La bicicleta, una m¨¢quina para flotar y salvar el planeta
Inventada hace dos siglos, durante unas d¨¦cadas pareci¨® que la bicicleta iba a conquistar el mundo. Quiz¨¢ ahora, frente a la emergencia clim¨¢tica, llegue a socorrerlo
Hace algunos a?os yo trabajaba como corresponsal en Par¨ªs y a media ma?ana, si hac¨ªa buen tiempo (cosa rara en Par¨ªs) y no hab¨ªa mucho que hacer (cosa rara en El Pa¨ªs), me acercaba al colegio de mi hija a llevarle en una bicicleta la comida del almuerzo. Era menos de 40 minutos de trayecto, 20 de ida y 20 de vuelta: bordeaba el Champ-de-Mars y despu¨¦s continuaba por un lateral de la avenida Motte-Picquet hasta el colegio. Me gustaba mucho ese paseo en bicicleta. De hecho, se me han olvidado muchas cosas de mi estancia en Par¨ªs, y algunas seguro que eran importantes. Pero no aquella media hora larga pedaleando por la ma?ana tranquilamente hacia el colegio de mi hija. El psicoanalista y psiquiatra David Dorenbaum, en un art¨ªculo en este mismo peri¨®dico, argumentaba que montar en bicicleta constituye un remedio eficaz contra el estr¨¦s porque los ritmos cadenciosos de las dos ruedas favorecen el engranaje de un pensamiento creativo. No s¨¦. Puede. Tal vez s¨ª, porque, en cierto modo, avanzar en bicicleta sobre un terreno plano es flotar. Esto ¨²ltimo no es una frase hecha y esconde una historia en la que tambi¨¦n salen un hombre, su hijo y un colegio.
A finales del siglo XIX, un veterinario irland¨¦s inteligente y habilidoso, John Boyd Dunlop, vio que su hijo sufr¨ªa mucho al ir todos los d¨ªas en triciclo a la escuela. Los caminos eran de trazado irregular, con adoquines mal ensamblados, y las ruedas del triciclo, aunque rodeadas de caucho, al ser de madera maciza, trasladaban al cuerpo del veh¨ªculo las vibraciones del terreno. Dunlop ¡ªcreador de la conocida marca de neum¨¢ticos actual¡ª pens¨® que una c¨¢mara que separara en la rueda el caucho de la madera ayudar¨ªa a absorber los golpes. Supuso adem¨¢s que una conducci¨®n menos accidentada aumentar¨ªa la velocidad del triciclo. Al principio prob¨® con la goma de una manguera llena de agua. Pero aquello no funcion¨®. Despu¨¦s utiliz¨® aire comprimido. Experiment¨® con los neum¨¢ticos de la parte trasera del triciclo de su hijo y esta vez s¨ª. La conducci¨®n, efectivamente, era ahora m¨¢s ligera, m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s segura. Tambi¨¦n m¨¢s veloz. A partir de ese d¨ªa, todas las bicicletas del mundo comenzaron a fabricarse con una c¨¢mara de aire comprimido que las aislara del terreno. Por eso, cuando uno monta en una, en cierto modo se desplaza por el aire. De ah¨ª la sensaci¨®n placentera ¡ªy relajante¡ª de flotar. Como apunta el escritor y defensor de la bicicleta Jody Rosen en un libro recientemente publicado en espa?ol, Dos ruedas bueno (editorial Indicios), del que he extra¨ªdo la historia de Dunlop, ¡°tu bicicleta no te lleva a un viaje a la Luna, pero tampoco es del todo terrestre¡±.
