2021: virus y crisis de la era neoliberal
El a?o se despide con el mundo sacudido de nuevo por la amenaza del SARS-CoV-2. La llegada de Biden con sus planes de gasto expansivo, la hist¨®rica puesta en marcha del Fondo Europeo de Recuperaci¨®n y el adi¨®s de Merkel dejan aromas de fin de una era de desigualdad ignorada y renuencia a defender lo p¨²blico
Menudo a?o. Comenz¨® con la bienvenida a Biden y se despide con un adi¨®s a Merkel con aroma a fin de era. Estos dos movimientos tect¨®nicos, junto a los locos sucesos del Capitolio, prefiguran la entrada en el nuevo a?o, pero tambi¨¦n en el ansiado nuevo paradigma que deja atr¨¢s la austeridad, aunque no abandona del todo a los hombres fuertes, que a¨²n se aferran al poder y se afanan en fortalecer su dominio. El momento m¨¢s caliente ser¨¢ en Brasil, en octubre: una victoria de Bolsonaro sobre Lula dar¨ªa alas a la internacional trumpista y contemplar¨ªamos en riguroso directo la muerte de una democracia. Pero volvamos al asalto de aquella turba desquiciada al s¨ªmbolo de la democracia americana, un acontecimiento esperp¨¦ntico que dej¨® en el aire la pregunta sobre la propia democracia y nos asom¨® al v¨¦rtigo de la desintegraci¨®n de la idea misma de Occidente. Ya no somos el actor decisivo en los acontecimientos mundiales. Navegamos a¨²n entre los desvencijados recuerdos de aquel 1989 que anunciaba nuestro advenimiento y que hoy miramos entre confusos y melanc¨®licos. Porque sin democracia no hay Occidente, y Occidente se parece cada vez menos a Occidente mismo.
En enero, con Filomena congelando el vuelo de las aves, el mot¨ªn de la naturaleza confirmaba a la fuerza nuestra mudanza de pensamiento. El virus lo ha cambiado todo y somos un poco ap¨¢tridas, sin un lugar al que regresar. Lo dec¨ªa Antonio Mu?oz Molina: ¡°Este no es el mundo de antes, que ha vuelto¡±. Pero dejamos atr¨¢s la d¨¦cada populista y, sin embargo, a¨²n vibra la amenaza de los hombres fuertes. Menos mal que la victoria de Biden nos permiti¨® pensar que algo nuevo estaba pasando. El mismo virus que sacudi¨® al mundo y mat¨® a m¨¢s de dos millones de personas en menos de un a?o, el que cerr¨® escuelas, colaps¨® hospitales y nos precipit¨® a los balcones, hizo posible que en Europa empez¨¢semos a reimaginar nuestra comunidad pol¨ªtica desde la interdependencia. Pero Europa solo avanza azuzada por el miedo. La Europa protectora es tambi¨¦n la Europa fortaleza. La propuesta de centralizaci¨®n de las fronteras exteriores de la Uni¨®n para detener a ¨®micron es tambi¨¦n el metaf¨®rico Muro de la novela de John Lanchester, un dique frente a la inmigraci¨®n, voluntariosamente ciego ante esa enorme cicatriz humanitaria, ¡°tan imp¨¢vida, tan despiadada, tan implacable¡±. Europa se cierra y protege por dentro, una oportunidad para la nueva socialdemocracia, que deber¨ªa esquivar, sin embargo, la tentaci¨®n de un nuevo chovinismo.
Entre tanto, la recesi¨®n econ¨®mica m¨¢s grave desde la II Guerra Mundial ha sido contestada con un hist¨®rico Fondo de Recuperaci¨®n respaldado por una deuda de 750.000 millones, quiz¨¢ el primer paso en el camino hacia la uni¨®n fiscal del club europeo. Tambi¨¦n Biden apost¨® por un enfoque expansivo de la pol¨ªtica econ¨®mica, desplegando una ambiciosa secuencia de programas como el Plan de Rescate, de Empleos y de Familias. Todo presagiaba la vuelta del leviat¨¢n-Estado protector, el fin de una ¨¦poca marcada por la obstinada e interesada renuencia a defender lo p¨²blico. Pero el inquilino de la Casa Blanca lo tiene dif¨ªcil: los obst¨¢culos a los que se enfrenta su pol¨ªtica progresista, incluido el fuego amigo, podr¨ªan confirmar los peores augurios en las elecciones intermedias de noviembre. Si el Partido Republicano, reh¨¦n del trumpismo, avanza, su margen de maniobra se reducir¨¢ dr¨¢sticamente y la onda expansiva reaccionaria llegar¨¢ a Europa.
