Redescubrir a Pradera
Se cumplen 10 a?os del fallecimiento de Javier Pradera, editor, periodista, ¡®conspirador¡¯ y uno de los fundadores del diario EL PA?S. Con el paso del tiempo y la publicaci¨®n de varios libros suyos (que ¨¦l no lleg¨® a autorizar), ha ido emergiendo otro pensador del interior del mismo Pradera de siempre
A Pradera le ha pasado lo contrario que sucede tantas veces a personajes influyentes: su protagonismo estuvo respaldado por una sucesi¨®n de c¨ªrculos conc¨¦ntricos de menor a mayor que fueron algo as¨ª como su h¨¢bitat humano y transitado entre c¨ªrculos y amistades, m¨¢s nuevas o m¨¢s veteranas. Pero el estrellato no fue nunca su mundo, o lo fue solo entre avisados, enterados y miembros de los circuitos del poder, en sentido fuerte y blando. Fuera de esos pocos centenares de personajes que sab¨ªan de su relevancia subterr¨¢nea y sin ¨ªnfulas, la poblaci¨®n general, incluida la culta, tuvo una idea m¨¢s bien nebulosa de Pradera como nombre-icono, nombre-fetiche, nombre-nombre sin que nada de su obra p¨²blica, o apenas nada, permitiese proyectar sobre ¨¦l los vatios deslumbrantes que s¨ª recayeron sobre muchos de sus m¨¢s ¨ªntimos amigos, y algunos tambi¨¦n familiares: todo cristo sab¨ªa qui¨¦n era su cu?ado Rafael S¨¢nchez Ferlosio y qui¨¦n era Carmen Mart¨ªn Gaite, como en los a?os sesenta y setenta supieron muchos qui¨¦n era Chicho S¨¢nchez Ferlosio, mientras tarareaban Gallo negro, gallo rojo, como buena parte del lector de librer¨ªa estaba al tanto de la existencia de una megaestrella literaria sin lectores, Juan Benet, y no hubo joven agitado, subversivo o meramente inquieto que no reaccionase de un modo o de otro al nombre de Federico S¨¢nchez, aunque casi nadie supiese (pero s¨ª Pradera, y desde 1955) que ese fantasma de la subversi¨®n comunista se llamaba en realidad Jorge Sempr¨²n, otra estrella a todo meter, sobre todo cuando vir¨® hacia el mundo del cine de la mano de Yves Montand, Simone Signoret o Costa-Gavras. De quien nadie ten¨ªa ni idea era del flaco larguirucho que estuvo en el coraz¨®n de todos ellos y algunos m¨¢s, Javier Pradera. Hab¨ªa nacido con el estrellato incrustado en su apellido y en el callejero de Madrid (por su abuelo el reaccionario tradicionalista V¨ªctor Pradera) y tras hacerse comunista en la clandestinidad franquista de los a?os cincuenta se casaba con la hija de otra estrella del fascismo plet¨®rico de cultura y delirio, Rafael S¨¢nchez Mazas.
Hab¨ªa hecho siempre lo mismo, desde adolescente, y eso explica una parte de la excepcionalidad de su trayectoria en la Espa?a contempor¨¢nea: fue un n¨®mada del pensamiento y el an¨¢lisis, impulsado no por uno u otro oficio, sino por la codicia de saber y entender, de atrapar las cosas en sus vertientes m¨¢s secretas, aunque fuesen inveros¨ªmiles, y sin miedo a romper el guion, o a deshacer el guion iluso de unos y otros (sobre todo porque ¨¦l mismo hab¨ªa sido y seguir¨ªa siendo en tantas cosas un fenomenal iluso). Ese nomadismo itinerante de una misma estructura mental se desprende de forma casi sangrante en el modo en el que concibe la escritura cuando la escritura es solo un instrumento pr¨¢ctico: cuando redacta cartas meticulosas para discutir con Jorge Sempr¨²n (mejor dicho, Federico S¨¢nchez y Jorge Sempr¨²n a la vez) como joven militante con distancia cr¨ªtica e independencia de criterio, pero tambi¨¦n cuando discute con el amo y se?or de la editorial que lo ha empleado en 1962, Fondo de Cultura Econ¨®mica, para explicarle los planes editoriales que barrunta, sin que al final acabe saliendo nada, o casi nada de lo que imagina. Pero no importa: el placer de pensar y proyectar se desprende de cada p¨¢rrafo ¡ªalgunas de estas cartas est¨¢n en un libro de Pradera que recoge unas pocas, Itinerario de un editor, en Trama¡ª porque hoy podemos disfrutar de una inteligencia en marcha y sin finalidad operativa. Lo leemos ya no con la expectativa de quien hace bien su trabajo, sino de quien deja rastro de ¨¦l en su trabajo, y eso sucede en esas cartas pero sucede tambi¨¦n en las infinitas contraportadas que lleg¨® a redactar para la editorial Alianza desde finales de los a?os sesenta, a la carrera, casi sin respirar y sin dejar de clavar el sentido del libro, fuese en El Libro de Bolsillo, fuese en la colecci¨®n que se invent¨® en 1970, Alianza Universidad, y buque nodriza de la mitad de los estudiantes universitarios de las dos d¨¦cadas siguientes.
