M¨¢s (buenos) jefes y menos Rubiales
Las mujeres de la selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol han desbancado a Luis Rubiales, exponente de un autoritarismo que sigue muy presente hoy en d¨ªa: nuestra sociedad sin jerarqu¨ªas r¨ªgidas vive desde hace d¨¦cadas una crisis de autoridad
Mucho antes de escribir El se?or de los anillos, J. R. R. Tolkien pas¨® los meses m¨¢s duros de su vida en el barro franc¨¦s de la Gran Guerra. Dada su condici¨®n de universitario de Oxford, fue reclutado como oficial, pero antes de terminar la instrucci¨®n descubri¨® que dar ¨®rdenes no era lo suyo. En su diario anot¨® una convicci¨®n que le acompa?¨® hasta su muerte, de la que se cumple medio siglo: ¡°El trabajo m¨¢s impropio de cualquier hombre es ser jefe de otros hombres: ni siquiera uno entre...
Mucho antes de escribir El se?or de los anillos, J. R. R. Tolkien pas¨® los meses m¨¢s duros de su vida en el barro franc¨¦s de la Gran Guerra. Dada su condici¨®n de universitario de Oxford, fue reclutado como oficial, pero antes de terminar la instrucci¨®n descubri¨® que dar ¨®rdenes no era lo suyo. En su diario anot¨® una convicci¨®n que le acompa?¨® hasta su muerte, de la que se cumple medio siglo: ¡°El trabajo m¨¢s impropio de cualquier hombre es ser jefe de otros hombres: ni siquiera uno entre un mill¨®n vale para ello, al menos entre los que buscan la oportunidad¡±. En la pluma de alguien que escribir¨ªa una de las novelas m¨¢s influyentes sobre el poder, llena de personajes que lo temen, lo ans¨ªan y lo eluden, es una idea muy reveladora.
El creador de la Tierra Media recuerda aqu¨ª al noble persa ?tanes, quien, seg¨²n Her¨®doto, fue uno de los primeros dimisionarios de la historia. Representaba a una facci¨®n democr¨¢tica, que defend¨ªa la excentricidad de que los persas deb¨ªan gobernarse a s¨ª mismos. Enfrente ten¨ªa a Megabizo, que abogaba por un gobierno de oligarcas, y a Dar¨ªo, que postulaba una monarqu¨ªa. Cuando ?tanes vio que no pod¨ªa imponerse (spoiler: gan¨® Dar¨ªo), se retir¨® de la lucha con esta frase: ¡°No quiero mandar como rey ni ser mandado como s¨²bdito¡±.
?tanes y Tolkien son personalidades opuestas a la de Jocko Willink, un oficial retirado de los Navy Seal y veterano de Irak que ha hecho una fortunita escribiendo libros sobre c¨®mo aplicar la disciplina militar al liderazgo empresarial y a la vida cotidiana. En sus podcasts, conferencias y cursos ense?a a ser un jefazo al que nadie tose, e incluso tiene una serie de libros infantiles titulados El camino del peque?o guerrero, donde los lectores aprenden a no dejarse robar el almuerzo en el cole y, supongo, a apropiarse del de los dem¨¢s. Los v¨ªdeos de Willink (una especie de c¨ªclope con columnas j¨®nicas por brazos y m¨²sculo hasta en el cogote) parecen inspirados en El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl.
Soy del equipo de Tolkien y del bueno de ?tanes (es decir, un equipo sin equipo, sin organizaci¨®n ni disciplina, un equipo que ni siquiera acude al campo cuando lo convocan para jugar con el otro equipo, y as¨ª nos va), pero entiendo el ¨¦xito de Willink y otros supertaca?ones contempor¨¢neos que aspiran a ser el pr¨®ximo Elon Musk. Lo entiendo como s¨ªntoma de una sociedad que ha perdido el sentido de la autoridad y la confunde con el autoritarismo.
Willink ha detectado una clientela muy lucrativa en un mundo donde los jefes no saben ser jefes. Si los padres son amigos de sus hijos, si los profesores no pueden evaluar ni disciplinar, si los empresarios van al coworking en bici el¨¦ctrica y si los ujieres visten mejor que la mayor¨ªa de los diputados, ?c¨®mo se aprende a ejercer la autoridad? Hace falta un Rambo para imponerse en una sociedad tan informal.
Luis Rubiales estaba mucho m¨¢s cerca de Willink que de ?tanes. En un seminario del primero, seguro que sacar¨ªa muy buena nota, cumpliendo los requisitos de asertividad y liderazgo que se esperan de un jefe militar, incluyendo las habilidades de agarrarse los test¨ªculos y besar a las mujeres como bot¨ªn de guerra. Sin embargo, le cost¨® mucho tiempo entender (es posible que a¨²n no lo haya entendido) que tanto su poder como su autoridad hab¨ªan sido derribados por las jugadoras de la selecci¨®n, que aprovecharon un triunfo y la popularidad que eso conlleva para sacudirse de golpe el autoritarismo machista que soportaban desde que jugaron su primer partido.
