Martin Luther King ya alert¨® del racismo policial y denunci¨® que los negros pagaban m¨¢s por una lata de jud¨ªas
¡®Ideas¡¯ adelanta un ensayo del l¨ªder afroamericano publicado p¨®stumamente en 1969 y cuyo contenido, por desgracia, sigue muy vivo. Forma parte de un libro con algunas de sus intervenciones y escritos. En ¨¦l afirma que si a un negro se le dice que la polic¨ªa es su amiga, se reir¨¢
No hay una ¨²nica respuesta a las penurias del negro americano. Las condiciones y las necesidades var¨ªan enormemente en distintas partes del pa¨ªs. Creo, sin embargo, que el lugar por el que empezar es el ¨¢rea de las relaciones humanas, y en especial el ¨¢rea de las relaciones entre la comunidad y la polic¨ªa. Se trata de un problema sensible y delicado que rara vez se ha puesto de manifiesto de manera adecuada. Pr¨¢cticamente todos los disturbios han empezado por alguna acci¨®n policial.
Si en la mayor¨ªa de las comunidades negras tratas de decirle a la gente que la polic¨ªa es su amiga, se limita a re¨ªrse de ti. Obviamente, hay que hacer algo con urgencia para corregir esto. Me ha impresionado el hecho de que incluso en el estado de Mississippi, donde el FBI hizo un significativo trabajo de formaci¨®n con la polic¨ªa, la polic¨ªa es mucho m¨¢s cort¨¦s con los negros que en Chicago o Nueva York. Nuestras fuerzas policiales deben, simplemente, desarrollar una actitud de cortes¨ªa y respeto por el ciudadano com¨²n. Si podemos impedir que cuando se encuentren con personas negras los polic¨ªas utilicen palabrotas habremos conseguido mucho. En t¨¦rminos m¨¢s generales, la polic¨ªa debe dejar de ser una tropa de ocupaci¨®n del gueto y empezar a proteger a sus residentes. Pero muy pocas ciudades se han enfrentado de veras a este problema y han intentado hacer algo al respecto. Es el elemento m¨¢s ¨¢spero en las relaciones entre negros y blancos, pero es el ¨²ltimo en ser valorado cient¨ªfica y objetivamente.
Cuando vas m¨¢s all¨¢ de un problema relativamente simple pero grave como el racismo de la polic¨ªa, empiezas a introducirte en todas las complejidades de la econom¨ªa americana moderna. En la mayor¨ªa de las ciudades americanas los sistemas de transporte p¨²blico urbanos, por ejemplo, se han convertido en una genuina cuesti¨®n de derechos civiles ¡ªy en una cuesti¨®n v¨¢lida¡ª porque el dise?o de sistemas de transporte r¨¢pidos determina la accesibilidad al empleo para la comunidad negra. Si los sistemas de transporte de las ciudades americanas pudieran ser dise?ados para proporcionar a la gente pobre una oportunidad de conseguir un empleo significativo, esta podr¨ªa empezar a formar parte de la vida americana mayoritaria. Un buen ejemplo de este problema es mi ciudad natal de Atlanta, donde el sistema de transporte r¨¢pido ha sido dise?ado para la comodidad de la clase media-alta blanca suburbana que va en transporte p¨²blico a sus trabajos en el centro.
Los mismos problemas se encuentran en las ¨¢reas del complemento del alquiler y las viviendas sociales. La relevancia de estas cuestiones para las relaciones humanas y los derechos humanos no puede exagerarse. La clase de vivienda en la que vive un hombre, junto a la calidad de su empleo, determina, en gran medida, la calidad de su vida familiar. He conocido a demasiadas personas en mi parroquia de Atlanta que, como viven en pisos abarrotados de gente, se peleaban constantemente con otros miembros de su familia, una situaci¨®n que produc¨ªa muchas disfunciones graves en las relaciones familiares. Y sin embargo he visto a esas mismas familias lograr la armon¨ªa cuando pudieron permitirse una casa que hac¨ªa posible una peque?a privacidad personal y libertad de movimiento.
Todos estos problemas en las relaciones humanas son complejos y est¨¢n relacionados, y es muy dif¨ªcil asignar prioridades, sobre todo mientras la guerra de Vietnam contin¨²a. La Gran Sociedad se ha convertido en una v¨ªctima de la guerra. Creo que hab¨ªa un deseo sincero en este pa¨ªs, hace cuatro o cinco a?os, de caminar hacia una sociedad genuinamente grande, y tengo pocas dudas de que se habr¨ªa producido un aumento gradual de los gastos federales en esa direcci¨®n, en lugar del declive gradual que ha tenido lugar, si se hubiera evitado la guerra de Vietnam.
