Por qu¨¦ cada vez menos j¨®venes creen en la democracia
Una cuarta parte de los menores de 35 a?os son quienes m¨¢s partidarios se muestran de explorar soluciones autoritarias ante la deriva pol¨ªtica
Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han vuelto a poner encima de la mesa la atracci¨®n de una parte del electorado, especialmente las nuevas generaciones, por las listas de la extrema derecha. Esto responde a cambios en el papel de la democracia, de la pol¨ªtica y del propio voto que se han ido produciendo a lo largo de las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Si se comparan los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo con las de 2009, en la ¨²ltima convocatoria antes del estallido del s...
Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han vuelto a poner encima de la mesa la atracci¨®n de una parte del electorado, especialmente las nuevas generaciones, por las listas de la extrema derecha. Esto responde a cambios en el papel de la democracia, de la pol¨ªtica y del propio voto que se han ido produciendo a lo largo de las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Si se comparan los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo con las de 2009, en la ¨²ltima convocatoria antes del estallido del sistema de partidos que supuso la irrupci¨®n de Podemos y de Cs, se observa que los dos partidos centrales del sistema, PSOE y PP, han perdido conjuntamente m¨¢s de un mill¨®n de votos, mientras que las fuerzas a la izquierda del PSOE han avanzado en casi 800.000. Pero el espacio que m¨¢s ha crecido ha sido la extrema derecha, con aproximadamente dos millones y medio de votos.
Hasta hace relativamente poco tiempo (hasta la aparici¨®n de Vox) se consideraba que Espa?a se encontraba a salvo de la ola de voto ultra que ya entonces asolaba Europa. Se dec¨ªa que el recuerdo cercano de la dictadura inmunizaba al electorado espa?ol de optar por partidos de la extrema derecha, que nunca hab¨ªan pasado de ser grup¨²sculos marginales con un apoyo simb¨®lico en todas las elecciones celebradas hasta la fecha. Tambi¨¦n se dec¨ªa eso mismo de Portugal y en las ¨²ltimas legislativas el partido de extrema derecha Chega! se llev¨® 50 esca?os de la asamblea con casi el 20% de los votos. Lo mismo podr¨ªa decirse de pa¨ªses con un pasado reciente de reg¨ªmenes dictatoriales, como Chile o Argentina. En el primero, la extrema derecha del Partido Republicano se ha convertido en la principal fuerza de oposici¨®n al Gobierno progresista, ganando incluso la mayor¨ªa del consejo constitucional encargado de redactar la nueva Carta Magna del pa¨ªs (rechazada por la mayor¨ªa del electorado el pasado diciembre). En Argentina, la actual vicepresidenta del pa¨ªs, Victoria Villarruel, compa?era de tique del presidente Javier Milei, reivindic¨® la junta militar durante la ¨²ltima campa?a presidencial, sin que esto supusiera ning¨²n problema para su elecci¨®n.
Todos estos fen¨®menos tienen un denominador com¨²n: sus principales nichos de voto suelen estar entre las generaciones nuevas, aquellas precisamente que no han vivido las dictaduras que todos estos partidos suelen reivindicar, ya sea abiertamente o a trav¨¦s de subterfugios m¨¢s o menos disimulados. En Espa?a, seg¨²n la encuesta de 40dB para este peri¨®dico para las elecciones europeas, la intenci¨®n de voto a la extrema derecha es especialmente fuerte entre los menores de 35 a?os. Entre los m¨¢s j¨®venes, la suma de Vox y Se Acab¨® la Fiesta (SALF) es la opci¨®n m¨¢s mencionada, pr¨¢cticamente empatada con el PSOE y cinco puntos por encima de la intenci¨®n de voto al PP. El voto a la extrema derecha supera a los populares incluso en el grupo de 25 a 34 a?os.
Si solo consideramos a los hombres, la extrema derecha es la fuerza con m¨¢s intenci¨®n de voto entre los m¨¢s j¨®venes (m¨¢s del 30%, 10 puntos por encima del PSOE) y supera al PP en todos los grupos hasta los 45 a?os. No pasa lo mismo entre las mujeres, ya que la intenci¨®n de voto a los partidos ultras siempre queda por debajo del PSOE y PP. A pesar de esta diferencia, entre el electorado femenino se observa la misma tendencia, si bien matizada, que entre el masculino: los j¨®venes son los m¨¢s propensos al voto a la extrema derecha.
