Europe¨ªsmo
Espa?a ha mantenido su lealtad a la construcci¨®n de Europa. Pero es una frivolidad pensar que todo est¨¢ hecho
Comenzaba el siglo XX y se fue forjando entre la gente nueva, la que hab¨ªa escuchado a Joaqu¨ªn Costa bramar por la europeizaci¨®n de Espa?a, la idea de Europa como un compendio de todo lo que, por su ausencia, hab¨ªa sido causa del desastre de Espa?a: ciencia y moral de Alemania, libertad y democracia de Francia, educaci¨®n y self-government de Inglaterra. De ah¨ª la perplejidad y desolaci¨®n perceptible en los miembros de esa generaci¨®n cuando las tierras de Europa se siembran de trincheras en las que solo la muerte espera a aquellos cientos de miles de j¨®venes que, obedientes a la llamada de sus respectivas naciones, van cantando a la guerra.?
En Espa?a, que permaneci¨® neutral a la fuerza, se extendi¨® lo que Manuel Aza?a defini¨® como un ¡°ambiente de guerra civil, salvo los tiros¡±. Se produc¨ªan ri?as a muerte, entre familiares y amigos de toda la vida, escribir¨¢ Josep Maria de Sagarra recordando aquella Barcelona en la que se tachaba de ¡°indeseable a un se?or porque se manifestaba franc¨®filo, o se le marcaba de can¨ªbal si opinaba lo contrario¡±. El europe¨ªsmo se parti¨® en dos: de un lado, los german¨®filos: curas, militares, arist¨®cratas, mauristas y jaimistas; del otro, los aliad¨®filos: republicanos, oradores, periodistas y artistas, seg¨²n la clasificaci¨®n de P¨ªo Baroja. La Gran Guerra hab¨ªa provocado una escisi¨®n profunda en la pol¨ªtica espa?ola: izquierdas y derechas combatiendo en una guerra civil de palabras con Europa al fondo.
Una escisi¨®n llamada a resurgir dos d¨¦cadas despu¨¦s en la Guerra Civil esta vez con tiros. Es obvia la l¨ªnea de continuidad entre los german¨®filos de los a?os diez y los militaristas, carlistas, cat¨®licos y fascistas de los a?os treinta, como lo es entre los aliad¨®filos y los republicanos y socialistas. Fue la r¨¢pida intervenci¨®n de la Alemania nazi y la Italia fascista la que transform¨® la Guerra Civil en guerra de alcance internacional, con los aliad¨®filos abandonados a su suerte por las potencias democr¨¢ticas, Francia y Gran Breta?a, impasibles en su pol¨ªtica de ¡°no intervenci¨®n¡±, una farsa que permiti¨® a nazis y fascistas hacer lo que bien quisieron en tierras de Espa?a.
?Luego, el fin de la Segunda Guerra Mundial, con el cambio de hegemon¨ªa en el bloque occidental, convirti¨® a quienes hab¨ªan sido german¨®filos en fervientes atlantistas, situando a Espa?a como pe¨®n de la Rep¨²blica imperial americana en la nueva Guerra Fr¨ªa, mientras los antiguos aliad¨®filos ve¨ªan evaporarse todas las esperanzas depositadas en una r¨¢pida evicci¨®n del dictador por las democracias vencedoras: Espa?a no entrar¨ªa como socio en la construcci¨®n de la nueva Europa, cierto; pero Europa no mover¨ªa un dedo por desplazar del poder al general Franco. Los tecn¨®cratas encontrar¨¢n la cuadratura del c¨ªrculo bajo el lema espa?olizaci¨®n en los fines, europeizaci¨®n en los medios: los planes de desarrollo permitieron ping¨¹es negocios a nuestros vecinos europeos, que ya no har¨¢n ascos a los tratos con el dictador.
?C¨®mo fue posible, en tales circunstancias, que surgiera entre las gentes de la nueva generaci¨®n, la que no hab¨ªa hecho la Guerra Civil, un renovado impulso europe¨ªsta? Muy sencillo: el desarrollo econ¨®mico se sostuvo en un ingente movimiento de emigraci¨®n que afect¨® no solo a la nueva clase obrera, sino a los j¨®venes de clase media que salieron a respirar otros aires en la nueva Europa en construcci¨®n. Comenzando por el coloquio de M¨²nich en 1962, ser ma?ana como eran hoy los europeos se convirti¨® en ingrediente fundamental de todos los planes discutidos y elaborados para el ¡°despu¨¦s de Franco, ?qu¨¦?¡±. La respuesta a esa pregunta fue como un eco del viejo sue?o de la generaci¨®n del 14: despu¨¦s de Franco, Europa, sin¨®nimo de cultura, libertad y democracia. Y a Europa llegamos, m¨¢s como un logro que como un regalo.
Con los vaivenes impuestos por la pol¨ªtica del Partido Popular y su delirante alianza de las Azores, Espa?a ha mantenido hasta hoy su lealtad a la construcci¨®n de Europa. Pero es una frivolidad pensar que todo est¨¢ hecho, que el europe¨ªsmo se reduce a una ingenua esperanza del pasado y que los nuevos nacionalismos no entra?an una amenaza real para el futuro de Europa. Los nacionalismos, imperiales primero, y fascistas despu¨¦s, han destruido Europa por las armas en dos guerras totales, devastadoras, y nada garantiza que no puedan volver a destruirla, esta vez sin recurso a las armas, en una tercera ocasi¨®n. La lecci¨®n del Brexit, con la ceguera e idiotez que las pulsiones nacionalistas han provocado en el conjunto de la clase pol¨ªtica inglesa, no deb¨ªa caer en saco roto.
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