Fukuyama: liberalismo, s¨ª, pero sin demonizar al Estado
¡®Ideas¡¯ adelanta un extracto de ¡®El liberalismo y sus desencantados¡¯, libro en el que el polit¨®logo estadounidense sienta las bases de lo que hoy debe ser una democracia. Sostiene que los liberales cl¨¢sicos tienen que superar la ¨¦poca neoliberal
El liberalismo es hoy m¨¢s necesario que nunca, porque Estados Unidos es m¨¢s diverso que nunca, as¨ª como otras democracias liberales.
Hay varios principios liberales generales que podr¨ªan contribuir a gestionar esas diferentes formas de diversidad. En primer lugar, los liberales cl¨¢sicos tienen que admitir la necesidad de gobierno y superar la ¨¦poca neoliberal en la que el Estado era demonizado como un enemigo inevitable del crecimiento econ¨®mico y la libertad individual. Por el contrario, para que una sociedad liberal moderna funcione adecuadamente, tiene que haber un alto nivel de confianza en el gobierno; no una confianza ciega, sino una confianza fruto del reconocimiento de que el gobierno trabaja en pos de objetivos p¨²blicos esenciales. Hoy en d¨ªa, en Estados Unidos nos encontramos en un punto en el que una parte de los ciudadanos albergan las ideas conspirativas m¨¢s extravagantes sobre las formas en que el gobierno est¨¢ siendo manipulado por ¨¦lites sombr¨ªas para arrebatarles sus derechos, y se est¨¢n armando para cuando llegue el momento en que tengan que defenderse contra el Estado mediante el uso de la fuerza. El miedo y la aversi¨®n al Estado han existido tambi¨¦n en la izquierda: muchos creen que el Estado ha sido tomado por poderosos grupos de inter¨¦s, que la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional contin¨²an vigilando y socavando los derechos de los ciudadanos corrientes y que la labor de la polic¨ªa consiste principalmente en imponer los privilegios blancos. Ambos bandos tienden a desestimar el Estado por incompetente, corrupto e ileg¨ªtimo.
La cuesti¨®n urgente para los Estados liberales no tiene que ver con el tama?o o el alcance del gobierno por el que la izquierda y la derecha llevan a?os combatiendo. La cuesti¨®n es la calidad de dicho gobierno. No hay forma de eludir la necesidad de un Estado capaz, es decir, de un gobierno que disponga de recursos humanos y materiales suficientes para prestar los servicios necesarios a su poblaci¨®n. Un Estado moderno tiene que ser impersonal, lo que significa que trata de relacionarse con los ciudadanos de manera equitativa y uniforme, sin basarse en v¨ªnculos personales, pol¨ªticos o familiares con los pol¨ªticos que ostentan el poder en un momento dado. Los Estados modernos tienen que afrontar toda una serie de cuestiones pol¨ªticas complejas, desde la pol¨ªtica macroecon¨®mica y sanitaria hasta la regulaci¨®n del espectro electromagn¨¦tico y la previsi¨®n del tiempo, y necesitan tener acceso a profesionales formados con una gran vocaci¨®n de servicio p¨²blico si quieren desempe?ar bien su cometido.