Una de las incongruencias de esta situaci¨®n es el hecho de que un n¨²mero tan grande de soldados de las fuerzas armadas que se encuentran en Vietnam sean negros, sobre todo los soldados en la l¨ªnea del frente que luchan de verdad. Los negros siempre han tenido la esperanza de que si demuestran de veras que son grandes soldados y si luchan de verdad por Am¨¦rica y ayudan a salvar la democracia americana, entonces cuando vuelvan a casa, Am¨¦rica les tratar¨¢ mejor. No ha sido el caso. Los soldados negros que volvieron de la Primera Guerra Mundial fueron recibidos con disturbios raciales, discriminaci¨®n laboral y una continuaci¨®n del fanatismo que hab¨ªan experimentado antes. Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, la ley GI ofreci¨® cierta esperanza de una vida mejor a quienes ten¨ªan el historial educativo que les permitiera aprovecharse de ella, y hubo proporcionalmente menos agitaci¨®n. Pero para el soldado negro, el servicio militar a¨²n representa un medio de escapar de los guetos opresivos del Sur rural y el Norte urbano. Con frecuencia ve el ej¨¦rcito como un camino para las oportunidades educativas y la formaci¨®n laboral. Ve en el uniforme militar un s¨ªmbolo de la dignidad que durante mucho tiempo la sociedad le ha negado. Lo tr¨¢gico es que el servicio militar es probablemente la ¨²nica v¨ªa de escape para la mayor¨ªa de los j¨®venes negros. Muchos de ellos van al ej¨¦rcito, y se arriesgan a morir, para poder tener algunas de las posibilidades humanas de la vida. Saben que la vida en el gueto de la ciudad o la vida en el Sur rural casi sin duda significan la c¨¢rcel o la muerte o la humillaci¨®n. Y por lo tanto, en comparaci¨®n, el servicio militar es en realidad el riesgo menor.
Un joven que forma parte de nuestro personal, Hosea Williams, volvi¨® de las trincheras de Alemania como veterano con una incapacidad del 60 %. Despu¨¦s de trece meses en un hospital de veteranos, volvi¨® a su pueblo, Attapulgus, en Georgia. De camino a casa, fue a una estaci¨®n de autob¨²s en Americus, Georgia, para beber un poco de agua mientras esperaba al siguiente autob¨²s. Y mientras estaba all¨ª con sus muletas, bebiendo de la fuente, fue apaleado salvajemente por matones blancos. Este pat¨¦tico incidente es demasiado representativo del tratamiento que reciben los negros en este pa¨ªs; no solo la brutalidad f¨ªsica, sino la discriminaci¨®n brutal cuando un negro intenta comprar una casa, y la violencia brutal contra el alma del negro cuando se le niega un trabajo para el que sabe que est¨¢ cualificado.
Tambi¨¦n est¨¢ la violencia de tener que vivir en una comunidad y pagar precios m¨¢s elevados por las mercanc¨ªas o un alquiler m¨¢s elevado por una vivienda que los que se cobran en las zonas blancas de la ciudad. ?Sab¨¦is que una lata de jud¨ªas casi siempre cuesta unos centavos m¨¢s en las franquicias de alimentaci¨®n situadas en el gueto negro que en una tienda de esa misma cadena situada en los suburbios de clase media-alta, donde el ingreso mediano es cinco veces superior? El negro lo sabe, porque trabaja en la casa del hombre blanco como cocinero o jardinero. ?Y qu¨¦ cre¨¦is que le hace ese conocimiento a su alma? ?C¨®mo cre¨¦is que afecta a su visi¨®n de la sociedad en la que vive? ?C¨®mo se puede esperar cualquier cosa que no sea desilusi¨®n y amargura? La cuesti¨®n que ahora tenemos frente a nosotros es si podemos convertir la desilusi¨®n y la amargura del negro en esperanza y fe en la bondad esencial del sistema americano. Si no lo hacemos, nuestra sociedad se desmoronar¨¢.
