Estas vacaciones nos vamos a la c¨¢rcel: el auge de la ?amoral? industria del turismo penitenciario
Noches del terror ante sillas el¨¦ctricas, un actor disfrazado de Al Capone zombi... Varios observadores cuestionan las crecientes peregrinaciones a lugares de sufrimiento
De la l¨²gubre y vetusta torre de Londres a ese parque tem¨¢tico de la delincuencia legendaria que es Alcatraz, pasando por colonias penitenciarias de Centroam¨¦rica, las modernas prisiones estadounidenses, la c¨¢rcel sudafricana donde Nelson Mandela purg¨® su activismo privado de libertad o las mazmorras medievales espa?olas de Broto o Pedraza.
El turismo penitenciario es una industria en auge. Es m¨¢s, no ha dejado de popularizarse desde que una de las pioneras, la prisi¨®n federal de la isla de Alcatraz (en San Francisco), se convirti¨® en museo en 1973. Ahora mismo, algunos de los monumentos m¨¢s visitados de pa¨ªses como Estados Unidos, Gran Breta?a, Polonia, Irlanda, Francia, Senegal o Letonia son c¨¢rceles.
Para la periodista de investigaci¨®n Hope Corrigan, el morbo ¡°de visitar lugares en que muchas personas fueron retenidas y sufrieron, en ocasiones, castigos crueles, cuando no directamente torturas o ejecuciones¡± plantea ¡°dilemas ¨¦ticos de un cierto calado¡±. En un art¨ªculo para The Marshall Project, una p¨¢gina de activistas comprometidos con la reforma de la justicia, Corrigan cuenta el caso de la West Virginia Penitentiary, una prisi¨®n que se qued¨® sin reclusos en 1995 tras 120 a?os como sede de largas condenas, ahorcamientos y electrocuciones.
Desde entonces, funciona como centro de turismo ¡°hist¨®rico y paranormal¡±. Esto se traduce, en la pr¨¢ctica, en que el lugar en que fueron ejecutados 94 convictos organiza hoy actividades recreativas de dudoso gusto como un tren de la bruja (bautizado como Haunted House) que recorre las instalaciones en v¨ªsperas de Halloween o un escape room en el que los participantes disponen de una hora para escapar del corredor de la muerte.
Para Corrigan, se trata de una oferta tur¨ªstica ¡°siniestra y salaz¡±, que un pa¨ªs como Estados Unidos, ¡°con una poblaci¨®n reclusa de m¨¢s de dos millones de personas, 2.400 de ellas sentenciadas a muerte y pendientes de ejecuci¨®n¡±, no deber¨ªa tolerar ¡°con tanta frivolidad y tanta ligereza¡±.
Otra prisi¨®n convertida en museo, la Eastern State Penitentiary, situada en el centro de la ciudad de Filadelfia, est¨¢ empezando a replantearse su futuro inmediato con el nivel de ¡°responsabilidad y madurez¡± que Corrigan considera exigible. Sean Kelly, vicepresidente y director de interpretaci¨®n del recinto, asegura que la Eastern State ya no pretende ser ¡°una especie de siniestro parque tem¨¢tico en el que los turistas tropiecen con un actor disfrazado de la versi¨®n zombi de Al Capone¡±.
Hoy urge m¨¢s que nunca, en su opini¨®n, que las prisiones abandonadas se transformen en verdaderos museos en los que reflexionar con un cierto rigor sobre lo que ha sido nuestro modelo institucional de justicia punitiva y lo que queremos que sea en el futuro. En este nuevo dise?o, ¡°ya no cabe reducir la visita a nuestras instalaciones a una diversi¨®n banal, porque eso es una falta de respeto a las personas que pasaron aqu¨ª el peor periodo de sus vidas¡±.
Corrigan concluye que ¡°no todas las empresas privadas que han adquirido antiguas prisiones para convertirlos en recintos tur¨ªsticas estar¨¢n dispuestas a adoptar este nuevo enfoque¡±. ?El motivo? Siempre resulta m¨¢s atractivo disponer de una hora para escapar del corredor de la muerte o tener un encuentro furtivo con el fantasma de Capone que visitar un centro de interpretaci¨®n y contextualizaci¨®n de la cultura penitenciaria. Despu¨¦s de todo, el principal aliciente tur¨ªstico que presenta ahora mismo la sobria visita guiada a la antigua c¨¢rcel del Filadelfia es hacerse una foto en la min¨²scula celda de Pepe, el prisionero C2559, el ¨²nico perro condenado a cadena perpetua, culpable, al parecer, de fulminar a dentelladas en 1924 al gato del gobernador de Pensilvania.
Peregrina en los tr¨®picos franceses
Si hay una turista penitenciaria a la que no puede acusarse de frivolidad y falta de rigor, esa es Patti Smith. En el segundo tomo de sus memorias, M Train, la cantante y poeta describe un extraordinario periplo realizado en 1981 en compa?¨ªa de su marido para visitar el penal de Saint-Laurent-de-Maroni, en la Guayana francesa.
