Arquitectura y prisi¨®n: la dif¨ªcil tensi¨®n entre ¡°necesidad de confinar¡± y la ¡°¨¦tica de la libertad¡±
Los sectores sociales m¨¢s punitivistas o la presi¨®n por reducir el gasto p¨²blico han hecho de las c¨¢rceles modernos lugares m¨¢s hostiles y deshumanizantes que las antiguas
La prisi¨®n: s¨ªmbolo del poder del Estado moderno sobre sus ciudadanos, punto de observaci¨®n privilegiado desde el que asistir a las transformaciones sociales y culturales de los ¨²ltimos tres siglos, dispositivo en el que se ensayan los procedimientos disciplinarios y de control que m¨¢s tarde se aplicar¨¢n en todos los ¨¢mbitos, objeto de especulaci¨®n filos¨®fica, protagonista de acalorados debates pol¨ªticos y escenario de innumerables ficciones.
Pero mucho antes (antes tambi¨¦n de considerar su transformaci¨®n en negocio o industria y, eso s¨ª, sorteando u obviando el problema central: su nat...
La prisi¨®n: s¨ªmbolo del poder del Estado moderno sobre sus ciudadanos, punto de observaci¨®n privilegiado desde el que asistir a las transformaciones sociales y culturales de los ¨²ltimos tres siglos, dispositivo en el que se ensayan los procedimientos disciplinarios y de control que m¨¢s tarde se aplicar¨¢n en todos los ¨¢mbitos, objeto de especulaci¨®n filos¨®fica, protagonista de acalorados debates pol¨ªticos y escenario de innumerables ficciones.
Pero mucho antes (antes tambi¨¦n de considerar su transformaci¨®n en negocio o industria y, eso s¨ª, sorteando u obviando el problema central: su naturaleza punitiva), la prisi¨®n es el hogar de la poblaci¨®n reclusa que, en Espa?a y seg¨²n datos del Poder Judicial de diciembre de 2022, est¨¢ compuesta por algo m¨¢s de 55.700 personas. 51.780 hombres y 3.971 mujeres que se adaptan como pueden a la falta de libertad y a las condiciones (grado de tratamiento, centro penitenciario, m¨®dulo, programas y recursos a los que pueden acceder¡) en que la viven.
Las prisiones son espacios enormemente complejos que parecen concentrar y contener todas las tensiones y contradicciones de las sociedades que las construyen. Para nombrar este fen¨®meno, es decir, para referirse a ciertos lugares que reflejan y son necesarios para el orden social, pero que a la vez le resultan inc¨®modos o subversivos, el fil¨®sofo Michel Foucault introdujo, en 1967, el t¨¦rmino ¡°heterotop¨ªa¡±. Desde entonces, este concepto, ilustrado casi siempre mediante la prisi¨®n, ha resultado fundamental para la obra de muchos arquitectos contempor¨¢neos. Es solo un ejemplo m¨¢s: la reflexi¨®n sobre la prisi¨®n, desde su concepci¨®n moderna como alternativa al suplicio a finales del siglo XVIII, ha rebasado los l¨ªmites del derecho penal para mezclarse tambi¨¦n con la pr¨¢ctica de la arquitectura y la filosof¨ªa. Sin embargo, a pesar de tanta literatura, m¨¢s all¨¢ de su invocaci¨®n casi tot¨¦mica al final de ciertos procesos penales, si no es mediante una experiencia muy cercana, poco sabemos sobre lo que sucede en el interior de los centros penitenciarios que nos cruzamos al viajar, tan alejados del centro de las ciudades.
Contradicciones
¡°Nada en prisi¨®n es realmente banal. Los inconvenientes de la vida cotidiana adquieren una importancia enorme en una instituci¨®n cerrada¡±, escribi¨® Stephan Shaw, famoso defensor del pueblo brit¨¢nico. Cualquier detalle importa cuando se est¨¢ obligado a ocupar los mismos espacios cerrados durante meses, algo que el grueso de la poblaci¨®n descubri¨® en 2020 cuando, a consecuencia de la pandemia, se aviv¨® la discusi¨®n sobre los espacios dom¨¦sticos.
