La batalla de la vida y c¨®mo librarla
?Putin ve la tele? Y si la ve, ?qu¨¦ siente o qu¨¦ piensa? Si al final todo depende de una persona, no s¨¦ qu¨¦ tipo de persona ve estas im¨¢genes y no hace nada al respecto, pudiendo hacerlo
En una de las maravillosas novelas de Iris Murdoch, un personaje abatido, que se siente sin fuerzas, reflexiona con deportividad brit¨¢nica: ¡°La batalla de la vida y c¨®mo librarla. Sea quien fuere el que me reclut¨®, cometi¨® un grave error¡±. El secreto de estar aqu¨ª, la batalla por la vida, es algo que hasta el m¨¢s tonto percibe con dram¨¢tica claridad en momentos dif¨ªciles, y a menudo lo siguiente es no sentirse preparado. Lloras cada d¨ªa viendo la tele, con las fotos del peri¨®dico. Mujeres embarazadas entre los cascotes de un hos?pital. Un brazo que asoma bajo una s¨¢bana al lado de la maleta que llevaba. Un cuerpo que yace junto a la bicicleta en la que hu¨ªa. Pero ?Putin ve la tele? Y si la ve, ?qu¨¦ siente o qu¨¦ piensa? No son consideraciones muy geopol¨ªticas, pero si al final todo depende de una persona, no s¨¦ qu¨¦ tipo de persona ve estas im¨¢genes y no hace nada al respecto, pudiendo hacerlo. Igual que nosotros cambiamos de canal porque no podemos ver m¨¢s, ¨¦l puede parar la guerra con una llamada, decidir que no va a morir m¨¢s gente en el siguiente minuto. A m¨ª esto me vuela la cabeza, y c¨®mo llega alguien a este grado de irrealidad. Pero me imagino que es porque solo ve su propia televisi¨®n.
Mientras Putin se blinda en su irrealidad, nosotros a¨²n estamos encajando la irrupci¨®n de la realidad. Hab¨ªamos perdido el sentido de la historia, y eso que cada d¨ªa todo era hist¨®rico. Ya el mi¨¦rcoles en el partido del Madrid apenas se dijo. Hac¨ªamos re¨ªr un poco con nuestras prioridades, y quiz¨¢ se nos quite la tonter¨ªa, aunque a veces con estas cosas se dispara, vete a saber. No s¨¦ qu¨¦ tendr¨ªa que pasar para que cualquiera de nosotros se apuntara a una guerra. Quiz¨¢ que bajaran a nuestro equipo a tercera o amenazaran con revelarnos el final de una serie. Lo resum¨ªa bien una escena de Annie Hall en la que ella se preguntaba si soportar¨ªa que los nazis la torturaran, y Woody Allen le dec¨ªa: ¡°?T¨²? Delatar¨ªas a todo el mundo en cuanto te quitaran la tarjeta de cr¨¦dito¡±. Pero de repente lo ves bastante m¨¢s claro: tendr¨ªa que pasar, por ejemplo, que invadieran tu pa¨ªs. Y la cercan¨ªa de Ucrania no deja de reclamarnos, notamos que nos incumbe. Como en las guerras de los Balcanes en los noventa, hay algo decisivo: coges el coche y vas. Puedes ir a ayudar, a recoger refugiados y llevarlos donde sea, incluso a tu casa. Es posible tomar partido y hacer lo m¨¢s noble del ser humano, ser amable y generoso con otro, tratarlo como te gustar¨ªa que te trataran.
La ultraderecha ha propagado alegremente las ideas del hombre fuerte y que habla claro, que no se corta, y dice que los extranjeros se vuelvan por donde han venido. Pero en qu¨¦ quedan ahora esos valientes y esa palabrer¨ªa ante estas familias que llegan con un cochecito de beb¨¦ en medio de la nieve a la frontera de Polonia. Son refugiados, s¨ª, y de pronto se deshace toda la ret¨®rica que hasta ayer funcionaba contra ellos. De hecho, no hace ni tres meses que la propia Polonia echaba a patadas a sirios que llegaban por Bielorrusia. Pero Polonia se ha transformado en una noche. Ahora no son sirios, es verdad, pero aquellos discursos racistas hoy sonar¨ªan m¨¢s miserables que nunca. De hecho, qu¨¦ calladitos est¨¢n quienes los hac¨ªan en toda Europa. Muchos, por cierto, admiradores de Putin. Pero por qu¨¦, para tanta gente, antes no sonaban tambi¨¦n as¨ª, de qu¨¦ capa de irrealidad y dureza de coraz¨®n se hab¨ªan rodeado.
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