, consideraron un fracaso.
-"?Qu¨¦ pasa con el programa de cocina?", pregunta.
Se miran desconcertados.
-"Uhmm, bueno, nada, era un piloto", responde justific¨¢ndose uno de los responsables.
-A m¨ª me gust¨®. Y mi mujer Tily prepar¨® el plato del pollo al vino. Mirad, generalmente a mi la cocina de Tily me pone triste y serio. Pero esa noche fue divino. Dorm¨ª como un beb¨¦.
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