La arquitecta y acad¨¦mica Elena M. Millana estudia ¡°las tensiones y contradicciones de la domesticidad a trav¨¦s de las viviendas de aquellos que no han tenido a la familia como referente, considerando formas de vida colectiva habitadas por personas solas, pero dentro de una comunidad¡±. Durante su investigaci¨®n, Millana se ha topado con varios casos como el de la Instituci¨®n Penitenciaria Over-Amstel en ?msterdam, com¨²nmente conocida como Bijlmerbajes, y construida entre los a?os 1972 y 1978 con un dise?o sin rejas muy parecido al de las viviendas de los alrededores. ¡°Aquello suscit¨® un amplio rechazo¡±, explica la arquitecta. ¡°Y yo me pregunto: ?Por qu¨¦ la gente se ofende si las prisiones se parecen a sus viviendas? ?Acaso los presos tienen que vivir en sitios peores? ?O lo que les indigna es que entonces perciben sus viviendas como prisiones?¡±.
Cuando un arquitecto contempor¨¢neo proyecta una c¨¢rcel se enfrenta, adem¨¢s de a la pol¨¦mica, a sucesivas paradojas. Algunas tienen que ver con lo anterior: un edificio con dos funciones (resocializaci¨®n y retenci¨®n) complejas y dif¨ªciles de mantener en equilibrio sirve, a la vez, como vivienda para cientos de personas y como centro de trabajo a decenas de ellas. Pero, como se?ala Roger Paez, autor del proyecto del Centro Penitenciario Mas d¡¯Enric, en Critical Prison Design (2014), tambi¨¦n existen contradicciones conceptuales. Los reformistas ingleses de los siglos XVIII y XIX estaban convencidos de que la forma de un espacio (desarrollada a trav¨¦s de la arquitectura o del urbanismo) ser¨ªa capaz de influir sobre el comportamiento de sus usuarios, mientras que autores m¨¢s contempor¨¢neos, como el soci¨®logo Manuel Castells, afirman que ¡°el espacio es siempre el reflejo de una sociedad¡±, sin demasiada capacidad para operar sobre ella.
As¨ª, el arquitecto que aborda el proyecto de una prisi¨®n se encuentra, de nuevo seg¨²n Paez, ¡°con una necesidad program¨¢tica de confinamiento junto a una necesidad ¨¦tica de libertad¡±. Y debe hacer que ¡°la vida emerja¡± dentro de los muros de la prisi¨®n siendo consciente de sus propias limitaciones y sesgos pues, a diferencia del proyectista moderno, hace d¨¦cadas que sospecha del papel de la arquitectura como agente de transformaci¨®n social. Millana lo explica as¨ª: ¡°Los arquitectos hoy no creen que la arquitectura pueda transformar la sociedad. Al menos, no como lo hicieron en otros per¨ªodos hist¨®ricos como el de las vanguardias. Es una p¨¦rdida aceptada en la posmodernidad bajo cuya influencia todav¨ªa estamos¡±.
Michel Foucault ya abord¨® buena parte de estas cuestiones en Vigilar y castigar (1975). En este conocido ensayo, el fil¨®sofo examina los cambios sociales que ocurrieron a ra¨ªz de la aprobaci¨®n de los c¨®digos penales modernos, en los que el castigo f¨ªsico (a menudo la tortura en lugares p¨²blicos) fue sustituido para la mayor¨ªa de criminales por la pena de prisi¨®n. Como indica Foucault, estas nuevas penas destinadas a la reinserci¨®n actuar¨ªan ¡°sobre la conciencia o el alma de los condenados y no sobre sus cuerpos¡±. Y, no obstante, para ejecutarse seguir¨ªan requiriendo de un espacio f¨ªsico porque, como tambi¨¦n escribe el franc¨¦s: ¡°La disciplina procede ante todo a la distribuci¨®n de los individuos en el espacio.¡±
Desde el principio, los mismos pensadores que buscaban racionalizar e higienizar las penas, intentaron dar con la mejor de esas distribuciones en el espacio, y as¨ª, metido de lleno en el terreno de la arquitectura, el fil¨®sofo Jeremy Bentham public¨® en 1780 las bases de un modelo de prisi¨®n que todav¨ªa hoy es influyente: el pan¨®ptico. El edificio pan¨®ptico, construido de forma radial, permitir¨ªa a un vigilante protegido por una torre central controlar todas las celdas a su alrededor, construidas en tantas alturas como fuera necesario. As¨ª, un ¨²nico vigilante se podr¨ªa encargar de multitud de presos, que nunca sabr¨ªan en qu¨¦ momento est¨¢n siendo observados: una incertidumbre que equivale a un sistema de vigilancia perpetua. El propio Bentham cont¨® con la necesidad de otros vigilantes encargados de verificar que el primero de ellos estuviera cumpliendo realmente con su obligaci¨®n, estableciendo as¨ª una cadena de responsabilidades potencialmente infinita.