La extrema derecha s la fuerza con m¨¢s intenci¨®n de votos en la franja de 18 a 25 a?os (10 puntos por encima del PSOE)
Es evidente que algo est¨¢ pasando entre las nuevas generaciones, y es algo que va m¨¢s all¨¢ del voto puntual a una opci¨®n pol¨ªtica (por m¨¢s que en el caso de Vox se constate elecci¨®n tras elecci¨®n que dispone de un n¨²cleo de apoyo estable entre los j¨®venes). El estudio sobre h¨¢bitos democr¨¢ticos del CIS, realizado el pasado diciembre, pone n¨²meros a este fen¨®meno. A la pregunta tradicional sobre el r¨¦gimen pol¨ªtico preferido por los encuestados se observa que m¨¢s del 80% de los mayores de 45 a?os muestra su acuerdo con la frase ¡°la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno¡±. Entre los menores de 35 a?os, el acuerdo con esta frase supera por poco el 70%. En cambio, una cuarta parte de estos se muestra de acuerdo con que ¡°en algunas circunstancias, un Gobierno autoritario es preferible a un sistema democr¨¢tico¡± o cree que ¡°a personas como yo, le da igual un Gobierno que otro¡±. No son la mayor¨ªa, pero suponen un grueso de opini¨®n que no se hab¨ªa visto antes, y, lo m¨¢s chocante, son personas que han nacido y vivido toda su vida en un sistema democr¨¢tico. Son nativos democr¨¢ticos.
La permanencia de la antipol¨ªtica
Algo ha fallado en la trasmisi¨®n de los valores democr¨¢ticos. Tal vez algo tan simple como que no se ha querido articular tal transmisi¨®n m¨¢s all¨¢ de los ¨¢mbitos dom¨¦sticos y familiares. La nueva democracia espa?ola no quiso ser una democracia militante, posiblemente porque no exist¨ªa un consenso claro sobre el tema, y porque la correlaci¨®n de fuerzas no permit¨ªa a las fuerzas democr¨¢ticas imponerlo. Tambi¨¦n es posible que existiera entre esas fuerzas un rechazo instintivo al establecimiento de una pedagog¨ªa democr¨¢tica ¡°de Estado¡±, como hab¨ªa existido durante el franquismo una pedagog¨ªa de transmisi¨®n de valores contrarios a la pol¨ªtica. Tambi¨¦n es posible, en ¨²ltimo caso, que las fuerzas democr¨¢ticas pensaran que los valores democr¨¢ticos sencillamente se dar¨ªan (casi por arte de magia) por el simple hecho de vivir en un sistema de libertades. En este sentido, las generaciones nuevas, nacidas en democracia, incorporar¨ªan esos valores por el simple hecho de haber nacido a partir de 1978.
El elector actual no presupone que el pol¨ªtico sepa m¨¢s que ¨¦l, ni acepta que su posici¨®n deba ser subsidiaria
Sea por lo que sea, 50 a?os despu¨¦s, la realidad nos muestra crudamente el fracaso de esos prop¨®sitos y la permanencia de una herencia de ra¨ªz antipol¨ªtica, que se crey¨® superada con la muerte de Franco. Las nuevas generaciones no solo no muestran actitudes m¨¢s democr¨¢ticas que las de sus padres y madres, sino que en algunos aspectos tienen un perfil menos democr¨¢tico que ellos y m¨¢s cercano al de la generaci¨®n nacida antes de 1940. Los nativos democr¨¢ticos piensan, al igual que las generaciones antiguas, que los pol¨ªticos no se preocupan por ellos y que solo se rigen por sus intereses personales.
Una democracia sin atributos
En cualquier caso, es injusto atribuir toda la culpa a la falta de una pedagog¨ªa con voluntad de inocular los valores de civismo, pluralismo y respeto que son el centro del sistema democr¨¢tico, porque en los ¨²ltimos 50 a?os se ha producido un cambio profundo de lo que significa la democracia y de lo que esta lleva aparejado. Para alguien nacido en la segunda mitad del siglo pasado, la democracia no solo era un sistema pol¨ªtico que garantizaba el respeto a las libertades, sino que llevaba impl¨ªcito el progreso econ¨®mico y el bienestar social. Para la ciudadan¨ªa espa?ola de los setenta, la democracia implicaba la normalizaci¨®n del pa¨ªs, su ¡°europeizaci¨®n¡±, en el sentido de acercarnos a los niveles de desarrollo y de vida de nuestros vecinos del norte.
Ese aspecto fundamental para entender el apoyo masivo al sistema democr¨¢tico entre las generaciones que vivieron (e hicieron) el cambio ha desaparecido del horizonte vital de los nativos democr¨¢ticos. Para ellos, la democracia no lleva aparejado el bienestar ni la seguridad de un futuro mejor. Al contrario, los que hoy tienen menos de 35 a?os han interiorizado que van a vivir peor que sus padres, sin que la democracia aparentemente tenga ninguna posibilidad de cambiarlo.
La pol¨ªtica desacralizada
Esta idea tiene que ver con una transformaci¨®n de fondo respecto del papel de la pol¨ªtica en nuestro mundo, y en el mundo en el que han crecido las nuevas generaciones. Para buena parte de ellos, la pol¨ªtica no tiene capacidad para cambiar las cosas, de mejorar sus vidas, de posibilitarles un futuro mejor. La ¨²ltima generaci¨®n que crey¨® en la pol¨ªtica fueron los j¨®venes de los sesenta. Despu¨¦s de ellos, la pol¨ªtica se convierte en algo vulgar, se cae del pedestal, por as¨ª decirlo, o peor, es un lastre. Los pol¨ªticos ya no son l¨ªderes a los que merece la pena seguir y a quienes es posible admirar.
