Por qu¨¦ Churchill apoy¨® el franquismo
Obedeciendo a los intereses del Imperio Brit¨¢nico, el gran estadista respald¨® al dictador espa?ol, afirma el escritor Tariq Ali. Prefer¨ªa el fascismo a ¡°los jud¨ªos y comunistas internacionales¡±
Hitler y Mussolini hab¨ªan apoyado a Franco desde el principio de su sangrienta carrera, en 1936, cuando inici¨® un golpe de Estado militar para derrocar un gobierno elegido democr¨¢ticamente. En esa empresa contaba con el apoyo interno de la extrema derecha y de la Iglesia cat¨®lica, tanto en Espa?a como en otros lugares del continente. Adem¨¢s, la no intervenci¨®n de Francia y Gran Breta?a contribuy¨® a re...
Hitler y Mussolini hab¨ªan apoyado a Franco desde el principio de su sangrienta carrera, en 1936, cuando inici¨® un golpe de Estado militar para derrocar un gobierno elegido democr¨¢ticamente. En esa empresa contaba con el apoyo interno de la extrema derecha y de la Iglesia cat¨®lica, tanto en Espa?a como en otros lugares del continente. Adem¨¢s, la no intervenci¨®n de Francia y Gran Breta?a contribuy¨® a reforzar los apoyos fascistas desde otros pa¨ªses. Sin embargo, sin un fuerte apoyo de Italia y Alemania, es improbable que Franco hubiera ganado la guerra. El historiador Hugh Thomas hac¨ªa hincapi¨¦ en ello en su trascendental historia del conflicto. Tan solo Italia envi¨® a 75.000 soldados y voluntarios para ayudar a Franco. El flujo de armamento de Italia a Espa?a, que empez¨® en 1936, prosigui¨® hasta 1939. Entre ellos hab¨ªa ¡°350 cazas Fiat CR-32 y [¡] 100 [bombarderos] Savoia 79, [¡] 1.672 toneladas de bombas, 9 millones de cartuchos de munici¨®n, 10.000 ametralladoras, 240.000 fusiles. [¡] En la Guerra Civil participaron 91 buques y submarinos de guerra¡±.
En abril de 1937, para acelerar el desarrollo de los acontecimientos, Hitler envi¨® a la Luftwaffe, a las ¨®rdenes de Wolfram von Richthofen para bombardear Guernica, [...], una atrocidad de guerra que conmocion¨® a mucha gente en aquel momento.
Churchill sigui¨® apoyando a Franco durante la Segunda Guerra Mundial y despu¨¦s, y le mantuvo en el poder casi sin la ayuda de nadie durante los primeros a?os de la posguerra. Como ocurri¨® en Grecia, aqu¨ª las decisiones de Churchill obedec¨ªan a lo que ¨¦l consideraba los intereses brit¨¢nicos, a su preferencia por el fascismo contra ¡°los jud¨ªos y comunistas internacionales¡±, y a su negativa a aceptar consejos en sentido contrario desde dentro del establishment. Era consciente de que en Gran Breta?a reinaba un sentimiento de empat¨ªa por la II Rep¨²blica Espa?ola. En octubre de 1936, por ejemplo, miles de obreros de Londres hicieron caso omiso de las recomendaciones del Partido Laborista y de las amenazas desde el Estado y se manifestaron en contra de un mitin de la Uni¨®n Brit¨¢nica de Fascistas en Cable Street, en el este de la ciudad. Ese tipo de actividad antifascista fue lo que provoc¨® el desarrollo de la intelligentsia progresista de izquierdas y marxista antes de 1939. Churchill se burlaba de ella y aborrec¨ªa a los pacifistas que hab¨ªa en su seno, pero iba a necesitarla en los proleg¨®menos de la Segunda Guerra Mundial.
El brit¨¢nico era consciente de que en Gran Breta?a reinaba un sentimiento de empat¨ªa por la II Rep¨²blica Espa?ola
Hab¨ªa dos importantes dirigentes conservadores que no estaban a favor de mantener a Franco al mando en Espa?a. Anthony Eden manifestaba su punto de vista en t¨¦rminos suaves, pero sir Samuel Hoare (posteriormente lord Templewood), un antiguo ¡°apaciguador¡±, fue castigado por sus pecados al ser enviado en calidad de embajador especial a la Espa?a de Franco entre 1940 y 1945. Como solo llevaba seis d¨ªas como primer ministro, Churchill hab¨ªa vacilado, pero un malintencionado Halifax [entonces secretario de Estado para Relaciones Exteriores] le convenci¨® de que ese era el mejor puesto para Hoare. (¡)
A su regreso a Londres, en 1945, el ¡°Quisling ingl¨¦s¡± (sin¨®nimo de ¡°pol¨ªtico colaboracionista en un pa¨ªs ocupado¡±, a ra¨ªz del caso de Noruega) durante la Segunda Guerra Mundial sac¨® r¨¢pidamente un libro, Embajador en misi¨®n especial, e inform¨® al Foreign Office de que ¡°mi prop¨®sito es exponer todos los argumentos contra Franco lo antes posible¡±. De eso ni hablar, querido, fue la respuesta de Churchill y sus colegas. La respuesta del ministro de Asuntos Exteriores del gobierno laborista, Ernest Bevin, no fue muy distinta. A diferencia de Churchill, Hoare, el antiguo apaciguador, le hab¨ªa cogido verdadero aborrecimiento a Franco y a los falangistas.