Es una paradoja que esos negros que han renunciado a Am¨¦rica est¨¦n haciendo m¨¢s por mejorarla que sus patriotas profesionales. Est¨¢n agitando a una masa de ciudadanos satisfechos y somnolientos, que no son malos ni buenos, para que cobre conciencia de la crisis. La confrontaci¨®n afecta no solo a su moralidad sino a su inter¨¦s propio, y esa combinaci¨®n promete suscitar una acci¨®n positiva. Esta no es una naci¨®n de gente venal. Es una tierra de individuos que, en su mayor¨ªa, no se ha preocupado, ha sido insensible con sus vecinos negros porque sus o¨ªdos est¨¢n taponados y sus ojos cegados por el tr¨¢gico mito de que los negros soportan el abuso sin dolor o quejas. Incluso cuando las protestas estallaron y negaron el mito, se hicieron con nuevas doctrinas de inhumanidad que sosten¨ªan que los negros eran arrogantes, an¨¢rquicos y desagradecidos. La habitual discriminaci¨®n blanca se transform¨® en un contraataque blanco. Pero para algunos, las mentiras hab¨ªan perdido contacto con la realidad y creci¨® un desasosiego interno. La pobreza y la discriminaci¨®n eran innegablemente reales; dejaron una cicatriz en la naci¨®n; ensuciaron nuestro honor y redujeron nuestro orgullo. Una pregunta insistente desafi¨® a la evasiva: ?estaba la seguridad de algunos compr¨¢ndose al precio de la degradaci¨®n de otros? En nuestras tradiciones todo dec¨ªa que esta clase de injusticia era el sistema del pasado o de otras naciones. Y sin embargo ah¨ª estaba, en nuestro propio pa¨ªs.
De ah¨ª naci¨® ¡ªsobre todo en la generaci¨®n joven¡ª un esp¨ªritu de disentimiento que fue desde la negaci¨®n superficial de los viejos valores al compromiso con una reforma social total, dr¨¢stica e inmediata. Pero todo era disentimiento. Su voz es a¨²n una minor¨ªa, pero unida a millones de voces negras que protestan, se ha convertido en el sonido de un trueno distante cuyo volumen aumenta cuando se acumulan las nubes de tormenta. Este disentimiento es la esperanza de Am¨¦rica. Resplandece en la larga tradici¨®n de ideales americanos que empez¨® con los valientes soldados de la milicia en Nueva Inglaterra, que sigui¨® con el movimiento abolicionista, que reapareci¨® con la revuelta populista y, d¨¦cadas m¨¢s tarde, brot¨® para elegir a Franklin Roosevelt y John F. Kennedy. Los disidentes de hoy le dicen a la complaciente mayor¨ªa que ha llegado el momento en que una evasi¨®n mayor de la responsabilidad social en un mundo turbulento atraer¨¢ el desastre y la muerte. Am¨¦rica a¨²n no ha cambiado porque muchos creen que no necesita cambiar, pero se trata de la ilusi¨®n del condenado. Am¨¦rica debe cambiar porque veintitr¨¦s millones de ciudadanos negros no seguir¨¢n viviendo de manera indolente en el pasado miserable. Han abandonado el valle de la desesperaci¨®n; han encontrado fuerza en la lucha; y vivan o mueran, nunca se arrastrar¨¢n ni retroceder¨¢n de nuevo. Unidos a los aliados blancos, har¨¢n temblar las paredes de las c¨¢rceles hasta que caigan. Am¨¦rica debe cambiar.
Hace dos mil a?os, una voz salida de Bel¨¦n dijo que todos los hombres son iguales. Dijo que el bien triunfar¨ªa. Jes¨²s de Nazaret no escribi¨® libros; no ten¨ªa propiedades que le dieran influencia. No ten¨ªa amigos en los tribunales de los poderosos. Pero cambi¨® el curso de la humanidad solo con los pobres y los despreciados. Por ingenuos y poco sofisticados que seamos, los pobres y los despreciados del siglo XX revolucionaremos esta era. Con nuestra ¡°arrogancia, anarqu¨ªa y falta de gratitud¡±, lucharemos por la justicia humana, la fraternidad, la paz segura y la abundancia para todos. Cuando hayamos logrado eso, con un esp¨ªritu de firme no violencia, entonces, con esplendor luminoso, empezar¨¢ en verdad la era cristiana.
Martin Luther King (Atlanta, 1929-1968) lider¨® la petici¨®n de derechos civiles para la comunidad afroamericana. Este adelanto, que se public¨® en la revista ¡®Playboy¡¯ en 1969 (tras la muerte del activista), es un extracto del libro ¡°Tengo un sue?o: Ensayos, discursos y sermones¡±, de la editorial Alianza, que se publica hoy, 28 de enero. Traducci¨®n, introducci¨®n y selecci¨®n de Ram¨®n Gonz¨¢lez F¨¦rriz.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.