La desacralizaci¨®n de la pol¨ªtica comporta bajarla a ras del suelo, lo cual no deja de ser positivo desde el punto de vista democr¨¢tico, pero la obliga a disputarse la atenci¨®n del elector en competencia con otras facetas de la vida social situadas en su mismo plano. Y esta disputa se produce con las armas y en los espacios definidos por la nueva realidad comunicativa: a gritos y en las redes. Y es aqu¨ª donde, de toda la oferta pol¨ªtica, las opciones radicales y fuera del sistema tienen ventaja sobre unos partidos tradicionales muy lastrados no solo por sus inercias, sino por su papel como fuerza de sistema, de un sistema que en 2008 se vino abajo con estr¨¦pito y ante los ojos de aquellos que han vivido toda su vida de crisis en crisis, sin que ¡°la pol¨ªtica¡± (seg¨²n ellos) haya conseguido mejorar su situaci¨®n.
La mercantilizaci¨®n de la pol¨ªtica
Es com¨²n que se diga que los l¨ªderes pol¨ªticos actuales no son como los de antes, y con ello se entiende que los de ahora son ¡°peores¡± que los anteriores. Esta afirmaci¨®n contiene una trampa, ya que m¨¢s all¨¢ de las diferencias entre los l¨ªderes actuales respecto de los anteriores, la mayor transformaci¨®n se ha operado entre el electorado. Son los electores actuales los que no son como los de antes y por ello su relaci¨®n respecto del liderazgo pol¨ªtico ha cambiado significativamente. Antes, el elector, de alguna manera, asum¨ªa una posici¨®n subordinada respecto de los dirigentes pol¨ªticos, a los que supon¨ªa un mayor conocimiento de la realidad.
La desacralizaci¨®n del debate pol¨ªtico comporta bajarlo a ras del suelo, y obliga a competir por la atenci¨®n a ese nivel
Esto ya no es as¨ª de ning¨²n modo. El elector actual no presupone que el pol¨ªtico sepa m¨¢s que ¨¦l, ni acepta que su posici¨®n deba ser subsidiaria. Es m¨¢s bien al contrario. Es el pol¨ªtico el que debe subordinarse a las decisiones y a los intereses del elector. Es su servidor y le debe obediencia. La relaci¨®n de los nuevos electores con la pol¨ªtica se rige principalmente por estrictos criterios mercantilistas, de satisfacci¨®n de la demanda. Una demanda que es individual. Ante la pol¨ªtica, el nuevo elector se pregunta qu¨¦ ha hecho ella por ¨¦l, qu¨¦ han hecho los pol¨ªticos por ¨¦l, qu¨¦ ha hecho la democracia por ¨¦l. Y la mayor¨ªa de las veces la respuesta a estas preguntas es nada.
El reino de la inmediatez
A esto hay que a?adir los efectos de la aceleraci¨®n en la pol¨ªtica. El voto ya no implica un compromiso por cuatro a?os, ni tan siquiera en su versi¨®n m¨¢s laxa y condicionada. En nuestro mundo nuevo, el voto es la expresi¨®n de un estado de ¨¢nimo que busca una satisfacci¨®n inmediata, un grito que quiere ser escuchado. As¨ª, hay una parte del electorado que no fundamenta su decisi¨®n en la posibilidad de aplicar unas pol¨ªticas, sino m¨¢s bien en contribuir a una victoria de una fuerza pol¨ªtica determinada, o tambi¨¦n en impedir la victoria de otra fuerza. De alguna manera, hay un n¨²mero creciente de votos que se agotan en la misma noche electoral, puesto que ya entonces pueden saber si han ¡°ganado¡± o ¡°perdido¡±. Lo que ocurra m¨¢s all¨¢ no les concierne, no les compromete ni se sienten interpelados, puesto que han votado para que pase algo (o para que no pase).
Si el voto es la expresi¨®n de un estado de ¨¢nimo que solo pide ser escuchado, que no busca cambiar nada porque se considera que la pol¨ªtica no tiene fuerza para transformar un presente negro y un futuro amenazante, no es de extra?ar el ¨¦xito de la extrema derecha entre una parte de la juventud. Hacer eurodiputado a Alvise no es m¨¢s que un chiste, una boutade, es darse el gustazo de re¨ªrse en la cara del sistema. Sin m¨¢s, sin consecuencias¡ aparentes. El objetivo de la mayor¨ªa de los votantes de la extrema derecha no es acabar con la democracia, simplemente pretende dar una patada en la entrepierna a ¡°los pol¨ªticos¡±. Que eso tenga consecuencias, y que estas consecuencias puedan llegar a ser irreparables, es algo que ni se plantean.
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