Con la salida de Merkel se cierra un legado ambivalente. El norteamericano y la alemana son figuras de otra ¨¦poca, tan cl¨¢sicas que nos parecen contempor¨¢neas. ?l encarna el nuevo comienzo, y en ella resuena la banda sonora de una ¨¦poca marcada por la furia, la edad de la ira de Pankaj ?Mishra, la de ¡°los enteramente prescindibles¡± de una sociedad donde el crecimiento econ¨®mico ¡°enriquec¨ªa s¨®lo a una minor¨ªa y la democracia parec¨ªa un juego trucado por los poderosos¡±. Los primeros 21 a?os del siglo nos dejan a Merkel como ep¨ªtome de la r¨ªgida austeridad con la que manej¨® la crisis financiera de 2008 y la responsabilidad nunca admitida en el hundimiento griego, y un discurso moralista que estigmatizaba a los pa¨ªses del sur por su ¡°despilfarro¡±, autoelogi¨¢ndose por el ahorro alem¨¢n. Esos prejuicios nacionales, remozados de argumentos econ¨®micos, convirtieron su visi¨®n moralista en la ortodoxia que acab¨® imponiendo un ordoliberalismo err¨¢tico e injusto que abri¨® la d¨¦cada populista.
Nuestro aprendizaje, tambi¨¦n ambivalente, es la pol¨ªtica de hoy: 10 a?os separan dos crisis de naturaleza distinta y contestadas de forma radicalmente opuesta. La financiera profundiz¨® las brechas que ya abr¨ªa la globalizaci¨®n, la prolongaci¨®n del ¡°There¡¯s no alternative¡± de Thatcher o la incapacidad de imaginar alternativas, como dir¨ªa Tony Judt. Est¨¢bamos ante la ¡°monoeconom¨ªa¡± de Albert Hirsch?man, que volaba por los aires el dictum marxista: el trabajo no se emancipar¨ªa del capital, m¨¢s bien al contrario. La crisis financiera, causada por el hombre, termin¨® culpabilizando al Estado de las contradicciones del feroz capitalismo especulativo que la generaba. La pandemia, al contrario, es el resultado de la revuelta de la naturaleza y ha forzado el advenimiento del nuevo r¨¦gimen clim¨¢tico: lejos de denostar al Estado, ha terminado por prestigiarlo. El resultado es el nuevo paradigma, que sustituye al consenso de Washington y que fortalece a la socialdemocracia, a priori quien mejor podr¨ªa contener y encajar con los valores de un tiempo pospand¨¦mico.
Pero no nos enga?emos, la nueva socialdemocracia europea de Olaf Scholz bebe mucho de la ineptitud y el abismal agujero ideol¨®gico y program¨¢tico en el que anda metido el conservadurismo. Merkel ha estado muy sola los ¨²ltimos 15 a?os, y han sido ella y su particular forma de hacer, para bien y para mal, las que han gestionado todas las crisis, desde la anexi¨®n de Crimea hasta el drama del Mediterr¨¢neo y, finalmente, la pandemia. Su salida, sin embargo, puede hacer que arraigue el radicalismo, como parecer¨ªa confirmar la elecci¨®n de Merz, y que una parte del conservadurismo europeo elija entre el giro h¨²ngaro o el extra?o neoliberalismo soberanista de Boris Johnson. El reto de la familia progresista europea ser¨¢ hegemonizar el cambio iniciado por la covid, que, seg¨²n el optimista (historiador) Adam Tooze, ha quebrado al fin la larga era neoliberal. El nuevo ciclo podr¨ªa ser aprovechado por la socialdemocracia si lograse dar forma al futuro, consolidando y convirtiendo el Next Generation EU, por ahora temporal, en el embri¨®n de una pol¨ªtica fiscal europea.
