Anatom¨ªa de un golpe de Estado (posmoderno)
Algunos asaltantes entraron y se hicieron un selfi. Ese es uno de los fen¨®menos m¨¢s desconcertantes de asaltos como el de Brasilia o Washington
Funden el levantamiento y la astracanada, son una amenaza para la democracia y al mismo tiempo resulta dif¨ªcil distinguirlos de una parodia. Cuando han terminado, buena parte de la discusi¨®n trata de definir lo que ha sucedido exactamente y esa incertidumbre hace que sea m¨¢s complicado evitarlos o combatirlos.
El d¨ªa 8 de enero, miles de simpatizantes de Jair Bolsonaro, el candidato a la presidencia de Brasil derrotado en las elecciones generales del pasado octubre, asaltaron el Congreso brasile?o, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial. El asalto recordaba la toma del Capitolio en 2021 a manos de los partidarios de Donald Trump. No era un parecido casual: un incumbente de la extrema derecha populista no reconoc¨ªa su derrota y, de manera m¨¢s o menos expl¨ªcita, alentaba a la insurrecci¨®n. El expresidente estadounidense hab¨ªa tuiteado frente al televisor que el vicepresidente Mike Pence no proteg¨ªa la Constituci¨®n. Bolsonaro, que estaba fuera del pa¨ªs, hab¨ªa declarado en la campa?a que solo un fraude electoral pod¨ªa justificar su derrota. Seg¨²n una encuesta de Atlas, el 40% de los brasile?os pensaban que hab¨ªa habido fraude en los comicios. Casi un 76% desaprobaba el asalto a los edificios gubernamentales, pero un 18% lo aprobaba y un 37% dec¨ªa que apoyar¨ªa un golpe militar para revertir la victoria electoral de Lula. El d¨ªa 10 de enero, Bolsonaro ¡ªque al final denunci¨® la violencia¡ª emiti¨® un v¨ªdeo donde cuestionaba el resultado (luego fue retirado).
La democracia es saber perder: negar los resultados da?a todo el sistema. A veces subyace una interpretaci¨®n hobbesiano-paranoide: es el adversario el que no va a saber ganar y cambiar¨¢ las reglas, arruinar¨¢ el pa¨ªs e imposibilitar¨¢ la alternancia. No se niega la democracia, sino que se acusa al adversario de pervertirla. Por una parte, la t¨¢ctica indica que vivimos en tiempos nominalmente democr¨¢ticos: en un art¨ªculo sobre la trama ultraderechista, abiertamente reaccionaria y bastante extravagante, que intent¨® asaltar el Parlamento alem¨¢n en diciembre, el columnista del Financial Times Janan Ganesh dec¨ªa que lo que deber¨ªa sorprendernos es que haya tan pocos reaccionarios de verdad: gente que niegue el sufragio. Estos l¨ªderes no han podido cambiar la Constituci¨®n para garantizar su permanencia en el poder: impugnan el proceso electoral. Por otra parte, esa t¨¢ctica es especialmente nociva porque ataca la credibilidad del sistema democr¨¢tico y de las instituciones y rompe el consenso informal en que se basa la convivencia.
Hay otros casos recientes y antecedentes que no siempre se citan. Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador no reconoci¨® su derrota electoral en las elecciones presidenciales mexicanas de 2006: esa actitud irresponsable no gener¨® la condena general que han recibido la actitud de Bolsonaro y Trump, ni le impidi¨® ganar 12 a?os m¨¢s tarde. En algunas ocasiones parece un caso de presbicia, porque lo que est¨¢ m¨¢s lejos se ve con m¨¢s nitidez; en otras, de estrabismo o hemiplej¨ªa moral, porque es m¨¢s f¨¢cil detectar los impulsos antidemocr¨¢ticos en los adversarios ideol¨®gicos o porque lo que ocurre en otros pa¨ªses se recicla inmediatamente como material b¨¦lico para la lucha partidista. Pero hemos observado rasgos similares en nuestro pa¨ªs: Santiago Abascal habl¨® de un gobierno ileg¨ªtimo; ??igo Errej¨®n y Alberto Garz¨®n alentaron un intento de rodear el Parlamento para protestar contra la formaci¨®n de un gobierno que consideraban ileg¨ªtimo, y el actual ministro de Consumo sembr¨® dudas sobre el recuento electoral. El proc¨¦s, una rebeli¨®n de signo etnoling¨¹¨ªstico de los ricos contra los pobres, fue un movimiento esencialmente antidemocr¨¢tico: que se presentara como reivindicaci¨®n democr¨¢tica puede resultar parad¨®jico, pero, como hemos visto, no es una novedad.
