El consentimiento (y el s¨ª es s¨ª) despu¨¦s de Rubiales
El machista de turno siempre pone en el centro su intenci¨®n, su deseo, sus ganas, su euforia, sus intereses. La novedad es que esta vez se ha enfrentado con una sociedad que lleva m¨¢s de un a?o pensando sobre el asunto
A veces las leyes no solo son importantes por lo que sancionan sino tambi¨¦n por lo que comunican. Y esta comunicaci¨®n es imprescindible para la vida civil y para convivir civilmente. No es solo pues penal o coercitiva la misi¨®n de una ley, sino tambi¨¦n comunicadora y pedag¨®gica. En este sentido, cuando juzgamos la ley del solo s¨ª es s¨ª por los resultados coercitivos olvidamos la otra cuesti¨®n fundamental de toda ley, que era lo que comunicaba y donde situaba el suelo moral de las violencias cometidas contra las mujeres. Y eso, a la luz de lo ocurrido con el abuso de Rubiales, es algo que ha cambiado en este pa¨ªs. Hemos colocado, por fin, el consentimiento en el centro.
Es verdad que el C¨®digo Penal de 1995 ya castigaba cualquier acto sexual realizado sin el libre consentimiento de la v¨ªctima, pero la ley del solo s¨ª es s¨ª estableci¨®, por primera vez, que solo habr¨¢ consentimiento ¡°cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atenci¨®n a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona¡±. Esta definici¨®n del consentimiento pareci¨® a muchas personas innecesaria, por plantear un problema probatorio: es dif¨ªcil distinguir cuando existe o no consentimiento en materia sexual. Y, efectivamente, en una sociedad que no fuera profundamente machista, la l¨ªnea del consentimiento podr¨ªa atravesar muchas zonas grises. Sin embargo, la ley supuso un gran avance en este sentido, pues el problema para muchas mujeres espa?olas es que viv¨ªamos en una sociedad tan profundamente machista que era capaz de tolerar y consentir a tipos como Luis Rubiales, hasta convertirlos en una suerte de psic¨®patas socialmente consentidos. Es decir, en hombres que abusan y agreden a las mujeres y son, al mismo tiempo, incapaces de reconocer el da?o en sus v¨ªctimas. La clase de hombre que besa sin preguntar. Y despu¨¦s, en caso de ser censurado, responde acongojado que solo fue un piquito. Que fue con mi mejor intenci¨®n. Y por ¨²ltimo remata con algo del tipo: ella lo estaba buscando. Y aqu¨ª la palabra beso puede felizmente cambiarse por la palabra penetraci¨®n en la mente del machista o el agresor, llegado el caso.
Porque el Rubiales de turno siempre pone su intenci¨®n en el centro, su deseo, sus ganas, su euforia, sus intereses. La novedad esta vez es que Luis Rubiales se ha enfrentado con una sociedad que lleva m¨¢s de un a?o pensando y dialogando sobre el concepto del consentimiento. Y ese di¨¢logo, a menudo debate encendido, si bien no hizo que nos pusi¨¦ramos de acuerdo en todo, s¨ª nos ayud¨® a llegar en buena forma te¨®rica, en materia de consentimiento sexual, al Mundial de f¨²tbol femenino. Es verdad que hasta el caso Rubiales las definiciones de consentimiento variaban entre te¨®ricas, juristas, pol¨ªticas, ciudadanos y ciudadanas. Pero este caso ha sido una suerte de examen pr¨¢ctico que hemos superado con nota.
Exigir el consentimiento expl¨ªcito por ley en materia sexual puede resultar confuso o exagerado, pero se vuelve pr¨ªstino y necesario cuando es un hombre machista quien interpreta los l¨ªmites de dicho consentimiento. En este sentido, Rubiales nos ha ayudado a aclarar lo que opina la mayor¨ªa al respecto: Espa?a no tolera a los hombres que no colocan el consentimiento en el centro de sus relaciones sexo afectivas. El consentimiento debe ocupar pues el lugar que le corresponde en la convivencia civil, y solo as¨ª los ¡°machistas consentidos¡± ocupar¨¢n definitivamente el suyo.
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