Con todas sus implicaciones filos¨®ficas y hasta metaf¨ªsicas, desde que Foucault lo rescat¨®, el pan¨®ptico ha servido para explicar el funcionamiento de pr¨¢cticamente cualquiera de las instituciones de lo que ¨¦l llam¨® ¡°la sociedad disciplinaria¡±: colegios, hospitales, asilos, urbanizaciones privadas¡ y, actualmente, en la era del ¡°capitalismo de vigilancia¡± (Shoshana Zuboff), es uno de los modelos m¨¢s citados en textos sobre redes sociales o tr¨¢fico de datos.
Calor y lesiones
En Espa?a, centros como la c¨¢rcel Modelo de Barcelona, inaugurada en 1904 y cuya actividad ces¨® en 2017, fueron construidos siguiendo, con mayor o menor precisi¨®n, las indicaciones de Bentham. En cualquier caso, lo m¨¢s frecuente hoy es la construcci¨®n de macroc¨¢rceles con m¨¢s de mil celdas que se distribuyen en diferentes m¨®dulos. Lo que se aplica en ellas es un sistema de segregaci¨®n de presos en funci¨®n de variables como su conducta que, seg¨²n afirma Daniel Jim¨¦nez Franco, doctor en Sociolog¨ªa Jur¨ªdica, en su tesis La burbuja penal (2014), ¡°obliga al preso no elitizado por los dispositivos selectivos a elegir entre el sometimiento a una disciplina arbitraria o la enajenaci¨®n por aislamiento¡±.
A pesar de que en algunos foros se ha propagado el mito de la ¡°c¨¢rcel-hotel¡±, enormemente perjudicial seg¨²n todos los profesionales consultados, la vida en prisi¨®n sigue sin ser f¨¢cil. Publicaciones como ?De qu¨¦ se quejan las personas presas? (2022), de Cristina G¨¹erri y Elena Larrauri, sobre las peticiones de la poblaci¨®n reclusa (tienen que ver, sobre todo, con el contacto con el exterior y con sus necesidades b¨¢sicas) arrojan luz sobre un d¨ªa a d¨ªa de los internos sobre el que resulta complicado informarse.
Sin embargo, diversos testimonios de antiguos reclusos y trabajadores con a?os de experiencia permiten identificar ciertas quejas recurrentes relacionadas con las instalaciones penitenciarias en Espa?a. Un antiguo recluso, consultado por ICON, lamenta que la ausencia de aire acondicionado en las celdas hace especialmente duras las noches de verano y dificulta la convivencia entre los ocupantes del mismo espacio. Varias fuentes coinciden en se?alar que, en los espacios comunes, utilizados simult¨¢neamente por decenas de personas, cualquier sonido (incluso el murmullo de las voces) termina por resultar muy molesto. Faltan paneles de absorci¨®n (como los que se instalan en bares y restaurantes), quiz¨¢ deliberadamente: cuanto m¨¢s incomode cualquier ruido, menos posibilidades existen de que se genere alboroto. Por otro lado, el pavimento de hormig¨®n, habitual en varios centros penitenciarios, puede acabar ocasionando dolencias en las articulaciones. Del mismo modo, la vista se resiente por la falta de horizontes amplios y el predominio de luz artificial, tal y como demostr¨® la experiencia del confinamiento durante la pandemia.
Curiosamente, tambi¨¦n hemos podido saber que muchos internos prefieren las prisiones m¨¢s antiguas (el Centro Penitenciario de Oca?a, en Toledo, sigue funcionando y se inaugur¨® en 1883) y, por lo general, m¨¢s inc¨®modas, pero ¡°de ambiente m¨¢s familiar¡± al ser m¨¢s peque?as. Otra ventaja que mencionan es la de que estas prisiones se encuentran m¨¢s cerca de los n¨²cleos urbanos, lo que facilita el transporte desde y hacia ellas tanto para las visitas como para las salidas durante el tercer grado.