Par¨ªs no cambia nunca. Salvo por una cosa: el n¨²mero de carriles bici y ciclistas que hay ahora
En 2011 dej¨¦ Par¨ªs. No volv¨ª hasta el a?o pasado, en que, en verano, viajamos de vacaciones mi esposa y mis hijos. Visitamos la vieja casa donde hab¨ªamos vivido, paseamos como turistas por las calles y los lugares que a?os atr¨¢s recorr¨ªamos varias veces todos los d¨ªas para hacer la compra o coger el metro y que para nosotros significaban tanto. Explicamos a los ni?os ¡ªque ya son mayores¡ª algunos de sus recuerdos de su infancia francesa. Era extra?o volver: nosotros hab¨ªamos cambiado, pero Par¨ªs no. Par¨ªs no cambia nunca mucho. Segu¨ªa siendo la misma hermosa ciudad inalterable. Excepto por una cosa: la multitud de carriles bici y de personas yendo y viniendo en bicicleta. Me gust¨® aquello. Me acordaba de mi paseo matutino para llevar la comida a mi hija. Al regresar busqu¨¦ informaci¨®n y comprob¨¦ que lo que yo hab¨ªa visto en la calle, aun en agosto, se correspond¨ªa con cifras y con una pol¨ªtica decidida: en 2020, tras los grandes confinamientos, se abrieron m¨¢s de 170 kil¨®metros de carriles bici en Par¨ªs y su regi¨®n metropolitana. En este tiempo las personas que se mueven sobre dos ruedas ha aumentado en m¨¢s de un 60%. Yo, que soy de Madrid, siempre he envidiado las ciudades con mar; y ahora tambi¨¦n envidio las pocas ciudades que, hoy por hoy, se dejan invadir por las dos ruedas.
Hubo un tiempo en que el mundo entero parec¨ªa que iba a pertenecer a las bicicletas. Ocurri¨® a finales del siglo XIX, cuando el caballo fue olvid¨¢ndose por caro y problem¨¢tico y el coche a¨²n no se hab¨ªa empezado a fabricar en serie y a vender en masa. En 1869, el historiador J. T. Goddard aseguraba que el veloc¨ªpedo, como se denominaba entonces, iba a sustituir al caballo como m¨¦todo de transporte. Y lo explicaba con contundencia: ¡°No cuesta tanto, no come, no patea, no muerde, no enferma y no se muere¡±. A mediados de la d¨¦cada de los noventa del siglo XIX, el mercado del caballo se encontraba en declive, por lo menos en Estados Unidos. Rosen recolecta art¨ªculos period¨ªsticos de la ¨¦poca que sugieren que los guarnicioneros especialistas en confeccionar sillas de montar se hab¨ªan pasado a dise?ar sillines para bicicletas y que muchas academias de equitaci¨®n se transformaron por entonces en improvisadas autoescuelas de ciclistas. Los especialistas especifican que al abandono del caballo tambi¨¦n ayud¨® la proliferaci¨®n de los tranv¨ªas el¨¦ctricos. Pero, como veh¨ªculo individual, como m¨¢quina casi perfecta con la que uno va cuatro veces m¨¢s r¨¢pido que a pie empleando la quinta parte de esfuerzo, la bicicleta iba a desterrar para siempre al caballo. Ten¨ªa todas las de ganar.
Todos sabemos que no gan¨®: en 1908 sali¨® de una cadena de montaje de Detroit el primer Ford Modelo T. La venta de bicicletas, que se contaban por millones a?os atr¨¢s, descendi¨® en picado por entonces. La carretera (las ciudades, el mundo entero) pertenecer¨ªa al coche. La bicicleta perdi¨®, qued¨® (ha quedado) casi reducida a juguete de ni?os, a veh¨ªculo de valientes en calles peligrosas, a entretenimiento de fin de semana, a instrumento deportivo sobre el que los h¨¦roes del Tour nos animan algunas tardes sopor¨ªferas de verano.
?Qu¨¦ hubiera pasado si la invenci¨®n del coche hubiera tardado varias d¨¦cadas m¨¢s? ?O si la bicicleta se hubiera inventado antes ¡ªde 1817, a falta de evidencias y consenso sobre fechas anteriores¡ª, ya que los materiales y la t¨¦cnica estaban disponibles casi desde la Edad Media? La respuesta a estas preguntas lleg¨®, sorprendentemente, hace m¨¢s de dos a?os. Fue entonces, en plena pandemia, inmediatamente despu¨¦s de que la humanidad se encerrara en casa, tras los confinamientos extremos, cuando nos atrevimos por fin t¨ªmidamente a salir de nuevo a la calle, algo acongojados, con la mascarilla puesta y mirando a los otros de reojo. En aquellos d¨ªas extra?os, atra¨ªdos por el silencio y la ausencia de barcos, grupos de delfines subieron por el B¨®sforo y se acercaron a Estambul; los jabal¨ªes bajaron a Barcelona, algunos pumas se pasearon por Santiago de Chile y una foca fue vista cerca de la costa en San Sebasti¨¢n. Las ciudades, vac¨ªas de coches, se volvieron repentinamente un lugar tranquilo y silencioso. Por una rara carambola hist¨®rica, nos fue concedido el privilegio (tal vez como compensaci¨®n a tanto sufrimiento) de contemplar las ciudades como podr¨ªan llegar a ser y no como son.
