Prohibir el m¨®vil a los padres
Los hijos pueden exponerse y explotarse (literal y comercialmente) en internet sin ning¨²n juicio social ni freno institucional
En este mundo tan adultocentrista se habla mucho de prohibir el uso del m¨®vil a los menores de 16 a?os. A veces basta con ser madre o padre una o dos veces para defender furiosamente una edad ideal de prohibici¨®n para toda una generaci¨®n. Sin embargo, el uso que los padres hacen de la identidad y la imagen de sus hijos en sus redes sociales rara vez es censurado. Los hijos pueden exponerse y explotarse (literal y comercialmente) en internet sin ning¨²n juicio social ni freno institucional. Hasta ahora. Porque los primeros hijos de las redes empiezan a tener voz y edad para denunciar a sus mayores. Es posible que pronto estos hijos se organicen para exigir la prohibici¨®n del smartphone para padres y madres. Y con raz¨®n.
¡°A veces no sab¨ªa d¨®nde estaba la separaci¨®n entre lo real y lo seleccionado para las redes sociales. Ser una ni?a influencer convirti¨® la relaci¨®n con mi madre en una relaci¨®n m¨¢s de empleador-empleado¡±, confiesa Vanesa (nombre ficticio), hija de una familia influencer que relata el abuso al que la sometieron sus padres en un reportaje de la revista Cosmopolitan. Ella fue explotada en 2010, en el primer boom influencer. Pero, 14 a?os despu¨¦s, las cuentas de estilo de vida, modelos de familia, ocio, baile, deportes o cultura donde se exhiben menores siguen facturando con impunidad. Las marcas pagan, las madres y padres cobran y el menor mete horas.
Claro que el sharenting, anglicismo que define la exposici¨®n en internet de aspectos privados de la vida de un menor, no es un abuso exclusivo de influencers. De hecho, la mayor¨ªa de los padres y madres que parimos a nuestros hijos despu¨¦s de Facebook hemos compartido asuntos esenciales de su vida e intimidad en internet. Fotos de cumplea?os, trabajos del cole, un pie, su lugar de residencia, la primera ecograf¨ªa, el libro que leen, sus rostros, sus cuerpos¡ La intenci¨®n no era mala y el desconocimiento grande. Lo curioso es que muchos de esos padres exigen ahora la prohibici¨®n del m¨®vil para sus hijos y responsabilizan a ¡°la tecnolog¨ªa¡± de todos los males. No se reclama di¨¢logo ni aprendizaje intergeneracional, no se exige educaci¨®n digital ni pensamiento cr¨ªtico. No se reivindican espacios de encuentro y coeducaci¨®n. En vez de eso, los padres se organizan en grupos de WhatsApp para quejarse del m¨®vil.
En el fondo, el asunto de los m¨®viles y la brecha generacional es tan viejo como la relaci¨®n entre la libertad y la responsabilidad. La tecnolog¨ªa nos ha dado una libertad tan importante como la que nos brindaron los sistemas democr¨¢ticos. El problema es que el concepto de libertad se ha ido desligando pol¨ªtica, social e ¨ªntimamente del concepto de responsabilidad. Y la tecnolog¨ªa es, sin duda, la cima de este divorcio. Porque cada individuo tiene todo el poder en su mano y, al mismo tiempo, no siente la obligaci¨®n de ser responsable con ¨¦l. Al contrario, la responsabilidad se exige exclusivamente a los dem¨¢s. En pol¨ªtica y ahora tambi¨¦n en las familias. As¨ª que millones de padres y madres que somos o hemos sido irresponsables con el uso del m¨®vil venimos a exigir responsabilidad a nuestros hijos. Movimiento que durar¨¢ hasta que empiecen a quejarse ellos de nosotros. Yo no lo veo. De momento, como medida de reflexi¨®n, apagar¨¦ el m¨ªo por vacaciones.
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