La prisi¨®n neoliberal
Toda prisi¨®n es un reflejo de la sociedad que la construye y, puesto que durante los ¨²ltimos a?os el neoliberalismo ha extendido la l¨®gica del mercado, el contrato y el beneficio econ¨®mico a todo tipo de instituciones y servicios (la educaci¨®n y la sanidad, por ejemplo), las instituciones penitenciarias tambi¨¦n se han transformado. En Espa?a, 69 centros penitenciarios dependen del Ministerio del Interior, mientras que 14 lo hacen del Departament de Just¨ªcia de la Generalitat de Catalunya. Aunque, por tanto, la gesti¨®n contin¨²a siendo p¨²blica, cada vez m¨¢s servicios (como la seguridad exterior) se externalizan.
La poblaci¨®n penitenciaria del Estado espa?ol creci¨® enormemente entre 1995 y 2009 (cuando lleg¨® a haber una veintena de c¨¢rceles al doble de su capacidad). Aunque a partir de 2009 la tendencia es descendente, entonces se gener¨® un problema de sobrepoblaci¨®n que todav¨ªa no ha desaparecido. Para remediarlo, se puso en marcha el Plan de Amortizaci¨®n y Creaci¨®n de Centros Penitenciarios, ejecutado por la SIEPSE (empresa p¨²blica encargada de los equipamientos penitenciarios y de seguridad) que describe as¨ª los centros de reciente construcci¨®n: ¡°Se puede hablar de un n¨²cleo urbano autosuficiente, constituido por un conjunto de minicentros residenciales, dotados con servicios que cubren todas las necesidades de los internos, disminuyendo los traslados. (¡) Las ¨¢reas residenciales resueltas en m¨®dulos independientes permiten aislarlos en caso de conflicto, impidiendo que este se extienda al resto del centro¡±.
Contra la falacia instalada en el imaginario social sobre ¡°el alto coste que pagamos por cada preso, como si fuesen ellos los que se embolsan el presupuesto empleado en encerrarlos¡±, estudios como el ya citado La burbuja penal, de Daniel Jim¨¦nez, indican que la construcci¨®n y gesti¨®n de centros penitenciarios ha llegado a ser un lucrativo negocio tambi¨¦n en Espa?a. El investigador, que estima en 36.000 euros anuales el precio de cada plaza, cree que ¡°al menos la mitad de ese dinero se convierte en beneficio para los grupos empresariales encargados de la construcci¨®n y el equipamiento de los centros penitenciarios¡±.
Si bien en Espa?a ni siquiera existe un debate sobre su completa privatizaci¨®n, esto es algo com¨²n en pa¨ªses como Reino Unido (con alrededor del 15% de los presos en centros privados) o Estados Unidos (con un 8% de sus reclusos en ellos). Hace algunos meses, la barcaza Bibby Stockholm, una especie de prisi¨®n flotante propiedad de una compa?¨ªa de operaciones mar¨ªtimas, caus¨® revuelo porque el gobierno brit¨¢nico encerr¨® en ella a unos 500 migrantes. El episodio, que recuerda a la situaci¨®n previa a la reforma penal del siglo XVIII, cuando viejos y destartalados nav¨ªos de guerra eran usados para retener prisioneros, no es, sin embargo, el primer caso de prisi¨®n flotante en los ¨²ltimos a?os. La ciudad de Nueva York ha encarcelado a condenados en una barcaza de 200 metros de eslora desde hace 30 a?os. El Vernon C. Bain Correctional Center parece un buque m¨¢s en los muelles del East River pero es en realidad el hogar de m¨¢s de 800 prisioneros.
Si durante d¨¦cadas, el esfuerzo de juristas, arquitectos y fil¨®sofos por mejorar las condiciones en prisi¨®n hab¨ªa topado con la resistencia de los sectores sociales m¨¢s punitivistas, parece que hoy choca contra la demanda de reducci¨®n del gasto p¨²blico a toda costa. La prisi¨®n: de s¨ªmbolo de la magnanimidad de los estados modernos a engranaje de sus pol¨ªticas de austeridad.
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