El gran reemplazo
La ultraderecha ahora asegura que las ¨¦lites favorecen la inmigraci¨®n para disponer de ciudadanos sin arraigo ni voluntad
Hay ideas que no sirven para nada pero valen para todo. Como, por ejemplo, las que fomentan la paranoia colectiva. En este subg¨¦nero de la ficci¨®n pol¨ªtica, la idea que mejor se vende es la referida a los inmigrantes como causa de muchos males presentes y de horribles desastres futuros. Pasan los a?os, pasan los siglos, los anunciados desastres futuros no ocurren (los que ocurren tienen otras causas), pero el otro, el supuestamente distinto, siempre es culpable.
El espantajo del ¡°gran reemplazo¡± ser¨¢ sin duda uno de los temas en la campa?a presidencial francesa del a?o pr¨®ximo. La familia Le Pen es (ahora junto a Donald Trump) una de las grandes fuentes de inspiraci¨®n de las ultraderechas del mundo y suele ir un paso por delante. Mientras los de Vox, en Espa?a, siguen apegados a la cosa de que los inmigrantes nos roban el trabajo y los subsidios y se dedican intensivamente al crimen (a la pobre gente, entre la jornada laboral, la burocr¨¢tica y la delictiva, no debe de quedarle tiempo para nada), en Francia ya van por la casilla de que los inmigrantes roban la patria.
Habr¨¢n o¨ªdo hablar del ¡°gran reemplazo¡±. Consiste en que las ¨¦lites, sean quienes sean esas personas, favorecen la inmigraci¨®n masiva para disponer de una ciudadan¨ªa sin arraigo ni voluntad. Entretanto, cambia el color de la piel de la gente, desaparecen los campanarios, se estropea el paisaje y nuestro peque?o mundo se va al garete.
Lo gracioso del caso consiste en que lo del ¡°gran reemplazo¡± viene de antiguo, de cuando en Francia no hab¨ªa apenas musulmanes, ni africanos, y hab¨ªa que achacar los males (la ¡°destrucci¨®n de la naci¨®n¡± y dem¨¢s mandangas) a, digamos, los italianos.
Maurice Barr¨¨s (1862-1923), fin¨ªsimo escritor, extravagante ide¨®logo y figura tot¨¦mica del nacionalismo franc¨¦s, emple¨® a fondo el recurso del rechazo al ¡°otro¡±. Durante el famoso caso Dreyfus, en el que se acus¨® falsamente de espionaje a un militar de origen jud¨ªo, Barr¨¨s proclam¨® que ni ¨¦l ni nadie pod¨ªan creer la versi¨®n de Dreyfus precisamente porque era jud¨ªo. La animadversi¨®n hacia los jud¨ªos es un vicio tradicional en las derechas nacionalistas europeas; el antisemitismo de cierta izquierda es m¨¢s moderno e igualmente estramb¨®tico.
Barr¨¨s, sin embargo, no se qued¨® ah¨ª. Y lanz¨® contra el escritor parisiense ?mile Zola, uno de los principales defensores de Dreyfus, una deliciosa acusaci¨®n: ¡°?Qui¨¦n es el tal ?mile Zola? Miro sus ra¨ªces: ese hombre no es franc¨¦s¡±. Luego segu¨ªa diciendo que entre ¨¦l y Zola hab¨ªa una frontera: ¡°Los Alpes¡±. Disfruten del remate: ¡°Porque su padre y la serie de sus ancestros son venecianos, ?mile Zola piensa naturalmente como un veneciano desarraigado¡±.
Quiz¨¢ Barr¨¨s padec¨ªa ese problema con ¡°los otros¡± (venecianos incluidos) porque en el colegio ¨¦l, canijo y renegrido entre robustos chavales rubios, fue siempre ¡°el otro¡±, el destino de todas las burlas. A saber. Lo esencial aqu¨ª consiste en que el tiempo ha reducido al absurdo las teor¨ªas racistas del escritor franc¨¦s y la gran animadversi¨®n que a finales del siglo XIX exist¨ªa en Francia hacia los inmigrantes italianos. Siempre hubo inmigraci¨®n y nunca hubo otro ¡°gran reemplazo¡± que el consignado en las partidas de nacimiento y las actas de defunci¨®n.
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