Las lecciones de moralidad enredan todos nuestros debates
El discurso de buenos y malos impacta en la pol¨ªtica, en las calles, en nosotros. La prensa y las redes sociales contribuyen a crear un clima de comunicaciones moralizadoras
El premio Nobel ruso Alexandr Solzhenitsin, que vivi¨® la atroz experiencia del Gulag y sufri¨® el destierro, lleg¨® a la conclusi¨®n de que, parad¨®jicamente, ¡°para hacer el mal, el ser humano debe, en primer lugar, creer que lo que est¨¢ haciendo es bueno¡±. Y es que la moralidad, un rasgo adaptativo que nos ha dejado la evoluci¨®n, y gracias al cual hemos llegado hasta aqu¨ª, tiene una doble cara. Fruto del proceso de autodomesticaci¨®n de la especie humana, somete las pulsiones ego¨ªstas del individuo a los intereses del grupo, pero es un arma de defensa (y ataque) tambi¨¦n contra otros grupos. Por eso los psic¨®logos evolucionistas se refieren a ella como ¡°moral tribal¡±.
En nuestro mundo hiperinformado e hiperconectado, las redes sociales y la prensa se encargan de impartir lecciones de moralidad o, en muchos casos, de mera moralina, que se introducen en todos los rincones de la realidad, incluso los m¨¢s neutros, desbordando todos los l¨ªmites. Un fen¨®meno que est¨¢ afectando tambi¨¦n a la vida pol¨ªtica y que puede acabar da?ando nuestras democracias liberales, sostiene el psiquiatra y especialista en psicolog¨ªa evolutiva Pablo Malo en su ensayo Los peligros de la moralidad (Deusto, 2021). Puesto que la democracia se basa en la libertad de expresi¨®n, el intercambio de ideas, la b¨²squeda de consensos y la alternancia pol¨ªtica, quedar¨ªa vac¨ªa de contenido si los partidos pol¨ªticos legales, encargados de gestionar la cosa p¨²blica, pasan a ser vistos como entidades intr¨ªnsecamente buenas o malas. Si un partido (el m¨ªo) encarna el bien y el partido rival el mal puro, la democracia deja de funcionar, sostiene el psiquiatra. El peligro estar¨ªa en el exceso. Cuando la moralidad se desborda y se convierte en ¡°una epidemia¡± que afecta a todas las realidades, no s¨®lo a la pol¨ªtica.
En su libro The Moral Fool (Columbia University Press, 2009), Hans-Georg Moeller, profesor del Departamento de Filosof¨ªa y Estudios Religiosos de la Universidad de Macao (China), sostiene que en tiempos de conflicto, la moralidad tiende a la rigidez. Y eso explicar¨ªa desde las guerras de religi¨®n hasta las limpiezas ¨¦tnicas o purgas pol¨ªticas que vemos en la historia. Tampoco nuestra ¨¦poca carece de conflictos, ¡°atizados por la comunicaci¨®n moralizadora¡±, explica Moeller por correo electr¨®nico. ¡°Tenemos el ejemplo de la pandemia, encuadrada en un marco moral por pol¨ªticos y medios de comunicaci¨®n, lo que ha dado paso a una creciente ¡®demonizaci¨®n¡¯ mutua entre las personas con diferentes actitudes hacia temas como la vacunaci¨®n, la cuarentena, etc¨¦tera¡±. Por no hablar del antagonismo pol¨ªtico cada vez mayor, aun cuando solo queden ¡°diferencias ideol¨®gicas menores entre ¡®izquierda¡¯ y ¡®derecha¡±. Ambas opciones comparten ¡®la ¡®religi¨®n civil¡¯ del individualismo liberal que, sin embargo, se ha dividido en dos campos opuestos moralmente¡±, a?ade. Y esa ¡°infecci¨®n moralizadora¡¯ del discurso pol¨ªtico en Occidente tiene el potencial de llevarnos a enfrentamientos violentos¡±.
