Intoxicaciones, congelados a precio de oro y trampas para guiris: los ¡®gastroterrores¡¯ de agosto
V¨ªctimas de los espantos t¨ªpicos de la ¨¦poca vacacional comparten con nosotros sus traumas m¨¢s profundos
El verano ya lleg¨®, y el infierno comenz¨®: la romantizaci¨®n de las vacaciones apesta. Ni juntando todos los reels de tus influencers favoritos en Lanzarote conseguir¨¢s olvidar las incontables perrer¨ªas de los listos que intentan hacer el ¨ªdem cada maldito agosto. Casi todos los veraneantes almacenamos en nuestro recuerdo historias de terror relacionadas con la comida. Tenemos el castigo tan asumido que incluso las incluimos en el pack; las vacaciones no ser¨ªan lo mismo sin una intoxicaci¨®n furtiva, unas bravas de marca blanca camufladas o un ticket de infarto de miocardio.
Puedes ocultar la porquer¨ªa debajo de una bonita alfombra instagramer, pero la inmundicia de la can¨ªcula seguir¨¢ ah¨ª, latente y t¨®xica cual moco de Chernobyl. En paralelo al desfile de tontainas en barcos prestados que disfrutan de ¡®arrocitos¡¯ a bordo con Cuca, Pipi y Bosco, existe otro verano, el del resto de los mortales. Un pandemonio de quemaduras solares, unicornios inflables, ni?os diab¨®licos ah¨ªtos de az¨²car y, lo que nos interesa, pesadillas gastron¨®micas que har¨ªan llorar en posici¨®n fetal a Alberto Chicote.
Isla fantas¨ªa
Una de mis experiencias m¨¢s psicod¨¦licas tuvo lugar en un restaurante de Menorca que, afortunadamente, ha desaparecido. Todas las terrazas a reventar, menos una, y ah¨ª que fuimos. La ingesta continuada de ginebra con limonada nos impidi¨® sospechar del milagro; la insistencia de la chiquillada, seducida por la carta de pizzas, fue otra de las claves de la debacle.
De repente, empezaron a llegar a la mesa pizzas aterradoras con extra?as formas. Una pretend¨ªa emular la silueta de la cabeza de Mickey Mouse y parec¨ªa una deposici¨®n bovina. Otra intentaba tener la forma del cabolo de Bart Simpson, pero ten¨ªa peor aspecto que el bazo reci¨¦n extirpado de un T-Rex. Calamares a la romana descongelados en aceite Repsol, vieiras del Pac¨ªfico rebautizadas como zamburi?as con un arroz que ven¨ªa de un lugar mucho m¨¢s all¨¢ de la quinta gama y una hostia monumental en forma de ticket. Solo nos falt¨® una intoxicaci¨®n masiva para completar el pack.
Las Islas Baleares son terreno abonado para los tramperos gastron¨®micos sin escr¨²pulos. Mar¨ªa Lo, cocinera, divulgadora y ganadora de Masterchef 10, ha sido una de las muchas v¨ªctimas del efecto Formentera, un fen¨®meno parad¨®jico e inexplicable: en la isla hippy/bohemia por excelencia, los precios son 100% cayetanos. ¡°?ramos dos personas, y pagamos 110 euros por un plato de seis gambones congelados, una burrata con una base de mezclum ali?ada regulinchi, unas microsardinas a la plancha, y dos cervezas. Y era un chiringuito sin m¨¢s: un robo a mano armada¡±, comenta.
Sangre y arena
Cuando calienta el sol aqu¨ª en la playa, algo viscoso y reptante se mueve en los chill outs. Ser¨ªa muy f¨¢cil cebarse con el chiringuito aceitoso de toda la vida, pero de un tiempo a esta parte, han florecido en las playas de nuestro pa¨ªs espacios m¨¢s chic que tambi¨¦n dinamitan tu flora intestinal, pero con dos factores a?adidos que los hacen m¨¢s peligrosos: muchas ¨ªnfulas y sablazos astron¨®micos. El director del Comidista, Mikel Iturriaga, vivi¨® un relato de ¡®body horror¡¯ en una de estas salas de tortura, en la costa barcelonesa.
¡°Era una de esas digievoluciones horteras, pretenciosas y abominables del chiringuito cl¨¢sico llamadas beach bar, que suelen oscilar entre lo surfero y lo balin¨¦s. Mientras un DJ nos torturaba con m¨²sica chill out repugnante, camareros de los que te dicen ¡°?Hola chicos!¡± aunque tengas 95 a?os nos sirvieron tapas mediocres, ensaladas desangeladas y arroces capaces de matar de un ictus a un valenciano. Pagamos 60 eurazos por cabeza, previa correcci¨®n de una cuenta en la que hab¨ªan intentado colarnos cosas que no hab¨ªamos pedido (otro cl¨¢sico de este tipo de locales, en los que siempre hay que mirar la nota con lupa)¡±, rememora.