Una importante influencia para Hoare fue el escritor brit¨¢nico Gerald Brenan, voluntariamente varado en Andaluc¨ªa, y un excelente conocedor de Espa?a en general. Era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo en el Pa¨ªs Vasco (donde por lo menos el 50% de las familias hab¨ªan sufrido torturas o penas de c¨¢rcel), y tambi¨¦n sab¨ªa que Catalu?a, donde se hab¨ªa prohibido el uso del catal¨¢n, estaba sumida en la represi¨®n. Brenan era una mina de informaci¨®n, y una parte de ella aparec¨ªa en las ¨²tiles memorias pol¨ªticas de Hoare.
En una ocasi¨®n, Espa?a, que era un pa¨ªs ¡°neutral¡±, moviliz¨® a los estudiantes falangistas para dar una calurosa despedida a la Divisi¨®n Azul, que part¨ªa a combatir al lado de sus benefactores del Eje contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La manifestaci¨®n terminaba delante de la sede central de la Falange, donde Ram¨®n Serrano Su?er, un falangista de la l¨ªnea dura, al que Franco acababa de nombrar ministro de Interior, pronunci¨® un discurso ante la multitud. El sentimiento antibrit¨¢nico era muy extendido en la Espa?a fascista, y alguien decidi¨® enviar a unos cuantos estudiantes a una misi¨®n de apedreamiento. Acribillaron la embajada brit¨¢nica con las piedras que les hab¨ªa proporcionado el gobierno, cuidadosamente embaladas en sacos. Hoare telefone¨® a Serrano Su?er. Fue una conversaci¨®n acalorada. Serrano Su?er provoc¨® al embajador especial pregunt¨¢ndole si la embajada necesitaba m¨¢s protecci¨®n policial, a lo que Hoare le respondi¨® certeramente: ¡°No env¨ªen m¨¢s polic¨ªas, me conformo con que manden menos estudiantes¡±.
El 12 de junio de 1945, en un despacho enviado desde la embajada en Madrid, el consejero R. J. Bowker informaba de que, si bien oficialmente la actitud de Gran Breta?a y Estados Unidos era de ¡°fr¨ªa reserva¡±, ¡°el general Franco sabe que ninguna de las dos potencias va a utilizar la fuerza para echarle. Mientras tanto, los intercambios comerciales con ambas potencias prosiguen a una escala sustancial, y hay buenas perspectivas de que durante la posguerra podamos forjar unas relaciones econ¨®micas beneficiosas para las tres partes¡±.
Bowker informaba de que la arrogancia de Franco obedec¨ªa a su firme convicci¨®n de que los Aliados occidentales iban a entrar muy pronto en guerra con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y de que no pod¨ªan permitirse el lujo de enemistarse con Espa?a. Dentro del pa¨ªs, la oposici¨®n de derechas, a saber, los mon¨¢rquicos, estaban escindidos en facciones, y el resto de partidos estaba sometido a una feroz represi¨®n policial, mientras que la comunidad en el exilio estaba a¨²n m¨¢s dividida. Esas realidades constitu¨ªan la base de la confianza en s¨ª mismo que sent¨ªa Franco.
El miedo de Occidente a que una Uni¨®n Sovi¨¦tica poderosa avanzara hacia el oeste era infundado. Los da?os econ¨®micos, sociales y estructurales que padec¨ªa la ?URSS eran de tal magnitud que ni Stalin ni los mariscales del Ej¨¦rcito Rojo pod¨ªan pensar seriamente en un nuevo asalto b¨¦lico, y menos a¨²n si participaba Estados Unidos. Es cierto que a Stalin le preocupaba permanentemente la posibilidad de un segundo asalto de revancha que pudieran tramar los alemanes una vez que se recuperaran. Stalin propon¨ªa una Alemania unificada y neutral, a imitaci¨®n de Austria, pero los Aliados lo rechazaron. La ¨²nica soluci¨®n factible que le quedaba a Mosc¨² era una divisi¨®n permanente del pa¨ªs, que estaba en consonancia con lo que pensaban los Aliados entre bastidores.
Franco fue un hijo ileg¨ªtimo de aquellas prioridades de la Guerra Fr¨ªa. Stalin habr¨ªa debido insistir en que era necesario deponer al dictador, en que se redactara una nueva constituci¨®n y se celebraran elecciones, igual que en Italia. Si el dirigente sovi¨¦tico hubiera hecho de ello una de sus principales exigencias en Yalta o antes, Franco habr¨ªa perdido y habr¨ªa acabado en alg¨²n lugar de Am¨¦rica del Sur. Y Espa?a se habr¨ªa ahorrado otros treinta a?os de terror y tormento.
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