Esta crisis ha desarbolado un mundo, el del f¨²tbol, donde a¨²n reg¨ªan las jerarqu¨ªas tradicionales, donde a los entrenadores se los llamaba m¨ªster, se rend¨ªa pleites¨ªa a los presidentes y se infantilizaba a los jugadores, todo ello acentuado con el uso de uniformes, escudos y parafernalia pseudob¨¦lica. El poder blando y la autoridad difusa pos-Rubiales que intenta satisfacer las exigencias de las jugadoras es un reflejo de la crisis de la autoridad que vive la sociedad entera desde hace d¨¦cadas. A primera vista, es un triunfo democr¨¢tico, pero muchos pensadores llevan tiempo advirtiendo contra la victoria de los Tolkien y los ?tanes: nuestro triunfo podr¨ªa tener consecuencias letales, pues una sociedad sin autoridades claras puede ser el preludio de una totalitaria. En otras palabras: la tumba de Rubiales puede ser la cuna de muchos tiranos peores.
El caso de Elon Musk es paradigm¨¢tico, como lo fue antes el de Mark Zuckerberg y el de otros emperadores tecnol¨®gicos: su poder, mayor que el de muchos Estados, se asienta sobre un vac¨ªo de autoridad. Por mucho que se les vista de supervillanos de tebeo, no tienen las marcas propias de los poderosos ni han escalado por las jerarqu¨ªas convencionales. Cabe pensar si su poder habr¨ªa sido tan omn¨ªmodo en unas democracias liberales m¨¢s fuertes y con unas instituciones menos cuestionadas.
El problema de la autoridad
Hannah Arendt proclam¨® la muerte de la autoridad en una conferencia pronunciada en Washington en 1956 y publicada despu¨¦s en el ensayo ?Qu¨¦ es la autoridad? La crisis de la noci¨®n de autoridad ven¨ªa debati¨¦ndose en la filosof¨ªa desde hac¨ªa al menos medio siglo, vinculada a las meditaciones sobre la sociedad de masas, pero Arendt dio un paso m¨¢s y no habl¨® de crisis, sino de muerte. Ya no se trataba de una cuesti¨®n pol¨ªtica que afectase a las instituciones de la democracia liberal, sino al n¨²cleo mismo de la sociedad, a la crianza y a la educaci¨®n de los ni?os. Se adelant¨® 12 a?os al Mayo del 68, la fecha oficial de la derogaci¨®n de dioses y amos.
Tras esa defunci¨®n, los pensadores llevan casi 70 a?os de duelo, sin sacar mucho m¨¢s en claro de lo que ya expuso Arendt. La jurista Natalia Velilla acaba de publicar La crisis de la autoridad (Arpa), un ensayo centrado en la realidad espa?ola sobre el descr¨¦dito de pol¨ªticos, jueces, periodistas, m¨¦dicos, profesores y dem¨¢s figuras de autoridad. Velilla es moderadamente optimista y conf¨ªa en una especie de revulsivo ciudadano que restituya la autoridad perdida. Propone aprender a distinguir el cargo de la persona que lo ocupa y, frente a los posibles abusos de una autoridad leg¨ªtima, confiar en el contrapeso de la sociedad civil, con su activismo, su prensa y su protecci¨®n jur¨ªdica: ¡°El autoritarismo no es una alternativa¡±, escribe. ¡°Hay que desconfiar de quien, con cantos de sirena, pretende hacernos creer que lo que hemos conquistado no sirve (¡). Solo la autoridad que emana de la ley puede salvarnos del caos¡±.
Entre Arendt y Velilla se extiende una bibliograf¨ªa abrumadora que demuestra que la autoridad es uno de los grandes problemas filos¨®ficos contempor¨¢neos. Hans-Georg Gadamer, Theodor Adorno y Alexandre Koj¨¨ve, por citar unas referencias cl¨¢sicas, han explorado las contradicciones entre la libertad y la autonom¨ªa del individuo y los valores ilustrados, por una parte, y la necesidad de un orden jer¨¢rquico para que la sociedad funcione, por otra.
Gadamer estudi¨® la figura del m¨¦dico como instituci¨®n autorizada (del alem¨¢n autoritativ) en El estado oculto de la salud. Siguiendo a Kant, concluy¨® que ¡°quien necesita apelar a su autoridad ¡ªpor ejemplo, el maestro en la clase, o el padre en la familia¡ª debe esto a que carece de ella¡±. Para ¨¦l, por tanto, que profesores y sanitarios est¨¦n considerados por la ley espa?ola figuras de autoridad (y las agresiones que sufren se traten, por tanto, como atentados) es una prueba clara de que la han perdido.
