Atenas y Jerusal¨¦n
S¨®crates fue condenado a muerte por atentar contra las creencias de la ciudad; acabaron con el padre de la raz¨®n
La lucha entre Atenas y Jerusal¨¦n nunca termina. Ahora, con los discursos de Vlad¨ªmir Putin (m¨¢s que con sus ca?onazos), el asunto se recrudece. Y no s¨¦ si nosotros, en el bando ateniense, estaremos a la altura.
El principal fil¨®sofo ruso del siglo XX, Lev Shestov, dedic¨® su vida a analizar este conflicto intelectual y tom¨® partido: en su principal obra, llamada precisamente ...
La lucha entre Atenas y Jerusal¨¦n nunca termina. Ahora, con los discursos de Vlad¨ªmir Putin (m¨¢s que con sus ca?onazos), el asunto se recrudece. Y no s¨¦ si nosotros, en el bando ateniense, estaremos a la altura.
El principal fil¨®sofo ruso del siglo XX, Lev Shestov, dedic¨® su vida a analizar este conflicto intelectual y tom¨® partido: en su principal obra, llamada precisamente Atenas y Jerusal¨¦n, enfrent¨® a Atenas y sus sucesores (la raz¨®n) con Jerusal¨¦n y sus fieles (la fe) y concluy¨® que la segunda era superior a la primera. Ni los hechos verificables ni el raciocinio conduc¨ªan, seg¨²n ¨¦l, a la verdad, que s¨®lo pod¨ªa vislumbrarse como misterio.
Otros pensadores, como Hannah Arendt o Leo Strauss, hicieron equilibrios sobre la cuerda floja que va de Jerusal¨¦n a Atenas. Strauss no cre¨ªa que la Biblia y S¨®crates fueran incompatibles, pero lo explic¨® de forma tan oscura que nadie ha comprendido a¨²n sus argumentos. Arendt subray¨® que las sociedades atenienses, lo que venimos llamando Occidente, tend¨ªan peligrosamente al nihilismo. El papa em¨¦rito Ratzinger sostiene, de forma no del todo convincente, que el cristianismo logr¨® la s¨ªntesis entre ambos polos.
En cualquier caso, conviene recordar que S¨®crates fue condenado a muerte en Atenas por atentar contra las creencias piadosas de la ciudad; es decir, los jerosolimitanos (preb¨ªblicos) atenienses acabaron con el padre de la raz¨®n. Las relaciones entre realidad y misterio fueron malas desde el principio.
Ignoro si Vlad¨ªmir Putin ha le¨ªdo, como dicen, al fil¨®sofo neofascista Alexander Dugin, o si le ha escuchado alguna vez. Pero cuando se refiere a la fe ortodoxa como esencia del imperio ruso y cuando califica ¡°el liberalismo y los derechos humanos¡± como taras de Occidente, coincide con Dugin (y con bastantes ciudadanos rusos, parece). Rusia siempre estuvo por la fe: ah¨ª est¨¢ el comunismo sovi¨¦tico, la mayor exhibici¨®n de fe irracional en la era moderna.
Putin se alinea sin ninguna ambig¨¹edad en el bando de Jerusal¨¦n. No hace falta decir d¨®nde se alinea el fundamentalismo isl¨¢mico.
Ya que hablamos de estas cosas, resulta curioso que en un libro que lleg¨® a ser muy celebrado, La decadencia de Occidente (1923), su autor, Oswald Spengler, profetizara que ser¨ªa Rusia quien acabar¨ªa con el orden liberal, occidental y ¡°ateniense¡±. No se angustien: Spengler era devoto de Nietzsche (otro que tiraba hacia Jerusal¨¦n), y leer demasiado a Nietzsche suele conducir a pensamientos apocal¨ªpticos.
A lo que ¨ªbamos. En esta guerra de civilizaciones, o de culturas, o de ordenamientos geopol¨ªticos, en este relevo de hegemon¨ªas imperiales, a nosotros nos ha tocado el bando de Atenas. Cuando hablo de ¡°nosotros¡± me refiero a ese Occidente que lleva siglos en presunta decadencia. Se supone que somos nosotros quienes encarnamos los valores de la raz¨®n. Nosotros, nada menos. Los que caemos en histerias colectivas por cualquier suceso nimio (recu¨¦rdese la muerte de la princesa Diana), los que apenas sabemos distinguir entre la realidad objetiva y los sentimientos, los que preferimos el prejuicio al buen juicio y anteponemos el sectarismo a los proyectos colectivos. Ay.
Si de verdad estamos entrando en una era escatol¨®gica, si de verdad tenemos que combatir en una guerra de culturas, que S¨®crates nos pille confesados.
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