Que nos vigilen. No hay nadie al volante
Hasta ahora dese¨¢bamos escoger, ser libres. Con el miedo en esta pandemia, surge la necesidad de que alguien nos gobierne, nos diga qu¨¦ hacer
En el parque, veo a una ni?a de unos cinco a?os que avanza en equilibrio por un muro que parte del suelo y va ascendiendo en altura paulatinamente hasta alcanzar unos cuatro metros. Su madre charla distra¨ªdamente con otra mujer, ajena por unos minutos a lo que su hija hace. La ni?a camina segura con sus piernecitas en leotardos rojos, pero, al alcanzar el punto m¨¢s alto del muro, mira hacia abajo y se percata del peligro. Tiembla e inclina el cuerpo hacia delante, qued¨¢ndose a cuatro patas, agarrada al muro como un animalito. Busca a su madre con la mirada. Le grita desesperada:
¡ªMam¨¢, ???VIG?LAME!!!
En los ¨²ltimos meses, Espa?a se ha plegado a vivir en una sociedad ca¨®tica. En Madrid, pulso pol¨ªtico bochornoso mediante, nos hemos disuelto en la confusi¨®n que debemos acatar. ¡°Si te digo la verdad, ahora mismo ya no s¨¦ lo que se puede y lo que no se puede hacer¡±, dice un joven en televisi¨®n.
No hemos dejado de tener miedo al virus, no dejamos de sentir horror, pero tambi¨¦n ese horror se ha vuelto rutina. Al principio cre¨ªamos saber qu¨¦ hacer, c¨®mo protegernos y proteger, pero los sucesivos cambios, el mareo constante, hacen que el autocuidado ciudadano pierda fuelle, fluct¨²e ligeramente, alimentado por una sensaci¨®n de cuya dimensi¨®n quiz¨¢s no nos hayamos dado cuenta hasta ahora: no hay nadie a los mandos. Somos un batall¨®n de preescolares borrachos cuidados por maestros borrachos jugando al borde de un precipicio.
La promesa de las mejoras sanitarias, la contrataci¨®n de personal, m¨¢s camas, m¨¢s rastreos, ya nos suena a utop¨ªa. Poco a poco nos volvemos esa ni?a que va subiendo murete arriba y que de pronto, al ver el peligro que corre, entra en p¨¢nico. ¡°?Mam¨¢, vig¨ªlame!¡±, les gritamos a los que se supon¨ªa que deber¨ªan cuidarnos. Explota una bomba de contradicci¨®n en ciudadanos que, hasta ahora, lo que dese¨¢bamos era escoger, ser libres: de pronto, como un antojo culpable de alguna comida muy insana, surge la necesidad de recibir leyes desde arriba, de ser gobernados, de que alguien nos explique qu¨¦ hacer. En un impulso casi masoquista y redentor, deseamos que, ya que no nos cuidan y no hay visos de que lo vayan a hacer, al menos nos obliguen a portarnos bien, nos encierren. Lo que haga falta.
En el edificio de enfrente, un piso parece vac¨ªo. Las ventanas abiertas, ventilando. No hay rastro de la pareja mayor que viv¨ªa en ella. Una vecina nos cuenta que ¨¦l ha muerto de covid y ella ha quedado mal tras pasar el virus. Leemos los primeros casos de personas enfermas de otras patolog¨ªas que se vieron dadas de lado por el desbordamiento del sistema sanitario. Un c¨¢ncer jam¨¢s detectado, una persona muerta en su casa sin recibir ning¨²n tipo de atenci¨®n. Nos da miedo torcernos un tobillo, cortarnos un dedo. ¡°Mejor no ponerse malo de otra cosa¡±, dice la gente. Intentamos no pensar en nada peor y seguir adelante. Nos cansamos de lavarnos las manos. Se nos resecan. O¨ªmos una fiesta tumultuosa en alg¨²n edificio vecino. Damos un abrazo que quiz¨¢s no deber¨ªamos haber dado. Tanteamos el muro casi a oscuras, pero sabemos que ah¨ª abajo est¨¢ el precipicio. Estamos perdidos. ?Mam¨¢, vig¨ªlanos!
La biopol¨ªtica, seg¨²n la definici¨®n cl¨¢sica de Foucault, es una forma de ejercer poder que se hace cargo de la vida de la poblaci¨®n. Hasta el siglo XX, el significado de biopol¨ªtica implicaba la vida de la poblaci¨®n entendida como vida biol¨®gica, como supervivencia de la especie, y eso incluye las enfermedades, la reproducci¨®n, los nacimientos, el hambre. Miguel ?ngel Mart¨ªnez, investigador y comisario, y autor del libro Bios. Literatura, enfermedad, formas de vida, de pr¨®xima publicaci¨®n en la editorial Tirant Lo Blanch, explica que, ya al final de su carrera, Foucault se dio cuenta de que el biopoder empezaba a ocupar m¨¢s franjas en la vida de la gente. Ya no era un poder externo al sujeto que lo coaccionaba desde el exterior a partir de una ley, sino que esa ocupaci¨®n de la vida implicaba tambi¨¦n una forma de regular y producir la subjetividad del sujeto. Es decir, el poder dejaba de ser algo externo y se convert¨ªa en algo interno. ¡°Las relaciones de poder penetran en los cuerpos¡±, dec¨ªa para sintetizar esto.