La pareja vol¨® de Detroit a Miami, donde comieron frijoles rojos y arroz amarillo y visitaron el Mundo del Cocodrilo. Dos horas despu¨¦s embarcaron en otro avi¨®n que, tras largas y extenuantes escalas en Granada y Hait¨ª, les condujo al aeropuerto de Surinam, cerca de la ciudad de Paramaribo. Desde all¨ª, un gu¨ªa les acerc¨® a la ciudad fronteriza de Albina, donde un adolescente con una fr¨¢gil piragua les condujo a la otra orilla del r¨ªo Maroni, infestado de pira?as, bajo una llovizna que en cuesti¨®n de minutos se transform¨® en tormenta tropical. Al otro lado, tras un ¨²ltimo viaje por carreteras secundarios, alcanzaron por fin las ruinas de la colonia penitenciaria de Saint-Laurent, un laberinto de celdas decr¨¦pitas y solitarias entre palmeras y rastrojo frecuentado solo por gallinas.
?Por qu¨¦ acudi¨® Smith a este lugar? Para coger un pu?ado de tierra del patio de la prisi¨®n y llevarlo despu¨¦s a la tumba, en el cementerio espa?ol de Larache, del escritor Jean Genet, que nunca estuvo en Saint-Laurent, pero so?aba, en su adolescencia delictiva y marginal, con ir a parar a alguna de esas prisiones del Tr¨®pico franc¨¦s que para ¨¦l ten¨ªan un aura rom¨¢ntica. La principal era la de la Isla del Diablo, de la que se fug¨® Henri Charri¨¨re, el m¨ªtico Papill¨®n, inmortalizado por el cine. Pero a aquel infierno tropical, c¨¦lebre por sus inhumanas condiciones de reclusi¨®n, iban a parar solo criminales muy curtidos. El Genet de 16 a?os se hubiese conformado con el escal¨®n intermedio que era Saint-Laurent-de-Maroni.
Mandela, los cuervos y los hermanos Anglin
Si hay una prisi¨®n que suscita un nivel de reverencia similar al que siente Patti Smith por los infiernos de la Guayana, esa es la de la isla Robben, a 12 kil¨®metros de Ciudad del Cabo. En este lugar al que se puede acceder en ferry cumpli¨® condena el activista contra el apartheid y futuro presidente de Sud¨¢frica Nelson Mandela.
La tambi¨¦n conocida como ¡°isla de las focas¡± fue primero un campo de internamiento para los l¨ªderes rebeldes de colonias neerlandesas como Indonesia, se transform¨® en leproser¨ªa en 1836 y pas¨® a albergar a presos pol¨ªticos en 1931. Los turistas visitan la celda de poco m¨¢s de cuatro metros cuadrados en que Mandela pas¨® 18 de sus 27 a?os de reclusi¨®n. Otros dos inquilinos de la isla Robben, Jacob Zuma y Kgalema Motlanthe, llegaron tambi¨¦n al cargo de presidente de la Rep¨²blica de Sud¨¢frica.
Para Jill McCorkel, profesora de criminolog¨ªa de la Universidad de Villanova, en Pensilvania, la isla Robben es ¡°un perfecto ejemplo de turismo penitenciario ¨¦tico y responsable, por el valor pedag¨®gico de la experiencia que ofrece y porque no incurre en el error de convertir el sufrimiento de los presos en un espect¨¢culo¡±. Tambi¨¦n resulta mod¨¦lica, en su opini¨®n, la prisi¨®n irlandesa de Kilmainham Gaol, ¡°un verdadero museo, bajo gesti¨®n estatal desde 1986, en el que se informa a los visitantes de manera contextualizada y fidedigna¡±.
Un dif¨ªcil equilibrio entre ¨¦xito, rigor y respeto
Para prisiones como Alcatraz o la torre de Londres, el reto es hacer compatible el car¨¢cter de monumentos populares con un cierto grado de sensibilidad y respeto hacia los que fueron sus inquilinos. La torre londinense es, desde 2018, la atracci¨®n tur¨ªstica m¨¢s visitada del Reino Unido por delante del palacio de Buckingham, el lago Ness o el templo megal¨ªtico de Stonehenge. Recibe alrededor de tres millones de visitantes anuales y, por muy riguroso que sea el esfuerzo de contextualizaci¨®n de este l¨²gubre castillo rebosante de historia, la mayor¨ªa de ellos acuden atra¨ªdos por las joyas de la Corona, los cuervos de su patio, los pintorescos alabarderos (beefeaters, tal vez los guardianes m¨¢s c¨¦lebres del mundo) y rincones como la Torre Sangrienta o la Torre Verde, donde pas¨® sus ¨²ltimos d¨ªas Ana Bolena.