En esos d¨ªas las ciudades, aprovechando la ausencia de coches y de camiones, de autobuses y de motos, se poblaron de bicicletas. Todas las ciudades: hasta Madrid, tan hostil, agresiva y antip¨¢tica con los ciclistas. Mucha gente se anim¨® a salir. No solo los ciclistas experimentados. Tambi¨¦n los torpes, los novatos, los que, como yo, no somos muy valientes, los que no confiamos demasiado ni en nuestra propia habilidad ni en la benevolencia de los conductores. El hecho se reflej¨® en las ventas: solo en Espa?a, en 2020, creci¨® un 24% su adquisici¨®n. M¨¢s de un mill¨®n y medio. El doble que los coches. Hubo ciudades tan distantes como M¨¦xico, Berl¨ªn, Londres, Bogot¨¢ o Barcelona que aprovecharon y crearon nuevos kil¨®metros de carriles bici. Tambi¨¦n, por supuesto, Par¨ªs: la metamorfosis ciclista de la ciudad que yo percib¨ª el a?o pasado era, en parte, consecuencia a esos d¨ªas raros de la pandemia.
Una nueva cultura de masas subida a las dos ruedas se est¨¢ alzando contra el modelo agresivo y contaminante que impone el coche
Las causas de aquella explosi¨®n ciclista en el mundo hay que buscarlas, entre otras cosas, en el teletrabajo, que vaci¨® de coches las calles. Tambi¨¦n en el miedo al contagio por viajar en el metro o en autob¨²s. Al efecto contagio. Pero tambi¨¦n, creo, a que el hecho mismo de la pandemia nos hizo replantearnos muchas cosas: desde d¨®nde trabajar a qu¨¦ estamos haciendo con el planeta; desde c¨®mo ir a la oficina a qu¨¦ estoy haciendo con mi vida. Amenazada por el virus, como cualquier enfermo muy grave que se mira al espejo, la humanidad hizo examen de conciencia.
Todo aquello pas¨®. Los coches, por lo menos en mi ciudad, han vuelto a llenarlo todo. La contaminaci¨®n tambi¨¦n ha vuelto. Y a m¨ª me da otra vez miedo de coger la bici y meterme por la calle de Alcal¨¢ en un d¨ªa laborable. Pero hay especialistas, como el citado Rosen, que aseguran que la marea de la bicicleta impulsada por la pandemia y el deseo de vivir a un ritmo m¨¢s tranquilo y soportable es imparable y creciente, que una nueva cultura de masas subida a las dos ruedas se est¨¢ alzando contra el modelo agresivo y contaminante que impone el coche, origen de buena parte de los gases de efecto invernadero que convierten la atm¨®sfera en una campana pl¨¢stica cada vez m¨¢s recalentada.
Escribo esto en un verano lleno de olas de calor. De seguir as¨ª, pronto no las contabilizaremos, contabilizaremos las ¨¦pocas intermedias. Los hombres del tiempo anunciar¨¢n los escasos intervalos de temperaturas soportables para poder hacer planes. Los veranos se volver¨¢n una continua e insoportable ola de calor, cada vez mayor y m¨¢s duradera. No es ciencia ficci¨®n. Es simplemente pesimismo. La bicicleta, ese invento perfecto y sostenible, la m¨¢quina de flotar, es una modest¨ªsima parte de la soluci¨®n. Por eso cada vez que veo un ciclista entre el tr¨¢fico vociferante de Madrid pienso que ese valiente est¨¢ cambiando el mundo. No deber¨ªa estar tan solo.
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