Los Estados liberales han tenido mucho ¨¦xito a la hora de generar crecimiento econ¨®mico a largo plazo, pero el PIB no puede considerarse la ¨²nica medida del ¨¦xito. La distribuci¨®n de ese beneficio y el mantenimiento de los ingresos y de la igualdad de riqueza es importante tanto por razones econ¨®micas como pol¨ªticas. Si la desigualdad se vuelve extrema, la demanda agregada [cuyo resultado es igual al PIB] se estanca y aumenta el rechazo pol¨ªtico al sistema. La idea de redistribuci¨®n de la riqueza o de los ingresos ha sido un sacrilegio para muchos liberales, pero la realidad es que todos los Estados modernos redistribuyen sus recursos en mayor o menor grado. (¡)
Existen (¡) determinadas decisiones a nivel estatal que ponen realmente en peligro derechos constitucionales fundamentales y afectan al car¨¢cter b¨¢sico de la propia democracia liberal. ¡°Derechos de los Estados¡± era el estandarte bajo el cual se defend¨ªa la esclavitud y, posteriormente, las leyes raciales Jim Crow, y el gobierno federal desempe?¨® un papel fundamental a la hora de obligar a los Estados a aceptar la igualdad legal de los afroamericanos. Por desgracia, este tema est¨¢ reapareciendo en la pol¨ªtica estadounidense. Las asambleas legislativas republicanas de muchos Estados han promulgado o propuesto leyes que, en la pr¨¢ctica, podr¨ªan hacer posible anular los resultados de elecciones democr¨¢ticas y dificultar el voto, especialmente para los afroamericanos. (¡)
La privacidad constituye una condici¨®n necesaria para el debate democr¨¢tico
Un tercer principio liberal general al que hay que atenerse es la necesidad de proteger la libertad de expresi¨®n, determinando adecuadamente sus l¨ªmites. La libertad de expresi¨®n se ve amenazada por los gobiernos, los cuales contin¨²an siendo el principal motivo de preocupaci¨®n. Con todo, tambi¨¦n puede verse amenazada por el poder particular, bajo la forma de compa?¨ªas de comunicaciones y plataformas de internet que amplifican artificialmente unas voces por encima de otras. La respuesta apropiada a esto no es la regulaci¨®n directa por parte de los Estados de la libertad de expresi¨®n de esos actores privados, sino m¨¢s bien la prevenci¨®n de grandes acumulaciones de poder privado, mediante leyes antimonopolio y reguladoras de la competencia.
Las sociedades liberales tienen que respetar un ¨¢mbito de privacidad que rodea a todo individuo. La privacidad constituye una condici¨®n necesaria para el debate democr¨¢tico, y se requiere un consenso si se espera que los individuos expresen sus opiniones honestamente. Es, asimismo, una consecuencia del principio liberal de la tolerancia. De conformidad con la verdadera diversidad de una sociedad, los ciudadanos no est¨¢n obligados a mantener un pensamiento uniforme. ?se es el principio subyacente en la primera enmienda de la Constituci¨®n de Estados Unidos, as¨ª como el derecho a la libertad de expresi¨®n consagrado en otras leyes fundamentales de todo el mundo. Sin embargo, en los ¨²ltimos a?os, el gobierno federal de Estados Unidos se ha acercado peligrosamente al extremo de regular no s¨®lo la conducta sexual de los j¨®venes, sino incluso la propia concepci¨®n de la sexualidad.
No obstante, la expresi¨®n ¡ªy especialmente la expresi¨®n p¨²blica¡ª tiene que regirse por una serie de normas, algunas promulgadas por el Estado y otras aplicadas de manera mucho m¨¢s adecuada por entidades privadas. Aunque las sociedades liberales discrepen en cuanto a los fines ¨²ltimos, no pueden funcionar si no se ponen de acuerdo en los hechos b¨¢sicos y en invertir su tendencia al relativismo epist¨¦mico. Existen t¨¦cnicas bien definidas para determinar la informaci¨®n f¨¢ctica, t¨¦cnicas que han sido utilizadas durante a?os en los procesos judiciales, en el periodismo profesional y en la comunidad cient¨ªfica. El hecho de que peri¨®dicamente se demuestre que algunas de esas instituciones est¨¢n equivocadas o son tendenciosas no significa que tengan que perder su categor¨ªa de fuentes de informaci¨®n, ni que cualquier opini¨®n alternativa expresada en internet sea igual de v¨¢lida que otra. Hay otras normas necesarias que promueven el civismo y el discurso razonado que constituyen la base del debate democr¨¢tico en una sociedad liberal. Las normas relativas a la expresi¨®n p¨²blica deber¨ªan, asimismo, ser de aplicaci¨®n universal; la identidad del hablante no deber¨ªa determinar lo que est¨¢ autorizado a decir.
Un cuarto principio liberal hace referencia a la constante primac¨ªa de los derechos individuales sobre los de los grupos culturales. Esto no contradice las observaciones realizadas con anterioridad en el presente libro sobre hasta qu¨¦ punto el individualismo es un fen¨®meno hist¨®ricamente contingente y, a menudo, contrario a las inclinaciones y facultades humanas del comportamiento social. A pesar de todo, hay diversas razones por las cuales nuestras instituciones tienen que centrarse en los derechos individuales en lugar de hacerlo en los de los grupos.