Adorno dej¨® escritas unas p¨¢ginas magistrales sobre la personalidad autoritaria, a prop¨®sito del Tercer Reich, y Koj¨¨ve, desde la filosof¨ªa del derecho, concibi¨® cuatro arquetipos que resumen la autoridad del Estado: el Amo, el Jefe, el Juez y el Padre. Todos ellos, en profundo entredicho. En Espa?a, Manuel Toscano ha escrito: ¡°Si hay una objeci¨®n moral relevante contra la idea misma de autoridad, en cualquiera de sus formas, es que someterse a ella exige sacrificar el propio juicio sobre qu¨¦ hacer o qu¨¦ creer¡±.
La paradoja se enuncia sola: necesitamos autoridad, pero hemos sido educados en un individualismo liberal e ilustrado que nos insta a cuestionarla casi de ra¨ªz. Este impulso est¨¢ en la base de todos los dem¨¢s descr¨¦ditos y es la raz¨®n ¨²ltima por la que casi ning¨²n jefe quiere ser tratado de usted. Corrijo: la sociedad considera inaceptables a los jefes que quieren ser tratados de usted. Esto choca con la dura evidencia de que las orquestas necesitan un director; los gobiernos, un presidente, y los hospitales, m¨¦dicos que impongan tratamientos y le ordenen al residente d¨®nde tiene que hacer la incisi¨®n. Aunque se exprese en su forma m¨¢s blanda y amigable, el poder existe y necesita que alguien lo ejerza.
La aversi¨®n hacia el poder
Y aqu¨ª est¨¢ el nudo pr¨¢ctico del problema: el poder contempor¨¢neo requiere personalidades como las de Tolkien o la de ?tanes, pero este tipo de individuos tiene aversi¨®n hacia el poder. No solo es improbable que lo ambicionen, pues casi siempre preferir¨ªan dar un paseo o leer poes¨ªa, sino que, si llegan a ocuparlo, tender¨¢n a la ineficacia: les costar¨¢ tomar decisiones y no sabr¨¢n resolver los conflictos que se les presenten, lo que hundir¨¢ a¨²n m¨¢s el cr¨¦dito de la instituci¨®n que representan.
Se dir¨ªa que nadie plantea regresar a una autoridad autoritaria, valga el pleonasmo, pero el n¨²cleo duro de los populismos de derechas est¨¢ basado en ese reclamo, argumentado en el descr¨¦dito de los blandos que no saben imponerse y conducen al mundo al caos. Piden hacer Am¨¦rica grande de nuevo, que se restituya el servicio militar, que se otorguen poderes a la polic¨ªa contra los inmigrantes irregulares, etc¨¦tera. Todo ello, tan cotidiano en los programas electorales de toda Europa (e incluso en algunos planes de gobierno), se?ala un vac¨ªo que ya analiz¨® Hannah Arendt en 1956 y que, desde entonces, no ha hecho m¨¢s que agrandarse.
La crisis de la covid demostr¨®, asimismo, que muchas sociedades libres, la espa?ola entre ellas, aplauden sin grandes cr¨ªticas rese?ables la imposici¨®n del autoritarismo y se someten con sorprendente rapidez a estados policiales como forma de obtener seguridad. Para algunos, esto fue tambi¨¦n una prueba de lo f¨¦rtil que es un mundo sin autoridad para que florezca el autoritarismo. En otro ¨¢mbito, Natalia Velilla advierte sobre las consecuencias del desprestigio de la judicatura en Espa?a: si la autoridad de los jueces te parece insoportable, viene a decir, gu¨¢rdate de la justicia popular de las masas enfurecidas que pueden sustituirla.
La filosof¨ªa ha demostrado ser muy sutil y honda al analizar ese vac¨ªo que denunci¨® Arendt. Pero, a la hora de dar recetas para llenarlo y contrarrestar las pulsiones autoritarias que amenazan las democracias liberales, ha hecho poco m¨¢s que encogerse de hombros. Lo ideal, seg¨²n Gadamer, que es el m¨¢s sensato y pr¨¢ctico de los pensadores citados, ser¨ªa que los Tolkien y los ?tanes asumiesen la responsabilidad de mandar, pues solo ellos pueden contrarrestar el autoritarismo con su esp¨ªritu cr¨ªtico. Hacen falta jefes que no teman equivocarse, dice el fil¨®sofo, que sepan reconocer los errores, escuchar y ser flexibles. Pero, a la vez, deben tener autoridad: esto es, deben ser respetados de forma espont¨¢nea, sin que la ley o el monopolio de la violencia por parte del Estado los proteja. ?Qui¨¦n podr¨ªa cuadrar semejante c¨ªrculo?
El anteriormente navy seal Jocko Wilkins se ofrece a cuadrar a gritos cualquier c¨ªrculo que se le ponga delante. Si nadie lo remedia, no dejar¨¢ un solo c¨ªrculo redondo.
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