El riesgo est¨¢ en que persista este vac¨ªo intelectual y pol¨ªtico, tambi¨¦n acad¨¦mico, incapaz de encarar y nombrar las causas de la nueva fragmentaci¨®n social y de entender c¨®mo se trasladan a nuestros sistemas pol¨ªticos. Lo vemos en la Francia de la no representaci¨®n y los chalecos amarillos, pero tambi¨¦n en la extra?a confusi¨®n de quienes se dicen ¡°insumisos¡± y siguen a M¨¦lenchon, campeon¨ªsimo del establishment; y tambi¨¦n en la extrema derecha racista de Le Pen y Zemmour, en la dureza de la liberal P¨¦cresse, en el cl¨¢sico desnorte socialista, en los pujantes verdes o en un Macron que hace malabares con Europa bajo el s¨ªndrome del palacio del El¨ªseo, activando el peligroso juego de identificar los intereses franceses con los intereses de la Uni¨®n. Los contendientes se encuentran en posici¨®n y pueden dar lugar a cualquier combinaci¨®n en las elecciones de abril. Es el resultado de una naci¨®n m¨²ltiple y dividida que ya no encaja con el viejo republicanismo jacobino. La divisi¨®n territorial lo es tambi¨¦n de los estilos de vida, y la brecha afecta tambi¨¦n a esa Francia graduada que mira con desd¨¦n a quienes no tienen estudios. Al menos sabemos ya que esas fallas se identifican mirando a nuestras emociones, a todos los miedos que condensaba Sumisi¨®n, de Houellebecq. A¨²n hoy, sin embargo, vemos el antagonismo entre el orgulloso Par¨ªs y las invisibles periferias, el socavamiento obstinado de la cohesi¨®n social, las perennes barreras de clase, atravesadas ahora por formas de desprecio actualizadas.
El populismo explot¨® las nuevas divisiones sociales mientras el liberalismo reaccionaba como una ideolog¨ªa de trinchera. Su incapacidad para canalizar las heridas la compens¨® bravuconeando contra la amenaza de los charlatanes y los aut¨®cratas. Las ¡°sopor¨ªferas simplezas¡± de los liberales de sal¨®n sobre la democracia, sus enemigos y el mundo libre, leemos en el incisivo Mishra, los llev¨® a experimentar el mundo como un c¨²mulo permanente de cat¨¢strofes. Y mientras, el progresismo habla de las ¡°clases populares¡± como si a¨²n pudi¨¦ramos designar a un nuevo y ¨²nico sujeto de la emancipaci¨®n, reconociendo sin quererlo su incapacidad para entender lo que ocurre. Hay una extra?a miop¨ªa en juzgar a movimientos como el #MeToo o Black Lives Matter como ¡°pol¨ªtica de la identidad¡± mientras recorren el globo, incluida China. Una nueva forma de protesta ha llegado para quedarse, dice Phi?lipp Blom, pero nos dedicamos a mirar al pasado ¡°para proyectar identidades y comercializar con la nostalgia¡±.
Pero cuando vinculamos la percepci¨®n de lo que nos ocurre a una sensaci¨®n de irremplazabilidad, la melancol¨ªa se abre camino. Ocurri¨® con el surreal asalto al Capitolio, pero tambi¨¦n en el caos de Afganist¨¢n y la irrealidad de su veloz ca¨ªda. Porque hay un nuevo orden internacional, con una Rusia fuerte ense?¨¢ndonos lo que significa la guerra h¨ªbrida y una India que podr¨ªa ser el contrapeso de China. Y en medio de esto, un maestro del cinismo como Tony Blair (que hablaba de valores cuando quer¨ªa decir poder) arremete contra la ¡°imb¨¦cil¡± decisi¨®n de Biden de irse de Afganist¨¢n¡ ?C¨®mo pretender que el mundo se parezca a Occidente si este ha dejado de actuar como un bloque? La ruptura entre el mundo anglosaj¨®n y el continental la vemos a diario en las disputas entre Johnson y Macron y el peligroso juego de Biden, sacando a Francia del Aukus. Estas son las piezas que hay sobre el tablero, acompa?adas de las voces que dicen querer preservar una forma de organizaci¨®n pol¨ªtica, nutrida de derechos como ninguna otra, que sin duda merece defenderse. Pero para ello hay que mirar al mundo de frente y, en palabras de ?John Gray, ensayar, de nuevo, un cierto sentido de realidad.
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