La amnist¨ªa como sentimiento nacional
Cuando solo podemos remitirnos a la ley para pensar el mundo corremos el riesgo de perder el sentido de la realidad
En el a?o 2017, meses antes de que se celebrara el refer¨¦ndum de independencia convocado ilegalmente por la Generalitat, me compr¨¦ un piso en Madrid. Recuerdo que el d¨ªa que fui a visitarlo por primera vez toda la fachada estaba cubierta por banderas rojigualdas. ¡°No sab¨ªa que hoy jugaba Espa?a¡±, dije al tipo de la inmobiliaria. ¡°No hay ning¨²n partido¡±, respondi¨®. En efecto, aquellas banderas estaban all¨ª para condenar la iniciativa de Puigdemont. O para condenar el nacionalismo catal¨¢n. Puede que para censurar a Catalu?a entera. No es f¨¢cil descifrar el mensaje de una bandera cuando ondea un sentimiento. En mi antiguo barrio la ¨²nica bandera que salpicaba alg¨²n que otro balc¨®n era la arco iris. La espa?ola estaba reservada para d¨ªas de celebraci¨®n m¨¢s que de confrontaci¨®n. ¡°Es un antiguo edificio de militares¡±, dijo el de la inmobiliaria. Como si aquella informaci¨®n pudiera descifrar alguna cosa.
Poco despu¨¦s, la bandera espa?ola adornaba muchas m¨¢s ventanas en la capital y ya nadie esperaba un acontecimiento deportivo. Me toc¨® viajar a Barcelona y all¨ª el despliegue simb¨®lico era mucho mayor. Hab¨ªa lazos amarillos en las ventanas, en las solapas, en los taxis, en las aceras¡ Nada m¨¢s llegar, la ciudad parec¨ªa una romer¨ªa luminosa. Solo que la gente estaba agotada y muy triste. En algunas familias se hab¨ªa prohibido hablar del tema, tambi¨¦n en los grupos de amigos, en el trabajo, en las parejas. El conflicto en Madrid se viv¨ªa en las calles, pero en Catalu?a hab¨ªa atravesado la puerta de millones de hogares.
Pasaron muchas cosas y sentimos muchas otras cuando 5,3 millones de catalanes fueron llamados a votar en un refer¨¦ndum de independencia convocado ilegalmente. Personalmente, recuerdo sentir verg¨¹enza, un pudor aterrador ante todo lo que estaba ocurriendo en mi pa¨ªs a la vista del mundo. Recuerdo el bochorno que me daba escuchar a Puigdemont apelar a los derechos humanos mientras malversaba el dinero y los sentimientos de todos. Quer¨ªa que nadie lo viera. Igual que dese¨¦ que aquel barco de Piol¨ªn donde se alojaron parte de los 6.000 agentes que el Ministerio del Interior despleg¨® se hiciera invisible. Me dio verg¨¹enza que miles de agentes vivieran un mes en condiciones inh¨®spitas. Aunque lo peor fue la violencia. Las im¨¢genes de polic¨ªas con cascos y escudos dieron la vuelta al mundo golpeando a personas mayores, arrastrando a j¨®venes por el suelo, propinando patadas y causando m¨¢s de 1.000 heridos en una jornada donde todo lo malo que pod¨ªa ocurrir, sucedi¨®. Hubo violencia y una votaci¨®n sin garant¨ªas. Luego Puigdemont asegur¨® que declarar¨ªa la independencia y Rajoy concluy¨® lo suyo: ¡°Hoy no ha habido un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n en Catalu?a¡±.
Despu¨¦s del dolor y la verg¨¹enza, una mayor¨ªa de los espa?oles decretamos una amnist¨ªa sentimental. Y as¨ª, millones de ciudadanos descolgaron las banderas de sus balcones, aquellos que un d¨ªa votaron en un refer¨¦ndum ilegal volvieron a las urnas democr¨¢ticas, las saludables discrepancias pol¨ªticas regresaron a las sobremesas y la buena convivencia se defendi¨® por encima de cualquier otro modelo de Estado. Hoy en cambio parece que la amnist¨ªa sea exclusivamente una cuesti¨®n legal, como si legalidad y realidad fueran la misma cosa. Pero lo cierto es que cuando solo podemos remitirnos a la ley para pensar el mundo corremos el riesgo de perder el sentido de la realidad. La ley es la mejor herramienta que tenemos para juzgar los conflictos. Pero debe escuchar a la sociedad cuando necesita su ayuda para superarlos.
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