De los mismos productores del beach bar, ha llegado ya otro formato todav¨ªa m¨¢s nauseabundo a Espa?a: el beach club. Una versi¨®n 3.0 megapija del chiringuito que vuelve locos a jugadores de f¨²tbol y cryptobros, con hamacas exclusivas, botellas Magnum m¨¢s caras que tu coche, ceviches absurdos, y DJs de house que cobran un dineral por hacer moner¨ªas con los ecualizadores.
El chef y empresario Iv¨¢n Surinder acab¨® en uno de estos templos del mal gusto y sali¨® escaldado. ¡°Est¨¢bamos en Mikonos y nos recomendaron un sitio que estaba lleno de turistas. No ten¨ªamos ni idea de ad¨®nde ¨ªbamos; era un beach club que parec¨ªa ¡®bonito¡¯, pero cuando lleg¨® la comida, nos quedamos a cuadros. La ensalada era un manojo de Florette metido en un bol, y las carnes que nos pusieron eran directamente Hacenda?o¡±. No es la primera trampa para turistas que se come durante sus viajes de vacaciones. ¡°No sabes d¨®nde est¨¢s y te f¨ªas de sitios que parecen bien puestos, pero precisamente en estos lugares en zona tur¨ªstica la comida es bastante floja¡±, comenta.
En todas partes cuecen habas
Tambi¨¦n en el otro lado del espectro playero se cometen salvajes agresiones a la dignidad del veraneante currante. Suele ocurrir en localidades costeras que reciben a visitantes cautivos, clientes que solo pueden refugiarse en un sitio y no les queda otra que someterse a la ley de la fritanga chunga o morir de hambre y sed, entre sesi¨®n de playa y sesi¨®n de playa. Lo cuenta M¨°nica Escudero, coordinadora y editora del Comidista, que suele pasar sus vacaciones en un pueblo del Empord¨¤ no apto para gourmets.
¡°Hay un restaurante supuestamente fino en el que he visto servir calamares ¡®caseros y frescos de la lonja¡¯ que son potones del Makro con su rebozado, ¡®bravas caseras¡¯ de bolsa con un chorrazo de ketchup Caster, y paellas con ingredientes m¨¢s momificados que Nefertiti¡±. Ni siquiera puedes refugiarte en el frankfurt cuando te apetece un chute de grasa y relajo vacacional metido en pan blanco: ¡°Ni una sola vez aciertan con los ingredientes, el cocinero-camarero fuma en la barra y encima de la freidora, y las cucarachas campan alegremente. Si crees que parte del concepto ¡®vacaciones¡¯ implica descansar de cocinar de vez en cuando -y adem¨¢s eres la persona que cocina habitualmente-, est¨¢s jodido¡±, comenta.
El escritor Kiko Amat sobrevivi¨® tambi¨¦n a un ¨®rdago gastron¨®mico veraniego en un restaurante de la zona al que acudi¨® con su familia y unos amigos. Un inferno del que dej¨® constancia en El Comidista. Para empezar, casi les dejan morir de hambre y sed de tanto esperar. ¡°Hab¨ªamos empezado a palparnos los unos a los otros, sospechando que alguien nos hab¨ªa echado por encima el manto de invisibilidad de Frodo Bols¨®n¡±, asegura.
Pero hay algo peor que espicharla de inanici¨®n y deshidrataci¨®n: que te la peguen a golpe de ¨ªnfula. ¡°Nos pusieron un ¡®reducido crujiente de paella¡¯, o lo que en pa¨ªses menos dados a la fantas¨ªa hiperb¨®lica ser¨ªa conocido como Do-ri-tos. Jodidos doritos, acompa?ados poco despu¨¦s de un qu¨¦-me-est¨¢s-contando explosivo, y casi et¨¦reo en su insignificancia, de tomate con una anchoa. Pan con tomate en pildorita, para astronautas¡±, explica.
La historia de terror termin¨® como cab¨ªa esperar, con un ticket de 200 eurazos que ol¨ªa a timo desde la otra punta de la barra. Es posible que Amat todav¨ªa se despierte por las noches, empapado en sudor, marcado de por vida por aquella incursi¨®n suicida de la que solo sac¨®, a modo de disculpa, unos miserables chupitos de garnatxa.