De momento, nos ha llevado a una polarizaci¨®n pol¨ªtica pocas veces vista. Uno de los ejemplos m¨¢s flagrantes es el de Estados Unidos, donde estudios recientes han comprobado que hay m¨¢s animosidad contra el partido pol¨ªtico rival que contra individuos de otras razas o religiones, apunta Malo en su libro. En Espa?a resulta tambi¨¦n casi imposible construir consensos entre los dos grandes partidos. Malo se?ala por correo electr¨®nico que le llama la atenci¨®n que tanto Estados Unidos como Espa?a son pa¨ªses que han sufrido unas tremendas guerras civiles. Conflictos que dejan una huella tan profunda que puede durar no ya d¨¦cadas, como en el caso espa?ol, sino siglos, como en el estadounidense.
Aunque la polarizaci¨®n pol¨ªtica actual no presagie ninguna inminente contienda, es un hecho que enrarece el ambiente, y exige que nos tomemos en serio el fen¨®meno y las m¨²ltiples causas que lo provocan, cree Pau Mar¨ª-Klose, diputado socialista, presidente de la Comisi¨®n de Asuntos Exteriores del Congreso y profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad de Zaragoza. ¡°El diagn¨®stico se centra habitualmente en el comportamiento y el perfil de los pol¨ªticos, ignorando el entorno en que act¨²an¡±. Si no identificamos adecuadamente los or¨ªgenes del problema, se?ala, dif¨ªcilmente lo vamos a resolver. Mar¨ª-Klose est¨¢ convencido de que un primer paso para frenar esta deriva ser¨ªa fortalecer la informaci¨®n pol¨ªtica de calidad, frente a la que tiende a ¡°forjar identidades r¨ªgidas confrontadas con otras, o que persigue simplemente llamar la atenci¨®n para conseguir visitas digitales¡±. El diputado socialista ve tambi¨¦n una responsabilidad no asumida en los periodistas, que deber¨ªan explorar v¨ªas, dice, para reconducir las derivas polarizadoras de su profesi¨®n.
Una tarea importante si asumimos, como se?ala Pablo Malo en su libro, que son los medios de comunicaci¨®n los encargados de distribuir y sancionar los nuevos valores morales que, a menudo, los pol¨ªticos incluyen despu¨¦s en sus programas. Moeller apunta otra raz¨®n que explicar¨ªa los excesos que vemos en las redes sociales y en parte de la prensa: ¡°Para provocar emociones, obtener atenci¨®n, crear ¡®seguidores¡¯, las historias tienen que tener una carga moral¡±, que es, en su opini¨®n, potencialmente peligrosa.
Ante este panorama, la tesis de Malo es que necesitamos menos y no m¨¢s moralidad en este siglo XXI. Algo que puede sorprender a una ciudadan¨ªa escandalizada por los casos de corrupci¨®n pol¨ªtica que denuncia la prensa a diario, en Espa?a y en todo el mundo, incluidos los pa¨ªses de nuestro entorno. La corrupci¨®n no tiene tanto que ver con personas buenas o malas como con el funcionamiento de las instituciones, explica el psiquiatra. Una democracia deber¨ªa funcionar con un sistema en el que no importe en absoluto si las personas que llegan al poder son buenas o malas, sostiene, porque estar¨ªa absolutamente delimitado lo que puede hacer cualquiera que llegue a ese puesto.
Se evitar¨ªa as¨ª que los pol¨ªticos puedan sucumbir a ese tipo de tentaciones que no siempre reciben el castigo adecuado en las urnas, porque a veces no somos capaces de dejar de votar a nuestro partido cuando lo juzgamos bajo el prisma de esa moral tribal. La misma que nos lleva a odiar o amar a los l¨ªderes pol¨ªticos, ¡°no por ideas concretas, sino por emociones complejas¡±, como se?ala V¨ªctor Lapuente, catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Gotemburgo. Lapuente reconoce que estamos viviendo, en ese sentido, un retroceso, provocado por el miedo que despiertan la inestabilidad econ¨®mica y la pol¨ªtica. Una regresi¨®n que se vale de la facilidad de comunicaci¨®n de las redes sociales para propagarse.
Raz¨®n de m¨¢s para andar con cautela y recordar que, como ya advirtiera Nietzsche, ¡°en la moral no hay que ir hasta el l¨ªmite m¨¢s extremo, porque, de hacerlo, acaba uno asqueado¡±.
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