Helga de Alvear, sobre atesorar obras de arte y regalar su cata?logo al pu?blico: ¡°?Coleccionar arte es una droga! Sobre todo para el bolsillo¡±
Galerista fundamental y coleccionista impulsiva y desprejuiciada, la alemana abri¨® en febrero su propio museo en C¨¢ceres. Ella misma nos cuenta su historia
Lo primero que hace Helga de Alvear (Kirn, Alemania, 85 an?os) al ver a un conocido es hablar de la u?ltima pieza que acaba de comprarse. Y siempre acaba de comprarse una. Esta vez es una instalacio?n del artista minimalista france?s Daniel Buren. La sen?ala en el cata?logo que saca de un cajo?n de su despacho. ¡°Me han hecho un superprecio¡±, aclara (tambie?n confiesa cua?l). Ella tiene ahora su propio museo en Ca?ceres, y esta? donando por partes a la Junta de Extremadura una coleccio?n de arte acumulada durante de?cadas, unas 3.000 piezas: ha entrado en el noble y reducido olimpo de coleccionistas que regalan su cata?logo al pu?blico. Pero sigue comprando a un ritmo frene?tico. Eso tiene un nombre, y ella misma lo pronuncia. ¡°?Claro que coleccionar arte es una droga! Sobre todo para el bolsillo¡±.
Siguiendo con el paralelismo, dicen que la regla de oro de los traficantes es no hacerse adictos al producto que venden, pero ella la incumple flagrantemente. Le pregunto si no genera cierto conflicto acaparar dos papeles clave de la cadena alimentaria del mercado del arte, los de coleccionista y galerista, pero niega la mayor: ¡°Siempre me quedo con una obra de mis exposiciones, pero espero al u?ltimo di?a, porque el cliente siempre va primero. Nunca he competido con mis clientes. Seri?a muy feo¡±.
Galerista es desde que en 1980 se puso a trabajar para Juana Mordo?, cuyo establecimiento acabo? comprando. Todo el mundo pensaba que Helga era una asistente a sueldo ¨Clas broncas que Mordo? le echaba sin cortarse un pelo alentaban el malentendido¨C cuando en realidad, financieramente, llevaba la sarte?n por el mango. Entonces estaba casada con el arquitecto cordobe?s Jaime de Alvear (fallecido en 2010), al que habi?a conocido en una boda cuando au?n se llamaba Helga Mu?ller y era una veintean?era alemana de familia acomodada que estudiaba espan?ol. El trabajo le vino bien para evitar la previsible depresio?n: ella era, despue?s de todo, una mujer europea y con cierto mundo trasplantada al corazo?n de la Espan?a franquista.
Entra un enfermero en el despacho. Va a hacerle una PCR, porque al di?a siguiente viaja al balneario austriaco que le administra su tratamiento anual de ozono. Su hermano, que esta? al frente de las empresas familiares, le cede un avio?n privado, a ella y su hija Patricia. ¡°?Vamos a ir las dos como en Pretty Woman!¡±, proclama emocionada. Su aute?ntico momento Pretty Woman me lo contara? un rato despue?s. Fue cuando, durante una edicio?n de la feria Art Basel en los noventa, entro? en la caseta de una renombrada galeri?a brita?nica interesa?ndose en una foto de Jeff Wall.
¡°Me atendio? un ti?o asi?, muy esnob. Le digo: ¡®Esa foto la quiero yo¡¯. Y e?l me responde que no esta? a la venta. Y yo: ¡®?Co?mo? ?La trae aqui? y no la vende? ?Eso no puede ser!¡¯. Y e?l: ¡®Es que usted no puede pagarlo¡¯. Me dio un precio absurdo, y yo le dije que trato hecho, que le daba un talo?n y me llevaba la obra. Y asi? fue. Eso si?, nunca ma?s les he comprado nada a esos, aunque desde entonces me mandan propaganda y de todo. Es que cuando empiezas se creen que eres imbe?cil. En cambio, Rudolf Zwirner [fundador de la feria Art Cologne y padre del tambie?n galerista David Zwirner] me ayudo? muchi?simo. Una vez habi?a siete obras que me interesaban, pero yo no teni?a dinero para comprarlas. Me dijo: ¡®Pues compra tres, y las otras te las guardo hasta el an?o que viene o cuando puedas¡¯. De gente asi? he aprendido co?mo hacer las cosas. Ahora su hijo David tiene como seis galeri?as. Se ha convertido en una multinacional. Multinacional nosotros, que fabricamos mascarillas y las vendemos en todos lados. Pero una galeri?a en veinte mil sitios, no se? yo¡±.
Por ¡°nosotros¡± se refiere al negocio familiar en Alemania. Su actividad principal es producir materiales sanitarios, de donde se deduce que u?ltimamente el capital ha fluido con generosidad. Ella ha destinado parte a luchar contra la pandemia ¨Cdono? un millo?n de euros a las investigaciones del CSIC¨C, lo que no le ha obligado a apretarse el cinturo?n como coleccionista. ¡°Gracias a Dios las fa?bricas funcionan bien, y adema?s mi hermano es un encanto¡±, resume. Ese encanto nunca la deja en la estacada a la hora de financiar sus enamoramientos arti?sticos: bien lo saben sus colegas, que cada an?o anhelan sus paseos el primer di?a de ARCO.
De Alvear, la galerista en Espan?a de A?ngela de la Cruz, Santiago Sierra o Candida Ho?fer, no es una de esas coleccionistas millonarias que solo persiguen grandes nombres. El Museo de Arte Contempora?neo Helga de Alvear de Ca?ceres concede el mismo estatus a un dibujo de Paul Klee o la descomunal la?mpara carmesi? de Ai WeiWei que a las modestas piezas de Erlea Maneros Zabala, Jose? Luis Alexanco y Juan Luis Moraza. El edificio, que funciona al mismo tiempo como construccio?n independiente y extensio?n del palacio de principios del XX que le cedio? la Junta para establecer su Fundacio?n (la Casa Grande), esta? firmado por Emilio Tun?o?n y se concibio? a medida de la coleccio?n que iba a albergar, justo lo contrario de la pra?ctica habitual desde que empezaron a arreciar los efectos del Guggenheim.
Toda esa coleccio?n acabara? en Ca?ceres en un momento u otro: ¡°Total, si conmigo no se puede venir ni al cielo ni al infierno, donde sea que vaya. Antes lo deci?a y nadie me crei?a. Pensaban que la iba a revender. Pero no lo he hecho¡±. Tampoco espera fastos y homenajes por ello: ¡°Me da igual. No me gustan las fiestas, en eso nunca me he integrado en la sociedad de aqui?. Soy muy solitaria, tengo cuatro amigos de verdad y no son gente que sale. Vamos, que en el ?Hola! no me van a encontrar¡±.
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