La autoridad de un cl¨¢sico
Los 10 a?os transcurridos desde su muerte en noviembre de 2011 han sacado a otro personaje del interior del mismo Pradera de siempre. Ya estaba ah¨ª, pero no lo sab¨ªamos, ni Pradera hab¨ªa hecho nada para que lo supi¨¦semos: el escritor, el ensayista, el autor de libros hoy indispensables para el lector culto del presente (y del futuro). Pradera es hoy parte de la memoria afectiva e intelectual de varias generaciones de espa?oles, pero ha empezado a ser algo nuevo a trav¨¦s de varios libros que convivieron con ¨¦l durante toda su largu¨ªsima madurez y nunca lleg¨® a autorizar, o se resisti¨® a darles el nihil obstat, como exigente editor de los dem¨¢s y, con m¨¢s raz¨®n, de s¨ª mismo.
Pero se equivoc¨® de medio a medio al dejarlos in¨¦ditos, o las razones que tuvo se nos antojan superfluas o menores. Hoy en las bibliograf¨ªas m¨¢s solventes sobre las patolog¨ªas de la democracia espa?ola figura de forma preferencial Corrupci¨®n y pol¨ªtica. Los costes de la democracia (Galaxia Gutenberg, 2014) porque ning¨²n otro ensayo sobre esa lacra supo contar, con el doble instrumento de la experiencia ¨ªntima en un peri¨®dico y la solvencia de un editor human¨ªstico, las causas de una devastaci¨®n invisible, el funcionamiento larvado y tenaz de una corrupci¨®n que afect¨® a casi todos los partidos pol¨ªticos.
Lo que puso de forma adicional Pradera en ese libro fue una sensibilidad democr¨¢tica no adulterada por el uso o el contacto con el poder y su propensi¨®n natural a la permisividad comprensiva y a veces complaciente con maniobras cuyo deterioro m¨¢s grave es lento e invisible: las democracias se desacreditan como sistemas pol¨ªticos normalizando la corrupci¨®n como mal necesario cuando en realidad est¨¢ entre las causas profundas de erosi¨®n de la confianza de la poblaci¨®n. De la corrupci¨®n tolerada al todos son iguales va un paso que solo voxean las ultraderechas, pero que sienten como cre¨ªble muchos m¨¢s.
De eso, de ultraderecha, tambi¨¦n sab¨ªa una barbaridad Pradera porque hab¨ªa vivido en el coraz¨®n sociol¨®gico, familiar e ideol¨®gico del que naci¨® su institucionalizaci¨®n franquista. De ese potaje espeso y rancio escap¨®, pero lo hizo como siempre, con un esfuerzo de racionalizaci¨®n capaz de explicar los ingredientes esenciales ¡ªimaginativos, verbales, pol¨ªticos¡ª que explican el atractivo que La mitolog¨ªa falangista (que fue el t¨ªtulo del libro p¨®stumo, editado por CEPC) tuvo para muchos j¨®venes, incluido ¨¦l mismo.
Lo fue hasta que decidi¨® operarse a coraz¨®n abierto y entender que las emociones que movilizaba el falangismo rebajaban a v¨ªscera palpitante a sus adictos (como ¨¦l) y descubri¨® otra droga inversa que merec¨ªa de veras la entrega de la vida, no verbosa y espuria y falsa, sino verdadera, abnegada y noble: la causa de la redenci¨®n de las masas obreras, la causa comunista de un mundo ordenado para el bien desde la ley cient¨ªfica y el orden de Estado. Esa iba a ser su placenta moral durante 15 a?os, hasta finales de los a?os sesenta: se hizo comunista por fraternidad y por convicci¨®n te¨®rica, y solo con la experiencia y los escarmientos de la madurez empez¨® a descreer para asomarse a las aguas templadas de la socialdemocracia.