En cuanto a Alcatraz, la c¨¦lebre Roca funcion¨® como penal durante un corto periodo, entre 1934 y 1965, pero vive desde entonces de los r¨¦ditos de su leyenda. Muy pocos visitantes de San Francisco se resisten a pasar por el muelle 33 para embarcarse en los siempre concurridos Alcatraz Cruises, que se internan en la bah¨ªa para visitar las celdas, espacios comunitarios y s¨®rdidos rincones del lugar en que residieron, contra su voluntad, Capone, el g¨¢nster y asesino m¨²ltiple George Machine Gun Kelly o Robert Franklin Sproud, el hombre que consigui¨® hacerse la vida soportable dedic¨¢ndose a la cr¨ªa de p¨¢jaros.
Aunque los inquilinos que m¨¢s profunda huella dejaron siguen siendo Frank Morris y los hermanos Anglin, protagonistas en junio de 1962 del ¨²nico intento de fuga que tuvo ¨¦xito. Fueron 14 en 31 a?os, y se saldaron con 11 muertos, casi todos ahogados en la bah¨ªa o acribillados por unos guardianes con reputaci¨®n de gatillo f¨¢cil.
Prisiones por doquier
La lista de prisiones c¨¦lebres que pueden visitarse es larga. En Australia, la de Pentridge acogi¨® a forajidos de leyenda como Chopper Redd o Ned Kelly, objeto ambos de producciones cinematogr¨¢ficas basadas en sus andanzas. Tambi¨¦n empapada de (buen) celuloide est¨¢ la Ohio State Reformatory, en Mansfield, Estados Unidos, en cuyos patios abandonados desde 1990 se rod¨® el cl¨¢sico contempor¨¢neo Cadena perpetua, con unos inolvidables Tim Robbins y Morgan Freeman.
La de Karosta, en Letonia, que fue en su d¨ªa una de las prisiones sovi¨¦ticas con peor reputaci¨®n, ofrece ahora una experiencia poco menos que in¨¦dita, la de pasar una jornada entera, pernoctando incluso en sus celdas, tras ser sometido al mismo ritual de admisi¨®n que los presos reales. La de Ushuaia, en la Tierra de Fuego argentina, es la prisi¨®n m¨¢s meridional del planeta y acoge, adem¨¢s de instalaciones completamente reformadas, un muy recomendable Museo Mar¨ªtimo que se centra en las pioneras expediciones a la Ant¨¢rtida.
M¨¢s ex¨®tica a¨²n resulta la isla de Gor¨¦e, en Senegal, lugar de paso para gran parte de los 20 millones de seres humanos que fueron atrapados en aldea del ?frica noroccidental y embarcados poco despu¨¦s con rumbo a las colonias europeas de Am¨¦rica. La Casa de los Esclavos fue declarada patrimonio de la Humanidad en 1978, una prueba de lo muy en serio que se toman las autoridades senegalesas la tarea de preservar la memoria de las v¨ªctimas de este negocio siniestro.
En Francia, la Conciergerie parisiense es el lugar al que acuden los fascinados por la Revoluci¨®n y por la suerte de la reina Mar¨ªa Antonieta, encerrada en este l¨®brego recinto antes de acabar sus d¨ªas en la guillotina. Y en Espa?a pueden visitarse tanto las mazmorras medievales y renacentistas de Broto (Huesca) y la amurallada C¨¢rcel de la Villa de Pedraza (Segovia) como la barcelonesa c¨¢rcel Modelo, cerrada en 2017 y objeto ahora de visitas guiadas y gratuitas que deben concertarse con antelaci¨®n.
La memoria del Holocausto
Menci¨®n aparte merece el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, en Polonia. En el antiguo campo de concentraci¨®n nazi, clausurado en enero de 1945, se exterminaron a 1,1 millones de personas, cerca del 90% de los que fueron internados en ¨¦l. En 1947 se convirti¨® en museo y en 1979 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En 1984 se instal¨® en ¨¦l una comunidad de monjas carmelitas, en un marco de cristianizaci¨®n del recinto apoyado por el papa Juan Pablo II pero que suscit¨® el rechazo de la comunidad jud¨ªa. Desde 2018, el museo se ha visto afectado por la Ley Sobre el Instituto de Memoria Nacional, que convirti¨® en delito cualquier insinuaci¨®n de complicidad polaca en los cr¨ªmenes del nazismo. Eso oblig¨® a una revisi¨®n en profundidad de algunos de los contenidos del museo al que su director, el historiador Piotr Cywinski se opuso por considerarlo ¡°un burdo intento de manipulaci¨®n ideol¨®gica¡±. Ni siquiera una de las primeras prisiones transformadas en museo de la memoria ha conseguida mantenerse ajena a la controversia.
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