Las personas no est¨¢n nunca plenamente definidas por la pertenencia a un grupo, y contin¨²an ejerciendo su voluntad individual. Puede ser importante entender de qu¨¦ formas han sido moldeadas por sus identidades grupales, pero el respeto social deber¨ªa tambi¨¦n tener en cuenta sus elecciones individuales. El reconocimiento grupal amenaza con no remediar, sino agravar las diferencias grupales. La desigualdad en los resultados del grupo es un efecto secundario de m¨²ltiples factores sociales y econ¨®micos que interact¨²an, la correcci¨®n de muchos de los cuales est¨¢ muy lejos del alcance de la pol¨ªtica. Las pol¨ªticas sociales deber¨ªan tratar de igualar los resultados de toda la sociedad, pero deber¨ªan centrarse en categor¨ªas fluidas, como la clase, en lugar de en otras fijas, como la raza o el origen ¨¦tnico.
Aunque puede que el individualismo sea hist¨®ricamente contingente, se ha incorporado de manera tan profunda a la idea que tienen las personas modernas de s¨ª mismas que resulta dif¨ªcil ver c¨®mo revertirlo. Las econom¨ªas de mercado modernas dependen notablemente de la flexibilidad, de la movilidad laboral y de la innovaci¨®n. Si las transacciones tienen que producirse dentro de unos l¨ªmites culturales definidos, el tama?o de los mercados y el tipo de innovaci¨®n que surge de la diversidad ser¨¢n necesariamente limitados. El individualismo no es una caracter¨ªstica cultural fija de la cultura occidental, tal como alegan ciertas versiones de la teor¨ªa cr¨ªtica. Es una consecuencia de la modernizaci¨®n socioecon¨®mica que tiene lugar de manera gradual en diferentes sociedades.
Las personas nunca est¨¢n plenamente definidas por la pertenencia a un grupo, ejercen su voluntad
Un ¨²ltimo principio liberal tiene que ver con el reconocimiento de que la autonom¨ªa humana no es ilimitada. Las sociedades liberales asumen la igualdad de la dignidad humana, una dignidad enraizada en la capacidad del individuo para tomar decisiones. Por esa raz¨®n, se comprometen a proteger esa autonom¨ªa como un derecho fundamental.
No obstante, aunque la autonom¨ªa sea un valor liberal b¨¢sico, no es el ¨²nico bien que prevalece autom¨¢ticamente sobre todo el resto de las consideraciones de la vida buena. Como hemos visto, el ¨¢mbito de la autonom¨ªa se ha expandido de modo constante a lo largo del tiempo, pasando de la libertad para obedecer normas dentro de un marco moral existente a elaborar esas normas para uno mismo. Sin embargo, el respeto por la autonom¨ªa pretend¨ªa gestionar y moderar la competencia de creencias profundamente arraigadas y no desplazar dichas creencias en su totalidad. No todos los seres humanos creen que maximizar su autonom¨ªa personal sea el objetivo m¨¢s importante de la vida, ni que alterar cualquier forma de autoridad sea necesariamente algo bueno. A muchas personas les parece bien limitar su libertad de elecci¨®n al aceptar marcos religiosos y morales que las conectan con otras personas, o vivir seg¨²n tradiciones culturales heredadas. La primera enmienda estadounidense ten¨ªa por objeto proteger el libre ejercicio de la religi¨®n, no proteger a los ciudadanos de la religi¨®n.
Las sociedades liberales consolidadas tienen su propia cultura y su propia concepci¨®n de la vida buena, aun cuando esa concepci¨®n pueda ser m¨¢s reducida que la que proporcionan las sociedades unidas por una ¨²nica doctrina religiosa. No pueden ser neutrales por lo que respecta a los valores necesarios para mantenerse como sociedades liberales. Tienen que dar prioridad a la solidaridad, la tolerancia, la amplitud de miras y a la implicaci¨®n activa en los asuntos p¨²blicos si quieren ser coherentes. Tienen que dar prioridad a la innovaci¨®n, la iniciativa y la asunci¨®n de riesgos si quieren prosperar econ¨®micamente. Una sociedad de individuos encerrados en s¨ª mismos, interesados ¨²nicamente en maximizar su consumo personal no ser¨¢ una sociedad en absoluto.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.