Son casos muy distintos y de consecuencias diversas, pero comparten l¨ªderes populistas que emplean de manera sistem¨¢tica la mentira, intelectuales, medios y comentaristas irresponsables y claramente alineados, una polarizaci¨®n que atribuye al otro intenciones moralmente destructivas, el cultivo de la divisi¨®n y la institucionalizaci¨®n del sectarismo, el asalto a las instituciones y la deslegitimaci¨®n de los elementos contramayoritarios. A menudo hay un elemento de culto a la personalidad, y el estallido, aunque tenga ciertos elementos de espontaneidad, es el producto de un trabajo paulatino de erosi¨®n: las l¨ªneas rojas se van borrando, se estigmatiza al adversario y se desacredita todo el sistema.
Una de las cuestiones m¨¢s desconcertantes de fen¨®menos como los de Washington y Brasilia es que no est¨¢n claros los objetivos: en algunos casos, los asaltantes entraron y se hicieron un selfi. (En el caso del proc¨¦s, parte de la discusi¨®n gira en torno a si la cosa iba en serio o no, y una de las dudas principales es saber si sus l¨ªderes se cre¨ªan sus propias mentiras). Se indignan, pero eso solo lleva a una combinaci¨®n r¨¢pida de narcisismo y nihilismo: la mayor parte de las veces hay m¨¢s un ¨¢nimo destructivo que una propuesta, por enga?osa que sea. Con su lado grotesco, su ¨¢nimo chill¨®n y su interpretaci¨®n delirante de la realidad, es el mundo de la telebasura tomando las instituciones democr¨¢ticas: hay un componente de m¨ªmesis y hay otro de simulacro. Como muchos movimientos pol¨ªticos actuales, tiene un aspecto kitsch: el de quien se emociona contemplando su emoci¨®n. Los l¨ªderes tienen aspectos inveros¨ªmiles: Pedro Castillo dijo que una bebida le hab¨ªa llevado a su intento de golpe de Estado, Bolsonaro ha dicho que Lula est¨¢ aliado con el diablo. Pero la parte ri?d¨ªcula no significa que no sean peligrosos: ya se?al¨® F¨¦lix Romeo que una de las innovaciones de Hugo Ch¨¢vez era ser el primer dictador humorista de la historia.
Si una caracter¨ªstica llamativa es la actitud de los l¨ªderes, indulgentes y a veces cheerleaders de la insurrecci¨®n, pero preocupados por evitar las consecuencias legales, uno de los aspectos definitorios de estos fen¨®menos es la relaci¨®n con la violencia. Ha habido v¨ªctimas en los asaltos en Brasil y Estados Unidos, pero la violencia no ha sido instrumental, en parte por la indefinici¨®n de los objetivos. En Brasilia se ha acusado a la polic¨ªa de connivencia. Pero el ej¨¦rcito se ha mantenido leal a los principios democr¨¢ticos: en algunos pa¨ªses (como Estados Unidos) es una tradici¨®n, en otros es un cambio decisivo. Las instituciones han resistido, y la ret¨®rica fr¨ªvola y polarizadora no ha llevado a un enfrentamiento social como habr¨ªa ocurrido en otros momentos. David Jim¨¦nez Torres aventuraba dos explicaciones: por una parte, que la polic¨ªa y el ej¨¦rcito son m¨¢s d¨®ciles al poder civil; por otra, las sociedades donde se han producido estos hechos son menos proclives a la violencia pol¨ªtica: la virulencia de la discusi¨®n en las redes no se traslada a las calles. Seg¨²n Ganesh, la vigilancia de la democracia es necesaria, pero no deber¨ªamos dar a la reacci¨®n el estatus de fuerza emergente: distrae la atenci¨®n y puede conducir a la profec¨ªa autocumplida. Es una suerte que las instituciones hayan resistido esta prueba de estr¨¦s y que la violencia no se haya extendido. Pero es un alivio provisional. Quiz¨¢ la caracter¨ªstica principal que comparten los golpes posmodernos es que fracasan, y si un d¨ªa triunfa alguno, habr¨¢ que llamarlo de otra manera.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.