Hasta el final en EL PA?S
En este peri¨®dico escribi¨® editoriales durante 10 a?os, a raz¨®n aproximad¨ªsima de uno a la semana, casi siempre de pol¨ªtica nacional, con excursiones a otros temas muy suyos por razones culturales y tambi¨¦n sentimentales: la memoria de Cuba, la memoria de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, la memoria del exilio, los azares de la cultura del libro y algunas reivindicaciones muy personales que acabaron siendo colectivas, o que aspiraban a cifrar en un nombre propio la aventura de la reeducaci¨®n liberal y democr¨¢tica. Hasta cinco editoriales lleg¨® a dedicar a Dionisio Ridruejo en los primeros a?os de la democracia, y no solo por admiraci¨®n terca y p¨®stuma por el personaje, sino por lo que ten¨ªa de ejemplaridad positiva para otros pelajes que hab¨ªan actuado muy de otra forma durante la dictadura y en la democracia segu¨ªan por detr¨¢s de Ridruejo en t¨¦rminos de convicci¨®n liberal. Manuel Fraga Iribarne vendr¨ªa a ser el paradigma de pol¨ªtico forzado a una pr¨¢ctica democr¨¢tica que carec¨ªa de la genuina convicci¨®n antifranquista que Ridruejo s¨ª exhibi¨®.
Esas labores lentas de pedagog¨ªa civil y de clarificaci¨®n de las trayectorias de unos y de otros fueron parte del bagaje intelectual que entreg¨® a los lectores de este peri¨®dico. Es posible que de su rotundidad de prosa y su juiciosa ecuanimidad de an¨¢lisis naciesen oleadas de dem¨®cratas sobrevenidos para aprender en los a?os setenta que la democracia se practica d¨ªa a d¨ªa y no es p¨®cima m¨¢gica ni receta mec¨¢nica. Hoy la polarizaci¨®n parece palabra clave del presente, pero lo ha sido de demasiadas etapas de la vida pol¨ªtica espa?ola, y desde luego, tambi¨¦n en los a?os posteriores a la muerte de Franco.
El mundo anal¨®gico debi¨® de ser verdaderamente otro porque no es f¨¢cil asumir la rapidez ejecutiva que impulsaba por las ma?anas al director de la principal editorial de ensayo de la Espa?a de la Transici¨®n (la Transici¨®n empieza all¨¢ por 1965), Alianza Editorial, y al jefe de Opini¨®n del principal peri¨®dico de la Espa?a de la democracia por las tardes desde 1976, EL PA?S: ?A qu¨¦ hora tomaba caf¨¦ o se cortaba el pelo? ?A qu¨¦ hora se liaba con una mujer o a qu¨¦ hora se desliaba? ?A qu¨¦ hora se peleaba con sus hijos M¨¢ximo y Alejandro, o a qu¨¦ hora los ignoraba ol¨ªmpicamente, mientras segu¨ªa abstra¨ªdo en c¨¢balas profund¨ªsimas para regenerar la democracia (tambi¨¦n en eso un pionero)? ?A qu¨¦ hora se decid¨ªa a comprarse un piso, a separarse o a volver a casarse? Esto ¨²ltimo s¨ª lo sabemos: decidi¨® volver a casarse entre los dos consejos de administraci¨®n de enero de 1989 en Alianza Editorial que iban a decidir su final como editor. En el segundo consejo se quedaba sin la editorial que hab¨ªa creado en 1966 con Jaime Salinas, Jos¨¦ Ortega Spottorno y la familia Vergara porque se vendi¨® a otra empresa y ¨¦l prefiri¨® quedarse fuera porque ya no ser¨ªa la suya. Por entonces Jes¨²s de Polanco se invent¨® para ¨¦l otro lugar donde maquinar a largo plazo: esa choza amable y sustitutiva de la edici¨®n fuerte fue Claves de raz¨®n pr¨¢ctica. Pero quedaba sobre todo EL PA?S como casa propia, como familia simb¨®lica y laboratorio pol¨ªtico, y all¨ª (es decir, aqu¨ª: la misma m¨¢quina de generar dolor) sigui¨® escribiendo hasta el mism¨ªsimo domingo de la mayor¨ªa absoluta de Mariano Rajoy, el 20 de noviembre de 2011, en que mor¨ªa en casa, en casa de Natalia Rodr¨ªguez-Salmones. Hab¨ªa despedido meses atr¨¢s a dos ¨ªntimos amigos de guerrilla pol¨ªtica y cultural: Jorge Sempr¨²n y Luis ?ngel Rojo. Pradera, solo un poco despu¨¦s, se fue bien tranquilo y muy bien acompa?ado.
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