Colores fl¨²or, cadenas de comida r¨¢pida y meninas: ?por qu¨¦ las ciudades son cada vez m¨¢s feas?
La controversia de una cadena de tiendas de colchones y sus llamativas fachadas en la capital devuelve a la calle uno de los grandes debates urban¨ªsticos del siglo XXI: lo desagradable a la vista que se han vuelto a la calle
Por la calle se ven muchas cosas feas y, por lo general, los sufridos ciudadanos aguantamos la pena, miramos para otro lado con cierto dolor, apretando los labios, y seguimos caminando hacia el fin de nuestros d¨ªas. Y todo se queda en el silencio. Pero hay veces que las cosas que se ven en la calle son tan feas que se forma un buen revuelo. Por ejemplo, el que se ha montado en torno a las tiendas Factory Colch¨®n, con sus fachadas de colores corporativos chillones, verde, naranja, azul, que no se sabe si se han ideado para llamar la atenci¨®n del comprador (aunque jam¨¢s volver¨¢ a conciliar el sue?o ni en uno de sus colchones), para darse un aire moderno con esos tonos fl¨²or tan propios de la Generaci¨®n Z o para hacer sangrar los ojos del respetable paseante.
En Madrid algunas comunidades de vecinos y asociaciones defensoras del patrimonio se han quejado sonoramente por esos frontales que, a su juicio, estropean las fachadas de los edificios hist¨®ricos protegidos, muestra de las diferentes arquitecturas tradicionales en el centro de la capital. En algunos casos la queja presentada al Ayuntamiento fue escuchada y la empresa obligada a moderar su exposici¨®n p¨²blica, en consonancia con el edificio que la alberga, y as¨ª seguir despachando sus colchones viscoel¨¢sticos a muy buen precio de una forma m¨¢s modosa. Oigan, con el revuelo medi¨¢tico la publicidad ya est¨¢ hecha.
Las asociaciones, sin embargo, han se?alado que no existe una regulaci¨®n espec¨ªfica para este tipo de casos, de tal manera que cualquier tienda o franquicia puede colocarse en cualquier local exhibiendo sus colores de marca; y los ciudadanos solo podemos rezar porque los dise?adores no hayan sido demasiado horteras. Esto le hace a uno reflexionar sobre la cantidad de est¨ªmulos chungos, de basura visual, que recibimos en cualquier paseo: una basura que se nos ofrece constantemente a la altura de los ojos.
Se recordar¨¢ de nuestra ¨¦poca la mucha y variada contaminaci¨®n visual; tambi¨¦n que los cines hist¨®ricos se convirtieron en ruidosas franquicias textiles, las ferreter¨ªas con solera en anodinas cocteler¨ªas hipster o las antiguas joyer¨ªas en establecimientos de comida r¨¢pida donde lo ¨²nico bello es el carbohidrato en foto. La ciudad contempor¨¢nea tiende a la fealdad, como tiende a ella Espa?a entera: lo cuenta el periodista Andr¨¦s Rubio en su libro Espa?a fea (Debate), donde achaca el fen¨®meno a la especulaci¨®n salvaje, al af¨¢n de la propiedad privada, al desprecio por los ricos estilos arquitect¨®nicos tradicionales, entre otras cosas. ¡°El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia¡±, dice Rubio.
Por ese caos urbano tambi¨¦n se preocupa el dibujante Mauro Entrialgo en unos cromos sobre Madrid que se pueden coleccionar a modo de souvenir bajo el t¨ªtulo Recuerdos de Madrid: uno se dedica a los ¡°vertederitos¡± callejeros (las monta?as de basura que se encuentran por las calles), otro a las plazas sin sombra, otro a las zonas infantiles balizadas, y as¨ª. La ciudad inh¨®spita que tiende a lo ciberpunk, pero con m¨¢s colorines.
?Qu¨¦ dejaremos, en materia urban¨ªstica, a la posteridad? No el estilo Chicago de la Gran V¨ªa, ni las catedrales g¨®ticas, ni los ensanches decimon¨®nicos, ni los enrevesados cascos ¨¢rabes, ni la arquitectura racionalista. M¨¢s bien amplios cinturones urbanos de ladrillo visto y toldo verde botella, inh¨®spitos PAUs cl¨®nicos para aburridas vidas de clase media (v¨¦ase La Espa?a de las piscinas, de Jorge Dioni), centros comerciales (tambi¨¦n cl¨®nicos) de extrarradio donde esperar un apocalipsis zombi. Alguna ocurrencia mal envejecida de alguno que fue arquitecto estrella. Escombros fluorescentes. O sea, saldremos tambi¨¦n muy feos en los libros de Historia.
Demasiados est¨ªmulos para nuestro cerebro
Hace no mucho los periodistas Fernando Peinado y Mariano Zafra realizaban un estudio en este peri¨®dico sobre c¨®mo las palabras en ingl¨¦s han colonizado buena parte de los r¨®tulos que leemos por la ciudad (bakery, drinks & food, cocktails & music, phone shop, tattoo studio, opening soon, etc), en una inapelable muestra de cosmopaletismo, pero tambi¨¦n ser¨ªa conveniente estudiar la cantidad de est¨ªmulos publicitarios, cartelones, fotones, lonas, mupis, logotipos, ofertas, pantallas, que se acomodan en nuestro cerebro cada d¨ªa para que compremos mejor y m¨¢s barato con resultados inciertos para nuestra salud mental.
En realidad ya hay quien lo ha estudiado: la agencia Neuromedia, en 2019. Recibimos al d¨ªa 6.000 impactos publicitarios, de esos que en Factory Colch¨®n quieren practicar sin mesura. Tambi¨¦n se han estudiado los efectos de un alto grado de contaminaci¨®n visual en el espacio urbano: cansancio ocular, dolor de cabeza, obstrucci¨®n visual, estr¨¦s, distracciones peligrosas, incomodidad, bloqueo del paisaje natural y hasta ?p¨¦rdida de los valores esc¨¦nicos!, seg¨²n una investigaci¨®n de la Universidad Tecnol¨®gica Equinoccial de Quito.
Los ayuntamientos se gastan una parte no desde?able de los presupuestos en borrar grafitis y piezas de arte urbano que vuelven luego a aparecer ante la indignaci¨®n ciudadana, como le pasaba a S¨ªsifo cuando se le ca¨ªa la piedra, pero no se ve tanta indignaci¨®n en el caso de los reclamos publicitarios que nos atoran los sentidos.
Tal vez el horror m¨¢s horroroso que se experimenta en la capital de Espa?a sean las meninas. No las del cuadro Vel¨¢zquez, sino todas esas que parecen haberse escapado del ¡°aire contenido¡± en el cuadro (como lo glos¨® Dal¨ª) y que toman la ciudad con cierta frecuencia, como una invasi¨®n de ultracuerpos dispuestos, no s¨¦ sabe en virtud a qu¨¦ oscuros intereses, a convertirse en la imagen oficiosa de la ciudad, de sus llaveros y camisetas, y a colonizar nuestra mente, como en una pesadilla lovecraftiana, hasta volvernos locos.
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