De las mentiras a los retortijones
En verano, se relajan las fronteras entre ingredientes, como si hubiera licencia para dar gato por liebre al turista, y aqu¨ª paz y despu¨¦s n¨¢usea. La ternera se torna buey, y en los restaurantes m¨¢s osados, cualquier cacho de carne es wagyu masajeado con Acqua di Parma. Diablos, c¨®mo va a saber el guiri que ese jabugo de bellota premium que le has colocado es un jam¨®n serrano de cuando lo anunciaba Bert¨ªn Osborne. Despu¨¦s est¨¢ lo que le pas¨® al chef y propietario del restaurante Salicornia, Juan H?hr, en su ciudad, C¨¢diz. ¡°Estudiamos la carta y decidimos pedir sashimi de at¨²n. El at¨²n que promet¨ªan result¨® ser salm¨®n; y el sashimi de salm¨®n no estaba en carta, por cierto. Seguramente se les acab¨® el at¨²n y decidieron ponernos otro pescado, sin decir nada. Decidimos no quejarnos y comernos el salm¨®n, que tambi¨¦n nos gusta. Despu¨¦s vino la camarera a preguntarnos qu¨¦ nos hab¨ªa parecido la comida. En tono jocoso, le dije que el sashimi no era de at¨²n. La camarera, que no sab¨ªa que era cocinero, nos dijo que nos equivoc¨¢bamos, que son dos pescados muy diferentes y que era imposible. Para no discutir, le dije que seguramente nos hab¨ªamos confundido; despu¨¦s, mi mujer y yo nos re¨ªmos un rato¡±, explica.
Pero el truco del almendruco se convierte en una simple an¨¦cdota al lado de uno de los terrores m¨¢s profundos de agosto. La intoxicaci¨®n. El empresario de hosteler¨ªa Mani Alam (co-propietario, entre otros negocios, de los restaurantes The Fish & Chips Shop de Barcelona y Madrid), vivi¨® un trip alucin¨®geno que r¨ªete t¨² del sapo bufo. ¡°Mi hermano y yo nos sentamos en un restaurante, en Barcelona, y pedimos dos bocadillos de at¨²n para desayunar¡±. Todo parec¨ªa en orden, pero cuando llegaron a casa tuvieron una sensaci¨®n extra?a. ¡°Est¨¢bamos como inflados y la cara se nos puso roja. Era como tener un globo en el cerebro: todo iba lento. Fuimos a urgencias, distintos m¨¦dicos nos hicieron varios controles, nos tem¨ªamos lo peor. Nos preguntaron si nos hab¨ªamos drogado, lo negamos, pero creo que no se lo creyeron. Nos pincharon algo, el globo baj¨® y qued¨® claro que nos intoxicamos porque el at¨²n estaba en muy mal estado: ahora sabemos qu¨¦ siente al estar drogado¡±, recuerda.
Emosido enga?ado
En agosto de 2015, el periodista Jon Pagola expuso en X -por aquel entonces, Twitter- un ticket que encontr¨® en la mesa de un bar del epicentro tur¨ªstico de Donostia. Dos ca?itas y dos botellines, 17 euros. ¡°Muchos dec¨ªan que ¨¦ramos unos exagerados, que Donostia no es Magaluf y cosas as¨ª. Pero una de las consecuencias de convertirte en destino tur¨ªstico es ese: algunos hosteleros con pocos escr¨²pulos te pegan el palo¡±, comenta.
A partir de entonces, la gente empez¨® a fotografiar y airear en las redes notas abusivas deslizadas en trampas para guiris. Una pr¨¢ctica que se ha convertido en todo un g¨¦nero veraniego y nos ha revelado tasaciones inconcebibles: cervezas a casi 5 euros en tambi¨¦n en Donostia, bofetones a la VISA y la dignidad, d¨®nde sino, en Formentera, donde una lubina a la sal te puede costar la paga doble y el concepto ¡°precios seg¨²n mercado¡± significa ¡°te vamos a poner una navaja en la yugular para desvalijarte y tendr¨¢s que llamar a Cofidis para abonar el ticket¡±. El museo de los horrores no tiene fin.
El sablazo transatl¨¢ntico tambi¨¦n existe
Pero no solo en Espa?a se tercian los navajazos t¨ªpicos de agosto. El periodista Toni Garcia Ramon, que ha viajado por todo el mundo, podr¨ªa llenar un best-seller de 800 p¨¢ginas con los robos que ha sufrido allende nuestro mares. ¡°Pas¨¢bamos las vacaciones de verano en Canad¨¢. En Montreal, me recomendaron un restaurante al lado del hotel. Muy veraniego. Buenos pescados. El maitre nos sugiri¨® el pescado del d¨ªa. Lo pedimos sin entrantes, con tiramis¨² de postre, y dos copas de vino. Nos sali¨® todo por 450 euros. Adem¨¢s, acabamos vomitando en el hotel¡±. Por cierto, en Toronto les cascaron 500 euros por un tempranillo que aqu¨ª cuesta 28. ¡°No vay¨¢is de vacaciones a Canad¨¢¡±, zanja.
Halloween es el 31 de octubre, pero es indudable que el aut¨¦ntico terror acontece en agosto. Cuidado con esas ensaladillas amarillentas que llevan eones en el mostrador. Que alguien estudie a fondo los precios de toda la carta antes de coger una mesa y es mucho m¨¢s seguro meterse en la discoteca de Irreversible que en un beach club. No a las ensaladas de bolsa a precio de langosta y, como dec¨ªa el sargento Esterhaus en Canci¨®n triste de Hill Street: en agosto, tengan cuidado ah¨ª fuera.
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