Pero la aproximaci¨®n m¨¢s actual a este fen¨®meno de internalizaci¨®n del poder podr¨ªa ser la de Judith Butler en su texto Mecanismos ps¨ªquicos del poder. Butler sostiene que no hay una ley fuera a partir de la cual se constituye el sujeto, sino que la constituci¨®n del propio sujeto ya incluye la ley y la norma. Esto ofrecer¨ªa un marco para explicar esa necesidad de ser gobernados, ese ¡°Mam¨¢, vig¨ªlame¡± que entonan nuestras almas en estos d¨ªas confusos. Nos falta ese elemento que nos ayude a constituirnos de la misma forma que nos hacen falta unas anchoas cuando nos baja la tensi¨®n: hay niveles preexistentes que se han trastocado y que necesitan ser restablecidos.
Miguel ?ngel Mart¨ªnez menciona otro caso que podr¨ªa ejemplificar la feroz necesidad de control. En el a?o 1986, Cuba empez¨® a diagnosticar los primeros casos de VIH. La respuesta del Gobierno castrista consisti¨®, entre otras cosas, en la creaci¨®n de una especie de sanatorios que se construyeron en torno a la isla y en los que se encerraba a las personas infectadas por el virus. En ese contexto, exist¨ªa en Cuba la comunidad Los Frikis, punks contestatarios, al margen de la ley, que eran muy reprimidos y muy perseguidos. A finales de los 80 y principios de los 90, en pleno Periodo Especial, Cuba estaba asolada por la falta de abastecimiento. Hambre, caos. Es entonces cuando Los Frikis, que durante el Periodo Especial pasan a estar particularmente perjudicados, deciden autoinfectarse de VIH para que las fuerzas de seguridad les encierren en los sanatorios. Creen que all¨ª, en esos campos de concentraci¨®n, van a estar m¨¢s protegidos, en mejores condiciones, que fuera, en el caos. Consideran que si tienen motivo para internarlos en los sanatorios, van a estar mejor cuidados por el Estado. En el relato posterior de los supervivientes, no hay, en general, arrepentimiento: consideran que autoinfectarse fue lo mejor que pudieron hacer. De pronto, lo m¨¢s punk no fue rebelarse frente al Estado, sino provocar que este tuviera que acogerlos en su abrazo.
En una situaci¨®n mucho m¨¢s halag¨¹e?a que la de Cuba durante el Periodo Especial, hay ciertos aspectos de nuestra sociedad que podr¨ªan aproximarse a completar, o al menos a a?adirle unas cuantas piezas m¨¢s, al puzzle psicol¨®gico que produce esta necesidad de control desde un ente superior. ¡°Con la entrada en el r¨¦gimen neoliberal ¡ªexplica Miguel ?ngel Mart¨ªnez¡ª se produce lo que se llama la ¡®ca¨ªda del nombre del padre¡¯, el rechazo a toda forma de autoridad y de ley. Ante esa ca¨ªda de los l¨ªmites quedamos hu¨¦rfanos, y una de las respuestas a esa orfandad repentina es pedir leyes que tranquilicen esta orfandad. Algo as¨ª es lo que puede estar pasando ahora. Se nos impulsa a querer todo, a consumir todo, a performar cualquier identidad, y es posible que el desquicio que puede causar esta ca¨ªda de l¨ªmites pueda llevar a algunas personas a desear l¨ªmites¡±.
En las Cartas persas de Montesquieu, un anciano al que se le rogaba que fuese el l¨ªder de los trogloditas, que jam¨¢s hab¨ªan tenido uno antes, dec¨ªa: ¡°Bien claro lo veo, trogloditas: vuestra virtud empieza a resultaros demasiado pesada. En el estado en que os encontr¨¢is, sin jefe, es preciso que, a vuestro pesar, se¨¢is virtuosos, ya que sin eso no podr¨ªais subsistir (...). Pero este yugo os parece demasiado duro y prefer¨ªs someteros a un pr¨ªncipe y obedecer sus leyes, que ser¨¢n menos r¨ªgidas que vuestras costumbres¡±. As¨ª, deconstruida en forma de cuento, esta pulsi¨®n de que se regulen las condiciones en las que podemos movernos por la vida parece absurda, casi infantil. Pero lo cierto es que somos como los trogloditas del cuento: en circunstancias adversas, tenemos miedo de nuestra propia naturaleza, nos pesa, y deseamos descargar responsabilidad en un ente superior. As¨ª pues, en lugar de actuar como ni?os temerarios a los que la virtud les resulta pesad¨ªsima y prefieren endos¨¢rsela a otros, vigil¨¦mosnos ¡ªdif¨ªcil verbo, de escribir, pronunciar y cumplir¡ª a nosotros mismos. Tomemos las precauciones necesarias ante el virus aunque nuestros dirigentes anden tan preocupados en sus luchas de poder que fluct¨²en en sus l¨ªmites e incluso le resten importancia al peligro. Pero, en caso de que caigamos del muro, recemos ¡ªes m¨¢s, exijamos¡ª a la madre-gobierno que tenga preparado el botiqu¨ªn.
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